Mohammad Ismail HE AQUÍ un mercado de pájaros. Los hay en todo el mundo.
En algunas ciudades constituyen un atractivo turístico importante. La
relación entre la jaula y el pájaro es semejante a la de la palabra con
el objeto que nombra. La palabra, o significante, es la jaula; el
objeto, o significado, el pájaro. Cuando el pájaro huye, la jaula deja
de significar. De acuerdo, me estoy haciendo un lío. Lo cierto es que de
pequeño iba al Rastro de Madrid a ver pájaros
con mi padre. Los miraba de izquierda a derecha y de arriba abajo, como
si leyera un texto, como si cada una de aquellas pequeñas jaulas fuera
una palabra cargada de contenido semántico. El contenido semántico lo
proporcionaban las aves: palomas, periquitos, cuervos, canarios,
jilgueros, loros, cotorras, verderones… Así agrupados, formaban frases que hablaban del placer que
proporcionaba a los hombres cortarles las alas: metafóricamente
hablando, se las habían arrancado puesto que no podían volar.
Siempre le pedía a mi padre que me comprara un pájaro y él siempre me decía que lo que en realidad deseaba era la jaula —El pájaro es la excusa —añadía. Aquello me desconcertaba, como si fuera posible amar las
palabras por su sonido más que por lo que significaban. Aunque quizá
tenía razón. Observen las jaulas de la foto, formando también frases y
párrafos, dueñas de una sintaxis que articula algo que no sabemos
expresar. Las jaulas constituyen por sí mismas un alfabeto antiguo, por
descifrar en parte. Y fíjense en los pájaros, pobres, pagando el pato de
la necesidad que tenemos de darle sentido a los barrotes.
Hay quienes tachan de caza de brujas las acusaciones contra el director
por abusos sexuales, pero el caso dista de estar claro: encierra datos
inquietantes.
LLEVO SEMANAS asistiendo con asombro creciente a la beatificación de Woody Allen. Lo veo levitar ante mis ojos rumbo al cielo aupado por diversos
columnistas y comentaristas. Salvo alguna excepción, en la mayoría de
estos alegatos se dan dos curiosas circunstancias: por un lado, una
enérgica, escandalizada denuncia de la caza de brujas del movimiento MeToo,
que según ellos llega a ser tan dogmático que está torturando al pobre
Allen sin ninguna prueba; y por el otro, una sesgada ignorancia sobre
las circunstancias de este caso. Lo cual me preocupa, porque veo a
colegas admirados e incluso queridos llegar en este tema a un nivel de
simplificación que no suelen manifestar en otros asuntos. De entrada, sorprende que todos estén tan convencidos de la inocencia de
Woody Allen, porque el tema es un maldito y envenenado pantano: yo,
desde luego, no estoy segura de nada. Algunos afirman que Allen fue
declarado no culpable, lo cual es un error: no hubo ninguna declaración
porque no hubo juicio. El examen médico de la niña Dylan, que tenía
siete años, resultó negativo (claro que unos tocamientos, esa fue la
acusación, no dejan huella); además, un informe del hospital Yale-New
Haven, encargado por el fiscal del Estado Frank Maco, concluye que el
vídeo en el que la niña habla de los abusos está editado y manipulado, y
que o bien Dylan se inventaba todo, o bien se lo había sugerido la
madre. Debo recordar que el proceso tuvo lugar en medio de la trifulca
de la separación de Allen y Farrow a consecuencia de la relación de él
con una hija adoptiva de Mia. Total, que el juez Elliot Wilk no encontró
pruebas concluyentes y cerró el caso.
