Rajoy camina mucho para que no se note que está quieto. Como el
hámster en su rueda, se mueve y se mueve sin llevarnos a ningún lugar. Mientras usted y yo lo observamos hipnotizados, los presidentes de los
grandes grupos económicos, a quienes nunca hemos visto andar, planifican
nuestras vidas. Amancio Ortega, por ejemplo, casi siempre sale sentado, y Juan Roig,
el dueño de Mercadona, aunque aparezca de pie, permanece estático
enumerándonos las tiendas que piensa abrir o confesando que su web de
compra “es una mierda”. Jamás hemos oído a Rajoy hablar de iniciativas
gubernamentales que nos afecten tanto como la instalación de un
Mercadona en nuestro barrio. Por supuesto, tampoco ha tachado de mierda
la reforma laboral, ni siquiera las declaraciones habituales de Rafael
Hernando. Las personas que controlan el mundo, en fin, se retratan sentadas o de
pie. Si de pie, delante de un atril, para lanzar un poco de doctrina.
Rajoy, que no mueve nada, se empeña en que lo veamos en chándal,
acompañado de dos o tres amigos que aparentan no ser capaces de seguirle
el paso. A veces, se exhibe mojado, con el pelo pegado a la frente,
fingiendo una heroicidad que debería reservar para poner orden en las
fuerzas económicas supuestamente ciegas que dirigen nuestras vidas. Para
movimientos que no van a ningún lado, como decíamos, tenemos al
hámster de nuestros hijos o nietos, que quizá han comenzado a ver en
ese animal una metáfora de la vida que les espera. Señores responsables
de la imagen del presidente, déjense de historias. El movimiento ya no
se demuestra andando.
Ya he dicho que no sé por qué lo llaman posverdad, cuando se trata de
una mentira. Empiezo a pensar que puede percibirse un matiz diferente.
LLEVO CUARENTA años publicando artículos de opinión, cosa que me ha
proporcionado un dilatado conocimiento de la subjetividad humana. He
aprendido que da igual que te esfuerces en precisar, aclarar y delimitar
tus ideas en los textos que escribes: siempre habrá alguien que las
tergiverse por completo, porque por desgracia somos así, entendemos lo
que queremos entender y la pasión a menudo nos ciega. Por eso hay que
tener especial cuidado a la hora de informarnos de aquellos temas que
nos hacen hervir la sangre, porque son los que más retorceremos. Las
emociones no se avienen bien con el entendimiento. Claro está que hay un nivel de subjetividad inevitable: interpretamos el
mundo a través de todo lo que somos y a veces el peso de nuestra vida
nos impide evaluar correctamente la realidad. Recuerdo una confusión
profesional que todavía me duele. Sucedió a principios de los ochenta;
aunque hoy nos parezca mentira, en una piscina de un pueblo español se
le impidió la entrada a un negro por el color de su piel. El caso me
pareció tan zafio y tan brutal que se me ocurrió la tontería de escribir
un articulito en plan de guasa, llevando la discriminación hasta la
hipérbole: que me parecía muy bien, que seguro que desteñían… Una serie
de burradas a cual más grotesca. Dos semanas después recibí la carta de
un hombre que, humilde, educada y doloridamente, intentaba explicarme
por qué los negros como él tenían derecho a entrar en las piscinas (y a
vivir). Es decir, se había tomado en serio mis tremendos disparates, y ni siquiera así se indignaba conmigo, sino que intentaba convencerme. Aún hoy me tortura imaginar qué vida habría vivido ese lector para creer
auténtico un texto tan atroz; y lo peor es que jamás pude pedirle
disculpas ni explicarme, porque la carta no llevaba remite (una prueba
más de su sensación de indefensión). Pero la mayoría de los malentendidos no son tan dramáticos. Lo que más
abunda son las tergiversaciones tendenciosas, un defecto que solemos ver
muy claro en los demás, pero que nos cuesta muchísimo admitir: ya
saben, los necios siempre son los otros. Yo creo, sin embargo, que es
algo que por desgracia padecemos todos. Hace muchos años escribí un
artículo en el que, tras citar las palabras de un político, las
