Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 jul 2018

La maldita suerte....................................Rosa Montero.

Hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante.

La maldita suerte


Hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante

Siempre he pensado que la buena suerte no existe: la vida te la vas labrando con mil pequeñas decisiones cada día, con esfuerzo y con tenacidad de estalactita.
 Pero creo en la existencia de la mala suerte, porque hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante en sus vidas.
 De hecho, hay biografías que parecen marcadas por una luna negra. 
Personas con tal cúmulo de desgracias a sus espaldas que su destino empavorece.
 Son víctimas inocentes a las que un dios ciego escoge castigar.
 Me sobrecogió, por ejemplo, el caso de un traductor chileno al que conocí en Berlín en 1989, cuando la caída del muro
Tenía cuarenta y pocos años, hablaba un alemán magnífico y servía de intérprete a los periodistas españoles que acudíamos en tropel a cubrir las noticias.
 Estuvimos varios días de la ceca a la meca, trabajando mil horas, y al final se abrió y me confió su historia. 
En 1973, cuando el golpe de Pinochet, él y su mujer habían sido detenidos con veintipocos años.
 Los torturaron a ambos de una manera aberrante y atroz que me contó.
 Cuando, años después, lograron salir ambos del país, intentaron quererse, pero no pudieron.
 La historia se rompió. Necesitaron ayuda psíquica y médica. Seguían convaleciendo, cada uno por su lado.
 Pero él estaba empezando a salir del pozo. Lo explicó todo muy bien. Me emocionó. 
Era un tipo estupendo. Seis meses después, regresé a Berlín para hacer otro reportaje e intenté contratarlo de nuevo como intérprete. Y entonces me enteré de que se había matado unas semanas antes, mientras trabajaba con un equipo de televisión.
 Se estrellaron con el coche y ardieron
. Se abrasaron. Sigo rogando mentalmente que ya estuviera muerto. O inconsciente. No fue justo. 
Hay muchos otros casos, también históricos.
 Como el de Polidori, médico, secretario, quizá amante y desde luego víctima de Lord Byron
. De entre los muchos libros que cuentan la famosa noche en Villa Diodati en la que Mary Shelley creó a Frankenstein, recomiendo El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, en donde se reivindica la imagen de este hombre, al que Byron llamaba, despectivamente, “el pobre Polidori”. 
Byron, cruel, lo destrozó: le repetía que era un inútil, que sus obras (el médico escribía) eran espantosas, que era un hombre ridículo. No parece serlo en absoluto, y aquella noche de truenos en la que los invitados de Byron se propusieron escribir cuentos de terror, mientras Mary paría a Frankenstein, Polidori creó El vampiro, el antecedente de Drácula y en realidad un retrato del chupasangres anfitrión.
  El destino cruel (luna negra, dios ciego) hizo que el libro se publicara bajo el nombre del vampiro inspirador, es decir, de Byron, que no se dio ninguna prisa en deshacer el entuerto. 
El relato fue un éxito tremendo: al principio vendía 5.000 libros al día… con el nombre del malo.
 Al cabo Polidori consiguió que se reconociera su autoría, pero ya era tarde, estaba emocionalmente deshecho.
 Se suicidó a los 25 años bebiendo ácido prúsico. Hace falta estar muy desesperado para darle a la muerte un beso tan atroz.
 Y su mala suerte perdura: hoy apenas si se le recuerda, y su imagen sigue estando manchada por la versión ponzoñosa de Byron: en la Wikipedia, por ejemplo, le dejan bastante mal.
De modo que yo sólo creía, repito, en la mala suerte, no en la buena. 
Y de pronto ha salido en la revista Nature un estudio tremendo de la Universidad de Northwestern que, tras analizar la carrera de 30.000 cineastas, artistas y científicos, concluye que el éxito viene en rachas; que estas rachas duran poco, como máximo cinco años; que por lo general sólo se tiene una en la vida, y que son un completo producto del azar.
 Es decir, de la buena suerte.
 Un veredicto aterrador que te deja tiritando. Supongo que todos nos plantearemos lo mismo: ¿La he tenido ya, no la he tenido? Si ya hubo una etapa buena, ¿el futuro sólo será decaer? ¿Importa un bledo el esfuerzo? Espero que el estudio no ande muy atinado. Mientras tanto, en este agosto en el que no nos veremos (volveré a publicar mis artículos en septiembre), les deseo que tengan mucha suerte. Por si acaso.

