El nuevo Gobierno de Pedro Sánchez estrena al prometer el cargo una nueva fórmula para evidenciar la mayoría femenina.
El ciervo es uno de los animales más discretos y elegantes, por eso
los dejan sueltos por el bosque de la Zarzuela, y también uno de los más
estáticos cuando se queda mirando, no mueve un músculo. Esta mañana
parecían aún más inmóviles entre las encinas, pero de asombro, por algo
que no habían visto antes: una caravana de coches oficiales con 11 ministras.
En generaciones de gamos en El Pardo no se había visto nada igual.
Tampoco los ministros y las ministras se habían visto hasta ahora en una igual, y por eso la segunda en prometer el cargo, Carmen Calvo, vicepresidenta y además ministra de Igualdad, terminó diciendo ante el Rey: “… así como mantener el secreto de las deliberaciones del consejo de ministras y ministros”.
Lo dijo remarcando mucho la "a" de "ministras", para que se notara, y levantando en ese momento la cabeza para mirar de frente a la cámara de televisión.
Se dio la vuelta, regresó a su puesto y lo dejó dicho para la historia. Un total de 13 de los 17 repitió la fórmula ante la Constitución, de nuevo sin Biblia ni crucifijo, como Pedro Sánchez.
La verdad, según se supo más tarde, es que no estaba preparado.
Lo contó luego la propia Carmen Calvo a los periodistas.
Resulta que en el papel solo ponía “consejo de ministros”, y por eso lo leyó así Dolores Delgado, ministra de Justicia, la primera en prometer el cargo.
Es lo que marca el protocolo: lo hace ante el director general de Registros y Notariado, para luego, ya como ministra y por tanto notaria mayor del reino, ocupar su puesto.
Pero la vicepresidenta, al escucharlo y sabiendo que le tocaba a ella a continuación, pensó que eso no podía ser y le iba a dar un ligero retoque.
Cuando improvisó sobre la marcha lo de “ministras y ministros”, por tanto, fue una sorpresa para todos, incluido Pedro Sánchez.
Los demás luego se fueron sumando espontáneamente a la idea.
En todo caso, en el papel ponía esa fórmula porque es la que marca la ley, aunque esto no quiere decir que haber improvisado ponga en duda los nombramientos.
Es famoso el episodio de la Casa Blanca en 2009, cuando Barack Obama tuvo que regresar tras la ceremonia, "por precaución", a repetir el juramento en privado porque no lo había dicho exactamente igual.
Según fuentes de la Casa Real el texto que se ha leído esta mañana no tendría literalidad jurídica, lo importante es el sentido, y simplemente es un recordatorio para los presentes, que en esta ocasión han aplicado cierta innovación de vocabulario.
Lo cierto es que a partir de ese momento todo fue fijarse en los finales de la frase, más que en los altos principios que se enunciaban.
Además de Delgado, tampoco usaron la nueva fórmula dos hombres, Josep Borrell, que fue justo detrás de Calvo y cabe la posibilidad de que no reparara en el añadido de última hora, y José Luis Ábalos.
Tampoco otra mujer, Nadia Calviño, ministra de Economía, que quizá se puso nerviosa con la única palabra escrita en el folio que se podía prestar a hacerse un lío, “deliberaciones”.
Se trastabilló, acabó de carrerilla deseando salir de allí, y dijo “consejo de ministros” a todo correr.
El ministro de Agricultura y Pesca, Luis Planas, fue el primer hombre en utilizar esta inédita expresión.
Algunos, como Margarita Robles, la enunciaron al revés, nombrando primero los ministros.
En cuanto a pronunciaciones, Màxim Huerta sonrió para sus adentros con complacencia cuando escuchó que al decir su nombre en voz alta se lo pronunciaban bien, con el acento en su sitio.
Pedro Sánchez siguió impertérrito el acto, viendo desfilar a su Gobierno, con esa sonrisa nueva que le ha salido ahora y antes se juraría que no tenía, seria, de medio lado.
Con las manos, de venas marcadas, cayendo a plomo en cada costado.
Todos los demás tenían problemas con las manos, el mayor reto de un actor en escena, pues nunca se sabe qué hacer con ellas.
Los nuevos miembros del Ejecutivo habían llegado con mucha antelación a Zarzuela, por los nervios de no saber bien el camino o qué había que hacer.
En la sala, se mantenían rígidos y muy serios, sobre todo Borrell, y únicamente dejaban traslucir lo contentísimas que estaban, con sonrisa contenida, Carmen Montón, de Sanidad, Magdalena Valerio, de Trabajo, y Meritxell Batet, de Política Territorial. Imponían el protocolo y el silencio penetrante, sobre una alfombra palaciega color vainilla de esas tan mullidas en las que cae un tenedor y no se oye, y además luego no lo encuentras.
