24 jun 2018
De las nanas a Lola Flores: cantos que cuentan España
El periodista Fidel Moreno recorre la historia del país a través de sus canciones populares.
Sergio C. Fanjul
Hay nanas que dicen cosas terribles.
Chantajes terroríficos, tragedias, monstruos amenazantes, padres difuntos.
Decía Lorca del coco con que se asusta a los niños que es "una abstracción poética y, por eso, el miedo que produce es un miedo cósmico".
Representa la vida de penalidades que las madres pobres sufrían con la maternidad.
Aun así, las nanas están en el origen de nuestras vidas y también de nuestras concepciones musicales.
De las nanas parte el periodista y músico Fidel Moreno (Huelva, 1976), a la sazón director de la revista Cáñamo, para trazar una historia de España a través de sus canciones populares, en el libro ¿Qué me estas cantando?, publicado por Debate.
"Una canción no puede cambiar el mundo, pero todos los grandes cambios sociales vienen acompañados de canciones que permiten que la gente interiorice y sienta como propia la transformación colectiva", dice el autor, que, al hilo del análisis de las canciones en su contexto, intercala también su historia personal o, más bien, la de sus padres y sus abuelos.
Su recorrido parte del Cara al sol y otros himnos de la Guerra Civil, pasa por las coplas más famosas (Tatuaje, La bien pagá, Ojos verdes), cantautores como Serrat o Chicho Sánchez Ferlosio, estrellas de la canción como Nino Bravo, Raphael o Pimpinela hasta llegar a Libertad sin ira, de Jarcha, que fue algo así como el himno oficioso de la Transición.
"Si queremos saber cómo fue el mundo y la vida de nuestros padres y abuelos el mejor atajo es escuchar con atención su cancionero", dice Moreno que llega a analizar un repertorio de más de doscientas canciones, "lo más escuchado en España durante el pasado siglo".
En las canciones se va reflejando el devenir político del país, los usos y costumbres, las luchas clandestinas, las concepciones amorosas, el papel de la mujer. "Las canciones son consecuencia de la historia, pero muchas veces también su causa", opina el autor.
La evolución tecnológica, por supuesto, también se recoge en este ensayo, desde el fonógrafo de Edison a las casetes de gasolinera, mostrando su influencia en el desarrollo de los géneros musicales. Por el libro, que también se puede tomar como de consulta, suena Palabras para Julia, Al vent, L'Estaca o Mediterráneo considerada con frecuencia la mejor canción de la música española.
Las canciones populares, para Moreno, "a diferencia de otras obras de
arte, necesitan despertar el reconocimiento más que la sorpresa en sus
oyentes".
Es decir, más que la ruptura vanguardista, la cercanía y la familiaridad. Una canción se hace popular porque la gente se apropia de ella, y es necesario que cualquiera la puede tatarear.
"A la hora de componer la dificultad está en hacer lo de siempre un poco distinto, en variar sin abandonar la fórmula", apunta el autor.
Llama la atención el interés de Moreno por la canción popular, tantas veces menospreciada, en tiempos en el que la distinción individual pasa por tener gustos culturales elevados o alternativos, sea eso lo que sea.
"La música lleva aparejada factores de identidad muy potentes", dice el escritor, "somos muy soberbios cuando pensamos en la música popular, pero en realidad presenta logros culturales de gran envergadura".
De hecho, muchos músicos de la generación actual (véase Silvia Pérez Cruz, Maria Arnal i Marcel Bagés, Nacho Vegas
o Rosalía, entre otros) han mostrado interés en estas músicas populares
o tradicionales.
"Los años noventa en el indie fueron una época de introspección donde incluso las bandas españolas cantaban en inglés", recuerda Moreno, "yo creo que el 15M renovó el interés hacia el vínculo colectivo de la música".
¿Somos la música que escuchamos? "Sí", responde Moreno, "mucho más que los libros que leemos o los poemas que nos recitan.
De hecho, nos aprendemos las canciones de memoria, nos las llevamos puestas.
Están tan cerca que olvidamos su importancia, como el pez olvida el agua en la que nada. Las canciones nos acompañan desde la cuna a la sepultura: lo último que olvida un enfermo de Alzheimer son las nanas que aprendió de niño".
Chantajes terroríficos, tragedias, monstruos amenazantes, padres difuntos.