No debería estar ahí dentro.................................Juan José Millás

No debería estar ahí dentroJuan José Millás 
Joder, joder, joder! Lo que usted mira es, en efecto, lo que ve.
 Lo que hay.
 Ignoramos qué rayos le ha ocurrido a ese crío con medio cuerpo vendado.
 El pie de foto decía que estaba recibiendo oxígeno con un casco de cartón en un hospital de Yucatán.
 La fotografía, facilitada por el personal sanitario, ilustraba un artículo sobre la corrupción en México. ¡Joder! Reconozco esa caja de cartón.
 Es la misma en la que meten sus objetos personales los despedidos y las despedidas de las empresas de todo el mundo. 
Caben en ella la foto del marido, de los hijos, el tubo de crema hidratante, el rollo de papel higiénico, el diccionario de español-inglés y viceversa y todas aquellas minucias, en fin, que va uno acumulando en los cajones de la mesa de trabajo y que colocadas en fila resumen una vida.
 Una vida laboral, queremos decir, de cuando había vidas laborales.
Es la caja asimismo en la que metemos lo que nos da pena tirar, aunque ya no sirva para nada.
 Los guardamuebles están repletos de ellas. Cuando los padres fallecen y los hijos las sacan de esa especie de nicho de alquiler, no salen de su asombro.
 Resulta que los padres conservaban los dientes de leche de sus vástagos, un libro de poemas de Gustavo Adolfo Bécquer, una sartén con el esmalte cuarteado y hasta un orinal en el que el benjamín de la familia hizo su primera caquita.
 Los padres son muy raros. No tiran nada, pobres, en la confianza de que aquello que tuvo significado para una generación lo tenga para la siguiente.
 Pero la cabeza de un niño, joder, la cabeza de un niño no debería estar ahí dentro. 

Suyo es el reino................................................Javier Marías..

Nuestra época parece haberse contagiado del mal humor y el resentimiento de las redes sociales: nadie ha sido nunca digno de respeto ni admiración.
Desde que hace años se desató, entre muchos hombres, una desaforada carrera por adular a las mujeres (y entre muchas mujeres por adularse a sí mismas), son frecuentes las versiones periodísticas, críticas, literarias y cinematográficas según las cuales el mérito de las obras de los varones notables correspondía en realidad a sus mujeres, amantes, amigas o secretarias. 
A veces fue así, sin duda: en España es conocido que María Lejárraga hacía de “negra” de su marido, el dramaturgo Martínez Sierra, si bien éste nunca fue notable, la verdad. 
Pero toda fabulación es admisible, sobre todo en la ficción, y así, nada hay que oponer a que se presente a Zenobia Camprubí como la fautora de los versos de Juan Ramón Jiménez, a Alma Reville como el genio tras las películas de Hitchcock, a una joven como fuente de las imágenes de Shakespeare, a Gala como poseedora del talento de Dalí (yo a éste no le veo ninguno, pero en fin), a la copista de Beethoven como alma de su Novena, y así hasta el infinito. 
 Que por ilusión no quede, todo puede ser. 
Pero en los últimos tiempos se ha dado un paso más. La operación consiste no ya en atribuirles o restituirles los méritos a las mujeres que quedaron en sombra, sino en presentar a todo varón notable como a un redomado imbécil. 
Es en el cine donde esto se percibe mejor. Hará un lustro le tocó el turno a Hitchcock, creo que algo escribí ya en su día, discúlpenme. Hubo al menos dos películas sobre él.
 En una lo encarnaba el gnómico actor Toby Jones (que ya había hecho de Truman Capote) y en la otra Anthony Hopkins en una de las peores interpretaciones de su muy decadente carrera.
 Por supuesto su mujer, Alma Reville, aparecía como la lista y sabia de la pareja, pero eso es lo de menos.
 Sin duda trabajaron juntos. Lo llamativo es que en esos retratos Hitchcock no sólo era un sádico, un histérico, un déspota, un engreído y un acosador, sino un completo idiota. 
Tal vez fuera todo lo anterior, pero idiota es seguro que no. Basta con leer su célebre libro de conversaciones con Truffaut para comprobar que sabía lo que se hacía, y por qué, en mayor medida que casi ningún otro artista.  

