La actriz disfruta de un año de cosecha con una película y una obra de teatro.
En bata y mallas, con la tez arrobada y el pelo húmedo de recién
duchada.
Así se presenta la primera actriz en el estrado donde en un rato se dejará el pellejo en la función Consentimiento.
Sin más trampa que una raya negra subrayándole los ojos. Quitándose importancia y dándosela al mismo tiempo con esa voz y esos ovarios con los que pidió al mundo trabajo para criar a su hijo mientras recogía el último de sus tres premios Goya.
Sin pelos en la lengua.
¿Le pierde esa boca?
No podría hacer la carrera diplomática, cierto, y a veces la gente me pilla con la matrícula cambiada.
Lamento molestar, pero no soy más que una entretenedora de gente.
Mi único deseo es ser la actriz que un día soñé ser.
¿Y a qué distancia está de eso?
Muy lejos, soy muy exigente conmigo.
Si no, te acomodas pensando que has llegado, y no.
Con tres goyas, lo suyo no estará pagado, pero sí agradecido.
Eso sí.
Noto que trabajo poco y me cunde mucho, como el Fairy, pero tampoco puedo decir que trabajo poco, porque me riñe hasta mi madre.
No me quejo: el 90% de mi profesión está en paro, y estoy orgullosa de estar trabajando, pero pasé una época muy cabrona.
¿Es mejor guardar el misterio?
La gente guarda mucho la ropa y yo no: yo la lavo y la tiendo, y se me ve el plumero, para bien y para mal.
Pero últimamente intento no hablar demasiado porque mi opinión no es importante.
¿La Peña autocensurándose?
No, pero sí más calladita.
Ni tengo una formación espectacular, ni he leído tanto, ni tengo tanta opinión, ni soy tan interesante.
¿Y entonces, por qué nos la creemos en todos sus papeles?
Gracias.
Eso es lo único que me importa, que se crean mi trabajo y hacer las cosas de verdad.
¿Por qué insiste tanto en la normalidad como justificándose?
Porque soy una niña de pueblo que se crió leyendo Fotogramas y Vogue y creía que esas mujeres eran de otro planeta.
Quiero que si alguien lee esto se identifique con una mujer normal. La prensa no nos da mucho sitio a las mujeres normales.
Cuando me reprochan que no doy entrevistas, digo: “Dame la portada”, y se me ríen en la cara.
Soy la primera a quien le tiemblan las canillas ante la belleza.
Pero al talento, las ganas y el esfuerzo habría que darle espacio, sobre todo para los jóvenes.
No es que quiera educar a nadie, pero me aterra que Instagram sea el referente para muchos.
Hablando de ordinariez, es usted la actriz que mejor dice tacos.
Crecí en el bar de un pueblo de extrarradio de Barcelona y he visto y oído de todo.
Mi abuela sevillana me decía: “Hija de la gran puta, qué guapa estás”, como un piropo.
Un taco lo puede decir todo.
El talento sí que es extraordinario. ¿No se cree el suyo?
No, porque, además, si fuera así, tampoco sirve para mucho reivindicarlo.
O eso de tener que explicar que soy catalana y, como no creo en la independencia, me llamen facha y me encasillen.
Me agota.
Prefiero estar en mi barrio normal de personas normales.
Creo que le dice a su hijo que le cuenta cuentos a los mayores.
Sí, eso es lo que hago, y quiero que lo viva como algo común.
¿Va su hijo a un cole público?
Pues mira, no.
Eso es lo único en que no he sido fiel a mí misma.
¿Se come mucho sus palabras?
Sí, y se me hacen bola, pero con esta profesión es lo único que le voy a poder dejar: un cole donde haga contactos.
Su madre no trabajará, pero él conocerá gente.
¿Es de combustión rápida?
Sí, y esto me pasa factura con todo: amistades, parejas.
Me lo tengo que tratar, y me lo trato.
¿Hay terapia para eso?
Sí. Ahora no voy porque ando mal de pasta y le debo mucho a mi madre, pero volveré.
El otro día me dijo mi compañero de función que si él es un ovni, yo soy E.T.
Todos necesitamos ayuda.
Se autoflagela que da gusto.
Así se presenta la primera actriz en el estrado donde en un rato se dejará el pellejo en la función Consentimiento.
