6 abr 2018
5 abr 2018
Edith Wharton, vida y fantasmas de una escritora sin cadenas
Páginas de Espuma publica los primeros 43 cuentos de la gran señora neoyorquina.
Edith Wharton fue contemporánea de Virginia Woolf y de muchas otras escritoras a las que no les faltaron lectores y que vivieron una época apasionante como mujeres.
Cabalgaron la velocidad del siglo XIX al despedirse y los fogonazos con los que se desperezó el XX.
De las faldas y refajos a los pantalones; de la bicicleta al avión; las sufragistas, los divorcios...
Un mundo que prestaba todos sus cambios para destacar como pioneras.
Wharton (1862-1937), tres veces candidata al Nobel, fue la primera mujer que consiguió un Pulitzer, con La edad de la inocencia, y también la primera con un doctorado honoris causa por la Universidad de Yale.
A pesar de todo, nada ha impedido que perdure en la historia como la pupila de su amigo Henry James, cuando la valía de ambos solo puede dirimirse en el terreno de los gustos literarios.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Cabalgaron la velocidad del siglo XIX al despedirse y los fogonazos con los que se desperezó el XX.
De las faldas y refajos a los pantalones; de la bicicleta al avión; las sufragistas, los divorcios...
Un mundo que prestaba todos sus cambios para destacar como pioneras.
Wharton (1862-1937), tres veces candidata al Nobel, fue la primera mujer que consiguió un Pulitzer, con La edad de la inocencia, y también la primera con un doctorado honoris causa por la Universidad de Yale.
A pesar de todo, nada ha impedido que perdure en la historia como la pupila de su amigo Henry James, cuando la valía de ambos solo puede dirimirse en el terreno de los gustos literarios.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Mientras la sangre azul europea se resistía a
abandonar sus escayolados protocolos de terratenientes, Wharton se
paseaba en su coche, amaba por igual a hombres y mujeres, conseguía su
divorcio, ganaba dinero a porfía con sus novelas y se adentraba como
reportera por los frentes de la primera Guerra Mundial a lomos de una
moto.
Sin límites. Y todo eso sin apearse de su condición de gran
señora. Conservadora en su ideología, se manifestó contraria a las sufragistas y antifeminista, pero pocas lo fueron tanto como ella. “Era la contradicción en estado puro, una loca suelta”, se ríe la escritora Clara Obligado,
que ha prologado el volumen.
“Lo mismo se carcajeaba de la maternidad o
del matrimonio que se aliaba con los hombres.
Era de derechas, pero su
literatura es profundamente progresista. Escribe de criadas, de clases
medias, tenía una visión social muy amplia.
No juzgaba, pero exponía los
privilegios de los de su clase. Escribía para entenderse a sí misma”.
Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia: Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Decoración interior
Obligado destaca entre esas contradicciones que lo mismo escribía de asuntos peliagudos en aquellos tiempos que se daba a aficiones propias de las señoras de postín, “la decoración interior, los perritos, la moda”.Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia: Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Mientras la sangre azul europea se resistía a
abandonar sus escayolados protocolos de terratenientes, Wharton se
paseaba en su coche, amaba por igual a hombres y mujeres, conseguía su
divorcio, ganaba dinero a porfía con sus novelas y se adentraba como
reportera por los frentes de la primera Guerra Mundial a lomos de una
moto.
Sin límites.
Y todo eso sin apearse de su condición de gran
señora. Conservadora en su ideología, se manifestó contraria a las sufragistas y antifeminista, pero pocas lo fueron tanto como ella. “Era la contradicción en estado puro, una loca suelta”, se ríe la escritora Clara Obligado,
que ha prologado el volumen.
“Lo mismo se carcajeaba de la maternidad o
del matrimonio que se aliaba con los hombres.
Era de derechas, pero su
literatura es profundamente progresista. Escribe de criadas, de clases
medias, tenía una visión social muy amplia.
No juzgaba, pero exponía los
privilegios de los de su clase.
Escribía para entenderse a sí misma”.
Decoración interior
Obligado destaca entre esas contradicciones que lo mismo escribía de asuntos peliagudos en aquellos tiempos que se daba a aficiones propias de las señoras de postín,“la decoración interior, los perritos, la moda”.
Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia:
Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Pérez-Reverte: “El maltrato animal en España sale gratis. La legislación es una vergüenza”
El autor lanza ‘Los perros duros no bailan’, una novela policiaca perruna con la que ha sentido no tener que autocensurarse.
Negro es un sabueso mestizo y herido que no quisiera regresar al desolladero.
