6 abr 2018
5 abr 2018
La presidenta del tribunal de Cifuentes dice que ella no firmó el acta del máster
Elena G. Sevillano
La universidad traslada el caso a la fiscalía por indicios de delito.
El ministerio público ya había abierto diligencias por la denuncia colectiva de varias asociaciones de estudiantes.
Foto: Cristina Cifuentes durante su comparecencia este miércoles en la Asamblea. | Vídeo: La universidad española indignada por el caso del máster de Cifuentes. LUIS SEVILLANO EPV - Atlas El caso Cifuentes ha pasado del ámbito político y universitario al judicial, probablemente lo que más temían tanto la presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, como la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Sus responsables salieron el primer día a declarar que no había irregularidad alguna, al día siguiente abrieron una investigación interna y esta tarde han anunciado que “ante la aparición de informaciones que pudieran ser constitutivas de delito” han decidido remitir a Fiscalía el resultado de la investigación. Todo se ha precipitado después de que esta mañana Alicia López de los Mozos, supuesta presidenta del tribunal que puntuó con un 7,5 a la presidenta regional Cristina Cifuentes, haya declarado ante la instructora de la investigación, Pilar Trinidad, que no reconoce el acta del tribunal de trabajo de fin de máster (TFM) de Cifuentes que aparecía con su nombre y firma, según han confirmado a EL PAÍS distintas fuentes. Las otras dos supuestas miembros del tribunal, Clara Souto y Cecilia Rosado, que también estaban citadas este jueves, no han comparecido. Ambas solicitaron un aplazamiento por cuestiones de salud, según fuentes universitarias. El delito investigado sería una falsificación en el acta universitaria, castigada, según el artículo 390 del código penal, con pena de prisión de tres a seis años, multa de 6 a 24 meses e inhabilitación especial por tiempo de dos a seis años por tratarse de una falsedad en documento público, oficial o mercantil si lo hubiera llevado a cabo un funcionario público.
La fiscalía, en todo caso, ya había abierto diligencias ante la denuncia colectiva por estos hechos presentada por una docena de asociaciones estudiantiles, informa Fernando J. Pérez.
La universidad, por su parte, ha encargado el asunto a un abogado penalista que presentará este viernes el caso en la fiscalía de Móstoles (donde se encuentra el Rectorado), según fuentes del campus.
López de los Mozos es una de las tres docentes, junto a Souto y Rosado, que firmaron supuestamente ese documento que ponía fin al posgrado de Cifuentes con un trabajo de fin de máster, el 2 de julio de 2012.En ese momento ella era delegada del Gobierno en Madrid. En 2014, la funcionaria Amelia Calonge, vieja conocida suya, cambió la calificación de una asignatura de Cifuentes y de su TFM para que ella pudiera pedir su título. En ambos casos, las calificaciones pasaron de “no presentada” a “notable”, como destapó eldiario.es el pasado 21 de marzo. La supuesta presidenta del tribunal y sus dos compañeras contactaron con un abogado el 23 de marzo para ver cómo abordaban el asunto. No han hecho declaraciones públicas desde entonces. Este jueves, finalmente, una de ellas, López de los Mozos, ha declarado ante la instructora de la investigación, Pilar Trinidad, jefa de Inspección de la URJC. No ha reconocido el acta y ha dicho que no evaluó a Cifuentes. Según distintas fuentes, se han vivido momentos de gran emoción y la profesora se ha echado a llorar. El Confidencial había adelantado el miércoles la falsedad de dos de las firmas del acta. Tras la reunión, la universidad ha decidido elevar el caso ante la fiscalía por la posible comisión de un delito: si López de los Mozos no firmó ese acta, alguien lo hizo en su lugar. El día que estalló el escándalo el rector, Javier Ramos, afirmó en rueda de prensa que había hablado con las componentes del tribunal y que se habían ratificado en la legalidad del acta del TFM.Cifuentes aseguró el miércoles ante el pleno de la Asamblea de Madrid y en rueda de prensa posterior que realizó una defensa pública de su TFM ese 2 de julio de 2012."Sí. Lo defendí de forma presencial en el campus de la Universidad Rey Juan Carlos de Vicálvaro", aseguró. En ese momento el rector de la universidad era Pedro González-Trevijano, actual magistrado del Tribunal Constitucional.López de los Mozos es la única de las tres componentes del tribunal que es profesora titular. Souto y Rosado son profesoras contratadas, no funcionarias.