Sin más trampa que una raya negra subrayándole los ojos. Quitándose importancia y dándosela al mismo tiempo con esa voz y esos ovarios con los que pidió al mundo trabajo para criar a su hijo mientras recogía el último de sus tres premios Goya.
Sin pelos en la lengua.
¿Le pierde esa boca?
No podría hacer la carrera diplomática, cierto, y a veces la gente me pilla con la matrícula cambiada.
Lamento molestar, pero no soy más que una entretenedora de gente.
Mi único deseo es ser la actriz que un día soñé ser.
¿Y a qué distancia está de eso?
Muy lejos, soy muy exigente conmigo.
Si no, te acomodas pensando que has llegado, y no.
Con tres goyas, lo suyo no estará pagado, pero sí agradecido.
Eso sí.
Noto que trabajo poco y me cunde mucho, como el Fairy, pero tampoco puedo decir que trabajo poco, porque me riñe hasta mi madre.
No me quejo: el 90% de mi profesión está en paro, y estoy orgullosa de estar trabajando, pero pasé una época muy cabrona.
¿Es mejor guardar el misterio?
La gente guarda mucho la ropa y yo no: yo la lavo y la tiendo, y se me ve el plumero, para bien y para mal.
Pero últimamente intento no hablar demasiado porque mi opinión no es importante.
¿La Peña autocensurándose?
No, pero sí más calladita.
Ni tengo una formación espectacular, ni he leído tanto, ni tengo tanta opinión, ni soy tan interesante.
¿Y entonces, por qué nos la creemos en todos sus papeles?
Gracias.
Eso es lo único que me importa, que se crean mi trabajo y hacer las cosas de verdad.
¿Por qué insiste tanto en la normalidad como justificándose?
Porque soy una niña de pueblo que se crió leyendo Fotogramas y Vogue y creía que esas mujeres eran de otro planeta.
Quiero que si alguien lee esto se identifique con una mujer normal. La prensa no nos da mucho sitio a las mujeres normales.
Cuando me reprochan que no doy entrevistas, digo: “Dame la portada”, y se me ríen en la cara.
Soy la primera a quien le tiemblan las canillas ante la belleza.
Pero al talento, las ganas y el esfuerzo habría que darle espacio, sobre todo para los jóvenes.
No es que quiera educar a nadie, pero me aterra que Instagram sea el referente para muchos.
Hablando de ordinariez, es usted la actriz que mejor dice tacos.
Crecí en el bar de un pueblo de extrarradio de Barcelona y he visto y oído de todo.
Mi abuela sevillana me decía: “Hija de la gran puta, qué guapa estás”, como un piropo.
Un taco lo puede decir todo.
El talento sí que es extraordinario. ¿No se cree el suyo?
No, porque, además, si fuera así, tampoco sirve para mucho reivindicarlo.
O eso de tener que explicar que soy catalana y, como no creo en la independencia, me llamen facha y me encasillen.
Me agota.
Prefiero estar en mi barrio normal de personas normales.
Creo que le dice a su hijo que le cuenta cuentos a los mayores.
Sí, eso es lo que hago, y quiero que lo viva como algo común.
¿Va su hijo a un cole público?
Pues mira, no.
Eso es lo único en que no he sido fiel a mí misma.
¿Se come mucho sus palabras?
Sí, y se me hacen bola, pero con esta profesión es lo único que le voy a poder dejar: un cole donde haga contactos.
Su madre no trabajará, pero él conocerá gente.
¿Es de combustión rápida?
Sí, y esto me pasa factura con todo: amistades, parejas.
Me lo tengo que tratar, y me lo trato.
¿Hay terapia para eso?
Sí. Ahora no voy porque ando mal de pasta y le debo mucho a mi madre, pero volveré.
El otro día me dijo mi compañero de función que si él es un ovni, yo soy E.T.
Todos necesitamos ayuda.
Se autoflagela que da gusto.
Me han dado muchas hostias. Mi trabajo me ha salvado la vida.
¿Es el clavo al que se agarra?
Sí, y a la niña que he sido, y al cine.
Soy la hija de los dueños de un bar al lado del cine.
Cuando lo cerraron, me regalaron las tres butacas donde pasaba las tardes.
Yo tenía que ser actriz, eso es así.