El periódico llega hoy a su número 15.000, después de más de 42 años de historia.
El presidente del Gobierno Adolfo Suárez, solo en el banco azul del Congreso de los Diputados. Marisa Florez
EL PAÍS nació el 4 de mayo de 1976,
Cumple hoy su número 15.000. Los primeros días fueron de infarto. La
rotativa rompía el papel. La tardanza en salir a la calle desató la
broma: “Es el diario independiente de la mañana… porque sale por la
tarde”. Al
peso estos 15.000 números que se cumplen hoy equivaldrían a más de un
millón de toneladas de papel, según el cálculo de Pablo Cayado, actual
director de Producción. Fue el periódico de la Transición democrática,
el que salió a la calle contra el golpe de Estado del 23F de 1981; fue
el blanco de la ultraderecha, que en 1978 causó un muerto en sus
instalaciones. Fue pronto el de mayor difusión en España, y lo ha
seguido siendo. Ahora es también “el periódico global en español”, con
ediciones en América y con una importante implantación de sus ediciones
digitales, que alcanza los cien millones de usuarios únicos. El filósofo José Luis López Aranguren
dijo que era “el intelectual colectivo”. Para el sociólogo José Vidal
Beneyto era “la referencia dominante”. Camilo Valdecantos, el primer
periodista contratado por Juan Luis Cebrián, dice ahora que “fue la
mejor escuela de periodismo imaginable”. Bernardo Marín,
subdirector del periódico, antes en la Redacción de México, veinte años
en EL PAÍS, en cuya Escuela hizo el Master. Apasionado de las
Matemáticas, interpreta para este reportaje datos sobre lo que pesa la
historia: “15.000 números a 80 páginas de media --contando suplementos,
cuadernillos y especiales—son, más o menos, 1.200.000 páginas . Como el Quijote,
versión extendida de Francisco Rico, escrito 750 veces. Desplegando
todas esas páginas podríamos alfombrar seis veces la Puerta del Sol o
diez veces el césped del Camp Nou. O más de vez y media el Zócalo de
Ciudad de México”. Y desplegando las páginas de todos los periódicos que
ha vendido EL PAÍS en sus 42 años de historia a una media de 300.000
ejemplares diarios –en total unos 360.000 millones de páginas--
podríamos tapizar entera toda la Comunidad Valenciana.
El presidente del Gobierno Adolfo Suárez, solo en el banco azul del Congreso de los Diputados. Marisa Florez
El filósofo José Luis López Aranguren
dijo que era “el intelectual colectivo”. Para el sociólogo José Vidal
Beneyto era “la referencia dominante”. Camilo Valdecantos, el primer
periodista contratado por Juan Luis Cebrián, dice ahora que “fue la
mejor escuela de periodismo imaginable”. Bernardo Marín,
subdirector del periódico, antes en la Redacción de México, veinte años
en EL PAÍS, en cuya Escuela hizo el Master. Apasionado de las
Matemáticas, interpreta para este reportaje datos sobre lo que pesa la
historia: “15.000 números a 80 páginas de media --contando suplementos,
cuadernillos y especiales—son, más o menos, 1.200.000 páginas. Como el Quijote,
versión extendida de Francisco Rico, escrito 750 veces. Desplegando
todas esas páginas podríamos alfombrar seis veces la Puerta del Sol o
diez veces el césped del Camp Nou. O más de vez y media el Zócalo de
Ciudad de México”. Y desplegando las páginas de todos los periódicos que
ha vendido EL PAÍS en sus 42 años de historia a una media de 300.000
ejemplares diarios –en total unos 360.000 millones de páginas--
podríamos tapizar entera toda la Comunidad Valenciana. Valdecantos recuerda “el ambiente de entusiasmo contenido por la
incertidumbre” cuando llegaron al edificio de Miguel Yuste el 2 de
febrero del 76 “y encontramos una inmensa sala de Redacción con suelo de
terrazo y un mobiliario muy escueto. El runrún de la calle decía que
iba a ser periódico muy orteguiano. Afortunadamente, profesionalmente
hablando, enseguida vimos que sería un periódico muy cebriniano”. Juan Luis Cebrián (31 años en ese momento) fue el primer director;
José Ortega Spottorno, el hijo del filósofo, lo fundó y lo presidió;
Jesús Polanco fue el primer consejero delegado, y luego fue su
presidente hasta su muerte. Juan Luis Cebrián era el director. Javier
Baviano era el director gerente. En la primera etapa, recuerda José
María Aranaz, en aquel momento Director de Servicios, Polanco se empeñó
en convertir EL PAÍS “en una empresa periodística”. Cebrián era el
responsable de la Redacción, “y era el líder de todo”, pero Baviano
estaba integrado en el equipo, como representante de la empresa. La
clave del éxito, dice Aranaz, “era que fuera un buen periódico y que
fuera un negocio”. Esa organización empresarial fue la clave.
