La policía alemana ha detenido al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont cuando este domingo acababa de cruzar en coche la frontera desde Dinamarca, en aplicación de la euroorden de detención contra él cursada por la justicia española. El abogado del dirigente catalán, Jaume Alonso-Cuevillas, había
informado esta misma mañana de que su cliente había sido "retenido" para
hacer unas comprobaciones, pero la policía federal ha confirmado a la
agencia alemana de noticias DPA que Puigdemont ha sido detenido a las
11.19 en Schuby, en el Estado federado alemán de
Schleswig-Holstein, el único con frontera con Dinamarca. El Código Penal
de Alemania, uno de los países con los que España tiene una cooperación
judicial más activa, contempla penas que van desde los diez años de
prisión a la cadena perpetua para delitos similares a los que se le
imputan en España a Puigdemont.
Puigdemont, huido de la justicia española, fue abordado a las 11.17,
hora local (09.1 GMT), en la autopista A-7, dirección sur, y quedó a
disposición policial, según ha informado el portavoz de la Policía de lo
Criminal del Land de Schleswig-Holstein, Uwe Keller. Los
agentes han parado Puigdemont a la altura de la localidad de Jagel,
cuando acababa de cruzar en vehículo la frontera alemana desde Dinamarca
rumbo a Hamburgo, desde donde tenía la intención de volver a Bélgica. El arrestado ha sido conducido a comisaria. Ahora, el caso pasa a manos
de la fiscalía de la ciudad de Schleswig. El expresidente se encuentra en situación de "arresto provisional".
El coche de Puigdemont, un Renault Espace con matrícula
belga, fue avistado por los agentes alemanes de la Policía Criminal de
Schlewsig en la localidad de Jagel. El expresidente iba acompañado de
otras cuatro personas, cuyas identidades no han sido facilitadas. Los servicios de inteligencia españoles han
seguido todo el periplo de Puigdemont desde el viernes hasta esta mañana
y han resaltado "la excelente colaboración" de las autoridades alemanas
en este tema, según fuentes policiales.
Fuentes de la Seguridad de Estado aseguran que
Puigdemont ha estado bajo control durante su salida de Finlandia y que
en un primer momento se barajó su arresto en Dinamarca. Sin embargo, se
descartó el hacerlo al tener el convencimiento de que el expresidente
iba a seguir su periplo por tierra en Alemania. Este país es considerado
por España uno de los Estados de la UE con el que existen mejores
relaciones de colaboración policial Según ha informado Jaume Alonso-Cuevillas el
expresidente de la Generalitat permanece retenido por la policía de
Alemania, a la espera de que se practiquen las "comprobaciones"
oportunas en relación con la orden de detención que tiene pendiente. El
Gobierno acaba de recibir la confirmación oficial por parte de las
autoridades alemanas del arresto de Carles Puigdemont, informa Anabel Díez. El letrado ha explicado a través de su cuenta de Twitter que el trato
dispensado por los agentes alemanes ha sido "correcto en todo momento" y
que su cliente aún se encuentra en comisaría. "El presidente se dirigía
a Bélgica para ponerse, como siempre, a disposición de la justicia
belga", añade.
