La
‘princesa del pueblo’ ha firmado su nuevo contrato por lo mismo que
cobraba en 2017, a pesar de los comentarios sobre su pérdida de tirón
mediático.
Hay programas, personajes, y programas que son sus personajes. Todas las variantes de Sálvame
pertenecen a este último grupo: un espacio donde progresivamente sus
conductores y colaboradores se han convertido en los protagonistas. Trapecistas de un circo que oscila entre la comedia y el drama y donde
los gritos y la gesticulación sobreactuada forman parte del guion. En
este espectáculo de tres pistas Belén Esteban lleva años ejerciendo de prima donna
gracias al tirón de audiencia que arrastra. Una categoría conseguida a
fuerza de explotar los dimes y diretes de una vida retransmitida en
directo desde que un torero llamado Jesulín de Ubrique se cruzó en su
camino y su maternidad no acabó en boda como ocurre con las princesas de
los cuentos. Dieciocho años después de que llegara al mundo su hija Andrea Janeiro, la reina
de la telerealidad parecía pasar por horas bajas. Su hija, recién
cumplida su mayoría de edad y alejada por voluntad propia del mundo en
el que se mueve su madre, ha pedido en un comunicado que se respete su anonimato y que cese la presión mediática sobre ella. Belén Esteban tenía que renovar contrato con La Fábrica de la Tele, productora de Sálvame, y la rumurología sentenciaba que la cosa no pintaba bien. Sin su hija como objeto de controversia; con el culebrón legal con su exmanager, Toño Sanchís, finiquitado vía sentencia judicial y con Jesulín de Ubrique centrado en dar sus propias exclusivas sobre su amor incondicional hacia su mujer, María José Campanario, su filón informativo parecía en peligro. Pero algo debe tener Belén Esteban que sigue haciendo que la
cadena de televisión confíe en ella. A mediados de enero renovó el
contrato con La Fábrica de la Tele pero esta vez tuvo que conformarse
con congelar su sueldo y firmar por la misma cantidad que cobró en 2017. Fuentes de la productora han desmentido la información de la revista Lecturas
que publicó hace unos días que la cantidad que Esteban cobra anualmente
supera el millón de euros. Según la productora sus ganancias rondan la
mitad de esta cifra e incluye todas sus apariciones diarias en Sálvame y cuatro entrevistas al año en el Deluxe, un momento que se programa para emitir en horario de máxima audiencia y por el que cobra 40.000 euros por cada una de ellas.
También se ha sabido que Belén Esteban había pedido un
aumento de sueldo y que la productora no se lo concedió en esta ocasión
alegando que el programa “tiene el mismo presupuesto del año pasado, que
está muy ajustado y que Esteban es la mejor pagada del programa con
diferencia”. 2018 volverá a contar con los gestos y expresiones de ‘la
princesa del pueblo’, solo queda por ver qué tendrá que contar en esas
entrevistas que antes disparaban los medidores de audiencia. El
consejero delegado de Mediaset, Paolo Vasile, ha afirmado que “queda
Belén para rato. Para toda una vida y para varias”, pero la sentencia
final la tiene la implacable audiencia. De momento lo único seguro es
que Andreíta, la hija ya adulta de Belén Esteban y Jesús Janeiro,
tiene garantizada su privacidad por orden de la cúpula directiva de la
cadena en la que ‘actúa’ su madre. No es un mal comienzo para empezar el
año y disfrutar de una vida ajena a los focos mientras cursa sus
estudios universitarios en Gran Bretaña.
Nadie reconoce verlos pero todos sabemos de qué van porque
alguna vez, o muchas, hemos picado hasta quedar enganchados en sus
retratos de amores de ida y vuelta, rupturas sin remedio y familias que
para sí quisieran los guionistas que pergeñaron las intrigas de Falcon Crest. Hago un paréntesis destinado a millennials: Falcon Crest fue una famosa serie de los años ochenta precursora en su época de las pasiones que desata en la actualidad Juego de tronos y que para hacerse idea de su trama solo hace falta remitirse al título que recibió en algunos países de Sudamérica: Viñas de odio. Para
quien todavía no caiga, estamos hablando de programas del corazón, esos
que se cuelan a diario en nuestras casas a través del televisor sin
discriminar franja horaria ni respetar descanso dominical. Un negocio en
toda regla que ya estaba testado en las revistas especialistas en crónica rosa
y que sólo tuvo que saltar a la pequeña pantalla para multiplicar
clientes y sellar fidelidades del cotilla que todos llevamos dentro. La diferencia la marca la medida del nivel de adicción y si lo que se
busca es crónica social ligeramente almibarada o la versión porno duro
de los delirios del corazón. Una dualidad que muestra su cara más gore los fines de semana, cuando se baten en duelo un programa veterano con 20 años cumplidos a sus espaldas, Corazón de TVE, y Socialité
de Telecinco, un imberbe en la parrilla nacido durante la primeravera
de 2017, pero con más conchas que una tortuga centenaria porque ancla
sus raíces en el mismo terreno que siembran a diario Sálvame y Sábado Deluxe.
