Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 jun 2018

La autodestrucción de Urdangarin....................... Iñigo Domínguez Pablo Ordaz

El exduque de Palma era la imagen del buen chico, pero se envenenó en un mundo de privilegios y se creyó intocable.

iñaki urdangarin
Iñaki Urdangarin, a su salida de la Audiencia Provincial de Palma el pasado miércoles.
El 30 de septiembre de 2000, Iñaki Urdangarin tiene 32 años. Acaba de marcar de penalti el último gol de la victoria de la selección española de balonmano en los Juegos Olímpicos de Sídney.
 El bronce de España es también su último partido como profesional.
 En la grada, celebran la victoria su esposa, la infanta Cristina, que sostiene en brazos a Juan, el primer hijo de la pareja; su suegra, la reina Sofía; y el príncipe Felipe, ya un amigo.
 Urdangarin sabía que su vida no iba a ser la misma, como cualquier deportista que se retira y debe reinventarse.
 Lo que no sabía es que reinventándose se iba a extraviar irremediablemente y acabaría siendo alguien muy distinto. 
Alguien que en las próximas horas entrará en una cárcel para cumplir una condena de cinco años.
“A mí no me han explicado muchas cosas, las he ido aprendiendo sobre la marcha”, le contó años más tarde al juez José Castro en un interrogatorio.
 Urdangarin perdió su mundo de referencia, el deportivo, para internarse en uno más complejo, el del poder, la aristocracia y los privilegios. 
 Un mundo que disfrutó, pero que también lo envenenó.
 Ya no era campeón, era duque, aunque no sabía aún en qué consistía eso.
 Acostumbrado a la rutina de un deportista de élite, al despedirse de su club, el Barcelona, había dicho: “Hay que saber decir adiós. Quiero pensar en mi futuro profesional, y lucharé para que esta nueva etapa sea tan exitosa como la que dejo. Necesito tiempo para formarme. Este es el rol que deseo asumir”. 
Quería ser también un triunfador en la vida real, no un mero consorte de la infanta. 

La construcción de ese nuevo personaje se abre con una etapa de estudios en la que ya surgen las primeras sombras.
 En la prestigiosa escuela de negocios ESADE hizo en dos años, de 1999 a 2001, lo que normalmente cuesta cinco. 
Según una reciente investigación del diario ARA, gracias a convalidaciones sorprendentes, obtuvo una licenciatura y un máster en Administración de Empresas. 
Y eso que en el primer año aún jugaba a balonmano.
 Se dará cuenta muy pronto de que en esta nueva vida no le faltará quien se le acerque para ser su socio o proponerle negocios.
 Se embarca con varios profesores suyos en aventuras empresariales tan dispares como odontología para deportistas de élite o innovación vitivinícola. 
En el otoño de 2002 conoce a Diego Torres, otro docente de ESADE, quien después describiría en un libro la impresión que le causó el joven duque: 
“Se notaba que se sentía un poco limitado en su día a día, que consideraba que estaba trabajando principalmente como comercial. (…) Odiaba las rutinas. 
Hacíamos buen equipo. Yo observaba y recopilaba datos.
 Iñaki se empapaba del ambiente y conocía a las personas”.
 Quería ir a más, aunque era eso, empaparse del ambiente, lo que mejor se le daba.
 Era justo lo que necesitaba Torres. 
Registraron Nóos Consultoría Estratégica en una notaría el día de Nochebuena de 2002.
Ocho años más tarde, en 2010, un juez de Palma, José Castro, se encontrará ese extraño nombre, Nóos, que en griego significa mente o intelecto, en una carpeta casi vacía, con un convenio sospechoso con el Gobierno balear.
 Había aparecido en un registro en el gran caso de corrupción del polideportivo Palma-Arena. 
El fiscal Pedro Horrach buscó en el Registro Mercantil las empresas en las que acababa el dinero y se topó con el nombre de Iñaki Urdangarin.
 Una sociedad era suya, y el resto, de Torres.
 En agosto de 2011, Horrach mandó un informe a Anticorrupción: “Esto parece un pelotazo de libro”. 
Baleares, desde luego, era el lugar para un pelotazo en aquellos años, y también Valencia o Madrid, justo los tres lugares donde trabajó Nóos –los tribunales finalmente no han hallado delito en las actividades en estas otras dos ciudades-.
 Y precisamente lo hizo en los cinco años, de 2003 a 2008, de máximo desenfreno económico, previos al estallido de la crisis.
 Es en ese ambiente, en esa época, en contacto con ciertos políticos, cuando Urdangarin se transforma en hombre de negocios.
 Una de las grandes preguntas es si llegó a pensar que aquello era lo normal para un duque de la Casa Real.
 Si asumió como natural aquella sensación de impunidad que estaba en el aire. 