Eso hizo, añade Valdecantos, que el periódico alcanzara el liderazgo
con rapidez y se convirtiera “en una referencia muy influyente social y
políticamente”. “El periódico”, dice Aranaz, “llegaba a todos los
sitios”. Félix Díaz Martínez lo vio llegar por la mañana al quiosco de su
padre, en la calle Santa Engracia. Él tenía 16 años, de su padre heredó
el quiosco, que ya tiene sesenta años. Se acababa de morir Franco “y en
su primera página EL PAÍS pedía la dimisión del presidente Carlos Arias
Navarro... Tenía garra y todavía tiene que dar mucha guerra. De sus
portadas se me quedó una para siempre: la matanza de Atocha. Conocía a
los abogados, trabajaban aquí al lado… Yo aprendo de los periódicos; un
periódico te enseña a amar lo bueno de la vida y también a conocer lo
malo”. Y Antonia Talavera lo estaba esperando; lo conocía por amigos del
fundador, Ortega Spottorno. “Y de Laín, y de Tovar, amigos de mi marido.
Nos hicimos suscriptores, hasta hoy”. Ella es enfermera, “inauguré La
Paz”, tiene 86 años. Se hizo de EL PAÍS “porque representaba
nuestros pensamientos, nos creó fidelidad y nos dio una referencia”. Un
día la invitaron a la Redacción. “Me recordó los principios del
periódico, y me emociona que no haya cambiado su línea de conducta…
Pasaban tantas cosas, y ahí estaba EL PAÍS: el golpe de Estado, los
cambios políticos, mi marido coleccionaba los ejemplares”. Ahora “los
sobrinos leen Internet y yo sigo bajando al quiosco”. Como hace Andrés Ruiz Torres, 76 años, internista en la Jiménez Díaz. Le escribió a Ortega: “quiero ser suscriptor y accionista”. Hasta hoy.
“Al principio me lo robaban de la puerta. En Inglaterra, donde estudié,
aprendí democracia, y EL PAÍS me ha fortalecido esas convicciones. Y
todos los días, a las seis y media, todavía bajo al quiosco con mucha
ilusión”.
Alejandra Torres, ecuatoriana, nacida en 1982, hizo el Master, como
Manetto, en 2013. Ha transitado de la Edición América a la web, estudió
también en la escuela de García Márquez y fue alumna “del maestro Miguel
Ángel Bastenier, que siempre hablaba bien de la Escuela y muy bien de
su periódico. Aquí me gustó la calidad de la Redacción, el rigor, la
honestidad, valores que Bastenier nos enseñó”. Cuando trabajaba para el
papel “leía la web; ahora que trabajo en web leo el papel. El papel le
da jerarquía a la noticia”. Eneko Ruiz Jiménez hizo el Master con
Alejandra. Es bilbaíno, de 28 años. Se inició en nuestra Redacción en el
País Vasco. “EL PAÍS era un sueño inalcanzable. Me hice de EL PAÍS por El pequeño País,
en la infancia…” Ahora lleva Redes Sociales en EL PAÍS. No conoce a
ningún amigo de su cuadrilla que lea el papel, pero sabe que el papel
representa “orden, orientación para saber dónde está cada cosa: en la
web están las cosas de las que sabemos, en el papel están también las
cosas de las que conocemos poco. Existe el peligro de que nos creemos
una burbuja si sólo leemos lo que ya conocemos”.
