Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 feb 2018

Alaska: “No entiendo el sexo virtual”................................ Luz Sánchez-Mellado

La musa de La Movida cumple 40 años de carrera y estrena en Madrid 'El amor está en el aire' con su marido Mario Vaquerizo.

 

Los milenios pasan, Alaska permanece.
 No es una virtuosa cantando ni bailando, pero sí alguien capaz de trascender las modas al haber inventado su nombre y su espacio, y mantenerlo 40 años.
 La entrevista transcurre en el hotel Emperador, en la madrileña Gran Vía, escenario de su boda con Mario Vaquerizo, transmitida en un reality de éxito entre la chavalería millenial
 Mientras charlamos, un grupo de adolescentes la acribilla a fotos desde la calle a través de la cristalera. La historia de su vida.
Mis hijas me encargan que les salude a Mario. ¿Desde cuándo la llaman la mujer de Vaquerizo?
Los amigos, desde el principio, porque saben que me divierte profundamente.
 Y ahora para muchas niñas soy la mujer de Mario, y la hija de América, mi señora madre, sí. 
No me importa, porque no dejo de ser yo y yo sé lo que soy. 
Mi ego puede soportarlo.
 

¿Cómo es vivir con Él?
Lo que todos piensan: divertido.
 A veces demasiado para una hija única como yo, que necesita su espacio.
 Pero sobre todo es fácil, porque se levanta y se acuesta de buen humor, y yo detesto a la gente eternamente enojada.
En su casa, el desmaquillante debe de ponérseles en un pico. ¿Cómo es Alaska a cara lavada?
Un huevo duro, que decía Boy George. 
No tengo facciones, ni cejas ni pestañas. Me produzco, me manipulo, me invento como quiero que se me vea.
 Y ahí solo vale tu criterio. Si hay una señora de 80 años que presume de no haberse hecho nada y lavarse con jabón Lagarto, pues felicidades, amiga.

A ver si logro preguntarle algo nuevo en sus 41 años de entrevistas. ¿Qué tal los triglicéridos?
Pues fíjate que no estoy segura, ni de los triglicéridos, ni si de me lo han preguntado. 
A lo mejor sí, para alguna revista médica.
¿Le han llamado ya vieja?
Empecé con 14 años y me decían que no podía vestirme como me vestía, y ahora estoy a punto de oír lo mismo por vestir como visto a los 54.
 Supongo que aún no se atreven: esperarán a los 60.
Distinga entre viejo y 'vintage'.
La diferencia es el precio, y el tonto que lo dice en la revista. 
Todo es antiguo, o viejo y tiene valor.
Se ha pasado usted un poco de los 5 minutos de fama de Warhol.
Pues sí, y más para ser su hija.
 Eso no lo buscas tú. Pero Warhol sí que es moderno, está más vigente que nunca.
 Lo que estamos viviendo hoy es puro Warhol.

Mira que le gusta un charco.
Ya no.
 Era divertido, pero he concluido que mi opinión no importa, y paso de mojarme cuando todo es causa de inquisición.
 Es un momento fatal para opinar,
¿Y para qué es bueno?
Pues, igual este es un buen momento para mirar hacia adentro.
“Alaska, introvertida”: eso sí que es un oxímoron.
Al revés, “Alaska, extrovertida” sí lo es. 
También me ocurrió con 16 años.
 Pedro [Almodóvar] siempre dice 'que lo cuente Alaska, que como no salió ni bebió, se acuerda de todo'. Y es cierto.
“Ya no quiero dramas en mi vida”, canta. ¿Los quiso antes?
De pequeña era más dramática, más de letra de ranchera o bolero para mi vida.
 Hasta que dije basta. Ahora mi vida, de ser algo, sería una comedia de Berlanga, riéndome de todo, hasta de lo que no tiene ninguna gracia.
¿Hay amor en el aire? Venga...
Mis amigos ya no encuentran jóvenes en las saunas o los pubs porque ahora quedan por Tinder o Grindr o Meetic.
 Pero al final, el amor está en el aire: en las ondas, en las feromonas, en el aliento.
¿Y qué hay del sexo virtual?
No comprendo el sexo virtual. 
¿Follar por WhatsApp? Pues igual es más higiénico, pero no le veo el sentido.
 Es como cuando estás a dieta y te pasas el día viendo fotos de comida. Prefiero comérmela.
Donde esté la carne...
O el hueso.
 Tengo la manga japonesa: muy ancha. Eso también lo da la edad. De joven solo me gustaba David Bowie, pero luego vi a Conan y John Goodman y me gustan los mazaos y los gorditos.
 Mejor, porque Bowies hay pocos.
¿Se jubilará de ser Alaska?
Mi logro es haber hecho de lo que yo pensaba que era y quería ser, lo que soy, poder vivir de eso y mantenerlo.
 ¿Cómo me voy a jubilar de Alaska? Alaska c'est moi.