En 2012 López de los Mozos, hoy secretaria del Instituto de Derecho Público, no tenía aún plaza fija. Enrique Álvarez Conde, director del máster de Derecho Público del Estado Autonómico en el que se matriculó Cifuentes y tutor suyo en el TFM, ha dirigido la tesis doctoral de las tres.
Las diligencias que ha abierto la fiscalía tienen su origen en la denuncia presentada por asociaciones de estudiantes para que se investiguen posibles delitos de falsedad documental y cohecho.
Estos colectivos señalan como responsables de los delitos citados a la funcionaria que habría modificado las notas, Amalia Calonge, a la propia presidenta regional, Cristina Cifuentes, al director del máster y a los miembros del Tribunal que calificaron el TFM.
El día que estalló el escándalo el rector, Javier Ramos, afirmó en rueda de prensa que había hablado con las componentes del tribunal y que se habían ratificado en la legalidad del acta del TFM.Cifuentes aseguró el miércoles ante el pleno de la Asamblea de Madrid y en rueda de prensa posterior que realizó una defensa pública de su TFM ese 2 de julio de 2012."Sí. Lo defendí de forma presencial en el campus de la Universidad Rey Juan Carlos de Vicálvaro", aseguró. En ese momento el rector de la universidad era Pedro González-Trevijano, actual magistrado del Tribunal Constitucional.
Edith Wharton, vida y fantasmas de una escritora sin cadenas
Páginas de Espuma publica los primeros 43 cuentos de la gran señora neoyorquina.
Edith Wharton fue contemporánea de Virginia Woolf y de muchas otras escritoras a las que no les faltaron lectores y que vivieron una época apasionante como mujeres.
Cabalgaron la velocidad del siglo XIX al despedirse y los fogonazos con los que se desperezó el XX.
De las faldas y refajos a los pantalones; de la bicicleta al avión; las sufragistas, los divorcios...
Un mundo que prestaba todos sus cambios para destacar como pioneras.
Wharton (1862-1937), tres veces candidata al Nobel, fue la primera mujer que consiguió un Pulitzer, con La edad de la inocencia, y también la primera con un doctorado honoris causa por la Universidad de Yale.
A pesar de todo, nada ha impedido que perdure en la historia como la pupila de su amigo Henry James, cuando la valía de ambos solo puede dirimirse en el terreno de los gustos literarios.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Cabalgaron la velocidad del siglo XIX al despedirse y los fogonazos con los que se desperezó el XX.
De las faldas y refajos a los pantalones; de la bicicleta al avión; las sufragistas, los divorcios...
Un mundo que prestaba todos sus cambios para destacar como pioneras.
Wharton (1862-1937), tres veces candidata al Nobel, fue la primera mujer que consiguió un Pulitzer, con La edad de la inocencia, y también la primera con un doctorado honoris causa por la Universidad de Yale.
A pesar de todo, nada ha impedido que perdure en la historia como la pupila de su amigo Henry James, cuando la valía de ambos solo puede dirimirse en el terreno de los gustos literarios.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Mientras la sangre azul europea se resistía a
abandonar sus escayolados protocolos de terratenientes, Wharton se
paseaba en su coche, amaba por igual a hombres y mujeres, conseguía su
divorcio, ganaba dinero a porfía con sus novelas y se adentraba como
reportera por los frentes de la primera Guerra Mundial a lomos de una
moto.
Sin límites. Y todo eso sin apearse de su condición de gran
señora. Conservadora en su ideología, se manifestó contraria a las sufragistas y antifeminista, pero pocas lo fueron tanto como ella. “Era la contradicción en estado puro, una loca suelta”, se ríe la escritora Clara Obligado,
que ha prologado el volumen.