Todos rompían su gravedad al acercarse a la mesa y mirar al Rey con una sonrisa.
Felipe VI contestaba inmediatamente con otra, para hacerles comprender que por supuesto que se podía hacer, que esto pasaría en un momento y por debajo del protocolo somos todos mucho más simpáticos.
En la mesa esperaba la Constitución y un folio con la fórmula a pronunciar que una señorita le cambiaba cada vez a cada uno. Llegados a ese punto las ministras y ministros ya no tenían el problema de las manos, porque una se coloca en el libro, sino el de dónde mirar.
Borrell y Batet, más avezados, miraron de frente a la cámara de televisión, a todos los españoles, en suma.
La nueva ministra catalana fue la única que, al llegar, inclinó su cabeza ante el monarca, y le miró con especial énfasis al prometerle lealtad.
El resto miraban a los que estaban alrededor, incluida la prensa, y es una sensación curiosa para un periodista que un ministro te prometa algo, pero de verdad.
Sánchez siguió el ir y venir de su equipo como con la satisfacción del deber cumplido, como un entrenador de baloncesto al lado de la pista.
Solo tuvo un momento suyo, una debilidad, cuando Ábalos se dirigió a la mesa, ya relajado y con una de las sonrisas más anchas que probablemente habrá tenido en su vida. Sánchez le miró y le guiñó el ojo.
Como dos viejos colegas el día que uno al final se casa.
A las 10.18 terminó el acto.
El Rey saludó personalmente a cada uno. Carmen Calvo fue la que más le habló, y luego Borrell.
“Encantado de verte”, le dijo el jefe de Estado. El nuevo titular de Exteriores se encogió de hombros: “¡No me lo esperaba!”.
Cuando se rompieron filas fue interesante ver los primeros movimientos, a quién buscaban para saludar.
La presidenta del Congreso, Ana Pastor, conversó con Pedro Duque.
Carmen Calvo se abrazó con el presidente del Senado, Pío García Escudero, que luego saludó a Grande-Marlaska.
La ministra de Justicia fue hacia el presidente del Supremo, Carlos Lesmes.
Màxim Huerta bromeó con el Rey.
Pero antes fue el momento de la foto y por fin Felipe VI pudo decir algo informal para que todos estallaran en risas y comentarios.
Se colocaron ante los fotógrafos y se oyó una voz femenina del fondo:
“¡Son muy altos!”. En referencia al Rey y el presidente del Gobierno.
“Sí, los dos. Habrá que subir la tarima”, respondió el monarca.
De momento el listón ya está muy alto: la primera foto de un Ejecutivo lleno de mujeres, en el que ellas llevaban más los pantalones: ocho pantalones, concretamente, y tres faldas.
En generaciones de gamos en El Pardo no se había visto nada igual.
Tampoco los ministros y las ministras se habían visto hasta ahora en una igual, y por eso la segunda en prometer el cargo, Carmen Calvo, vicepresidenta y además ministra de Igualdad, terminó diciendo ante el Rey: “… así como mantener el secreto de las deliberaciones del consejo de ministras y ministros”.
Lo dijo remarcando mucho la "a" de "ministras", para que se notara, y levantando en ese momento la cabeza para mirar de frente a la cámara de televisión.
Se dio la vuelta, regresó a su puesto y lo dejó dicho para la historia. Un total de 13 de los 17 repitió la fórmula ante la Constitución, de nuevo sin Biblia ni crucifijo, como Pedro Sánchez.
La verdad, según se supo más tarde, es que no estaba preparado.
Lo contó luego la propia Carmen Calvo a los periodistas.
Resulta que en el papel solo ponía “consejo de ministros”, y por eso lo leyó así Dolores Delgado, ministra de Justicia, la primera en prometer el cargo.
Es lo que marca el protocolo: lo hace ante el director general de Registros y Notariado, para luego, ya como ministra y por tanto notaria mayor del reino, ocupar su puesto.
Pero la vicepresidenta, al escucharlo y sabiendo que le tocaba a ella a continuación, pensó que eso no podía ser y le iba a dar un ligero retoque.
Cuando improvisó sobre la marcha lo de “ministras y ministros”, por tanto, fue una sorpresa para todos, incluido Pedro Sánchez.
Los demás luego se fueron sumando espontáneamente a la idea.
En todo caso, en el papel ponía esa fórmula porque es la que marca la ley, aunque esto no quiere decir que haber improvisado ponga en duda los nombramientos.
Es famoso el episodio de la Casa Blanca en 2009, cuando Barack Obama tuvo que regresar tras la ceremonia, "por precaución", a repetir el juramento en privado porque no lo había dicho exactamente igual.
Según fuentes de la Casa Real el texto que se ha leído esta mañana no tendría literalidad jurídica, lo importante es el sentido, y simplemente es un recordatorio para los presentes, que en esta ocasión han aplicado cierta innovación de vocabulario.