 

 

Woody Allen inmortal.....................................Por Rubén Amón........

Si el nihilismo no pudo con él, menos va a hacerlo una campaña de oscurantismo comercial.

Se dilata, se extiende, el proceso público de evisceración al que está siendo expuesto Woody Allen, convirtiendo incluso en cómplices de sus "delitos y faltas" a quienes profesamos devoción al cineasta neoyorquino. 
Devoción a su cine y a su filosofía, pues se intrincan la una y la otra en una visión del mundo que oscila del nihilismo al erotismo como si fueran poderes antagonistas.
 A Woody Allen se le condena a la muerte civil por de un delito sexual que ni siquiera fue elevado a los tribunales, y se le somete a un proceso de expiación de su obra.
 Una enmienda total. 
Se reniega del hombre y se termina prendiendo fuego a sus películas en una suerte de aquelarre oscurantista.
Se diría incluso que Hollywood, ese templo budista de la moral, está vengando al hijo descarriado.
 Y que se han puesto en cuarentena todas sus conductas con la ley de la justicia preventiva. 
Una purga que no proviene del estupor hacia el hipotético pederasta, sino de las cautelas comerciales. 
Nada es más sencillo que suscribir una moda y que comprometerse con la inercia.
 Porque no hay compromiso, sino mimetismo. 
Y porque el linchamiento colectivo amortigua la responsabilidad individual. Son los tiempos del eslogan. 
Y de las camisetas de usar y tirar, pues un día somos Charlie, otros somos las niñas de Boko Haram y al tercero la emprendemos contra Woody Allen. 
Tantas cosas somos que no somos ninguna en la comodidad de las criaturas mutantes.
De Woody Allen me gustan todas las películas, hasta las peores. Me confortan cuando la música de fondo, pongamos una música contemplativa de jazz, predispone, blanco sobre negro, en letras de tipografía windsor los nombres de Charles H. Joffe, de Stephen Tanenbaum, uniendo una obra con la anterior y con la siguiente, en una suerte de itinerario lúcido, sarcástico y pesimista.

No es verdad que Woody Allen repita una y otra vez la misma película.
 Ocurre que todas emanan de la misma personalidad y del mismo ingenio.
 Y también de las mismas obsesiones: el sexo, el nihilismo, claro, el humor negro, el sexo, el amor sin correspondencia, el sexo, la hipocondría, el sexo, y el pavor a la muerte.
 Que tiene, la muerte, verdaderos superpoderes, como ironiza uno de sus alter egos en un pasaje de Magia a la luz de la luna.
Pude conocerlo y entrevistarlo a propósito de Vicky Cristina Barcelona
 Lo admito.
 Esta película no me gustó ni a mí, pero la tengo idealizada porque me permitió charlar con Woody Allen.
 Identificar su mirada de asombro por encima de la montura de las gafas.
 Escuchar que estaba "completamente en contra de la muerte". Reconocer como un arrullo existencial su voz atiplada.
 Y confirmar la impresión de un personaje entrañable, nervioso, que no parecía exactamente un depredador sexual y que era consciente de que ya no podía aparecer como antigalán de sus películas.
Por eso lleva algunos años reencarnándose en Joaquin Phoenix, o en  Colin Firth, o en Owen Wilson, o en  Josh Brolin. Y resitiéndose a cumplir 80 años, pese a que los ha cumplido con creces.
 Como se resistió a recoger sus cuatro premios Oscar en las galas del onanismo.
 Hollywood le ha devuelto el desprecio.
 Y se ha propuesto empalarlo, aunque se trata, en realidad, de una moda efímera. 
Woody Allen ya nos sobrevive en cuanto creador de un lenguaje tragicómico que implica una concepción del ser humano.
 Y que explica -ya entramos en materia- que su aventura en la ópera consistiera en el humor, amor y pavor de Gianni Schicchi de Puccini.