Hasta aquí todo parece muy sencillo. Pero empecemos con el lío. Resulta
que el informe Yale-New Haven está firmado por dos asistentes sociales y
por un pediatra que era el jefe del equipo, pero que jamás vio a Dylan. Todas las notas de la investigación fueron destruidas antes de
presentar el informe, algo muy anómalo; los asistentes sociales se
negaron a declarar ante el juez y el único testimonio fue el del
pediatra. Por todas estas razones, el estudio no fue considerado fiable
ni por el fiscal que lo había encargado ni por el juez, que dijo: “Es un
informe sanitized [desinfectado, retocado] y por lo tanto
menos creíble”. En cuanto al fiscal Maco, declaró que no había
continuado con el caso por la fragilidad de la niña víctima, aunque
había causa probable para presentar cargos contra Allen (el cineasta le
puso una denuncia disciplinar por estas palabras y perdió). Además, y
aunque no hubo nunca un juicio por los supuestos tocamientos, sí lo hubo
por la custodia de los hijos de Allen; y Elliot Wilk, el mismo juez que
archivó los abusos, dijo en esa sentencia cosas como: “No hay evidencia
creíble que soporte la alegación del señor Allen de que la señora
Farrow manipuló a Dylan” “Probablemente nunca sabremos lo que sucedió aquel 4 de
agosto de 1999 (…) [pero] la conducta del señor Allen hacia Dylan fue
gravemente inapropiada y… deben tomarse medidas para proteger a la niña”
(el texto íntegro de la sentencia está en Internet). Farrow obtuvo la
custodia y el juez denegó las visitas de Woody a Dylan. Allen presentó
dos apelaciones contra la sentencia, que también perdió, y tuvo que
pagarle a Mia un millón de dólares por los gastos legales .
Aún queda muchísima basura por contar, pero no me cabe en
este artículo. Más indicios que acusan tanto a Woody como a Mia,
intentos cruzados de desacreditar a los partidarios de ambas facciones…
La miseria habitual entre dos personas chifladas que se odian. En fin,
yo no escribo este texto para demostrar que Allen es culpable (en la
duda, yo me inclino más hacia su culpabilidad, pero esto es
irrelevante), sino para probar que el caso dista mucho de estar claro y
que quienes le acusan no son unos dogmáticos y delirantes cazadores de
brujas, sino que se basan en inquietantes datos.
Aunque lo peor es intuir, a la luz de este escándalo, la facilidad con
la que la inercia social nos hace apoyar automáticamente al personaje de
poder y no prestar la suficiente atención a las denuncias de los niños
por abuso o incesto.
El independentismo catalán actual recuerda en ciertos aspectos a ‘El
triunfo de la voluntad’, el documental que ensalza la Alemania de
Hitler.
EN LOS ÚLTIMOS tiempos se ha impuesto una consigna según la
cual, en cuanto alguien menciona en una discusión a Hitler y a los
nazis, pierde inmediatamente la razón y no ha de hacérsele más caso. Me
temo que esa consigna la promueven quienes intentan parecerse a los
nazis en algún aspecto. Para que no se les señale su semejanza (y hay
muchos, de Trump a Putin a Maduro a Salvini), se blindan con ese
argumento y siguen adelante con sus prácticas sin que nadie se atreva a
denunciarlas. Evidentemente, si la palabra “nazi” se utiliza sólo como
insulto y a las primeras de cambio, se abarata y pierde su fuerza, lo
mismo que cuando los independentistas catalanes tildan de “fascista” al
que no les da la razón en todo, o las feministas de derechas llaman
“machista” a quien simplemente cuestiona algunos de sus postulados o
exageraciones reaccionarios, tanto que coinciden con los de las más
feroces puritanas y beatas de antaño. Pero hay que tener en cuenta que Hitler y los nazis no siempre fueron lo que todos sabemos
que acabaron siendo. Hubo un tiempo en que engañaron (un poco), en que
las naciones democráticas pactaron con ellos y no los vieron con muy
malos ojos. También hubo un famoso periodo en que se optó por
apaciguarlos, es decir, por hacerles concesiones a ver si con ellas se
calmaban y se daban por contentos. En 1998 escribí un largo artículo en
El País (“El triunfo de la seriedad”), tras ver el documental El triunfo de la voluntad,
que la gran directora Leni Riefenstahl (curioso que las feministas
actuales no la reivindiquen como pionera) rodó a instancias del Führer
durante las jornadas de 1934 en que se celebró en Núremberg el VI
Congreso del Partido Nazi, con más de doscientas mil personas y la
entusiasta población ciudadana. Entonces los nazis no eran aún lo que
llegaron a ser, aunque sí sumamente temibles, groseros, vacuos, pomposos
y fanáticos.