En Palma se vivía el momento más descontrolado del presidente Jaume Matas y su famoso “Hágase”. 
Ordenaba y se hacía. La ley no era un problema. 
Nombró director general de Deportes a José Luis Ballester, un excampeón olímpico de vela muy amigo de la familia real –el entonces príncipe Felipe fue a su boda-, y lo eligió por eso mismo. Ese verano, Urdangarin le cuenta a Pepote, como le llaman sus amigos, que el equipo ciclista Banesto busca patrocinador y es una oportunidad para el Gobierno de Baleares.
 En septiembre juegan los dos con Matas y un empresario una partida de pádel en el palacio de Marivent que resultaría clave.
 A la hora de las cervezas, pactan el patrocinio, y 300.000 euros para Nóos. 
 Es la escena que resume el escándalo, y el asunto que acarrea el grueso de la condena por prevaricación, malversación y tráfico de influencias.
El duque acababa de inaugurar un nuevo modo de vida, una forma de hacer negocios basada en él mismo, en ser quien era.
  Ballester en el juicio reconoce: “El objetivo era contratar a Urdangarin y todo lo que viniera de él”. Matas admitió: “Urdangarin era un conseguidor, un intermediario”. Y ha concluido el Supremo: “La ascendencia ejercida (...) fundamentalmente del privilegiado posicionamiento institucional del que disfrutaba, dada su proximidad a la jefatura del Estado, propició que el presidente del Govern decidiera aceptar la propuesta omitiendo los trámites legalmente establecidos”.
 Urdangarin aprende enseguida que el gancho para atraer el dinero fácil y los contactos interesados era la Familia Real. 
En Nóos también estaba la infanta Cristina, como vocal, y su tutor desde 1993, Carlos García Revenga. 
Urdangarin sostendría después que los situó ahí porque eran personas de confianza, pero eran como un gran rótulo de neón: Nóos y Casa Real se escribían con la misma letra.
 Nadie se planteó que aquello era raro. 
Ni siquiera el propio García Revenga, que se justificó en el juicio: “Una de las cosas que he hecho toda mi vida en la Casa es que yo nunca pregunto si no me dicen”.
Pero había más. Urdangarin formó al 50% con su esposa la sociedad Aizoon. 
La infanta estaba inscrita en primer lugar y, según explicó el notario, la idea era que su nombre y su DNI, con el número 14, funcionaran como “escudo fiscal”, aunque no ha quedado acreditado que esta fuera la intención. 
Contó en el juicio lo que le confió el asesor fiscal de los duques: “Según le habían dicho, porque él se codeaba con altos funcionarios de Hacienda, los DNI del uno al 10 eran de la familia de Franco, y del 11 al 100, de la familia real”. Urdangarin usó Aizoon para no tributar como persona física.
 Facturaba servicios y sus variados ingresos como consejero o asesor en empresas donde estaba colocado gracias a su posición para no hacer prácticamente nada. 
También cargaba todo tipo de gastos personales y familiares. Es de hecho una de las causas de la condena por fraude y dos delitos fiscales. 
Años después, en su interrogatorio, la infanta tuvo que explicar por qué cargaban a Aizoon gastos como clases de salsa y merengue o libros de Harry Potter.
 De ahí su condena como partícipe a título lucrativo en malversación y fraude cometidos por su marido, por un valor de 136.950 euros.
 Urdangarín sufrió para explicar una plantilla ficticia donde figuraban sus empleadas de hogar, familiares y conocidos.
 Pero entonces nada de esto le parecía anormal o peligroso al matrimonio Urdangarin.
 Al contrario, la nueva vida del duque de Palma como ejecutivo de éxito estaba perfectamente montada y el mecanismo –relaciones públicas más dinero público- funcionaba como un tiro. 
Nóos comenzó a organizar congresos sobre temas deportivos: en Valencia en 2004, 2005 y 2006 y en Baleares en 2005 y 2006 –estos dos últimos, que costaron un total de 2,3 millones, han acarreado a Urdangarin y Torres parte de la condena por prevaricación, tráfico de influencias y malversación-.
 Urdangarin había reinventado su carrera, tenía su sitio en el mundo
En 2004, como culminación de sus ambiciones, el matrimonio se compró un palacete de lujo por 6 millones de euros en el exclusivo barrio barcelonés de Pedralbes, muy por encima de sus posibilidades y con una altísima hipoteca. 
El rey Juan Carlos les ayudó con un préstamo de 1,2 millones, un detalle controvertido porque, según han opinado luego Castro y Horrach, debería haber significado ser llamado como testigo o incluso imputado, por un posible delito fiscal.
 A Diego Torres tampoco le iba mal.
 Como se descubrió luego, había montado una red de blanqueo en el extranjero, donde acabaron 344.000 euros que han acabado sumando dos años de cárcel a su condena. 