Se diría incluso que Hollywood, ese templo budista de la moral, está vengando al hijo descarriado. 
Y que se han puesto en cuarentena todas sus conductas con la ley de la justicia preventiva.
 Una purga que no proviene del estupor hacia el hipotético pederasta, sino de las cautelas comerciales.
 Nada es más sencillo que suscribir una moda y que comprometerse con la inercia. Porque no hay compromiso, sino mimetismo. 
Y porque el linchamiento colectivo amortigua la responsabilidad individual. Son los tiempos del eslogan
 Lo admito. Esta película no me gustó ni a mí, pero la tengo idealizada porque me permitió charlar con Woody Allen. Identificar su mirada de asombro por encima de la montura de las gafas. Escuchar que estaba "completamente en contra de la muerte". Reconocer como un arrullo existencial su voz atiplada. 
Y confirmar la impresión de un personaje entrañable, nervioso, que no parecía exactamente un depredador sexual y que era consciente de que ya no podía aparecer como antigalán de sus películas. Por eso lleva algunos años reencarnándose en Joaquin Phoenix, o en  Colin Firth, o en Owen Wilson, o en  Josh Brolin. Y resitiéndose a cumplir 80 años, pese a que los ha cumplido con creces. Como se resistió a recoger sus cuatro premios Oscar en las galas del onanismo. Hollywood le ha devuelto el desprecio. Y se ha propuesto empalarlo, aunque se trata, en realidad, de una moda efímera. Woody Allen ya nos sobrevive en cuanto creador de un lenguaje tragicómico que implica una concepción del ser humano. Y que explica -ya entramos en materia- que su aventura en la ópera consistiera en el humor, amor y pavor de Gianni Schicchi de Puccini.
Suya fue la dramaturgia que vimos hace un par de años en e Teatro Real como suya fue la idea de extrapolar la obra del medievo florentino al neorrealismo, recreando una escenografía abigarrada que predisponía al pintoresquismo de los personajes y que permitía al cineasta neoyorquino consumar un homenaje al cine italiano y la ópera, escogiendo para la ocasión el registro tan propicio y tan particular de la comedia negra.
Woody Allen ha tenido muy presente la ópera en su filmografía. De hecho, uno de los pasajes más celebres del repertorio personal proviene de Misterioso asesinato en Manhattan,cuando su alter ego declara a Diane Keaton paseando por el Lincoln Center que le entran ganas de invadir Polonia cada vez que escucha la música de Wagner.

Woody Allen | Ganas de invadir Polonia.

Toma sus precauciones Allen con la ópera, igual que hacían los hermanos Marx en una relación confusa y estrafalaria.
 La prueba está en que él propio cineasta convierte A Roma con amor  en un pretexto para representar el papel de un director de escena "moderno".
 Tan moderno que se jacta de haber concebido una Tosca en una cabina telefónica y de haber vestido de ratas a los personajes de Rigoletto.
La sátira tenía su interés porque se la había inspirado un montaje de Lohengrin estrenado en Bayreuth donde los protagonistas aparecían disfrazados precisamente de roedores.
 Y es aquí cuando siempre me acuerdo de mi amigo José Manuel Zapata, y del esfuerzo que tuvo que hacer en la Opera de Dusseldorf para cantar El barbero de Sevilla secuestrado en un traje abeja que lo comprimía y lo ridiculizaba.
Woody Allen perseveró en el disparate reclutando para la película romana al tenor Fabio Armiliato
 No haciendo un cameo, sino representando el papel de un tenor que únicamente era capaz de cantar en la ducha.
 Y así aparecía en los teatros, forzando la dramaturgia hasta el delirio para estimularlo debajo del grifo. 
Y organizándole recitales de estas características:
Puede tratarse de la mayor exageración operística en que ha incurrido Woody Allen, mucho más sutil cuando recurrió a la música de Otello para "ambientar" la historia de traiciones, pulsiones homicidas e infidelidades que late en la oscuridad de la angustiosa y sublime Match Point.

 

 

El mercado ataca de nuevo..............................Juan José Millás.....








El mercado ataca de nuevo

ESE AMONTONAMIENTO que ven, ese desorden, esa barahúnda, esos fardos cargados a la espalda de unos bultos, esa indiscriminación, esa falta de individualidad, todo ese revuelto, en fin, todo ese hacinamiento tan cruel como parece, es mera biología al servicio de una economía animalizada, en la que resultaría imposible hallar trazas de pensamiento racional. 
Los volúmenes de debajo corresponden a otros tantos cuerpos de mujeres que cada día atraviesan la frontera de Marruecos con Ceuta para adquirir bienes que, embutidos en las mallas, trasladan luego a Marruecos para revenderlos con un margen de beneficio equis.

Juan José Millás 
Cada día de sus vidas, estas mujeres madrugan para hacer cola a las puertas del Tarajal, pues así es como se conoce esta frontera cuya actividad evoca la de un hormiguero. 
Observen, si no, la relación entre el tamaño de los cuerpos y el de los fardos para entender por qué el valor de estos seres humanos está calculado en función de sus capacidades biológicas, es decir, a partir de los kilos que sean capaces de pasar por el estrecho agujero de reloj de arena (el reloj de arena de la Muerte) que une el primer mundo con el tercero.
Como es lógico, de vez en cuando, y dada la desproporción brutal entre la cantidad de porteadoras y las estrecheces de los ojales fronterizos, se producen avalanchas en las que perecen dos o tres o cinco porteadoras de las que ni siquiera llegamos a saber sus nombres porque a lo mejor ni lo tienen. 
 ¿Duro? Pues la verdad, sí, pero, como decía uno de los cerebros más brillantes de su generación, es el mercado, amigo. 