Faltaban cinco años justos para que desencadenaran la Segunda Guerra
Mundial. Pero ya habían aprobado sus leyes raciales, que databan de 1933
y además fueron cambiando y endureciéndose. Una de sus consecuencias
tempranas fue que muchos individuos que hasta entonces habían sido tan
alemanes como el que más, de pronto dejaron de serlo para una elevada
porción de sus compatriotas, que los declararon enemigos, escoria, una
amenaza para el país, y finalmente se dedicaron a exterminarlos. Lo
sucedido en los campos de concentración (no sólo con los judíos, también
con los izquierdistas, los homosexuales, los gitanos y los disidentes
demócratas) se conoció muy tardíamente; en toda su dimensión, de hecho,
una vez derrotada Alemania. Así que comparar a gente actual con los nazis no significa decir ni
insinuar que esa gente sea asesina (eso siempre está por ver), sino que
llevan a cabo acciones y toman medidas y hacen declaraciones
reminiscentes de los nazis anteriores a sus matanzas y a su guerra. Y,
lejos de lo que dicta la consigna mencionada al principio, eso conviene
señalarlo en cuanto se detecta o percibe. Una característica nazi
(bueno, dictatorial y totalitaria) es que, una vez ganadas unas
elecciones o un plebiscito, su resultado sea ya inamovible y no pueda
revisarse nunca ni someterse a nueva consulta. Es muy indicativo que en
todas las votaciones independentistas (Quebec, Escocia), nada impide
que, si esa opción es derrotada, se intente de nuevo al cabo de unos
años. Mientras que se da por descontado que, si triunfa, eso será ya así
para siempre, sin posibilidad de rectificación ni enmienda. A nadie le
cabe duda de que el modelo catalán seguiría esa pauta: si en un
referéndum fracasamos, exigiremos otro al cabo del tiempo; en cambio, si
nos es favorable, eso será definitivo y no daremos oportunidad a un
segundo.
El independentismo catalán actual va recordando a El triunfo de la voluntad
en detalles y folklore (yo aconsejo ver ese documental cada diez o
quince años, porque el mundo cambia): proliferación de banderas, himnos,
multitudes, arengas, coreografías variadas, uniformes (hoy son
camisetas con lema), patria y más patria. En uno de sus discursos,
Hitler imparte sus órdenes: “Cada día, cada hora, pensar sólo en
Alemania, en el pueblo, en el Reich, en la nación alemana y en el pueblo
alemán”. Sólo eso, cada hora, obsesiva y estérilmente. Se parecen a ensalzamientos del caudillo Jordi Pujol y de sus secuaces respecto a Cataluña. Hace poco Alcoberro,
vicepresidente de la ANC, soltó dos cosas reveladoras a las que (siendo
él personaje secundario) poca atención se ha prestado. Una fue: “Para
muchos, España ya no es un Estado ajeno, sino que es el enemigo”. No
dijo el Gobierno central, ni el Tribunal Supremo, dijo España, así,
entera. Son los mismos que a veces desfilan gritando “Somos gente de
paz” en el tono más belicoso imaginable. La otra cosa nazística que dijo
fue:“La independencia es irreversible porque los dos millones que votaron
separatista el 21 de diciembre y en el referéndum del 1 de octubre no
aceptarán otro proyecto”. En Cataluña votan cinco millones y medio, pero
las papeletas de dos abocan al país a una situación “irreversible”. Porque ellos, está claro, no respetan la democracia ni “aceptarán otro
proyecto”, aunque las urnas decidan lo contrario.
Un sábado de invierno en un mercadillo semanal de frutas y verduras.
Entre los puestos ambulantes que anuncian a gritos su mercancía se
escucha: "¡Hoy la caja de dos kilos y medio a solo tres-cin-cuen-ta!".
Fresas brillantes, jugosas y asequibles, en pleno invierno. Al rato,
apenas quedan cajas.
Lo sorprendente no es probar esta delicatessen veraniega con la
bufanda puesta.
Lo verdaderamente heroico es el hecho de que no
necesariamente ha cruzado fronteras para llegar a la mesa.