Decía Lorca del coco con que se asusta a los niños que es "una abstracción poética y, por eso, el miedo que produce es un miedo cósmico".
Representa la vida de penalidades que las madres pobres sufrían con la maternidad.
Aun así, las nanas están en el origen de nuestras vidas y también de nuestras concepciones musicales.
De las nanas parte el periodista y músico Fidel Moreno (Huelva, 1976), a la sazón director de la revista Cáñamo, para trazar una historia de España a través de sus canciones populares, en el libro ¿Qué me estas cantando?, publicado por Debate.
"Una canción no puede cambiar el mundo, pero todos los grandes cambios sociales vienen acompañados de canciones que permiten que la gente interiorice y sienta como propia la transformación colectiva", dice el autor, que, al hilo del análisis de las canciones en su contexto, intercala también su historia personal o, más bien, la de sus padres y sus abuelos.
Su recorrido parte del Cara al sol y otros himnos de la Guerra Civil, pasa por las coplas más famosas (Tatuaje, La bien pagá, Ojos verdes), cantautores como Serrat o Chicho Sánchez Ferlosio, estrellas de la canción como Nino Bravo, Raphael o Pimpinela hasta llegar a Libertad sin ira, de Jarcha, que fue algo así como el himno oficioso de la Transición.
"Si queremos saber cómo fue el mundo y la vida de nuestros padres y abuelos el mejor atajo es escuchar con atención su cancionero", dice Moreno que llega a analizar un repertorio de más de doscientas canciones, "lo más escuchado en España durante el pasado siglo".
En las canciones se va reflejando el devenir político del país, los usos y costumbres, las luchas clandestinas, las concepciones amorosas, el papel de la mujer. "Las canciones son consecuencia de la historia, pero muchas veces también su causa", opina el autor.
La evolución tecnológica, por supuesto, también se recoge en este ensayo, desde el fonógrafo de Edison a las casetes de gasolinera, mostrando su influencia en el desarrollo de los géneros musicales. Por el libro, que también se puede tomar como de consulta, suena Palabras para Julia, Al vent, L'Estaca o Mediterráneo considerada con frecuencia la mejor canción de la música española.
Es decir, más que la ruptura vanguardista, la cercanía y la familiaridad. Una canción se hace popular porque la gente se apropia de ella, y es necesario que cualquiera la puede tatarear.
"A la hora de componer la dificultad está en hacer lo de siempre un poco distinto, en variar sin abandonar la fórmula", apunta el autor.
Sin canción del verano
Papel estelar juega, por ejemplo, Lola Flores: "Aunque quedase su imagen de personaje del papel cuché, fue fundamental entre los 40 y los 70: la última gran coplera y la madre de la rumba, que es la gran aportación musical española al acervo universal", dice Moreno. "Hasta podemos tomarla como una precursora del rap por su flow en el fraseo" remata. Todos los géneros, opina el autor, son igualmente respetables. "Lo que es inadmisible es que bandas con apenas impacto miren con altanería las propuestas populares", explica. El público, por lo demás, se va escindiendo en diferentes escenas gracias al fácil acceso a la música que proporcionan las nuevas tecnologías: "Hemos pasado de la autarquía sonora de la posguerra, donde el público era cautivo de lo que sonaba en la radio, a la fragmentación actual de las audiencias que impide que haya canción del verano".Llama la atención el interés de Moreno por la canción popular, tantas veces menospreciada, en tiempos en el que la distinción individual pasa por tener gustos culturales elevados o alternativos, sea eso lo que sea.
"La música lleva aparejada factores de identidad muy potentes", dice el escritor, "somos muy soberbios cuando pensamos en la música popular, pero en realidad presenta logros culturales de gran envergadura".
"Los años noventa en el indie fueron una época de introspección donde incluso las bandas españolas cantaban en inglés", recuerda Moreno, "yo creo que el 15M renovó el interés hacia el vínculo colectivo de la música".
¿Somos la música que escuchamos? "Sí", responde Moreno, "mucho más que los libros que leemos o los poemas que nos recitan.
De hecho, nos aprendemos las canciones de memoria, nos las llevamos puestas.
Están tan cerca que olvidamos su importancia, como el pez olvida el agua en la que nada. Las canciones nos acompañan desde la cuna a la sepultura: lo último que olvida un enfermo de Alzheimer son las nanas que aprendió de niño".