Dos pasos para atrás o para delante.............................Rosa Montero...

Parece que se ha alcanzado un punto de hastío nunca visto con respecto a los comportamientos discriminatorios. Como si hubiéramos dicho: basta ya.

En los últimos años de la dictadura, cuando muchos antifranquistas éramos de algún modo compañeros de viaje del PCE, porque eran la mar de laboriosos y estaban metidos en todas partes, desde los colegios profesionales a los movimientos vecinales, recuerdo que a menudo la gente citaba unas palabras de Lenin que eran el título de uno de sus libros: “Un paso adelante, dos pasos atrás”.
 La frase se mencionaba como si fuera una perla de sabiduría estratégica que nos mostraba la manera en que la causa de la izquierda debía avanzar.
 Confieso que a mí aquello me dejaba perpleja; nunca pude entender de qué manera podía avanzar la causa de la izquierda o cualquier causa, en fin, si uno daba dos pasos para atrás por cada paso en la dirección correcta, salvo que le diéramos la vuelta a la Tierra al estilo cangrejo.
 Pero yo era muy joven y estaba segura, con razón, de mi gran ignorancia, así que nunca dije nada.
Las últimas semanas he recordado ese lema mientras veía cómo se iba construyendo la reacción social contra el pequeño avance feminista. 
Quiero decir que, cuando estalló el fuego de las denuncias por acoso, todo el mundo parecía estar horrorizado y a favor, como si el planeta entero se hubiera caído de un guindo.
 Pero luego, como era inevitable, empezó a estructurarse la ofensiva en contra.
 La historia y la sociedad siempre se mueven de este modo; cada cambio importante origina una respuesta retrógrada; cada avance, una añoranza de involución.
 Por ejemplo, en el siglo XX creció la democracia (decenas de países entraron en este sistema), se fortaleció el laicismo y se potenciaron los organismos supranacionales como la UE; pero todo eso se ha visto contestado por la creciente nostalgia totalitaria, por el aumento de los fanatismos religiosos y por el auge de los nacionalismos.
 Y, como el progreso no es inevitable, es decir, las cosas no mejoran obligatoriamente, pues a estas alturas no sabemos si al final acabaremos dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás, que es lo que yo espero, o caeremos por desgracia en la frase de Lenin y terminaremos en las antípodas. 

Un perfecto ejemplo de respuesta reaccionaria es la carta de las intelectuales francesas; primero, porque está firmada por mujeres, demostrando lo que siempre digo, que el machismo es una ideología en la que se nos educa a todos y que también nosotras lo practicamos;
 pero, sobre todo, por su falacia al intentar confundir la agresión y la humillación con el cortejo amoroso.
 Seguro que hay denuncias exageradas o falsas dentro del aluvión de los últimos meses, ¡segurísimo! 
Los humanos somos así.
 Pero ya están los jueces para dirimir eso. 
Lo importante de lo que ha sucedido en 2017 es que la sociedad ha subido un escalón en el reconocimiento de la realidad. 
Hemos dejado de considerar normal una permisividad sexista que amparaba cosas como esas repugnantes cenas del club de beneficencia inglés, por ejemplo, en las que la élite de la sociedad británica metía mano a las azafatas, que estaban obligadas por contrato a llevar bragas negras a juego con la minifalda.
Y no sólo eso: parecería que la sociedad ha alcanzado en estos últimos meses un punto de hastío antes nunca visto con respecto a los comportamientos discriminatorios.
 Como si muchas (y muchos) hubiéramos dicho: basta ya.
 Por ejemplo, basta ya de actitudes como la de Rajoy, cuando, preguntado por medidas para reducir la brecha salarial entre hombres y mujeres (en España, según Eurostat, es de 14,9%; otras fuentes la dan más alta), contestó: “No nos metamos en eso”. Imaginen por un momento que estuviéramos hablando de una desigualdad salarial entre blancos y negros y que respondiera algo así: lo hubieran masacrado.
 Pues bien, eso es lo que tenemos que hacer: despellejarlo. Lo que está cambiando, en fin, son nuestras tragaderas ante la obviedad de las injusticias, ante la bazofia del machismo. 
Y por cierto: todo esto no es un tema de mujeres, no es algo que nos interese sólo a nosotras.
 La deconstrucción del sexismo cambia profundamente el modelo social y por tanto las vidas de los hombres y de las mujeres.
 Es una causa que nos implica a todos.
 Apoyemos y empujemos, para que los dos malditos pasos sean hacia delante.