Hopkins lo representaba, en cambio, como si hubiera sido deficiente, y ni siquiera imitaba bien su forma de hablar.
La operación consiste no ya en atribuirles o restituirles los méritos a las mujeres que quedaron en sombra, sino en presentar a todo varón notable como a un redomado imbécil
Ahora le ha tocado a Churchill, al que en poco tiempo he visto deformado en tres ocasiones.
 En la serie The Crown, le daba caricatura John Lithgow, que no se parece nada al Premier británico y lo hacía fatal, en vista de lo cual fue elogiado y premiado.
 En la película Churchill, el actor era Brian Cox, que tampoco se parece nada y ofrecía escenas grotescas sin parar.
(La abandoné tras ver a Churchill arrodillado a los pies de su cama y rogándole histriónicamente a Dios unos cuantos disparates.) En El instante más oscuro, la tarea se había encomendado a Gary Oldman, que merece ser ahorcado —metafóricamente, todo hay que advertirlo— y en cambio se llevó el Óscar de este año.
 Como aún se parece menos a Churchill, le colocaron prótesis y maquillaje a raudales, y el resultado es una fofa figura de cera que recuerda más a Umbral (esos labios finos y cuasi paralíticos, esas gafas) que al pobre Sir Winston.
 Pero, más allá de eso, en las tres versiones Churchill resulta ser un memo integral. Su mujer, Lady Clementine, es más inteligente, pero eso nada tiene de particular y acaso fuera verdad. 
Por supuesto es un borracho constante, un grosero, un iracundo, un balbuciente, un confuso, un dementoide, alguien que se equivoca en casi todo, otro histérico feroz.
 Yo no conocí a Churchill, claro está, pero he oído sus discursos, lo he visto en imágenes, lo he leído e incluso seleccioné y traduje un excelente relato suyo de miedo en mi antología Cuentos únicos. 

De la bonhomía irónica de su expresión no queda rastro.
 Tampoco de su contrastado ingenio (y puede que fuera la persona más ingeniosa de su tiempo). De su magnífica oratoria, poco, o la estropean.
 De su visión política y bélica, más bien nada. 
Ya he dicho: un bobo insoportable y zafio.
 Mi impresión es que, una de dos: o hay una campaña antiChurchill en su país (váyase a saber por qué), o todo esto responde a la necesidad de nuestro siglo de no admirar nunca a nadie. 
No se trata ya de las vetustas “desmitificaciones” de moda en los años setenta, sino de convertir en mamarrachos a cuantos llevaron a cabo algo sobresaliente. 
Es como si nuestra época se hubiera contagiado del mal humor y el resentimiento, presentes y retrospectivos, que dominan las redes sociales. Nadie ha sido nunca digno de respeto, y aún menos de admiración. 
Todo el mundo ha sido un farsante y el genio no existe ni ha existido jamás.
 Así que ya no basta con “descubrir” que tal individuo insigne fue un racista, el otro un imperialista, el otro un adúltero sexista, tiránico el de más allá. 
No, es que todos eran unos cretinos sin excepción.
 Es como si la sociedad actual no soportara su propia atonía o inanidad general y, para consolarse, tuviera que negarles el talento, la perspicacia, el valor, a todo bicho viviente y a todo predecesor bien muerto.
 Siempre he estado convencido de que la incapacidad de admirar (o sólo aquello que se sabe que es malo y que por lo tanto “no amenaza” de verdad) es lo que más delata a los acomplejados y a los mediocres.
 Suyo es, por desgracia, el reino en el que vivimos hoy. 

28 jul 2018

Futbolistas o astronautas....................................... Elvira Lindo...

Cuando vi el tuit de Casillas cuestionando la llegada del hombre a la Luna pensé que se trataba de una broma.

 

Casillas, en el Congreso de la FIFA en Moscú, el pasado 11 de junio.
Casillas, en el Congreso de la FIFA en Moscú, el pasado 11 de junio. GETTY IMAGES
Confieso que cuando vi por primera vez el tuit de Iker Casillas cuestionando la llegada del hombre a la Luna pensé que se trataba de una broma. Como broma me hizo muchísima gracia. Imaginar que el tipo se había bebido unas copas con sus amigos, habían comenzado a desparramar, que si la Luna de Sangre, los eclipses, que si el ministro astronauta, y habían decidido compartir el cachondeo etílico con los casi nueve millones de seguidores del portero, me cuadraba con su talante de hombre simpático y jovial. Y le reí la ocurrencia. 
Pensé que si bien Twitter acoge a diario el tono vil y carroñero, también ha creado un género humorístico propio, agudo y rápido con el que a menudo pasamos muy buenos ratos.
 Qué inocente fui: Casillas hablaba en serio. Quería “elevar” el debate, transmitir sus dudas a la hinchada: ¡Vota, pueblo, vota, este es el momento!
 En un principio me pareció desproporcionado que le reconviniera Pedro Duque, el ministro de Ciencia, pero luego comprendí que quién mejor que él en su calidad de astronauta para darle un tirón de orejas a quien goza de una presencia pública y posee, lo quiera o no, poder de influencia.
 