interpreté de manera total y obviamente equivocada. Un corrector del
periódico (benditos sean) pilló el error y me salvó de cometer una
estúpida pifia; y aun así, cuando el corrector me lo dijo, tuve que
releer tres o cuatro veces la frase original para conseguir entender mi
confusión. Y es que el tema del artículo me apasionaba mucho, de ahí lo
pertinaz de mi burricie. Ese estado de ceguera literal, porque lo miraba
y no lo veía, me dejó aterrada. Así de viciada es nuestra percepción
del mundo. Por cierto que ahora tenemos una prueba evidente de ello con la llamada posverdad. He dicho varias veces que no sabía por qué lo llamaban posverdad,
cuando se trataba de la mentira cochina de toda la vida. Pero empiezo a
pensar que no es así y que ahora puede percibirse un matiz diferente. Es
cierto que siempre ha habido groseras manipulaciones de la opinión
pública. Por ejemplo, en 1898 la prensa sensacionalista de William
Randolph Hearst tituló truculentamente Remember the Maine, to Hell with Spain! (¡recordad el Maine,
España al infierno!) y con ello contribuyó a la declaración de guerra
entre Estados Unidos y España; estaban acusando a nuestro país de la
explosión del navío Maine en el puerto de La Habana, aunque no
había, ni hay, la menor prueba de ello. Pero es que entonces a la gente
le era mucho más difícil obtener otras informaciones alternativas. Estaba más dirigida, más indefensa. Ahora, en cambio, escogemos creer el
primer tuit que abunda en nuestros prejuicios, aunque el tuit de al
lado demuestre que se trata de una zafia mentira. Preferimos ver determinado programa porque concuerda con nuestra berroqueña visión de las cosas, aunque con sólo hacer zapping podríamos enterarnos de que ese programa está totalmente manipulado. Sapere aude,
atrévete a saber, decía Kant. Pues bien, empiezo a tener la
sobrecogedora sensación de que la mayoría de los humanos elige no saber.
Y de que no es un tema de ignorancia, sino de simple pereza y de
cobardía.
Con ETA ha habido una telaraña de terror en todos los ámbitos, no muy
distinta de la que tejieron el nazismo o el franquismo de los primeros
años.
TUVIMOS NOTICIAS de ETA hace poco. La banda terrorista anunció que,
antes del Mundial de Rusia para que éste no le robara protagonismo
“internacional”, se disolvería o “desmovilizaría”,
término que al parecer prefiere para dignificarse y asimilarse a un
ejército o a una guerrilla. Siempre fue su empeño: presentarse como gudaris,
como bravos soldados contra un invasor, haciendo caso omiso de que el
País Vasco jamás fue invadido por España, a la que se unió
voluntariamente hace siglos (primero a Castilla), con enorme provecho
económico prolongado hasta nuestros días. El único periodo en que estuvo
oprimido —el franquismo—, lo estuvo como el resto de la nación,
empezando por Madrid, donde teníamos instalada la dictadura y donde por
tanto era más difícil sustraerse a sus tropelías, incluidas las
urbanísticas, a su represión y a su vigilancia, más cercanas que en
cualquier otro sitio.
Pero ETA, que empezó en el tardofranquismo, fue más activa que nunca
después, durante la democracia, cuando el País Vasco estuvo tan oprimido
como el resto, es decir: nada. Desde hace unos siete años, cuando ETA proclamó el cese de su “lucha”
en la que los bravos soldados apenas corrían riesgo, la gente de ese
territorio ha vivido con libertad plena, esto es, exactamente igual que
desde 1978 —por poner una fecha—, aunque ETA y parte del PNV (que ganaba
elecciones y mandaba) se empeñaran en asegurar lo contrario. Los
derechos de los vascos son ahora los mismos que entonces, y ahora a
pocos se les ocurre que haya que “liberarlos”. La riqueza, que no fue
escasa ni en los llamados “años de plomo”, es más abundante que nunca,
porque muchos españoles y extranjeros, que antes preferían evitar esas
tierras, se aventuran allí sin sentir ya rechazo ni peligro. Florecen,
así, el turismo y las inversiones, y no hay empresas que huyen
despavoridas.