Según Alonso-Cuevillas, la defensa de Puigdemont -que tiene
otro abogado que lo representa ante la justicia belga- está poniéndose
en contacto con abogados alemanes para organizar la asistencia jurídica
del expresidente catalán de cara a la orden de detención a la que se
enfrenta. El expresidente de la Generalitat volvía a su residencia en
la localidad belga de Waterloo en vehículo desde Finlandia, país al que
había viajado para impartir una conferencia en la universidad de
Helsinki y donde le sorprendió la euroorden que el juez activó el pasado
viernes para detenerlo a él y a los exconsellers que se marcharon de
España. Puigdemont había viajado a Finlandia este fin de
semana para mantener contactos con varios diputados y dar una
conferencia en la universidad de Helsinki. Sus anfitriones en el país
nórdico aseguran que Puigdemont adelantó su regreso el viernes, poco
después de que el juez Pablo Llarena enviara a Finlandia la orden
internacional de detención. Desde entonces, se desconocía su paradero. A lo largo del día de ayer, las autoridades finlandesas
estuvieron buscando sin éxito a Carles Puigdemont, por lo que vigilaron
todos los puertos y aeropuertos del país, tras recibir la euroorden
dictada por Pablo Llarena. El Código Penal alemán contempla penas que van desde
los diez años de prisión a la cadena perpetua para cualquiera que
emprenda "por la fuerza o por la amenaza de la fuerza (..) socavar la
existencia continuada de la República Federal" o "modificar el orden
constitucional basado basado en la Ley Fundamental de la República
Federal de Alemania. El mismo texto legal contempla penas de entre uno y
diez años de cárcel para los "casos menos graves", según el artículo 81
de la norma penal germana, informa Fernando J. Pérez. A
efectos de entrega se cumple así uno de los requisitos, cual es que el
delito por el que se reclama la detención y entrega esté contemplado en
la norma penal del país en el que se encuentra el reclamado. Fuentes de seguridad del Estado recuerdan que Alemania,
junto a Francia, Italia y Portugal, es uno de los países con los que
existe una cooperación judicial más activa, informa Óscar López Fonseca. Alemania detuvo en 2015 a 1.635 personas en cumplimiento de órdenes de
detención y entrega europeas. El resultado fue la entrega efectiva de
1.283 detenidos, en un plazo de entre 15 días (si el reo consiente la
extradición) y 47 días (las recurridas) de media.
En una época que ha consagrado la tendencia unisex y las prendas sin
género, la moda masculina marca distancias con la femenina gracias a su
forma de entender los tejidos y los materiales. Si a mediados de los
noventa el gurú Alan Flusser
afirmaba que la sastrería era el vivo reflejo de la continuidad y la
autoridad, hoy la cuestión de la durabilidad sigue siendo un caballo de
batalla para firmas, diseñadores y artesanos. En la moda para hombre,
tradicionalmente estable, el qué —los tejidos— ha sido siempre tan
importante como el cómo —la forma y el corte—. Y la ansiada calidad se
refleja de distintas maneras. Por un lado, en prendas técnicas
destinadas a perdurar. Por otro, en la conservación y renovación de
procesos textiles ancestrales. El archipiélago escocés de las Hébridas Exteriores acoge una de las
industrias artesanales más singulares del mundo. Cada mañana, en varias
de sus islas, cuatro centenares de hombres y mujeres se sientan ante
unos telares manuales situados en sus hogares y urden durante horas
metros y metros de tweed, un tejido de lana esponjoso y multicolor. En
eso, esta forma de trabajar no difiere de las decenas de talleres
artesanos que producen textiles de lujo a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, el proceso de elaboración del Harris Tweed es el único que
cuenta con una ley propia desde 1993. “Fue una decisión visionaria”,
asegura Lorna Macaulay, directora ejecutiva de la Autoridad del Harris
Tweed, el organismo que regula la aplicación de esta peculiar norma. “En
aquella época el mercado del tweed estaba creciendo y había cuestiones
que solucionar”, explica en alusión a las falsificaciones y la confusión
acerca de la autenticidad de este tejido centenario. “Es posible que
sus impulsores previeran los cambios que iba a experimentar el mercado
textil, la irrupción de la industria asiática y el papel de las nuevas
tecnologías, y en ese sentido fue algo valiente”. Desde hace 25 años, la entidad que dirige Macaulay es la única
autorizada para otorgar el sello de calidad que se imprime en cada metro
de Harris Tweed. “Se trata de un material muy especial, y gracias a la
ley sabemos que nunca podrán llevárselo a otro lugar”. Aquí la lana se
tiñe antes del hilado, por lo que una misma hebra acaba teniendo varios
tonos. El resultado es un tejido artesanal, resistente y, por lo tanto,
costoso. En 1966, en la cumbre de su popularidad, llegaron a exportar
7,6 millones de metros. “Ahora estamos en 1,6 millones, y no creo que
vayamos a aspirar a ser otra vez una industria de 7”.
El tweed, uno de los ingredientes imprescindibles para entender la
indumentaria masculina clásica, se consolidó a mediados del XIX, cuando
Lady Dunmore, una aristócrata entusiasta, decidió impulsar la industria
local. Actualmente, su estabilidad depende de las tendencias, y hay
razones históricas para ello. Con la evolución de la sastrería moderna,
el desarrollo de nuevos tejidos más resistentes, sofisticados y lujosos
es un valor diferencial de la moda masculina. También es un modo de aportar innovación y originalidad a patrones,
cortes y tipos de prenda que habitualmente varían menos que sus
homólogos femeninos.