La mayor tragedia que sucedió en Miguel Yuste fue la que produjo la
bomba en Servicios Generales, octubre de 1978. Allí estaba Juan Antonio
Sampedro, el responsable de la sección, con Carlos Barranco y Andrés
Fraguas, ambos a sus órdenes. Una bomba llegó por correo, enviada por la
ultraderecha. Andrés Fraguas murió. Aranaz fue en la ambulancia,
“sosteniendo su cara, los policías se abrían paso gritando a coches y
transeúntes”. Sampedro perdió el conocimiento, fue herido, como
Barranco. Hoy recuerda “sin odio; me da igual qué haya sido de los
asesinos, lo que me ha marcado para toda mi vida fue la muerte de ese
muchacho”. Para él, “el periódico fue mi segunda familia. Mientras
hacíamos los números cero me fijé en las edades: Juan Luis, Aranaz,
Baviano… Todos teníamos unas edades similares. Juan Luis era el timón,
Aranaz era un tío grande, Baviano era ídolo para todos los que
trabajábamos a sus órdenes en la administración del periódico”. Y luego
el periódico fue “una lección adelantada de democracia. Era un orgullo
estar ahí”, Ahora tiene 75 años, llegó al periódico en febrero de 1976,
se jubiló hace catorce años. Su única sombra fue aquel septiembre. “Ese
dolor no se me irá nunca”. ¿Y EL PAÍS qué es?, le preguntamos ayer, víspera de los 15.000, a
Manuel Vicent. “El espíritu del regeneracionismo, los ideales de la
República, de la Institución Libre de Enseñanza y del europeísmo, que
continuaron en suspensión en el aire como polvo del infame derribo de la
guerra civil y de la dictadura las sintetizó de nuevo el diario EL PAÍS
en un sueño renovado de democracia y libertad”. Número 15.000. Continuará. Un millón de toneladas de papel más entusiasmo más periodismo. EL PAÍS.
Gente que estaba aquella noche del 4 de mayo de 1976. Carlos Montejo,
en Montaje.
Tenía 28 años. “Había nervios, expectación, la nebulosa de
que iba a ser un periódico decisivo, con credibilidad, distinto a los
otros. Con EL PAÍS entonces nació la prensa libre.
Y era divertido,
además, trabajar ahí”. Aranaz: “Significó la oportunidad de alimentarse
de algo que necesitábamos. Un maná. Un descubrimiento.
Mi generación se
lanzó a leerlo. Fue un acierto como producto. La gente esperaba algo
así, y era EL PAÍS”.
Karmentxu Marín, 24 años ese día: “Emoción y
nervios. Entusiasmo es la palabra que nos juntaba. Hacíamos horarios
endiablados, como si estuviéramos haciendo historia ¡y hacíamos números
cero! Allí estaban Fernando Samaniego, Ángel Sánchez Harguindey, Ángel
Luis de La Calle…
ilustración de María María Acha-KutscherFue una feminista en la época victoriana.
Influyó en el pensamiento del
economista John Stuart Mill, su segundo marido.
El deseo de ambos era
lograr una sociedad menos clasista y más igualitaria.
HARRIET TAYLOR nació en Londres en 1807 en el seno de una familia de
clase media alta.
La mala relación que tuvo con su autoritario padre
pudo acelerar su matrimonio con John Taylor a los 18 años.
Su marido era
un hombre de negocios que perteneció a la Iglesia unitaria, muy
tolerante con las ideas radicales y a favor de la igualdad de los
derechos de las mujeres.
La pareja tuvo dos hijos.
Taylor conoció a su
segundo marido, el filósofo y economista John Stuart Mill, en torno a
1830.