Así pues, hay que preguntarse ahora qué es lo que ha conseguido ETA y,
sobre todo, por qué se dedicó a aterrorizar durante cuatro décadas a las
poblaciones vasca y española. Hoy hay jóvenes que ya lo ignoran todo
acerca de ese terrorismo, incluso en Euskadi. Bastan siete años para que
todo lo anterior parezca antediluviano, así va el mundo. Pero algunos
estamos acostumbrados a otro transcurrir del tiempo, y a recordar con
nitidez. En Madrid ETA atentó muchísimo, y los madrileños sobrellevamos
su terror, cotidianamente, a lo largo de cuarenta. Y qué decir de cómo
lo sobrellevaban los vascos. Bueno, unos lo celebraban, y contribuían a
extenderlo. Otros lo aplaudían desde sus casas y otros desde las calles,
en las que actuaban como matones y chivatos. “Nos hemos quedado con tu
cara”, “Sabemos dónde vives”, eran frases habituales dirigidas a los
pocos que se oponían a los mafiosos abiertamente. Una forma de intimidación descarada, sobre todo cuando era notorio que no se trataba solamente de palabras. Una parte de los vascos se dedicó a acusar, a delatar, a pintar
dianas, a señalarle a la banda cuáles debían ser sus objetivos. Y la
banda no se sabe si obedecía o mandaba, pero lo frecuente era que quien
se veía apuntado acabara recibiendo un tiro, o una carta exigiéndole
dinero con el que “compensar sus delitos”, o que asistiera a la voladura
de su negocio o al repugnante boicot de sus vecinos. Y otra parte de la
población volvía la vista y callaba, por miedo o por ambigüedad. Las
víctimas y sus familiares eran execrados después de muertos o enlutados,
no bastaba con eliminar a alguien, además había que ensuciarlo. Una porción de la sociedad vasca ha estado durante décadas envilecida
(en el peor de los casos) o acobardada (en el mejor, y no es bueno). No
estoy seguro de que el tiempo verbal que he empleado sea adecuado,
porque todavía se homenajea a lo grande a los etarras excarcelados y se
vitupera a los deudos de quienes fueron asesinados por ellos. Y todavía
Podemos y los independentistas catalanes hacen excelentes migas con los
políticos bendecidos por la banda (o a la inversa), a los que consideran
“gente de paz”. ETA mató a 829 personas .
Si se ponen a contar (una, dos, tres, cuatro…), el cómputo se les hará
interminable, hasta llegar a 829. Además de los muertos, están los
incontables heridos y mutilados, y los expulsados, y los amenazados, y
los amedrentados, los que han vivido con el pavor permanente; los que
han temido abrir el buzón y abrir la puerta, no digamos hablar en voz
alta, hasta en el bar o en la taberna, imagínense en el periódico o en
el púlpito o en el aula. Ha habido una telaraña de terror en todos los
ámbitos, no muy distinta de la que tejieron el nazismo, el stalinismo,
la Stasi de la RDA o el franquismo de los primeros quince años. ETA no
tenía el poder oficial, pero actuó como si lo tuviera, ante la lenidad o
connivencia de personajes como Arzalluz. Desde que se retiró, pocos se
acuerdan de él y muchos ni siquiera saben quién es. Y sin embargo son su
rostro y su voz iracunda y achulada lo que se me aparece cuando pienso
en el País Vasco de todos esos años, la figura dominante del periodo. ETA se disolverá de aquí a un mes, dicen. Pero para quienes la padecimos
no se disolverán sus injustificables crímenes; pertenecen a una clase
que jamás puede disolverse. !(Esto es lo que yo pienso, además de lo que dice Javier Marías, ni olvido ni perdono......Asesinar no es una palabra blanca, está teñida de rojo, de la sangre que ETA tuvo en sus manos)
l poeta catalán Luis Bagué Quílez lo ha obtenido al mejor libro de poesía de 2017.