En Pitti Uomo, la feria de moda masculina que se celebra dos veces al
año en Florencia, las distancias cortas le ganan la partida a la
espectacularidad de los desfiles. Muchas de las 1.244 firmas que
participaron en la edición del pasado enero fiaban al tacto el éxito de
sus productos. Los responsables de cada marca invitaban a tocar las
prendas, a sopesar la consistencia de los tejidos, a admirar la sutileza
de los materiales y a descubrir sus historias. En un tiempo en que gran
parte de la ropa que compramos viaja por todo el mundo antes de llegar a
nuestras manos, garantizar la trazabilidad de cada material se ha
convertido en una obsesión para quienes aspiran a cambiar las reglas del
juego.
Ejemplo paradigmático es el de Ermenegildo Zegna, firma de lujo
global que nació en 1910 como un taller de tejidos. El telar de la casa,
el mismo que inauguró el fundador en Trivero, un pueblo de los Alpes
italianos, sigue siendo hoy el principal motivo de orgullo de una
compañía que presume de contar con una estructura vertical. Eso
significa que tanto la granja donde se crían los animales como las
tiendas pertenecen a la empresa. Y que, por tanto, pueden responder de
todo lo que sucede durante el proceso. Si el tweed escocés se elabora con lana de merino, los tejidos de Zegna
presumen de italianidad experimentando con fibras más ligeras y
flexibles, como lana extrafina de Australia, mohair sudafricano,
cachemir de Mongolia, alpaca de Bolivia y vicuña, que Zegna obtiene
gracias a su colaboración con el International Vicuña Consortium, que
regula la utilización de esta fibra tan difícil de obtener bajo la
supervisión del Gobierno peruano. A finales de los ochenta la vicuña
llegó a estar en peligro de extinción, pero hoy existen más de 150.000
ejemplares en Perú, y Zegna financia la construcción de pozos y sistemas
hídricos que garanticen la supervivencia de ganaderos y animales
durante el gélido invierno andino. La firma ha incluido en su estrategia
de comunicación información exhaustiva acerca del proceso de
producción. Incluso hablan de los cardos con que sus empleados cepillan
el tejido para limpiarlo antes de darlo por terminado.
Con estos mimbres, el mercado de la moda masculina ha sabido
desarrollar códigos propios y también un tipo de erudición única en la
industria. En cientos de foros especializados, los aficionados a la
sastrería debaten sobre proveedores, materias primas, acabados e
innovaciones. Las camiserías actualizan sus catálogos porque cada vez
más clientes acuden en busca de tejidos específicos —como el algodón Sea
Island, de gran calidad debido a la longitud de sus fibras— o
reclamando referencias de productores como Supima, una firma
norteamericana cuyo algodón cuenta con clientes como Brooks Brothers. La batalla de los tejidos en la moda para hombre se libra hoy en el
campo de lo artesanal, pero también en el de la tecnología. Según datos
del informe más reciente de Euratex, el 38% de las exportaciones
globales del sector textil europeo en 2016 correspondieron a tejidos
técnicos, que antaño eran patrimonio exclusivo de la ropa deportiva. El
italiano Enzo Fusco, responsable de la expansión comercial de la
compañía bostoniana Blauer, especializada inicialmente en uniformes para
los cuerpos de seguridad, presenta cada año innovaciones que van desde
unos plumíferos cuyo relleno se obtiene reciclando edredones nórdicos
hasta prendas aislantes inspiradas en la indumentaria militar. “Podríamos usar el cachemir, pero no sería algo propio de nuestra
filosofía”, explica.
