4 feb 2018
La moral del vertedero..................................... Juan José Millás
HE AQUÍ UN fotograma de una película de terror.
Tal es lo que pensaríamos de no saber que la imagen pertenece a la realidad.
Observen la expresión de susto de la niña, atrapada entre una madrastra de cuento infantil y un general de bigotito fascista que le susurra lo que debe decir a los informadores.
La niña creció, se convirtió en uno de ellos y ha fallecido a los 91 años con una fortuna inicua de la que viven varias generaciones de botarates.
A los tres, en fin, se los ha llevado el tiempo y la historia por el mismo desagüe por el que desaparecieron las toneladas de retratos de Franco que durante 40 años colgaron de las paredes de los despachos de todos los Ministerios, de todas las escuelas o universidades, de todos los ambulatorios de la Seguridad Social, de todos los centros públicos, en fin, o semipúblicos, además de en numerosos domicilios particulares.
Toneladas, decíamos, de retratos que las imprentas reproducían sin cesar.
De amontonarlos, llegarían hasta la Luna, quizá hasta Marte, no es posible saberlo, nadie ha realizado todavía el cálculo.
Si hubiéramos confeccionado con su masa una pelota enorme a la que una hormiga diera vueltas sin salirse del surco, apenas habría profundizado medio milímetro y la eternidad apenas habría comenzado.
Muchos de esos retratos permanecerán en sótanos húmedos, devorados por los parásitos del papel y del cartón, que no hacen ascos a nada, pero la mayoría se ha esfumado de un modo que no deja de sorprender si pensamos que no hay en el mundo vertederos moralmente preparados para la eliminación de esta clase de detritus.
Asegúrate de que los ves....................................Rosa Montero.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con
otros.
Por eso preocupa la soledad de un número cada vez mayor de ancianos.
EN 1980 pasé seis meses viviendo en Inglaterra y vi una campaña de
anuncios institucionales que estaban poniendo en televisión. Trataba de
la soledad de los ancianos; si adviertes que en la puerta de ese vecino
mayor se acumulan los periódicos o las botellas de leche, preocúpate por
él, decía uno de los mensajes.
Y en una segunda fase: no esperes a que se acumule su correo, no pierdas un tiempo que quizá sea fatal, tómate el pequeño esfuerzo de acordarte de tu vecino anciano.
Asegúrate de que lo ves habitualmente. La verdad, la campaña me dejó admirada.
Guau, me dije, qué civilizados, qué genuinamente interesados por los desprotegidos.
Para calibrar mi reacción hay que tener en cuenta que ese tipo de intervenciones públicas no eran muy habituales en la España de entonces.
Claro que también pensé: y qué soledad hay en Gran Bretaña… Qué sociedad tan desarticulada, tan atomizada, para que los viejos que se mueren solos sean un problema nacional.
Han pasado 38 años y ya hemos llegado, también en España, a esa chirriante soledad.
A los ancianos encerrados en sus casas.
La espectacular longevidad de los españoles (somos los segundos que más vivimos en el mundo, una media de 83 años, sólo unos meses por debajo de los japoneses) contribuye a ese panorama de aislamiento.
Hay muchos nonagenarios a los que les es muy difícil moverse y que han sobrevivido a todos sus amigos.
A su familia. A su época.
Con todo, los ingleses nos siguen llevando la delantera en el problema y en la preocupación que les genera.
Acaban de crear una Secretaría de Estado para la Soledad que probablemente sea la primera del mundo.
Los estudios muestran que nueve millones de británicos viven solos: un 14% de la población.
Pero el dato verdaderamente terrible es que 200.000 ancianos y ancianas de ese país llevan más de un mes sin tener una sola conversación con un amigo o un familiar.
Es decir, sin hablar con nadie, aparte de, quizá, la cajera del supermercado (que están siendo sustituidas por máquinas) o la enfermera del centro de salud.
No es de extrañar que algunos mayores vayan tanto al médico: necesitan no ya que los cuiden o los sanen, sino, simplemente, que alguien los vea.
En España hay un 10% de personas que viven solas.
Yo misma formo parte de esa estadística.
Y lo cierto es que no es tan malo; es decir, no es nada malo si uno dispone de un tejido afectivo lo suficientemente fuerte que lo sostenga.
De hecho, creo que la soledad es una asignatura necesaria para el desarrollo personal; uno debe aprender a vivir solo, a estar a gusto consigo mismo, a poner el centro de gravedad en su interior.
Sólo así se puede madurar y alcanzar cierta serenidad.