Entablaron una profunda amistad que acabó en matrimonio en 1851,
dos años después de fallecer John Taylor.
La mala salud de la nueva
pareja ensombreció su vida matrimonial porque ambos padecieron
tuberculosis.
Harriet Taylor murió en Aviñón en 1858 y John S. Mill
compró una casa cercana al cementerio donde pasaría largas temporadas
con su hijastra, Helen Taylor.
Poco se sabe de la vida personal de esta feminista que reivindicó los
derechos de las mujeres en la sociedad victoriana, aunque hay dos
fuentes documentales directas.
El Nobel de Economía Friedrich von Hayek
—que publicó parte de su correspondencia personal entre ella y su
segundo marido en 1951— resaltó el alcance de su figura, sus fuertes
convicciones contrarias a las rancias costumbres de la época, que
relegaban a las mujeres a desempeñar un papel secundario en la vida
social y familiar.
Parece que no tuvo una formación reglada, pero fue
una mujer autodidacta y culta.
Gracias a su segundo esposo tuvo mucha
proyección social.
El filósofo británico habló de ella en su libro Autobiografía (1873), donde señaló que Taylor participó directamente en la elaboración del ensayo Sobre la libertad (1859) y en el capítulo VII, del libro IV, de Principios de economía política
(1848).
Harriet Taylor solo había publicado dos ensayos breves y unos
pocos poemas sueltos. En 1851 apareció el artículo ‘La liberación de las
mujeres’ en la revista The Westminster Review, fundada por el filósofo radical Jeremy Bentham.
En 1851 apareció el artículo ‘La liberación de las mujeres’ en la revista The Westminster Review,
fundada por el filósofo radical Jeremy Bentham.
Esta publicación
contaba con firmas de mujeres sobresalientes como Mary Shelley. En el
artículo, Taylor apostaba por frenar la tradición y la costumbre que
asfixiaba a las mujeres, hablaba de la educación como el camino de la
emancipación y defendía el derecho a votar y a ser elegidas.
También
trataba temas como el acceso al mercado de trabajo en condiciones de
igualdad con los varones.
A pesar de vivir en los años más dolorosos de
la primera Revolución Industrial, ella fue optimista y tuvo confianza en
que el futuro era favorable en la igualdad de derechos y libertades
políticas y sociales para las mujeres.
Harriet Taylor Mill (1807-1858) fue una feminista inglesa que reivindicó el papel de la mujer en la sociedad victoriana.National Portrait GalleryLa conexión intelectual entre Taylor y Stuart Mill suscitó mucho interés
por la deriva socialista que se introdujo en las sucesivas ediciones de
la gran obra del economista, Principios de economía política,
una obra heredera del pensamiento de la Escuela Clásica, cuyo maestro
fue Adam Smith. Stuart Mill, influido por el pensamiento de ella,
propuso complementar el crecimiento económico con medidas que
introdujeran una distribución de rentas más equitativa, junto con el
aumento de los salarios de los trabajadores, pero sin olvidar la
producción en condiciones de competencia mercantil. Ambos concebían el
deseo de avanzar hacia una sociedad más justa. La distribución de la
riqueza era un propósito primordial. Esta teoría introduce una reflexión
interesante sobre los objetivos de la política económica: ¿Sería más
eficiente mejorar la igualdad para generar más riqueza? ¿Los aumentos de
las rentas familiares pueden fomentar el emprendimiento y reforzar así
la capacidad de inventar, producir y consumir de un país? Los cambios productivos de la industrialización en Gran Bretaña
determinaron una nueva estructura económica y laboral que se concentraba
en las urbes y que favoreció el nacimiento de los sindicatos.Los ciudadanos empezaron a reclamar el derecho a votar.