Para muchos de los empresarios que están transformando la industria,
la innovación puede ser tan seductora como la tradición. La japonesa
Uniqlo ha forjado buena parte de su fama gracias a sus plumíferos
sintéticos ultraligeros y asequibles. Stone Island, fundada en 1982,
analiza uniformes y ropa de trabajo para crear chaquetas técnicas con
materiales futuristas. Por ejemplo, monofilamento de nailon, tejidos
termosensibles que cambian de color con las variaciones de temperatura o
revestimientos de acero inoxidable como los que se emplean para
proteger los sistemas informáticos de las aeronaves. Con la imaginación
al servicio de la tecnología —y viceversa—, la casa italiana Herno ha
sabido convertir cada uno de sus lanzamientos en un alarde de técnica. “Los hombres fueron los primeros en aproximarse a las prendas
técnicas de exterior y a pedir resultados muy exigentes”, explican
fuentes de la firma. “Probablemente al principio estuvieran más atentos
al factor funcional, pero pronto empezaron a demandar prendas no solo
adaptadas al deporte, sino también a la vida urbana”. De esa inquietud han surgido algunos logros recientes de la empresa,
como una chaqueta bómber cuyo nombre, 5 Denier, hace referencia al peso
de su fibra de nailon, la más fina del mundo para prendas de exterior. En la última edición de Pitti Uomo, Herno presumía de su colección
Laminar, creada en colaboración con Gore-Tex, que ha conducido al
desarrollo del primer plumífero totalmente impermeable y sin costuras
tradicionales. También de chaquetas futuristas que, a distancia, parecen
elaboradas en piel, pero de cerca revelan un tejido de membrana
aislante.
Hoy la casa factura ropa que ha sustituido los logos visibles por
soluciones técnicas: prendas cortadas con láser, termoselladas,
vulcanizadas o cosidas con ultrasonidos, tejidos que repelen el agua y
diseños minimalistas. En un mundo en el que se producen 2.000 millones
de kilos de lana de oveja, pero solo 5 millones de kilos de cachemir, el
lujo sostenible consiste en cuidar cada etapa de la producción
artesanal, pero también en elevar la tecnología —y el reciclaje— a la
categoría de arte. Por eso no extraña que cada vez más firmas incluyan
en sus prendas, a modo de etiqueta, informaciones que detallan el origen
y la razón de ser de cada tejido. . La moda masculina ha aprendido a seducir a base de didáctica y ha
convertido a sus clientes en consumidores activos atentos a las cifras,
los tecnicismos y las historias, consolidando su papel como gran fábrica
de relatos global.
EL MUNDO ES uno de esos lugares a los que hay que
acostumbrarse. No se llega al mundo como el que llega a casa por la
noche, después de una dura jornada de trabajo. No se entra en la
realidad como en la cocina propia, donde a uno le reconfortan los olores
de las verduras o de las especias que utiliza para el estofado. El
mundo, digámoslo rápido, no es un lugar familiar, sino un espacio
extraño, incluso hostil al que, con suerte y habilidad, y si no nos
destruye él antes, acabamos conquistando. Significa que no somos de
aquí. Pero si no somos de aquí, ¿de dónde? Fíjense en la foto. Aparecen
en ella tres adultos que, evidentemente, por sus gestos, ya se han
acostumbrado al mundo. Actúan con la naturalidad con la que se movería
en la cárcel un preso veterano, en la montaña un alpinista, o en la
central nuclear un ingeniero. Nada les extraña, y eso que pertenecen a un equipo sanitario
de la Media Luna Roja. Quiere decirse que se pasan la vida sofocando
hemorragias, cosiendo y descosiendo cuerpos, extrayendo balas, vendando
cabezas. Ahora se encuentran atendiendo a un par de críos durante la evacuación de enfermos de Guta Oriental, en Siria.
Pero
a lo que íbamos. Observen la expresión del niño sentado en el centro en
la imagen. Si se fijan, no está asustado, sino extrañado, como si
acabara de aterrizar en Marte. ¿Qué lugar es este?, parece preguntarse. No ese lugar concreto, sino el mundo en general. ¿Qué lugar es el mundo?
Crecerá, si no le alcanza antes una bomba, y acabará acostumbrándose o
fingiendo que se acostumbra. Es lo que tarde o temprano hacemos todos.
Un rosario de hallazgos en los últimos 20 años nos ha obligado a cambiar
las egocéntricas teorías que sobre los neandertales manejamos durante
siglos.