El juguete empezó a estropearse cuando Nóos llamó la atención. En noviembre de 2005, un diputado socialista balear, Antoni Diéguez, se pasó por el Illes Balears Forum y se quedó alucinado. ¿Cómo podía haber costado 1,2 millones de euros un congreso de dos días? El 16 de febrero de 2006 convocó una rueda de prensa, y en los titulares ya estaba todo el meollo del escándalo: “El PSOE denuncia supuestos pagos irregulares del Gobierno balear al instituto que preside Urdangarin”. 
En el palacio de la Zarzuela saltaron las alarmas, y el rey Juan Carlos envió a su asesor jurídico, José Manuel Romero, conde de Fontao, con una orden muy clara para Urdangarin, según recordó luego el duque de Palma ante el juez:
 “Me dijo que no ostentara ningún cargo de presidencia, no liderara ningún proyecto, no tuviera relaciones comerciales a largo plazo o societarias con el señor Diego Torres, y que me apartara de lo que fueran contrataciones de la administración pública”.
 La Casa del Rey había olido el peligro.
 La veloz carrera de Urdangarin empezaba a ser muy aparatosa.
 El duque, que ya no es aquel jugador de balonmano sin experiencia, finge obedecer. 
Se aparta de Nóos, pero crea una fundación llamada Cultura, Deporte e Integración Social en la que se mantiene en segundo plano. 
Pero solo para guardar las apariencias. 
En un correo electrónico, su apoderado le aconseja: “No tienes que dejar muy en evidencia que tú eres el alma mater de la Fundación, (…) nadie puede decir que esta es la fundación de Iñaki”.
 El invento siguió funcionando hasta que, en el verano de 2008, estalla la crisis económica en España.
 Por circunstancias no aclaradas, Urdangarin y Torres discuten y se separan. 
La Casa del Rey, que mantenía al duque bajo vigilancia y vivía sus peripecias con aprensión, busca un exilio dorado a la pareja y sus cuatro hijos.
 Se trasladan a Washington, donde a Urdangarin le han reservado un puesto como presidente de Telefónica en Estados Unidos. 
Todo parece en calma. Nadie lo sabe, pero aquella carpeta con papeles de Nóos ya ha llegado al juez Castro. 
 El 7 de noviembre de 2011, la policía irrumpe en la sede de Nóos. Un mes después, la Casa del Rey aparta a Urdangarin de la agenda oficial y empieza a aislarlo.
 Y a partir de ahí empiezan a pasar cosas hasta entonces inimaginables.
 En febrero de 2012, Urdangarin baja por la rampa de los juzgados de Palma para declarar por primera vez. 
Ya era un personaje distinto, una sombra.
 En abril, Diego Torres se vuelve peligroso: comienza difundir, de forma dosificada, correos electrónicos en los que revela intimidades del matrimonio y que salpican a la Casa del Rey.
 La imagen del duque queda definitivamente destrozada.
 El clima ha cambiado –el incidente del rey en Botswana es en esos mismo días tormentosos de abril de 2012- y a la familia real ya no se le perdona lo que se le perdonaba.
 El 8 de febrero de 2014, en una escena histórica, la infanta Cristina presta declaración en el juzgado. 
Responde “no sé” o “no me acuerdo” 550 veces.
 Cuatro meses más tarde, el rey Juan Carlos abdica.
 El 12 de junio de 2015, Felipe VI, aquel que 18 años antes aplaudía en Sidney, le retira el título de duque.
 Cuando llega el juicio, Urdangarin está muy lejos de aquel campeón que era.
 Ha vendido el palacete de Pedralbes.
 Es un hombre abatido, que contesta en susurros. Acaba solo en el banquillo con su viejo socio, Diego Torres, al que ha vuelto a unirse en su estrategia de defensa. 
 Ambos argumentarán como último recurso que la Casa del Rey sabía todo y que, por tanto, pensaban que no había nada malo.