Y sólo así es posible establecer relaciones sentimentales equilibradas y sanas.
Si no soportas estar solo, te enrollarás con el primer cretino o cretina que aparezca.
Y a lo peor aguantarás una convivencia inaguantable con tal de no perder la compañía, aunque ésta sea tóxica.
Pero por otro lado, claro, somos animales sociales.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con los otros.
Diversos estudios científicos han demostrado la importancia no sólo de la conversación y la relación intelectual con los demás, sino del contacto físico.
Necesitamos abrazar y ser abrazados.
Está probado que un abrazo disminuye el nivel de cortisol (la hormona del estrés) y la percepción del dolor.
No está claro cuántos abrazos precisamos al día: algunos dicen que cuatro, otros que ocho.
Ninguna de estas cifras tiene base científica, pero lo que sí sabemos es que necesitamos el roce animal.
Ahora piensa en esos 200.000 ancianos británicos. Ni palabras ni besos. Qué desolado infierno.
No sé cuántos mayores habrá en España en las mismas condiciones. Seguro que demasiados.
Porque ese es el problema: puedes haber cultivado familia y amigos, pero ¿y si vives más que todos ellos? ¿Y si la edad te aísla? Me temo que la Secretaría de Estado británica marca el futuro hacia el que el mundo se dirige.
Esa soledad es una epidemia, dicen.
Y es verdad. Es un dolor social que sólo podemos paliar si todos colaboramos.
Intentemos mirar con algo más de mimo a los ancianos que nos caen más cerca.
Por eso preocupa la soledad de un número cada vez mayor de ancianos.
Y en una segunda fase: no esperes a que se acumule su correo, no pierdas un tiempo que quizá sea fatal, tómate el pequeño esfuerzo de acordarte de tu vecino anciano.
Asegúrate de que lo ves habitualmente. La verdad, la campaña me dejó admirada.
Guau, me dije, qué civilizados, qué genuinamente interesados por los desprotegidos.
Para calibrar mi reacción hay que tener en cuenta que ese tipo de intervenciones públicas no eran muy habituales en la España de entonces.
Claro que también pensé: y qué soledad hay en Gran Bretaña… Qué sociedad tan desarticulada, tan atomizada, para que los viejos que se mueren solos sean un problema nacional.
Han pasado 38 años y ya hemos llegado, también en España, a esa chirriante soledad.
A los ancianos encerrados en sus casas.
La espectacular longevidad de los españoles (somos los segundos que más vivimos en el mundo, una media de 83 años, sólo unos meses por debajo de los japoneses) contribuye a ese panorama de aislamiento.
Hay muchos nonagenarios a los que les es muy difícil moverse y que han sobrevivido a todos sus amigos.
A su familia. A su época.
Con todo, los ingleses nos siguen llevando la delantera en el problema y en la preocupación que les genera.
Acaban de crear una Secretaría de Estado para la Soledad que probablemente sea la primera del mundo.
Los estudios muestran que nueve millones de británicos viven solos: un 14% de la población.
Pero el dato verdaderamente terrible es que 200.000 ancianos y ancianas de ese país llevan más de un mes sin tener una sola conversación con un amigo o un familiar.
Es decir, sin hablar con nadie, aparte de, quizá, la cajera del supermercado (que están siendo sustituidas por máquinas) o la enfermera del centro de salud.
No es de extrañar que algunos mayores vayan tanto al médico: necesitan no ya que los cuiden o los sanen, sino, simplemente, que alguien los vea.
En España hay un 10% de personas que viven solas.
Yo misma formo parte de esa estadística.
Y lo cierto es que no es tan malo; es decir, no es nada malo si uno dispone de un tejido afectivo lo suficientemente fuerte que lo sostenga.
De hecho, creo que la soledad es una asignatura necesaria para el desarrollo personal; uno debe aprender a vivir solo, a estar a gusto consigo mismo, a poner el centro de gravedad en su interior.
Sólo así se puede madurar y alcanzar cierta serenidad.
Y sólo así es posible establecer relaciones sentimentales equilibradas y sanas.
Si no soportas estar solo, te enrollarás con el primer cretino o cretina que aparezca.
Y a lo peor aguantarás una convivencia inaguantable con tal de no perder la compañía, aunque ésta sea tóxica.
Pero por otro lado, claro, somos animales sociales.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con los otros.
Diversos estudios científicos han demostrado la importancia no sólo de la conversación y la relación intelectual con los demás, sino del contacto físico.
Necesitamos abrazar y ser abrazados.