En la caja de
fresas aparece el sello de la marca y su procedencia: Mazagón-Palos de
la Frontera, Huelva, España. "Ya casi no hay fruta o verdura que no podamos encontrar en cualquier momento del año.
Tú dime qué quieres y te lo traigo el próximo sábado", cuenta el verdulero mientras coloca unos champiñones.
Frutas tropicales, espárragos trigueros, tres variedades de
lechuga, pimientos de colores, cinco tipos de tomate... Se salvan
algunas excepciones difíciles de conseguir, como determinadas manzanas,
cuya reciente producción ha caído por las heladas —no solo en España,
sino en los países europeos de los que importamos— y cuyos precios se
sitúan entre los más altos de las últimas cinco temporadas. Si las fresas se comercializan en invierno y los tomates
durante todo el año, ¿cómo podemos saber a qué temporada corresponde
realmente cada fruta, verdura y hortaliza? Y, sobre todo, ¿por qué
importa?
En teoría, adquirir los productos de temporada supondría un ahorro en la cesta de la compra y garantizaría que estos se han desarrollado bajo el sol, lo cual es importante en el caso de frutas como el tomate, parte de cuyos "azúcares se producen gracias a la luz del sol", según explica Antonio Granell, investigador del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas y miembro del CSIC. En algunas frutas eso es determinante, incluso, para el sabor que tienen. Pero estos productos en muchos casos solo se encontrarán ya en las huertas particulares.
¿Por qué los calabacines crecen en España en meses distintos que en Bélgica?
"Cuando vine a vivir a España desde Bélgica, lo primero que
me sorprendió fue la diferencia en el calendario agrícola. Muchos
productos tenían una temporada inversa a lo que comemos allí. En
Bélgica, el consumo de calabacines, tomates o berenjenas se concentra de
mayo a agosto, por ejemplo. Pero aquí funcionaba al revés. O al menos
eso marca el calendario oficial del MAPAMA, que es el que sigue todo el mundo", cuenta Flora Fosset, investigadora del proyecto del que nació la aplicación móvil Soy de Temporada. "Quienes vivimos en la ciudad no tenemos fácil acceso a los
agricultores para preguntar qué verduras o frutas producen cada mes; por
eso nos fiamos de los calendarios oficiales. Pero cuando empecé
a preguntar descubrí que la temporada de muchas frutas y verduras no
concuerda con la del cultivo tradicional en el campo. Y cuando
consulté al MAPAMA para saber qué metodología habían usado para elaborar
el calendario, de 2008, no me quedó claro qué fuentes habían empleado o
por qué sus datos no coincidían de ninguna manera con lo que decían los
agricultores". Así fue como surgió su trabajo colaborativo Soy de Temporada en el Visualizar’17 de Medialab Prado,
con el apoyo de más de 23 fuentes, entre agricultores y Consejos de
Producción de Agricultura Ecológica de Andalucía, Murcia, Extremadura y
Asturias. La plataforma ha iniciado incluso una campaña para "corregir" los datos del calendario del MAPAMA, que es el mismo que utiliza la OCU. Los datos oficiales —elaborados hace 10 años en colaboración con las Cooperativas Agro-Alimentarias de España— ofrecen un baile de fechas y frutas tan curioso como el de la temporada de mayor comercialización de la fresa: de enero a mayo. ¿De dónde vienen las fresas en invierno?
No es responsable comer cerezas que han recorrido 15.000 kilómetros, pero...
A la producción en diferentes climas y tipos de cultivo
dentro de España se une la importación de frutas y verduras de países
como Chile, en el hemisferio sur, donde durante nuestro invierno es
verano y viceversa. En 2016, según datos de Femex, en España importamos 1,6 millones de toneladas de frutas y 1,2 millones de toneladas de verduras. Organizaciones como Greenpeace
alertan de las emisiones de CO2 implicadas en este proceso (transporte,
almacenamiento en cámaras frigoríficas...). Concretamente, una revisión
de estudios llevada a cabo por Ingeniería Sin Fronteras atribuía al procesado, empaquetamiento y transporte entre un 15% y un 20% de las emisiones de gases invernadero que produce la industria agrícola, la cual según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) representa del 44% al 57% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.