  Es la ruptura total de los exduques con la familia de la infanta. Extraviado definitivamente, su única brújula parece ser salvar a su esposa.
 Al menos eso lo consigue. En lo demás fracasa. Tras su último partido en Sídney, en lo más alto de su vida anterior, un enviado de EL PAÍS le pidió que se describiera en pocas palabras, y dijo: “Un buen chico, que cree en lo que hace”.

 

Cambios, cambios, cambios....................... Boris Izaguirre

Los modelitos que lucen Kate y Meghan parecen sacados de ‘Dinastía’.

 

El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al líder norcoreano, Kim Jong-un, durante su encuentro en Singapur el pasado martes.
El presidente de EE UU, Donald Trump, junto al líder norcoreano, Kim Jong-un, durante su encuentro en Singapur el pasado martes. AP
Esta semana parecía que el protagonismo lo tendrían dos parejas. Una, la formada por Kim Jong-un y Donald Trump, en su romántico encuentro en Singapur. 
Y la otra, Ágatha Ruiz de la Prada y Luismi Rodríguez, El rey de la Chatarra, por su posado como novios en los Premios de Periodismo de Vanity Fair.
  Dos parejas asombrosas, con mucho juego y muchos misiles.
 Por su parte, ¡Hola! propuso otra pareja, la formada por Meghan Markle y Kate Middleton, un clásico duelo de cuñadas, con unos pamelones de aquí te espero y trajes que nadie sabe de dónde sacan.
Con la dimisión de Màxim Huerta y el maxi lío con el seleccionador nacional de fútbol se impuso la realidad: lo que protagoniza la actualidad son noticias de verdad.
 Los cambios. En el Gobierno, en el clima, en el orden internacional. En la vida misma.
 Solo interesa lo que tenga que ver con el cambio.
 Y Ágatha lo asumió plenamente cuando respondió a las preguntas sobre su nueva pareja con un:
 “Me encanta como recicla”.
Camilla, duquesa de Cornualles; Kate, duquesa de Cambridge; Meghan y Enrique, duques de Sussex, en el balcón del palacio de Buckingham.
Camilla, duquesa de Cornualles; Kate, duquesa de Cambridge; Meghan y Enrique, duques de Sussex, en el balcón del palacio de Buckingham.
Ágatha está armada de razón. 
Hay que reciclar más. Pero algunas veces el reciclar puede salir regular, que es lo que ha pasado con esos modelitos que lucen Kate y Meghan. 
Parecen sacados de Dinastía, aquella asombrosa serie de televisión.