Tengo en mi despacho la foto de la cabeza de un hombre de unos 40
años. Su cráneo rasurado está teñido con un pigmento rojo y luce un
bonito tocado de plumas de ave. Dos largas espinas decorativas le
atraviesan elegantemente las orejas. Una raya de pintura negra desciende
por la mitad de su frente y cubre el puente de su gran nariz. Sus ojos
son suspicaces y orgullosos, y de su rostro perfectamente afeitado emana
una impresión de fuerza y de poder. Podría ser cualquier gran jefe
indio de las praderas americanas. Pero no. Es la reconstrucción de un
cráneo de neandertal a la luz de las nuevas evidencias científicas. Durante siglos, con el pomposo egocentrismo que nos caracteriza, hemos visualizado a esos otros Homos, los neandertales,
como bestias hirsutas, feas como demonios y patizambas; muy parecidos,
en suma, a como imaginamos ahora a los ogros, a los yetis y a todas esas
criaturas legendarias que en realidad no son sino la huella mítica del
recuerdo real de aquellos primos. Hasta hace muy poco creíamos que esos
brutos no sabían hablar y no nos extrañaba que se hubieran extinguido de
un plumazo cuando nosotros, lampiños, inteligentes y bien plantados,
salimos con paso alegre de África camino de la gloria. Pero en los
últimos 20 años una cascada de descubrimientos nos ha ido hundiendo el
ego en la miseria.
Hoy sabemos que hablaban y que tenían nuestra misma capacidad
craneal, la misma inteligencia. Durante cierto tiempo intentamos
atrincherarnos en la estética: sostuvimos que habíamos sido nosotros,
los cromañones, quienes empezamos a fabricar adornos. Me encantó esa
teoría; era emocionante que los sapiens nos hubiéramos salvado
de la extinción gracias a necesitar esa cosa tan inútil que es la
belleza. Pero la alegría duró poco; enseguida se encontraron collares de
conchas en los asentamientos de nuestros primos. Estaban tan heridos
por la belleza como nosotros.
Se sabe que hemos coincidido con los neandertales, que nos
emparentamos y tuvimos sexo e hijos. Entre el 1% y el 4% de nuestros
genes (salvo en los subsaharianos) proceden de ellos. Como no todos hemos heredado los mismos rasgos, sumando a unos y
otros conservamos entre un 20% y un 30% de genes neandertales. Su
herencia nos predispone, entre otras cosas, a la depresión y a las
adicciones. Yo, que fumé durante 20 años tres paquetes de tabaco al día,
debo de tener una abuela neandertal de armas tomar. Ha habido otras especies humanas, como el Homo denisovano o
el de Flores, pero los neandertales han sido los más importantes, porque
duraron más de 200.000 años (una proeza: recordemos que la escritura y
nuestra historia empezaron hace solo 6.000 años). Ahora acaba de hacerse
un descubrimiento colosal: una nueva datación en las pinturas rupestres
de tres cuevas españolas han demostrado que fueron hechas por
neandertales hará 65.000 años. Son las obras de arte más antiguas del
planeta, y no son nuestras. Sí, nos parecíamos mucho. Y se extinguieron.
Ah, qué inquietud. Si nada nos diferencia, podríamos extinguirnos
nosotros también. El enigma de la desaparición de los neandertales se está convirtiendo
en el mayor misterio de la humanidad. Apunta Yuval Noah Harari en su
brillante ensayo Sapiens que fue la capacidad de crear ficción
lo que nos hizo triunfar como especie. Una preciosa explicación aunque,
la verdad, no me la creo: me imagino muy bien a mi abuela neandertal
contándoles historias a sus nietos en la hoguera. A mí me convence más
una profesora norteamericana, Pat Shipman, que hace un par de años
expuso una teoría que me deslumbró. Verán, los neandertales eran más
robustos que nosotros y necesitaban más cantidad de alimentos. Cuando se
extinguieron estábamos en plena glaciación; no solo escaseaba la
comida, sino que de repente habían aparecido unos extranjeros que hacían
algo muy raro: se aliaban con los lobos para cazar. Humanos y perros
formamos un equipo depredador de formidable eficacia, tanta que la
fórmula sigue vigente. Probablemente fuimos una especie de arma letal
por carambola:
acaparamos la comida y los matamos de hambre. Así que ni más listos, ni
más artistas, ni más sofisticados: nos salvaron los perros. Somos poca
cosa. Y desagradecidos.