El estilo de las presentadoras de uno y otro ya anuncia que,
si se tratara de programas políticos, cada una se situaría a un extremo
del arco parlamentario, no tanto por el fondo como por el tono del
discurso. La sonrisa cándida de la conductora titular del programa,
Carolina Casado, y la elegancia imponente de su actual sustituta
temporal, Jose Toledo, son la carta de presentación de Corazón,
que durante media hora antes de los informativos de fin de semana de
TVE, indaga entre famosos patrios e internacionales para hacer un
retrato social más light y aristocrático en el que caben fiestas, presentaciones artísticas, moda, deporte y todos sus protagonistas.
Eso sí, la cosa no va de informar sobre marcas o récords
sobre la pista o descifrar las cifras de negocio de un diseñador. Para
eso están las secciones de Deportes o Economía. Aquí lo que vale es
mostrar su lado más humano; cómo se visten, qué pie calzan y con quién
terminan en la cama, aunque ese aspecto no se mencione sino que se
insinúe. Según el espectador a quien se pregunte, dirá que hacen
información rosa con elegancia o con una sobredosis de azúcar no apta
para diabéticos. Al otro lado del cuadrilátero de las audiencias rosas se sitúa Socialité
y su presentadora estrella, María Patiño, que desde que ha conseguido
espacio propio igual nos cuenta que Belén Esteban la ha vuelto a armar
aunque sea su compañera de fatigas en otro programa de la misma cadena,
como que se ha hecho un lifting de cuello. Todo sea por respeto
a esa audiencia que la espera cada fin de semana al filo de las 13.30
para alargar, durante hora y media, la experiencia mística que supone
seguir a diario interminables horas de odios, tramas canallas,
personajes patrios de diverso pelaje y todo el ardor guerrero que
derrocha Sálvame, el programa estrella de la sobremesa de Telecinco. En Socialité, sus famosos ya no son Brad Pitt, Meghan Markle o Isabel Preysler —personajes que aún llegan a los espectadores de Corazón
TVE— sino María Lapiedra, Kiko Hernández, Alba Carrillo o Anabel
Pantoja. Colaboradores y presentadores convertidos en protagonistas
creados a medida de la cadena, que hurgan en intimidades ajenas y dejan
al descubierto las propias por un puñado de euros. La cuota de pantalla manda, y si ese es el único baremo a tener en cuenta, Corazón no tardará mucho en disfrazar a su presentadora y empezar a echar carnaza al fuego de las vanidades. Porque en menos de un año Socialité
le va a la zaga en audiencia pero acorta distancias: 12,3% de cuota de
pantalla para el ariete de TVE, frente a 10,5% del novato espacio de
Telecinco. Empiezo a pensar, que no tenemos remedio.
Eso es Socialité, una prolongación de la telenovela endogámica diaria que emite esa cadena. Un espacio creado para calentar los motores de Sábado Deluxe,
que llenará la ociosa noche del sábado hasta su madrugada, y que
seguirá su estela en la matinal del domingo, para que la rueda de hacer
audiencias no tenga un minuto de descanso.
EL PASADO 5 de febrero nevó en Madrid, de modo que Rajoy, víctima de un automatismo medular, salió a los jardines de La Moncloa para hacerse un selfie que luego colgaría en Twitter.
-Fotografíame
mientras me fotografío- debió de ordenarle a un colaborador, provocando
esta imagen redundante y confusa al mismo tiempo.
Tal vez ni siquiera lo pidió. Quizá se le ocurriera a un
responsable de imagen porque era la manera de mostrar al presidente en
un acto medio íntimo. De hecho, uno se mira en el objetivo de la cámara
como se miraría en el espejo del cuarto de baño. La cámara del móvil ha
convertido la realidad en un aseo con plato de ducha, de ahí que
volvamos la vista con pudor cuando sorprendemos a alguien en el acto de
retratarse. Las meninas es el selfie más conocido del mundo. Me voy a pintar mientras pinto la historia de España, se dijo Velázquez. Solo que en Las meninas
hay complejidad, también perplejidad, hay investigación, deseo de
saber. En ese cuadro, el pintor se asoma al abismo representado por el Otro (añadan a estas cuatro urgencias el estudio que Foucault publicó en Las palabras y las cosas). Rajoy, en cambio, no se asoma a nada al asomarse a sí mismo. Ni siquiera se le pasa por la cabeza la dimensión suicida que contiene
cualquier autorretrato que se precie. Casi nos interesa más la persona
ausente que ha corrido para obtener la foto en la que su jefe se
fotografía. Ese subordinado se ha hecho, sin quererlo, una etopeya o
retrato moral. De ahí, tal vez, que su instantánea apareciera en el
periódico sin firma. Sin duda, no le gustó cómo salía.