Está probado que un abrazo disminuye el nivel de cortisol (la hormona del estrés) y la percepción del dolor.
No está claro cuántos abrazos precisamos al día: algunos dicen que cuatro, otros que ocho.
Ninguna de estas cifras tiene base científica, pero lo que sí sabemos es que necesitamos el roce animal.
Ahora piensa en esos 200.000 ancianos británicos. Ni palabras ni besos. Qué desolado infierno.
No sé cuántos mayores habrá en España en las mismas condiciones. Seguro que demasiados.
Porque ese es el problema: puedes haber cultivado familia y amigos, pero ¿y si vives más que todos ellos? ¿Y si la edad te aísla? Me temo que la Secretaría de Estado británica marca el futuro hacia el que el mundo se dirige.
Esa soledad es una epidemia, dicen.
Y es verdad. Es un dolor social que sólo podemos paliar si todos colaboramos.
Intentemos mirar con algo más de mimo a los ancianos que nos caen más cerca.
El monopolio del insulto......................................Javier Marías
Han bastado un par de burlas, unas chirigotas gaditanas y Tabàrnia, para
que los deslenguados separatistas se hayan rasgado las vestiduras.
SUPONGO QUE el personaje se da en muchos ámbitos, pero desde luego ha
abundado y abunda en el mundo literario.
Hay en él lo que podríamos llamar “el escritor matón”, o de colmillo retorcido, o venenoso, que disfruta soltando maldades, principalmente contra sus colegas.
A este escritor, en España, se lo suele venerar y se lo jalea, no es raro que se le erija un pedestal.
Da una idea de nuestra proverbial mala baba, del gozo que nos provoca asistir al despellejamiento de alguien en primera fila.
La figura se ha multiplicado con las redes sociales y la consagración del anonimato como algo perfectamente aceptable.
Ya no hace falta ser escritor, ni conocido, para depositar a diario en el ordenador o en el móvil una buena ración de ponzoña.
Los literatos que lo practicaban y practican, al menos, pretenden resultar ingeniosos en sus diatribas o mezquindades.
A menudo no lo son, por mucho que sus acólitos les rían las gracias sin sal, pero, claro está, hay excepciones y las ha habido.
Y hay que admitir que es tentador, lanzar pullas y echar por tierra falsos prestigios.
No diré que yo no haya incurrido en ello, más como respuesta a un ataque previo —eso creo— que por propia iniciativa.
Casi nadie está libre de ese pecado (se me ocurren Eduardo Mendoza y pocos más, entre los vivos).
Pero una cosa es enzarzarse en una ocasional polémica o duelo y otra dedicarse a arrojar venablos, vengan o no a cuento.
Hay géneros que los propician, como las memorias, las autobiografías,
las semblanzas de contemporáneos y los diarios. Los que más, estos
últimos, y por eso nunca los he escrito y rarísima vez los leo.
Nadie puede negar que una malicia oportuna y certera a veces tiene su encanto, sobre todo si es oral y después se la lleva el viento.
Por escrito, en cambio —impresa—, a mí me produce casi siempre un pésimo efecto, del que sin duda no se percatan quienes las publican alegre y vanidosamente.
Siendo admirador de Bioy Casares, me negué a leer su grueso volumen sobre sus charlas vespertinas con Borges al enterarme de que allí aparecían consignadas todas las malignidades que de viva voz esparcía el maestro más viejo.
Habría sido divertido y provechoso, a buen seguro, asistir a esas reuniones privadas, pero intuí que asomarme a ellas luego, “encuadernadas” y en frío, me traería más malestar que placer, y que conocer los chismorreos y dardos de dos hombres inteligentes me los rebajaría.
El espectáculo de la mala uva, del desdén, de la soberbia o del resentimiento nunca es grato, excepto para aquellos —españoles a millares, como he dicho— que viven gran parte del tiempo instalados a gusto en ellos.
Lo curioso es con cuánta frecuencia uno se encuentra con que los escritores más fustigadores y maledicentes son los de piel más fina. Sueltan sin cesar sus venenillos, pero si alguien les paga con la misma moneda, no es ya que se enfurezcan, sino que se sorprenden enormemente y se quedan desconcertados.
El escritor matón (como los matones de cualquier índole) aspira además a la impunidad.
Se permite toda clase de desprecios o exabruptos y no cuenta con que, yendo así por el mundo, lo más probable es que le toque fajarse y recibir unos cuantos golpes.
Por el contrario, cuando le devuelven el mandoble, se duele, se escandaliza, no se lo logra explicar y se asombra.