El novelista Javier Marías, por la novela Berta Isla,
y el poeta catalán Luis Bagué Quílez han sido galardonados este sábado
con los Premios de la Crítica, que otorgan anualmente los críticos
literarios a los mejores libros de narrativa y poesía. El escritor y
académico Javier Marías estaba a la cabeza de las buenas críticas de
este año con Berta Isla, editada por Alfaguara. Esta novela es
la decimoquinta de Marías (Madrid, 1951), transcurre entre 1969 y 1995
protagonizada por Berta Isla y su marido, Tomás Nevinson, que se
convierte en espía. El ponente del jurado José María Pozuelo Yvancos ha señalado que Berta Isla es una "novela de gran altura en el contexto de la narrativa europea y supone una continuación del arco abierto en Tu rostro mañana,
de la que hereda algunos personajes". Pozuelo ha añadido que la novela
"se sirve del género del espionaje para hacer bajar al lector a las
profundidades de la condición humana y con su original estilo combina
reflexión y acción, al que añade momento líricos para entrar en grandes
asuntos universales como el amor, los secretos, la impenetrabilidad del
otro o la falta de ética de las cloacas del Estado".
El premio de poesía en lengua castellana para Luis Bagué Quílez
muestra una obra que camina entre lo políticamente incorrecto con
referentes de pinturas rupestres, las redes sociales, Velázquez, Don
Quijote, el toro de Osborne o la alta velocidad e incluye una visión
reflexiva y escéptica del mundo. Los premiados en lengua catalana han sido en narrativa Els fills de Llacuna Park (Los hijos de Llacuna Park), de María Guasch, y en poesía Convivència d'aigües (Convivencia de aguas), de Zoraida Burgos, mientras que en lengua gallega los galardonados han sido Emma Pereira, por Bibliópatas e fobólogos y Lupe Gómez en poesía por Camuflaxe (Camuflaje). En lengua vasca los premiados han sido Aingeru Espaltza por Mendi-joak (Mal de altura) y Luis Garde por el libro de poesía Barbaroak baratzean (Bárbaros en el jardín). En el caso del premio en lengua gallega a Lupe Gómez, natural de Curtis (A Coruña), el jurado ha destacado de Camuflaxe,
su octavo libro, que "sobrevuela la voluntad de plantear un ejercicio
mimético para identificarse con un entorno en el que se constata la
desaparición del mundo rural y la fuerza de lo telúrico". En narrativa
gallega la coruñesa Emma Pedreira ha sido premiada por una obra que
"abraza el género del relato corto para reflexionar de la presencia de
los libros en la vida con humor e ingenio construyendo metáforas de
nuestro tiempo". El miembro del jurado Javier Rojo ha resaltado los premios en lengua
vasca como el libro de Aingeru Epaltza, que supone un símbolo en el que
"confluye el ansia de la libertad y los sentimientos de la fatalidad
opresora", en el que aparecen amistad, arrogancia, envidia y pequeñas
miserias de los personajes, mientras que de la obra de Luis Garde ha
remarcado sus imágenes relacionadas con la idea de o muro que se
construye en Occidente contra la llegada de inmigrantes. En el caso de los premios en lengua catalana, María Guasch ha sido
galardonada por una historia en la que una joven profesora de lengua en
una prisión reconoce en la cárcel a una mujer. En poesía en catalán el
premio a Zoraida Burgos ha sido para un libro que rescata toda su obra
en un solo volumen. Estos galardones los concede la Asociación Española de Críticos
Literarios desde 1956 a los mejores libros de narrativa y poesía
publicados en España el año anterior, tanto en castellano como en
gallego, euskera y catalán. Presidido por Ángel Basanta, el jurado que ha fallado el premio ha
estado integrado por José Manuel Pozuelo Yvancos, Ángel Luis Prieto de
Paula, Araceli Iravedra, José Antonio Ponte, Enrique Turpin y Francisco
DÍaz de Castro.