Hay una mano negra que las vistió de azafatas coreanas. Reconozco que debe ser difícil elegir vestuario para combinar no solo con tu suegra sino con una mujer con un estilo tan híper definido como longevo, pero al verlas, Meghan pierde comba, porque Isabel II arriesga más que la jovencísima esposa de su nieto y mezcla colores vivos y estampados campestres con una soltura que demuestra que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Mientras tanto, la reunión de los líderes del comunismo y el capitalismo se recicló en algo informal y casi juvenil cuando Donald Trump entonó el primero de sus “Kim y yo”, transformando la tensión nuclear en un encuentro de colegas de toda la vida.
 Como unos nuevos teletubbies. 
Y luego se sumergieron en la piscina más alta del mundo, una de las atracciones turísticas de Singapur.
 Con ese bautismo se acabó la dictadura del abdominal y el bíceps. Ser robustote forma parte del cambio.
 Así como se alejan los misiles regresa la ropa ancha, es el final del pantalón pitillo y de las camisetas ceñidas.

Pero lo que no cambia nadie es la fascinación que el brilli-brilli, las lentejuelas y lo metálico, ejercen tanto en Occidente como en Oriente. Ágatha Ruiz de la Prada, que lo sabe, escogió un smoking de palletes para aparecer junto a El rey de la Chatarra con un peinado teddy boy, sintiéndose quizás, en Viva Las Vegas.
 Los destellos de Ágatha dieron aún más brillo a la noche donde se premió a Iñaki Gabilondo, un periodista brillante que tuvo su propio debate nuclear con el exmarido de la diseñadora, Pedro J. Ramírez.
 La atención estaba puesta en si Luismi reciclaría o no su forma de vestir con algún diseño de su nueva novia
. En cualquier caso, lo que importa es cómo se viste y vive Ágatha. 
Cuando estaba con Pedro J. exageraba formas y volúmenes.
 Con Luismi la vida es más rica y dinámica porque los dos entienden que ahora lo inesperado nos divierte a todos y todas.
Menos inesperado ha sido el recibimiento a gritos de “chorizo” a Iñaki Urdangarin cuando se acercó a recoger su sentencia en Palma de Mallorca
Pero Iñaki no escogió nada rojo, sino un blazer azul claro bien cortado, muy al estilo de un domingo en Sotogrande y pantalones casi beige para ese día que tanto se hizo esperar. 
Más que inocencia, el aspecto destilaba un aire aristocrático y deportivo, como de resolver un trámite antes de salir a almorzar al club. 
Otra de las señales del cambio, vivimos en extremos. 
Màxim dimitió de su cargo en poco más de 10 minutos; tuvieron que pasar más de 10 años y una abdicación para que el instituto Nóos fuera condenado. 
Con hechos probados y todo. 
En televisión especularon sobre si llevaría la vida de un reo normal o no. 
La verdad que, pese a tantos cambios, no parece que Urdangarin vaya a ser un preso normal. 
Lo normal será que un día repase el ¡Hola! viendo a sus familiares continuar con sus vidas protocolarias mientras sus compañeros comentan el Mundial de Fútbol.
 Ese día la justicia será casi igual para todos.

 

Luis Miguel Rodríguez, rey de la chatarra, príncipe del corazón

El dueño de desguaces La Torre, triunfa en los negocios, pleitea con Hacienda y sigue haciendo gala de su fama de conquistador con personajes de la prensa rosa.

Luis Miguel Rodríguez y Ágatha Ruiz de la Parada el pasado martes en los premios Vanity Fair de periodismo en Madrid.
Luis Miguel Rodríguez y Ágatha Ruiz de la Parada el pasado martes en los premios Vanity Fair de periodismo en Madrid. Getty
No es sorpresa que algunos grandes negocios se gestan en las mentes de personas sin una preparación específica pero con esa garra y visión que los convierte en triunfadores en lo suyo.
 Este es el caso de Luis Miguel Rodríguez, el creador y propietario de Desguaces La Torre, considerada la empresa más grande del sector en Europa.
Luismi, como le llaman sus numerosos amigos que pertenecen a todo tipo de estratos sociales y económicos, es hijo de un humilde agricultor y carece de estudios más allá de los básicos, pero quienes le conocen le atribuyen una inteligencia natural y una capacidad de observación y escucha que creen ha sido definitiva en su éxito como empresario.