Primero fueron los trabajadores cualificados con propiedades, que
habían ascendido en la escala social, los que reclamaron su cuota de
poder político en detrimento de las viejas oligarquías vinculadas a la
propiedad de la tierra. La reforma parlamentaria de 1867 amplió el
número y la base social del electorado. Como consecuencia, los
representantes obreros tuvieron más opciones de entrar en el Parlamento,
pero esta nueva ley seguía sin permitir el acceso a las mujeres. No lo
consiguieron hasta 1918. Este proceso de transformación social abrió
varios debates: las desigualdades derivadas del sistema productivo, el
derecho al sufragio universal y la crítica a la esclavitud, que Stuart
Mill consideraba moralmente reprobable y económicamente ruinosa. Por su parte, Taylor exigía terminar con la aristocracia del color y
del sexo. Se preguntaba cómo era posible que en su país se hubiera
ilegalizado la esclavitud y se estuviera tratando a todos los hombres
como ciudadanos mientras no se había hecho nada por mejorar la situación
de las mujeres. También se mostraron críticos con la regulación matrimonial de la
época —que no reconocía la igualdad de derechos de ambos sexos— y
consideraron el divorcio como la solución para terminar con una
deteriorada relación conyugal. Cuando ellos se casaron en 1851, hicieron
una declaración formal en la que renunciaban al abuso de poder que
dicha institución otorgaba al marido. La cuestión de la educación de las
mujeres representaba un escollo principal en la carrera hacia su
emancipación. Taylor trató este tema en el artículo publicado en The Westminster Review. Stuart Mill hizo lo propio en el libro El sometimiento de las mujeres (1869), un alegato contra la sociedad patriarcal tradicional. Ambos analizaron la educación desde dos perspectivas: una buena y
otra mala. El aspecto positivo se basaba en que los estudios eran el
acceso al conocimiento, el camino a la profesionalización y al mercado
de trabajo. En general, era la forma de abrir las puertas hacia otras
muchas reivindicaciones (acceder a las universidades y a profesiones
liberales, aumentar los ingresos familiares, etcétera). Lo malo, según
ellos, es que la educación había lastrado la evolución de las mujeres y
se había utilizado como instrumento de dominación. Y, como decía Stuart
Mill, se las enseñaba desde niñas a no tener iniciativa y a someterse a
la voluntad de los demás.
El
economista John Stuart Mill fue el segundo marido de Taylor. En la
imagen aparece con la hija de esta, Helen Taylor. La joven siguió los
pasos de su madre y también colaboró con su padrastro.Spartacus Schoolnet
Para esta pareja no tenía sentido incapacitarlas para poder trabajar en profesiones respetables y bien remuneradas. Para ellos era igualmente inaceptable que no pudieran decidir por sí
mismas sobre la gestión de sus patrimonios, sus propias vidas y las de
sus hijos. Si realmente eran incapaces, decían, la propia competencia
las dejaría fuera, y si eran capaces deberían tener ocasión de
demostrarlo, porque la vocación natural de las mujeres no era
exclusivamente el matrimonio y la maternidad. Consideraban una profunda
injusticia excluir a la mitad de la humanidad de las profesiones
lucrativas. Llegaron más lejos aun cuando afirmaron que la mayor parte
de los varones no podían aceptar la idea de que sus compañeras fueran
sus iguales. En lo que no estaban tan de acuerdo era en el rol que debía
tener la mujer dentro del matrimonio: Taylor aceptaba la compatibilidad
entre la vida personal y la laboral. Mill no. Para él, si estaban
casadas debían centrarse en sus ocupaciones familiares. Harriet Taylor fue una pionera reformadora social con ideas propias
que influyó en el pensamiento de John S. Mill sobre cuestiones
primordiales como la educación de las mujeres y su deseada incorporación
al mercado de trabajo, el reconocimiento del divorcio o la propuesta de
sistemas alternativos de distribución de rentas. La inglesa fue muy
consciente de las dificultades del sexo femenino para avanzar en la
tradicional sociedad victoriana y focalizó bien los aspectos esenciales
de las reivindicaciones que debían (y podían) conseguirse.