La construcción de vivienda social cae hasta niveles de los años 50
Las Administraciones entregaron menos de 5.000 pisos en 2017 pese a que hay más de 400.000 solicitantes de casas protegidas.
Lluís Pellicer
La construcción de vivienda protegida
fue la gran víctima de la recesión y los recortes presupuestarios, pero
sigue hundiéndose a pesar de la recuperación económica.
El año pasado solo se entregaron las llaves de 4.938 pisos sociales en toda España, según el Ministerio de Fomento.
Esa cifra supone apenas un 9,2% de todas las viviendas terminadas.
El volumen de pisos construidos es el más bajo desde la década de 1950.
La parálisis en la promoción de vivienda pública se produce cuando las listas de solicitantes no hacen sino crecer.
Al menos 400.000 personas aguardan por una casa asequible.
Úrsula Moreno, de 44 años, hace diez años se apuntó en el registro para pedir una vivienda de protección oficial (VPO) de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).
Llegó la crisis, se quedó en el paro y con dos hijos no pudo afrontar el alquiler de 850 euros de su piso en el barrio del Gornal. “No hubo manera”, resume.
Su situación empeoró y su expediente pasó a la Mesa de Emergencia, que atiende a las personas que se quedan sin posibilidades de acceder a un piso.
“Decidí ocupar un piso protegido que llevaba mucho tiempo vacío a la espera de que el Ayuntamiento me asigne una vivienda.
Con todos los suministros a mi nombre, eso sí”, puntualiza.
La urgencia de miles de familias que se quedaron sin trabajo o incluso perdieron la casa no se tradujo en un incremento del parque de VPO.
En anteriores crisis, los gobiernos habían desplegado planes de vivienda protegida, que servían para paliar las situaciones de emergencia y actuaban como amortiguador para las inmobiliarias ante el parón del mercado libre.
Sin embargo, los ajustes presupuestarios se han cebado esta vez con las políticas de vivienda.
Esta vez ha ocurrido todo lo contrario. Desde el pinchazo de la burbuja en 2008 —ese año construyeron 68.587 pisos sociales— las entregas de VPO han caído el 93%.
El desplome es especialmente acusado a partir de 2012, hasta llegar a los 4.938 pisos del año pasado.
Es la cifra más baja de toda la serie del Ministerio de Fomento, que se remonta a 1991.
El año pasado solo se entregaron las llaves de 4.938 pisos sociales en toda España, según el Ministerio de Fomento.
Esa cifra supone apenas un 9,2% de todas las viviendas terminadas.
El volumen de pisos construidos es el más bajo desde la década de 1950.
La parálisis en la promoción de vivienda pública se produce cuando las listas de solicitantes no hacen sino crecer.
Al menos 400.000 personas aguardan por una casa asequible.
Úrsula Moreno, de 44 años, hace diez años se apuntó en el registro para pedir una vivienda de protección oficial (VPO) de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).
Llegó la crisis, se quedó en el paro y con dos hijos no pudo afrontar el alquiler de 850 euros de su piso en el barrio del Gornal. “No hubo manera”, resume.
Su situación empeoró y su expediente pasó a la Mesa de Emergencia, que atiende a las personas que se quedan sin posibilidades de acceder a un piso.
“Decidí ocupar un piso protegido que llevaba mucho tiempo vacío a la espera de que el Ayuntamiento me asigne una vivienda.
Con todos los suministros a mi nombre, eso sí”, puntualiza.
La urgencia de miles de familias que se quedaron sin trabajo o incluso perdieron la casa no se tradujo en un incremento del parque de VPO.
En anteriores crisis, los gobiernos habían desplegado planes de vivienda protegida, que servían para paliar las situaciones de emergencia y actuaban como amortiguador para las inmobiliarias ante el parón del mercado libre.
Sin embargo, los ajustes presupuestarios se han cebado esta vez con las políticas de vivienda.
Esta vez ha ocurrido todo lo contrario. Desde el pinchazo de la burbuja en 2008 —ese año construyeron 68.587 pisos sociales— las entregas de VPO han caído el 93%.
El desplome es especialmente acusado a partir de 2012, hasta llegar a los 4.938 pisos del año pasado.
Es la cifra más baja de toda la serie del Ministerio de Fomento, que se remonta a 1991.
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