“Luismi empezó de cero”, afirma alguien que le considera uno de sus mejores amigos pero prefiere permanecer en el anonimato, “es una persona muy amable, que siempre tiene ganas de escuchar y aprender de los demás.
 Y que nunca ha perdido la humildad ni el sentido del trabajo”.
 El detonante de su imperio de desguace de automóviles y reciclaje fue una película norteamericana sobre un taller de este tipo que le fascinó cuando todavía era un adolescente.
 Después llegó un golpe de suerte en forma de herencia familiar de unas tierras en la localidad madrileña de Parla, el lugar en el que nació y que nunca ha abandonado.
 Tenía 15 años, hambre de triunfo y necesidad.
 Una combinación que suele dar magníficos resultados si está bien gestionada.
 Rodríguez, a quien se conoce como El rey de la chatarra o El chatarrero –apodos que aborrece porque considera que su negocio es mucho más que eso– decidió, pocos años después, utilizar el terreno para ir acumulando desechos.
 Hoy tiene 600 empleados, dicen que acumula una fortuna de 40 millones de euros y sigue siendo el primero en llegar al trabajo y el último en abandonarlo la mayoría de los días. 
“Todo el dinero que gano con mi negocio lo reinvierto para seguir creciendo, no tengo grandes casas ni barcos ni lujos extras”, dijo en una entrevista en 2015. “Todo está en el desguace”.

Carmen Martínez Bordiu y Luis Miguel Rodríguez durante la Corrida de la Prensa de 2016 en Madrid.
Carmen Martínez Bordiu y Luis Miguel Rodríguez durante la Corrida de la Prensa de 2016 en Madrid. GtresOnline
Hombre inquieto y sin ganas de conformarse con lo mucho que ya ha conseguido empezó su negocio en 10.000 metros cuadrados y ahora sus instalaciones ocupan más de millón y medio. 
Sueños cumplidos a los que también se ha sumado su Museo del Automóvil donde reúne coches históricos entre los que se encuentra el automóvil más antiguo de Madrid, con el número 11 en su matrícula, uno que perteneció al zar Nicolás II o el Audi blindado en el que iba José María Aznar cuando ETA atentó contra él en 1995.
Su anonimato mediático saltó por los aires en 2013 cuando se le comenzó a relacionar con Carmen Martínez-Bordiú, la nieta de Franco, de quien los mentideros afirman que Rodríguez tiene una estatua a tamaño natural. 
Su relación sentimental, con idas y venidas y ataques de celos incluidos, acabó cuatro años después, pero les sigue uniendo una amistad indestructible y ella ha llegado a reconocer que ha sido el hombre del que ha estado más enamorada.

“Es una persona buena, generosa, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo, simpático y muy campechano”, afirma un amigo. Características que, desde que se divorció de Asunción Fernández López, su esposa durante más de tres décadas y la madre de sus dos hijas, Marta y Victoria, le ha ganado fama de conquistador y mujeriego. 
“Me gustan las mujeres, sí. No lo veo un problema”, ha dicho en más de una ocasión.

Ahora vuelve a estar en el ojo del huracán porque “el amor es el motor que mueve la vida y cuando aparece, todo lo demás no importa”, ha dicho Rodríguez esta misma semana al ser preguntado por su nueva y reciente pareja, la diseñadora Ágatha Ruíz de la Prada. 
De ella dice que es “superatractiva, cariñosa y con gran sentido del humor”.
Pero no todo es color en la vida de este empresario que se gana el cariño de las féminas a base de conversación y detalles de romántico empedernido. 
Sus millonarias deudas con Hacienda nublan el arcoiris que le ha tirado encima Ágatha, según sus propias palabras.
 En 2015, según la lista de morosos de la Agencia Tributaria, debía 6.896.792 euros al fisco.
 En 2017 el montante había subido a más de 15 millones de euros.
Asesores legales que conocen la situación del empresario afirman que se trata de un procedimiento administrativo no penal. 
“Cuando se tiene dinero, bienes e intención de pagar no existe realmente un problema. 
 Luis Miguel Rodríguez está haciendo un esfuerzo brutal por pagar”, afirman. “Se trata de un señor serio que ha conseguido una fortuna con su trabajo”, añaden. 
Y además a Ágatha Ruiz de la Prada le “encanta como recicla este tío”, así que el negocio no parece que le vaya a dar muchos problemas. 