“Lo mismo se carcajeaba de la maternidad o
del matrimonio que se aliaba con los hombres.
Era de derechas, pero su
literatura es profundamente progresista. Escribe de criadas, de clases
medias, tenía una visión social muy amplia.
No juzgaba, pero exponía los
privilegios de los de su clase. Escribía para entenderse a sí misma”.
Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia: Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Decoración interior
Obligado destaca entre esas contradicciones que lo mismo escribía de asuntos peliagudos en aquellos tiempos que se daba a aficiones propias de las señoras de postín, “la decoración interior, los perritos, la moda”.Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia: Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Páginas de Espuma publica ahora el primer volumen de sus Cuentos Completos (el siguiente saldrá el año que viene), los que van de 1891 a 1908, una oportunidad de acercarse a ese otro género que también cultivó la autora de Ethan Frome y La casa de la alegría.
Wharton también llega la primera a esta colección de cuentistas donde solo había, hasta ahora, autores masculinos.
A las libertades conquistadas, la neoyorquina sumó el descaro con el que llegaban al viejo continente los enriquecidos estadounidenses entonces.
Mientras la sangre azul europea se resistía a
abandonar sus escayolados protocolos de terratenientes, Wharton se
paseaba en su coche, amaba por igual a hombres y mujeres, conseguía su
divorcio, ganaba dinero a porfía con sus novelas y se adentraba como
reportera por los frentes de la primera Guerra Mundial a lomos de una
moto.
Sin límites.
Y todo eso sin apearse de su condición de gran
señora. Conservadora en su ideología, se manifestó contraria a las sufragistas y antifeminista, pero pocas lo fueron tanto como ella. “Era la contradicción en estado puro, una loca suelta”, se ríe la escritora Clara Obligado,
que ha prologado el volumen.
“Lo mismo se carcajeaba de la maternidad o
del matrimonio que se aliaba con los hombres.
Era de derechas, pero su
literatura es profundamente progresista. Escribe de criadas, de clases
medias, tenía una visión social muy amplia.
No juzgaba, pero exponía los
privilegios de los de su clase.
Escribía para entenderse a sí misma”.
Decoración interior
Obligado destaca entre esas contradicciones que lo mismo escribía de asuntos peliagudos en aquellos tiempos que se daba a aficiones propias de las señoras de postín,“la decoración interior, los perritos, la moda”.
Eso, explica la escritora, le fraguó una imagen de elegancia apolillada que debe revisarse porque su valía intelectual y sus relatos “no necesitan defensa”.
Eran los años de los fantasmas, aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les venían muy bien para exponer sus propios miedos, su espiritualidad.
Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.
El volumen ha sido traducido por un equipo de traductores que trabajan en coherencia:
Maite Fernández Estañán, Eva Gallud, Juan Carlos García y Emma Cotro. Para esta última, Wharton es “fácil de leer y difícil de traducir: alta literatura”.
Viajera incansable (España, Italia, Marruecos), Wharton instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.
Su apasionante biografía no ensombrece una literatura que siempre contó con la mirada crítica de su institutriz, Anna Catherine Bahlmann, quien, como dice Obligado, la corrigió desde pequeña la miopía con la que miraban los de su clase.
Pérez-Reverte: “El maltrato animal en España sale gratis. La legislación es una vergüenza”
El autor lanza ‘Los perros duros no bailan’, una novela policiaca perruna con la que ha sentido no tener que autocensurarse.
Se ganó un cambio de vida y convertirse en guardián, un hueco para dormir a gusto cuando consigue pegar ojo, buenas costillas de ternera, darse un garbeo si se lo pide el cuerpo, pero a costa de no saltarse unas pocas reglas y códigos sagrados.
A través de sus ojos y sus patas, Arturo Pérez-Reverte ha trasvasado en Los perros duros no bailan (Alfaguara) esa moral identificada con su estilo al mundo canino.