PARECE UNA representación de la locura. No decimos que Merkel esté
loca. Sabemos que es desde hace años el símbolo de la razón, de cierta
clase de razón al menos. De ella vino la austeridad que ha salvado al
sistema (sea lo que sea el sistema y signifique lo que signifique
salvación). En torno a Merkel ha habido un acuerdo tan prolongado como
inusual. Todavía lo hay. Reúne los rasgos específicos de la sensatez (de
la idea dominante de sensatez), es capaz de sentar a la misma mesa a
tirios y a troyanos y de formar Gobierno con sus adversarios más
acérrimos. Le debemos gran parte de la construcción económica de Europa
(si esto sigue siendo Europa). Merkel forma parte del mobiliario de la UE
como la mesa camilla forma parte del cuarto de estar. Su figura nos
resulta tan familiar como una cuñada. Podría ser la tía de usted, la
mía, incluso la tieta de la canción de Serrat. Podría ser la persona que
nos atiende en la cafetería, la doctora del dispensario de la Seguridad
Social, la directora de la sucursal del banco de la esquina. Si nos
tropezáramos con ella en la calle, le daríamos dos besos aun antes de
saber de quién se trata, como cuando vemos fuera de su contexto a la
bibliotecaria. ¡Era Merkel!, exclamaríamos media hora después, al hacer
memoria. Significa que esta señora es el arquetipo de la normalidad, de
lo que llamamos normalidad, de la normalidad consensuada. Y sin embargo
en esta foto da miedo. Observen la decisión demente con la que avanza
detrás de su sombra enloquecida, dispuesta a envenenar a alguien con la
pócima que, disfrazada de vino, lleva en la copa.
Los errores de medicación matan y provocan daños en la salud a millones de personas en todo el mundo.
Una farmacéutica busca un medicamento en una estanteríaAlbert Garcia
Los errores de medicación matan y provocan daños en la salud a
millones de personas en todo el mundo. De hecho, entre todos los tipos
de errores que se producen en los sistemas sanitarios del planeta, los
errores por medicación son uno de los más frecuentes (alrededor del 20 %
de todos ellos, según varios estudios) y suponen, por tanto, un
problema importante de salud pública. De hecho, solo en el Servicio
Nacional de Salud de Reino Unido, se estima que se producen 237 millones de errores de medicación cada año, con cientos de muertes provocadas por efectos adversos a medicamentos que se podrían haber evitado. Dentro de todos los errores por medicación en Estados Unidos, el 25 % de ellos ocurren por confusión en los nombres y un 33 % por confusión en el envase y/o etiquetado. Aunque estas cifras varíen según el país en el que tenga lugar el
estudio, sabemos que estos factores tienen un papel esencial en la
correcta o incorrecta prescripción, dispensación y administración de
medicamentos. Así, una encuesta realizada en Francia sobre cómo
identifican los pacientes sus medicamentos reveló que el 70 % de ellos
recurren al nombre y el resto se guía por su apariencia. Este
comportamiento pone en evidencia un detalle que suele pasar
desapercibido: las apariencias de los medicamentos importan porque
multitud de personas se guían por ellos para reconocerlos.