Nos aterroriza la violencia que sufre México, pero en Europa también
operan las mafias y el dinero negro. Un Estado comienza su camino hacia
el colapso cuando sus bases se pudren.
Viajo a menudo a México, una tierra que amo. Es un pedazo de
país, con un poderío intelectual y creativo tremendo. Cuadruplica la
extensión de España, posee más de 120 millones de habitantes y su PIB
(producto interior bruto) es el decimoquinto del ranking
mundial, pero esa gran locomotora corre el peligro de descarrilar por el
acoso del crimen organizado. En 2017 padecieron 29.168 muertes
violentas, la cifra más alta desde que empezaron a publicar el número de
homicidios hace 20 años. De hecho, han superado al anterior año más
sangriento, 2011, por 6.600 cadáveres. Estos pavorosos números suponen
más de 80 asesinatos al día. A los que hay que añadir secuestros y otros
crímenes. Es el infierno. Desde Europa, desde España, contemplamos toda esa violencia con algo que
yo diría que es una mezcla de pena, miedo y fascinación. Y con unas
grandes dosis de paternalismo. El problema del narcotráfico y de los
Estados fallidos que son incapaces de mantener el orden nos parece más
bien propio de Latinoamérica o al menos de algunos países en
Latinoamérica. Es algo que no nos compete, que nos resulta impensable en
nuestra tierra. Qué terrible error el de creernos a salvo. Verán, el
infierno siempre empieza poco a poco. Con unas pequeñas llamas que nadie
se molesta en apagar. México, lo mismo que Colombia o que cualquier
otro lugar torturado por las mafias, son cuerpos sociales que fueron
enfermando. La perdición de esos hermosos países comenzó algún día.
Hace apenas un mes, en La Línea de la Concepción (Cádiz), la policía
persiguió a un hombre fichado por tráfico de drogas. El tipo iba en moto
y tuvo un accidente; sufrió una fractura abierta en la pierna, de modo
que, tras detenerlo, lo llevaron directamente al hospital. Acababan de
llegar a urgencias cuando varios todoterrenos frenaron aparatosamente
ante la puerta y una veintena de encapuchados irrumpieron en el hospital,
forcejearon con los dos policías que custodiaban al preso y se llevaron
al herido, mientras enfermeros y pacientes, empavorecidos, se escondían
o saltaban por encima de los mostradores. Al parecer (lo contó Chema
Rodríguez en El Mundo) el narco rescatado era el lugarteniente
de una banda dirigida por dos hermanos, los Castañitas. ¿No les suena
esta escena? ¿No parece sacada de una de esas películas de Pablo Escobar
que tanto nos entretienen? Por cierto que el herido tenía el fémur
asomando, de modo que quienes se lo llevaron le han tenido que facilitar
ayuda médica. Quiero decir que este tipo de delincuencia posee una
estructura compleja y tentáculos que se extienden por la sociedad, cada
vez más hondos y más lejos. Se diría que en La Línea de la Concepción hay una zona candente del
narcotráfico en España. Cuenta J. J. Gálvez en EL PAÍS que allí operan
más de 30 mafias organizadas con ganancias que exceden los 325 millones
de euros al año. Pero lo temible es que no es sólo La Línea. Ni siquiera
es sólo España. En mayo de 2017, la Europol, la agencia policial de la
UE, sacó su segundo estudio sobre el crimen organizado. Hay más de 5.000
grupos criminales compuestos por ciudadanos de 180 nacionalidades,
aunque el 60% procede de la UE. Javier Rivas dice en EL PAÍS que el
narcotráfico es su principal negocio (mueven 24.000 millones de euros
anuales), seguido por el tráfico de migrantes irregulares (unos 5.000
millones de euros), trata de seres humanos, cibercrimen y bandas de
delincuentes contra la propiedad. La Europol advierte: “El crimen
organizado supone una amenaza clave para la seguridad de la UE”.
Sí, el infierno empieza así, poquito a poco, alimentado por el flujo
incesante del dinero sucio. Y ya ven, a mí me aterra cruzar estos datos
de las mafias con el nivel de corrupción latente en España. Es difícil
de creer que todos esos alcaldes, concejales, diputados, dirigentes de
los diversos partidos y cargos públicos que tienen tanta facilidad para
robar puedan defendernos de los narcos o vayan a tener reparos morales a
la hora de beneficiarse de los muchos millones que las mafias mueven. Un Estado comienza su camino hacia el colapso cuando sus bases se
pudren. Las nuestras están bastante carcomidas y nadie parece tomárselo
muy en serio.