Se ganó un cambio de vida y convertirse en guardián, un hueco para dormir a gusto cuando consigue pegar ojo, buenas costillas de ternera, darse un garbeo si se lo pide el cuerpo, pero a costa de no saltarse unas pocas reglas y códigos sagrados.
A través de sus ojos y sus patas, Arturo Pérez-Reverte ha trasvasado en Los perros duros no bailan (Alfaguara) esa moral identificada con su estilo al mundo canino.
Algo que podríamos llamar humanismo animal y que es trasfondo de muchos de sus personajes bandera.
Negro bien puede asemejarse a un Falcó y un Alatriste con la melancolía que desprende también su pintor de batallas.
Sale de farra con Teo, un rodesiano cañón y Boris el Guapo, un lebrel cachondo con collar antiparásitos.
Coquetea y compadrea con Dido, su Dulcinea; con Margot, la porteña encargada del abrevadero y Tequila, la narco.
Son hembras que le provocan tan buenas pulgas como la costumbre de filosofar con Agilulfo, que ladra en latín y el cachondeo que se tira a costa de las ridiculeces de Helmut, un doberman neonazi que enseña los dientes a los inmigrantes…
A costa de ellos, Pérez-Reverte ha hilado un puro relato policiaco y una metáfora de la realidad.
Con sus deudas: desde El coloquio de los perros cervantino al Jerry de las islas de Jack London con rastros de Rudyard Kipling, Virginia Woolf o el Orwell de Rebelión en la granja,
también.
Pero sobre todo del género negro y policiaco:
“En ese sentido
es una novela canónica, corta, seca, rápida, puntual”, anunció este
jueves en la Casa de América, donde presentó el libro acompañado de Pilar Reyes, su editora.
Se trata de una obra que empezó a escribir con gusto, divirtiéndose…
“Pero que acabó con cierta amargura porque tuve que asomarme al lado
oscuro, el de la crueldad animal”, afirma.
Todo lo que tiene que ver con
el maltrato y su impunidad en España.
“La legislación que tenemos en
este país sobre ese asunto es una vergüenza.
La más infame de Europa. Se
puede cometer cualquier atrocidad y como mucho te cae un año de cárcel o
una multa que no paga nadie”.
Toda persecución ni siquiera comienza.
“¿Para qué? Los policías a los que he consultado dicen que no pueden
dedicar medios a combatir un delito que acaba en nada”.
Para denunciar eso y por el amor que le provocan los perros ha escrito este libro.
“Una mirada de cualquiera de los míos me puede mojar el lagrimal.
Y hay pocas cosas que lo logran”, advierte. Con ninguno de los suyos se ha sentido decepcionado. “Con muchas personas sí, pero con los perros, nunca”.
También le han enseñado que la lealtad, “una de esas pocas palabras que todavía escribo con mayúscula”, no está reñida con la dureza, pero sí con la ñoñería.
Sabía que no iba a fallar, que no se le podía ir este libro por el lado de la sensiblería.
“Soy como soy. No se me podía escapar de las manos. Mis perros son otro tipo de perros”.
Además, le ha servido para escudarse y sentirse más libre:
“Se ha vuelto muy difícil escribir en los últimos tiempos. Todo lo que se hace es susceptible de crear conflicto.
En mi caso y en el de otros autores, como Javier Marías, ya hemos pasado la línea de que no nos importe.
Tenemos nuestros lectores y nos conocen. Pero es muy peligroso para esos jóvenes que llegan detrás, con mucho talento y que no se atreven a afrontar según qué cosas por miedo a que se interpreten mal”.
Es producto de un mal resucitado que atenaza: “La autocensura”, cree Pérez-Reverte.
“Es más peligrosa para los periódicos de lo que ha sido la crisis. Peor que eso o los cambios de modelo por la irrupción de internet es el miedo a no decir por la reacción de las redes sociales”.
Sombras y pasos atrás.
Zarpazos que requieren posturas en guardia. No dar nada por ganado.
“Las generaciones más jóvenes creen que se levantan y todo está ahí, sin esfuerzo.
Pero deben saber que construir ciertas cosas ha costado mucho y que para preservarlas requieren de una lucha permanente.
No hay nada garantizado. Yo lo he visto desmoronarse. Es buenísimo vivir en paz, pero a veces, para mantenerla hay que levantarse y luchar”.
Sin que nos confundamos de bandos: “Hoy cualquier imbécil puede decir que es Espartaco.
Pero ese papel no se gana poniendo tuits”.
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