Con la llegada, a España en el año 2011, de la prescripción por principio activo y no por marca,
se dio un importante paso adelante en la prescripción racional de
medicamentos, con un ahorro sustancioso para las arcas públicas. Sin
embargo, fue al mismo tiempo una oportunidad ideal perdida para
solucionar un problema constante en nuestra sanidad: Un mismo
medicamento (principio activo y dosis) puede tener multitud de
presentaciones (apariencias) diferentes en sus cajas, envases,
blísteres, comprimidos o cápsulas según la marca y empresa farmacéutica
y, viceversa, medicamentos muy diferentes pueden tener apariencias muy
similares en los elementos anteriores. En nuestro país, el caso más
pintoresco es el del conocido protector gástrico omeprazol. Existen más
de 70 cajas diferentes (con
gran variedad en sus apariencias) solo para este medicamento. Además,
también existen otros muchos medicamentos muy comunes con decenas de
apariencias diferentes. De esta forma, por ejemplo, un paciente que esté
tomando 4 medicamentos como omeprazol, enalapril, indapamida y
paracetamol podría recibir la friolera cantidad de 811.800 combinaciones de cajas con diferente aspecto. Este espectáculo de colores, formas y diseños en medicamentos iguales
(y viceversa, medicamentos diferentes que parecen iguales) no es un
detalle irrelevante. Es de sobra conocido, especialmente por los
profesionales de la sanidad, que lo anterior provoca confusión entre
pacientes y sanitarios, induciendo a errores en la medicación. Sobre
todo entre ancianos, personas con deterioro cognitivo/sensorial, bajo
nivel educativo y de lectura o trastornos mentales. Jesús Palacio,
médico de familia y miembro del Grupo de Seguridad del Paciente de la
Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SEMFYC), explica más detalles sobre el tema: "Cuando a un paciente se le cambia el aspecto de la medicación que
toma, la adherencia al tratamiento disminuye y la posibilidad de errores
de medicación aumenta. Este es un hecho bien conocido
internacionalmente, documentado en estudios y alertado por instituciones
de uso seguro del medicamento, seguridad del paciente y agencias
reguladoras."
Precisamente por ello, multitud de profesionales sanitarios y
múltiples sociedades médicas y de enfermería en España llevan exigiendo
una solución al respecto durante muchos años con el lema: "Si son iguales, que parezcan iguales". En otras palabras, se defiende la isoapariencia:
si dos medicamentos son iguales (mismo principio activo y dosis), que
su apariencia sea la misma. Además, si dos medicamentos son diferentes,
que parezcan diferentes. La idea es sencilla y se han propuesto medidas
concretas como reservar una de las caras de mayor tamaño de las cajas de
medicamentos para dejar un fondo blanco con la información esencial del medicamento,
que ya deben incluir por ley: la composición, la dosis y el número de
dosis. De esta forma, las posibilidades de confusión disminuirían
considerablemente. Desafortunadamente, las empresas farmacéuticas no son partidarias de tal
medida, pues supone restar visibilidad y protagonismo a sus respectivas
marcas. Precisamente, una de las principales razones por las que las
cajas tienen apariencias tan diferentes es por una mera estrategia de marketing:
las farmacéuticas buscan diferenciarse por sus diseños. Aun así, tal
interés económico debería pesar mucho menos que el interés por disminuir
los errores de medicación que, no lo olvidemos, provocan enfermedades y
muertes. Los errores de medicación por apariencias engañosas rara vez tienen
repercusión mediática, pero son muy comunes. De hecho, existe el Instituto para el Uso Seguro de Medicamentos
que se encarga, entre otras tareas, de alertar y notificar con
frecuencia a los profesionales sanitarios de los riesgos de confusión de
determinados medicamentos . Además, también mantienen listas
actualizadas de nombres similares de medicamentos que se prestan a
confusión. Solo en ocasiones, cuando las apariencias de los medicamentos
confunden hasta el extremo de provocar la muerte, los medios de
comunicación se hacen eco del asunto. Es lo que ocurrió en 2013, cuando
dos enfermeros del Hospital Infanta Cristina de Parla confundieron suero
glucosado hipertónico al 20 % con suero salino, lo que provocó la
muerte de la paciente tratada al recibir el suero equivocado. Como
pueden comprobar por las fotos de dichos sueros, su aspecto era "fácilmente confundible", como así dictaba la sentencia que condenaba a ambos de homicidio imprudente. Casos así son solo la punta más visible del iceberg. Cuando las
apariencias de los medicamentos engañan, quienes suelen ser caer en la
confusión son los propios pacientes a la hora de tomar sus medicamentos y
esto rara vez llega a conocerse. Lamentablemente, parece que, por el
momento, no existe voluntad política para solucionar este problema
sanitario, aun cuando solo supone una cuestión de cambio de diseño de
medicamentos. Mientras tanto, diversos movimientos como Stop errores de medicación y Sano y Salvo tratan de concienciar y alertar a la población y a profesionales sanitarios sobre este asunto.