 

Lo que hacía Billy el Niño

45 años después, Antonio Chapero recuerda cómo el inspector de la Brigada Político Social lo torturó y utilizó, para presionarlo, a su hijo.

Antonio Chapero fue detenido en Valladolid y torturado por Billy el Niño en 1973. Hoy, en su casa de Tarragona.
Antonio Chapero fue detenido en Valladolid y torturado por Billy el Niño en 1973. Hoy, en su casa de Tarragona.

En la sala de la comisaría donde Billy el Niño torturaba a Antonio Chapero, uno de los policías entró con un niño.
 Apenas tenía dos años. Era su hijo. 
“Hazlo al menos por tu hijo. Hazlo por tu hijo”, le gritaban. 
De todos los golpes que le habían dado, de las patadas, los puñetazos, aquel era el que más dolía. 
Ver a su niño pequeño en manos de sus torturadores. Amenazándole con una pistola.
 Antonio se había resistido a cantar desde el principio.

No era la primera vez que le detenían. En 1970, con 23 años, Antonio Chapero y su mujer habían ido a prisión por tener un aparato de propaganda en su casa de Madrid. 
Cuando salió de la cárcel un año y medio después, era un quemado y había que quitarle de en medio. 
 Su nombre estaba señalado y le mandaron a Valladolid a desarrollar el partido en Castilla-León. El partido era el PCEml, una escisión maoísta del comunismo.
 En su nuevo destino, Antonio trabaja en una empresa durante el día y el resto del tiempo hacía proselitismo entre los campesinos. Les afiliaba, les daba lecturas.
 Hasta que en 1973 en Madrid se organizó una redada masiva por la muerte de un policía en una manifestación. 
“Se desató una ola de represión brutal. Y fueron a por todos” recuerda ahora Antonio, septuagenario vivaz retirado en el campo de Tarragona. 
“Tú pensabas que nunca iban a llegar hasta Valladolid. Porque el responsable del partido venía y decía: tranquilos.
 Pero claro, con las torturas tu nombre termina apareciendo”.

 No era difícil seguirle la pista: Antonio Chapero estaba fichado por la policía, en su nueva empresa tenían su documentación y su nombre verdadero. 

“No teníamos ni DNI falso ni nada”, sonríe sorprendido de lo ingenuos que eran.

 “Y fueron a la empresa una mañana”, recuerda, “era la típica nave: debajo estaban los obreros y encima las oficinas.

 Yo trabajaba en la administración y los vi cuando llegaban. Empezaron a preguntar y los compañeros señalaban hacia arriba, a las oficinas. 

Y pensé que eran unos comerciales”. Pero no iban a vender nada. Iban a saldar cuentas.

 Eran dos agentes de la Brigada Político Social: el más temido de todos, Antonio González Pacheco, conocido como Billy el Niño, y otro del nunca llegó a saber más que su nombre de guerra, El Gitano.

Antonio no había visto nunca a Billy, pero le reconocería después al ver una foto suya. 

“Era muy característico… De ojos saltones. Llevaba aquella melenita.

 Y era muy delgaducho, muy canijo”. Se para un momento como si estuviera reconstruyendo aquella cara en su memoria. O aquellas palizas. “Era un sádico

 Te puedes hacer una idea… el que se dedica a esto y con ese celo”. González Pacheco ejecutaba su trabajo con pasión.

 Sólo que su trabajo era torturar a opositores a la dictadura. Sin piedad. 

Sin reparar en golpes, en gritos, en amenazas.

 Sin importarle ordenar que metieran a un niño pequeño en la sala donde su padre era torturado para intentar arrancarle nombres de compañeros. “Se desplazó hasta Valladolid para pillarme”, recuerda Antonio, “hasta allí que se vino el señor”. 