Lo cierto es que a partir de ese momento todo fue fijarse en los finales de la frase, más que en los altos principios que se enunciaban.
Además de Delgado, tampoco usaron la nueva fórmula dos hombres, Josep Borrell, que fue justo detrás de Calvo y cabe la posibilidad de que no reparara en el añadido de última hora, y José Luis Ábalos.
Tampoco otra mujer, Nadia Calviño, ministra de Economía, que quizá se puso nerviosa con la única palabra escrita en el folio que se podía prestar a hacerse un lío, “deliberaciones”.
Se trastabilló, acabó de carrerilla deseando salir de allí, y dijo “consejo de ministros” a todo correr.
El ministro de Agricultura y Pesca, Luis Planas, fue el primer hombre en utilizar esta inédita expresión.
Algunos, como Margarita Robles, la enunciaron al revés, nombrando primero los ministros.
En cuanto a pronunciaciones, Màxim Huerta sonrió para sus adentros con complacencia cuando escuchó que al decir su nombre en voz alta se lo pronunciaban bien, con el acento en su sitio.
Pedro Sánchez siguió impertérrito el acto, viendo desfilar a su Gobierno, con esa sonrisa nueva que le ha salido ahora y antes se juraría que no tenía, seria, de medio lado.
Con las manos, de venas marcadas, cayendo a plomo en cada costado.
Todos los demás tenían problemas con las manos, el mayor reto de un actor en escena, pues nunca se sabe qué hacer con ellas.
Los nuevos miembros del Ejecutivo habían llegado con mucha antelación a Zarzuela, por los nervios de no saber bien el camino o qué había que hacer.
En la sala, se mantenían rígidos y muy serios, sobre todo Borrell, y únicamente dejaban traslucir lo contentísimas que estaban, con sonrisa contenida, Carmen Montón, de Sanidad, Magdalena Valerio, de Trabajo, y Meritxell Batet, de Política Territorial. Imponían el protocolo y el silencio penetrante, sobre una alfombra palaciega color vainilla de esas tan mullidas en las que cae un tenedor y no se oye, y además luego no lo encuentras.
Todos rompían su gravedad al acercarse a la mesa y mirar al Rey con una sonrisa.
Felipe VI contestaba inmediatamente con otra, para hacerles comprender que por supuesto que se podía hacer, que esto pasaría en un momento y por debajo del protocolo somos todos mucho más simpáticos.
En la mesa esperaba la Constitución y un folio con la fórmula a pronunciar que una señorita le cambiaba cada vez a cada uno. Llegados a ese punto las ministras y ministros ya no tenían el problema de las manos, porque una se coloca en el libro, sino el de dónde mirar.
Borrell y Batet, más avezados, miraron de frente a la cámara de televisión, a todos los españoles, en suma.
La nueva ministra catalana fue la única que, al llegar, inclinó su cabeza ante el monarca, y le miró con especial énfasis al prometerle lealtad.
El resto miraban a los que estaban alrededor, incluida la prensa, y es una sensación curiosa para un periodista que un ministro te prometa algo, pero de verdad.
Sánchez siguió el ir y venir de su equipo como con la satisfacción del deber cumplido, como un entrenador de baloncesto al lado de la pista.
Solo tuvo un momento suyo, una debilidad, cuando Ábalos se dirigió a la mesa, ya relajado y con una de las sonrisas más anchas que probablemente habrá tenido en su vida. Sánchez le miró y le guiñó el ojo.
Como dos viejos colegas el día que uno al final se casa.
A las 10.18 terminó el acto.
El Rey saludó personalmente a cada uno. Carmen Calvo fue la que más le habló, y luego Borrell.
“Encantado de verte”, le dijo el jefe de Estado. El nuevo titular de Exteriores se encogió de hombros: “¡No me lo esperaba!”.
Cuando se rompieron filas fue interesante ver los primeros movimientos, a quién buscaban para saludar.
La presidenta del Congreso, Ana Pastor, conversó con Pedro Duque.
Carmen Calvo se abrazó con el presidente del Senado, Pío García Escudero, que luego saludó a Grande-Marlaska.
La ministra de Justicia fue hacia el presidente del Supremo, Carlos Lesmes.
Màxim Huerta bromeó con el Rey.
Pero antes fue el momento de la foto y por fin Felipe VI pudo decir algo informal para que todos estallaran en risas y comentarios.
Se colocaron ante los fotógrafos y se oyó una voz femenina del fondo:
“¡Son muy altos!”. En referencia al Rey y el presidente del Gobierno.
“Sí, los dos. Habrá que subir la tarima”, respondió el monarca.
De momento el listón ya está muy alto: la primera foto de un Ejecutivo lleno de mujeres, en el que ellas llevaban más los pantalones: ocho pantalones, concretamente, y tres faldas.