Sé de uno que reacciona así siempre: “Fíjate lo que ha dicho Fulano de mí, el muy agresivo”.
Ya”, le contesta su interlocutor, “pero es que tú habías dicho antes cien atrocidades de él”.
La respuesta del matón puede ser: “Eso no tiene que ver”, o “Lo mío era bien poca cosa”.
Sí, lo del matón siempre es para él poca cosa.
Me he acordado de este tradicional personaje, tan hispánico, al ver el solivianto de los separatistas catalanes ante un par de guasas recientes.
Se han ofendido y puesto severos por unas chirigotas gaditanas. Que éstas son de mal gusto e hirientes las más de las veces, a nadie se le escapa, es su esencia.
También les ha sentado como un tiro la broma de Tabàrnia, son los únicos que se la han tomado en serio, aterrados.
Por definición, los fanáticos carecen de sentido del humor cuando se les toma el pelo a ellos.
Porque esos mismos separatistas han aplaudido durante años el programa satírico Polònia, que se choteaba un poquito de los catalanes ineptos y mucho de los ineptos del resto de España.
Su creador y alma se preguntó hace poco en un tuit si era delito de odio desear que un camión arrollara a los jueces del Supremo (no sé si lo acompañó de risas enlatadas).
Durante cinco años, esos separatistas no han tenido reparo en vilipendiar —ni siquiera en tono de chanza— a los andaluces, extremeños, castellanos, madrileños y españoles en general, tachándolos de ladrones, vagos, parásitos, fascistas, franquistas, magrebíes, atrasados, analfabetos y ordinarios, sin rehuir ellos mismos las expresiones ordinarias y analfabetas.
Han bastado un par de burlas, las chirigotas y Tabàrnia, para que los pertinaces deslenguados se hayan hecho mil cruces y rasgado las vestiduras.
Pretenden tener el monopolio del insulto, y ojito si les responde alguien, ni en broma.
Lo propio de los matones.
Algo parecido me pasó en un Foro que entré porque estaba con el nombre de un escritor, más que nada por curiosidad, pero formaban un círculo tan cerrado que después de aguantar cosas que nunca nadie en persona me habían hecho,me tuve que salir y aguante imbecilidades , no ya con lo que podía decir sino hacía mi persona que nadie sabía quién era ni a que me dedicaba.
Claro que no eran críticos ni con el escritor ni con ellos mismos.....pasan los años y permanecen y que no se le ocurra a nadie que no esté avalado por alguno de los "popes" del lugar.
Todos los nacionalistas han sido pesados, pero con el despropósito de ahora que juegan con la susceptibilades incomprensibles, se matarán entre ellos, uno ya está en la Hoguera y otros encenderán la pila......y además son feos.
Es curioso pero entre fealdad y belleza siempre encuentro feos.
Hay en él lo que podríamos llamar “el escritor matón”, o de colmillo retorcido, o venenoso, que disfruta soltando maldades, principalmente contra sus colegas.
A este escritor, en España, se lo suele venerar y se lo jalea, no es raro que se le erija un pedestal.
Da una idea de nuestra proverbial mala baba, del gozo que nos provoca asistir al despellejamiento de alguien en primera fila.
La figura se ha multiplicado con las redes sociales y la consagración del anonimato como algo perfectamente aceptable.
Ya no hace falta ser escritor, ni conocido, para depositar a diario en el ordenador o en el móvil una buena ración de ponzoña.
Los literatos que lo practicaban y practican, al menos, pretenden resultar ingeniosos en sus diatribas o mezquindades.
A menudo no lo son, por mucho que sus acólitos les rían las gracias sin sal, pero, claro está, hay excepciones y las ha habido.
Y hay que admitir que es tentador, lanzar pullas y echar por tierra falsos prestigios.
No diré que yo no haya incurrido en ello, más como respuesta a un ataque previo —eso creo— que por propia iniciativa.
Casi nadie está libre de ese pecado (se me ocurren Eduardo Mendoza y pocos más, entre los vivos).
Pero una cosa es enzarzarse en una ocasional polémica o duelo y otra dedicarse a arrojar venablos, vengan o no a cuento.
Hay que admitir que es tentador, lanzar
pullas y echar por tierra falsos prestigios.
Nadie puede negar que una malicia oportuna y certera a veces tiene su encanto, sobre todo si es oral y después se la lleva el viento.
Por escrito, en cambio —impresa—, a mí me produce casi siempre un pésimo efecto, del que sin duda no se percatan quienes las publican alegre y vanidosamente.