Antonio Chapero junto a sus compañeros presos políticos, en una de las celdas de la cárcel de Carabanchel.
Antonio Chapero junto a sus compañeros presos políticos, en una de las celdas de la cárcel de Carabanchel.
En el primer momento, la única obsesión de Antonio Chapero era proteger a su familia.
 Esposado, en el asiento de atrás del coche, mientras le llevaban a comisaría, se quitó como pudo la alianza y la escondió en la tapicería. 
Sabía que su esposa, María, de nacionalidad estadounidense, estaba también en peligro.
 Había sido detenida con él la primera vez, en 1970, justo el día que le había dicho que estaba embarazada. 
Ella salió antes de la cárcel.
 Dio a luz mientras su marido cumplía condena.
 Cuando, al fin, él recuperó la libertad se marcharon todos a Valladolid para empezar una nueva vida.

Pero la nueva vida se había quebrado con la visita de Billy. “Empezó a interrogarme 
 Y venga patadas en los huevos. Porque tenía la costumbre de meterte rodillazos”. 
Tenía también la costumbre de inaugurar los interrogatorios con una violencia pornográfica, para dejarle claro el camino a sus acólitos. 
Antonio, de pie, esposado, sin comida, sin bebida, sin descanso, decidió que lo mejor era hacerse el loco.
 “Cuando traían el cubo para meterme la cabeza le daba una patada, porque era mejor que te pegaran. 
Se ponían frenéticos. Me gritaban: este tío está loco”.
En los momentos más oscuros, en aquella sala sin noción del tiempo, Antonio miraba la única ventana en la pared. 
Una ventana sin rejas en una habitación en un tercer piso. “Yo te juro que me habría tirado. 
Y lo pensé. Lo pensé. A tomar por culo, me tiro, da igual.
 En ese momento no eres persona y quieres que pare ese horror. Es como si estuvieras a un lado del abismo y te dicen: te sigo dando o te tiras”. 
Recuerda Antonio que la Político Social utilizaba las ventanas para amedrentar a los prisioneros. 
Contaban los camaradas historias de torturados a los que dejaban con medio cuerpo fuera para obligarles a confesar.
 Que cuando se les iba la mano, los policías tiraban a los detenidos por las ventanas para ocultar pruebas
 Y que hubo quien se pudo tirar presa de la desesperación, como los atrapados en las Torres Gemelas que se lanzaban para morir antes de que les devorara el fuego.
 
A pesar de todo, Antonio nunca dio un nombre. 
A pesar de todo, sus compañeros de Valladolid cayeron.
 Tras una semana incomunicado y unos meses en la cárcel de aquella ciudad, le llevaron a Carabanchel de nuevo.
 Allí supo, al reconocerle en una fotografía, que quien le había torturado era Billy. Como a tantos de sus amigos.
 Hoy González Pacheco pasea anónimamente por las calles de Madrid, un respetable octogenario de modales exquisitos. “Está jubilado. Con medalla y más pensión”, dice Antonio que fue su víctima. “Ya sabes, la amnistía”.

Antonio no llegó a dar la dirección de su casa. Pero uno de sus compañeros en la empresa donde trabajaba le delató. La Brigada Político Social detuvo a su mujer y se llevaron al niño. “La cosa ya estaba dura. Te metían la cabeza en el cubo. Las piernas no te respondían. Y yo ya sabía que había cogido a María. Entonces entraron a aquella habitación con el niño. Allí mismo”, se para buscando la palabra y solo le sale una, “terrible”. En otra sala, en el mismo edificio, María estaba pasando por lo mismo. La tortura física y la otra: ver cómo los policías desgranaban su catálogo de amenazas con el pequeño en las manos. “Además”, dice Antonio que ha perdido la vivacidad de su discurso, “estaba malito. Tenía primaria de tuberculosis y necesitaba medicación. Lo peor fue ver en ese lugar a tu hijo tan pequeño… con una carita como diciendo, qué pasa aquí, qué es esto. Y tu esposa en la sala de al lado”.