No sé si Casillas tendrá intención de contarles a sus niños, cuando crezcan un poco, las dudas que le asaltan sobre el éxito de aquellos astronautas del 69.
 Ya se sabe que los padres hablan sin control en las sobremesas. 
Si es amante de las teorías conspiranoicas, tal vez añada el renovado cuento de los extraterrestres, porque si bien yo pensaba, inocente sin remedio, que los marcianos habían perdido la popularidad de la que gozaban cuando era niña, resulta que han regresado con más fuerza que nunca.
 En mi casa se seguía con gran pasión a Erich von Däniken, pionero en difundir la idea de que la Tierra fue visitada en la antigüedad por los extraterrestres y que a estos les debemos hasta la construcción de las pirámides.
 Si tu padre te cuenta esta historia una noche de verano y añade además que sería muy mezquino por nuestra parte creernos los únicos habitantes de un universo infinito, si tu padre se recrea en esas fantasías, provoca en una mente inmadura una mezcla de desasosiego y excitación.
 Estoy convencida de que Spielberg, a través de E.T. deseó hacer realidad un recurrente deseo infantil muy setentero: el de entablar una amistad clandestina con un ser de otro planeta.
 Como cuento es magnífico, sin duda, pero de los cuentos y de la adolescencia también se sale, a no ser que tengas una tendencia a dejarte embaucar por teorías fantasiosas. 
Yo pensé que Von Däniken había desaparecido, yo qué sé, porque lo hubieran abducido en un platillo volante, siendo esta la manera más lógica de irse de este mundo de un apóstol de la marcianada. Pero no.
 No solo vive entre nosotros, sino que este mismo mes estuvo en California en un congreso de Extraterrestres de la Antigüedad promovido por un programa, Ancient Alliens, de History Channel, al que acudieron diez mil personas
. Diez mil almas llegadas de todas partes del mundo para, previo pago de su entrada, escuchar conferencias sobre cómo influyeron los aliens en nuestra idea de la belleza, cómo extinguieron a los dinosaurios o cómo la tecnología extraterrestre ayudó a Hitler a trazar su plan de apoderamiento del planeta. 
Entre el público había padres y madres que aseguraban estar ahí para luego, en casa, actuar en consecuencia, educando a sus hijos en el espíritu crítico para que no se dejaran engañar por lo que vende la televisión, cosas del tipo “el hombre ha pisado la Luna”.
Fue precisamente aquel “pequeño paso para el hombre pero grande para la humanidad” el punto de inflexión de todas estas teorías seudocientíficas; la inauguración de la gran desconfianza hacia lo que los medios contaban masivamente. 
Y esta época presente es el hábitat ideal en el que fluyen las teorías conspiranoicas. 
Internet bulle de páginas que nos alientan a pensar que la Tierra es plana y no absurdamente redonda, como han tratado de hacernos creer. 
También este asunto se abordó en el congreso californiano. Sería de risa si no fuera porque la irracionalidad es un boyante negocio para los charlatanes y puede provocar un tremendo daño psicológico en quien esté dispuesto a creer, por ejemplo, que con este eclipse lunar que a punto está de producirse (mientras escribo este artículo) se acaba el mundo. 
Sea por acabamiento del mundo o por tratarse del último domingo de julio, esta que escribe se va de vacaciones. 

Con estos asuntos podemos bromear pero no son banales. Suponen un ataque serio a la salud mental de personas desprotegidas psíquicamente que pueden llevar muy lejos sus obsesiones y miedos.
 En 1977, el astrofísico Carl Sagan realizó un documental para desmentir las fantasías extraterrestres de Däniken y compañía y les retó con la célebre frase: “El que se atreve a exponer una teoría extraordinaria tiene que ofrecer también una explicación extraordinaria”. 
Así que Pedro Duque hizo lo que debía, afirmar que lo de Armstrong fue un alunizaje y lo de Casillas un alucinaje.
Lo sientopor Casillas, mucha gente piensa que no se pisó la Luna, pero yo sé que si.
y si no se convencen son unos analfabetos funcionales. Es más baratos pisar el cesped de un campo de futbol que hacer una carrera y entrenarse para ser austronata. En fin miren blogs cientificos, con autoridad y presencia, les costará más que un partido de futbol, pero estarán mejor informados de todo lo que ocurre en el Espacio.
Por cierto, que los niños hoy prefieren ser futbolistas a astronautas. Les sale más a cuenta.