Siendo admirador de Bioy Casares, me negué a leer su grueso volumen sobre sus charlas vespertinas con Borges al enterarme de que allí aparecían consignadas todas las malignidades que de viva voz esparcía el maestro más viejo.
Habría sido divertido y provechoso, a buen seguro, asistir a esas reuniones privadas, pero intuí que asomarme a ellas luego, “encuadernadas” y en frío, me traería más malestar que placer, y que conocer los chismorreos y dardos de dos hombres inteligentes me los rebajaría.
El espectáculo de la mala uva, del desdén, de la soberbia o del resentimiento nunca es grato, excepto para aquellos —españoles a millares, como he dicho— que viven gran parte del tiempo instalados a gusto en ellos.
Lo curioso es con cuánta frecuencia uno se encuentra con que los escritores más fustigadores y maledicentes son los de piel más fina. Sueltan sin cesar sus venenillos, pero si alguien les paga con la misma moneda, no es ya que se enfurezcan, sino que se sorprenden enormemente y se quedan desconcertados.
El escritor matón (como los matones de cualquier índole) aspira además a la impunidad.
Se permite toda clase de desprecios o exabruptos y no cuenta con que, yendo así por el mundo, lo más probable es que le toque fajarse y recibir unos cuantos golpes.
Por el contrario, cuando le devuelven el mandoble, se duele, se escandaliza, no se lo logra explicar y se asombra.
Sé de uno que reacciona así siempre: “Fíjate lo que ha dicho Fulano de mí, el muy agresivo”.
Ya”, le contesta su interlocutor, “pero es que tú habías dicho antes cien atrocidades de él”.
La respuesta del matón puede ser: “Eso no tiene que ver”, o “Lo mío era bien poca cosa”.
Sí, lo del matón siempre es para él poca cosa.
Me he acordado de este tradicional personaje, tan hispánico, al ver el solivianto de los separatistas catalanes ante un par de guasas recientes.
Se han ofendido y puesto severos por unas chirigotas gaditanas. Que éstas son de mal gusto e hirientes las más de las veces, a nadie se le escapa, es su esencia.
También les ha sentado como un tiro la broma de Tabàrnia, son los únicos que se la han tomado en serio, aterrados.
Por definición, los fanáticos carecen de sentido del humor cuando se les toma el pelo a ellos.
Porque esos mismos separatistas han aplaudido durante años el programa satírico Polònia, que se choteaba un poquito de los catalanes ineptos y mucho de los ineptos del resto de España.
Su creador y alma se preguntó hace poco en un tuit si era delito de odio desear que un camión arrollara a los jueces del Supremo (no sé si lo acompañó de risas enlatadas).
Durante cinco años, esos separatistas no han tenido reparo en vilipendiar —ni siquiera en tono de chanza— a los andaluces, extremeños, castellanos, madrileños y españoles en general, tachándolos de ladrones, vagos, parásitos, fascistas, franquistas, magrebíes, atrasados, analfabetos y ordinarios, sin rehuir ellos mismos las expresiones ordinarias y analfabetas.
Han bastado un par de burlas, las chirigotas y Tabàrnia, para que los pertinaces deslenguados se hayan hecho mil cruces y rasgado las vestiduras.
Pretenden tener el monopolio del insulto, y ojito si les responde alguien, ni en broma.
Lo propio de los matones.
Algo parecido me pasó en un Foro que entré porque estaba con el nombre de un escritor, más que nada por curiosidad, pero formaban un círculo tan cerrado que después de aguantar cosas que nunca nadie en persona me habían hecho,me tuve que salir y aguante imbecilidades , no ya con lo que podía decir sino hacía mi persona que nadie sabía quién era ni a que me dedicaba.
Claro que no eran críticos ni con el escritor ni con ellos mismos.....pasan los años y permanecen y que no se le ocurra a nadie que no esté avalado por alguno de los "popes" del lugar.
Todos los nacionalistas han sido pesados, pero con el despropósito de ahora que juegan con la susceptibilades incomprensibles, se matarán entre ellos, uno ya está en la Hoguera y otros encenderán la pila......y además son feos.
Es curioso pero entre fealdad y belleza siempre encuentro feos.
3 feb 2018
Su canción............................................................ Boris Izaguirre
Un poco en pantuflas se mostraron los Reyes en el vídeo para el cumpleaños del Monarca.
En el programa de Ana Rosa, que tanto extraño, mostraron los whatsapps entre Puigdemont y el exconseller Comín.