Algo que podríamos llamar humanismo animal y que es trasfondo de muchos de sus personajes bandera.
Negro bien puede asemejarse a un Falcó y un Alatriste con la melancolía que desprende también su pintor de batallas.
Sale de farra con Teo, un rodesiano cañón y Boris el Guapo, un lebrel cachondo con collar antiparásitos.
Coquetea y compadrea con Dido, su Dulcinea; con Margot, la porteña encargada del abrevadero y Tequila, la narco.
Son hembras que le provocan tan buenas pulgas como la costumbre de filosofar con Agilulfo, que ladra en latín y el cachondeo que se tira a costa de las ridiculeces de Helmut, un doberman neonazi que enseña los dientes a los inmigrantes…
A costa de ellos, Pérez-Reverte ha hilado un puro relato policiaco y una metáfora de la realidad.
Con sus deudas: desde El coloquio de los perros cervantino al Jerry de las islas de Jack London con rastros de Rudyard Kipling, Virginia Woolf o el Orwell de Rebelión en la granja,
también.
Pero sobre todo del género negro y policiaco:
“En ese sentido
es una novela canónica, corta, seca, rápida, puntual”, anunció este
jueves en la Casa de América, donde presentó el libro acompañado de Pilar Reyes, su editora.
Se trata de una obra que empezó a escribir con gusto, divirtiéndose…
“Pero que acabó con cierta amargura porque tuve que asomarme al lado
oscuro, el de la crueldad animal”, afirma.
Todo lo que tiene que ver con
el maltrato y su impunidad en España.
“La legislación que tenemos en
este país sobre ese asunto es una vergüenza.
La más infame de Europa. Se
puede cometer cualquier atrocidad y como mucho te cae un año de cárcel o
una multa que no paga nadie”.
Toda persecución ni siquiera comienza.
“¿Para qué? Los policías a los que he consultado dicen que no pueden
dedicar medios a combatir un delito que acaba en nada”.
Para denunciar eso y por el amor que le provocan los perros ha escrito este libro.
“Una mirada de cualquiera de los míos me puede mojar el lagrimal.
Y hay pocas cosas que lo logran”, advierte. Con ninguno de los suyos se ha sentido decepcionado. “Con muchas personas sí, pero con los perros, nunca”.
También le han enseñado que la lealtad, “una de esas pocas palabras que todavía escribo con mayúscula”, no está reñida con la dureza, pero sí con la ñoñería.
Sabía que no iba a fallar, que no se le podía ir este libro por el lado de la sensiblería.
“Soy como soy. No se me podía escapar de las manos. Mis perros son otro tipo de perros”.
Además, le ha servido para escudarse y sentirse más libre:
“Se ha vuelto muy difícil escribir en los últimos tiempos. Todo lo que se hace es susceptible de crear conflicto.
En mi caso y en el de otros autores, como Javier Marías, ya hemos pasado la línea de que no nos importe.
Tenemos nuestros lectores y nos conocen. Pero es muy peligroso para esos jóvenes que llegan detrás, con mucho talento y que no se atreven a afrontar según qué cosas por miedo a que se interpreten mal”.
Es producto de un mal resucitado que atenaza: “La autocensura”, cree Pérez-Reverte.
“Es más peligrosa para los periódicos de lo que ha sido la crisis. Peor que eso o los cambios de modelo por la irrupción de internet es el miedo a no decir por la reacción de las redes sociales”.
Sombras y pasos atrás.
Zarpazos que requieren posturas en guardia. No dar nada por ganado.
“Las generaciones más jóvenes creen que se levantan y todo está ahí, sin esfuerzo.
Pero deben saber que construir ciertas cosas ha costado mucho y que para preservarlas requieren de una lucha permanente.
No hay nada garantizado. Yo lo he visto desmoronarse. Es buenísimo vivir en paz, pero a veces, para mantenerla hay que levantarse y luchar”.
Sin que nos confundamos de bandos: “Hoy cualquier imbécil puede decir que es Espartaco.
Pero ese papel no se gana poniendo tuits”.
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