“Supongo que tienes claro que esto se ha terminado”, argumenta Puigdemont en el larguísimo y triste mensaje.
Comín, ya en otra cosa, prefiere no responderle.
¿Quién nos iba a decir que todo este procés iba a terminar así: por un despiste y un momento de flaqueza?
También es cierto que los reporteros del programa son tremendos en su afán de husmear e informarnos.
¡Qué ojo tienen! Lo que queda claro de todo este procés es que los teléfonos y whatsapps los carga el diablo, hay que dejarlos reposar. O, al menos, releer antes de enviar.
La vida sigue y cuando se acaba un proceso se inicia otro. Eurovisión está cerca, ya tenemos canción y dueto interpretativo, Amaia y Alfred, y un cúmulo de nervios por cómo nos irá con Tu Canción.
Algunos ya whatsappean que es un pelín sosa, como una sopa verde sin pizca de sal o como un mensaje sin respuesta.
Pero la pasión de Amaia y Alfred conseguirá esa inflamación y gestualidad que chifla a los millennials televisivos.
Quizás estemos a tiempo de cambiar algo la letra e incluir los versos desesperados de Puigdemont: “Me han hecho mucho daño con calumnias, rumores, mentiras.
Esto ahora ha caducado y me tocará dedicar mi vida a mi propia defensa”.
Con estas palabras a ritmo de fado o de reggaeton seguro que Tu canción sube puestos en el Altice Arena en Lisboa.
Así como Puigdemont se apaga, Trump se enciende. Su primer discurso del Estado de la Unión (que no nación porque EE UU es el auténtico reality federal) ha sido un éxito, aterrorizando a sus detractores que día tras día ven que el hombre del que se mofan les puede ganar.
Lo curioso de Donald Trump es que parece tener dos personalidades.
Una de día, pistolero, tuitero empedernido, vendedor de estrategias y semigánster de boquilla.
Y otra, más refinada, de millonario poderoso, para momentos estelares y de noche como en la gala del Estado de la Unión.
Estaba mucho más contenido, casi sutil, sin subir la voz vulgarmente ni apartarse de su discurso de que América solo vale si es con americanos blancos o lo más blancos posible.
Quizás los independentistas catalanes hubieran llegado más lejos jugando a la personalidad múltiple.
Es abuela por cuarta vez y Carlota, la nueva nieta, conoce a su padre, Francisco Rivera, con una silueta más refinada.
Ya no es Paquirrín sino Tipirrín.
Para mí es una señal de que vienen tiempos mejores, de que se desinfla el procés.
Igual que esas pantuflas con pieles que usa Paula Echevarría para declarar sobre su divorcio con David Bustamante y que “no hay un paso atrás”.
Ella dio ese paso adelante con unas pantuflas Gucci y temperaturas gélidas.
Yo lo veo como un nuevo eslogan: lo mejor es lo que pasa. Aunque haga frío, voy en pantuflas porque tengo la sangre caliente.
Y mucho camino por delante.
Un poco en pantuflas se mostraron los Reyes en el vídeo producido para el cumpleaños del Monarca.
Pido que lo conviertan en un reality semanal en TVE y así ocupamos el vacío que pronto dejará OT hasta que llegue Eurovisión.
Seria el primer Neo-REAL-ity. Y un éxito.
Me supo a poco lo que mostraron.
Quiero ver a la reina Letizia reunida con su equipo decidiendo la redacción de un discurso o cómo reciclar un traje.
Seguir la relación de las niñas entre ellas, Sofía, más sociable y Leonor más misteriosa.
Mis amigos republicanos, los tengo tanto de derechas, de izquierdas como de centro, dicen que cuando el cochazo real, blindadísimo, se queda vacío, el aire, la ausencia, es igual que cuando están dentro. No sé.
Pero he atravesado un mar de discusiones sobre la sopa de acelga mientras otros celebran que la vajilla sea de manufactura asturiana. Sin olvidar a todos aquellos que encontraron la mesa deslucida. Para defenderlos, recordaré la mesa en el Palacio Real, dispuesta para el almuerzo a Goytisolo en aquel premio Cervantes al que asistí invitado: era impresionante.
Majestuosa. Perfecta.
Y el menú impecable, verdinas y pescado.
Puede que nuestros Reyes se parezcan a la princesa Paula Echevarría, a veces salen en pantuflas por la calle pero en casa, sin que nadie los vea, visten lo bueno.
Que resulta también muy de Tabarnia. ¿No estáis de acuerdo?
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