La película ‘The Post’ desata evocaciones del periodismo, pero el del siglo XXI no debe parecerse al del XX.
Meryl Streep, en la presentación de The post. En vídeo, el tráiler de la película.DANIEL DAL ZENNAROEFE
Estos días proliferan los artículos elegíacos motivados por The Post, la película de Spielberg sobre los papeles del Pentágono.
Grandes periodistas evocan esos años con cierta nostalgia proustiana:
¡ah, el tiempo perdido! Atribuyen al director, al modo de Wordsworth,
haber rescatado la grandeza del recuerdo aunque nada pueda ya devolver
“el esplendor en la hierba”. Y celebran su filme, que The New Yorker califica de oda al periodismo, en clave de réquiem.
Como suele suceder, la tentación del “cualquier tiempo
pasado fue mejor” es discutible, incluso sobre el periodismo, que
ciertamente atraviesa tiempos difíciles. Conviene leer bien la copla de
Manrique, porque él escribía “cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo
pasado fue mejor” . La clave es ese a nuestro parecer, es decir, el
espejismo de pensar que el tiempo pasado fuese mejor porque éramos
jóvenes y teníamos ilusiones. Estos días, tras ver The Post, hay algo de esto. O mucho. Ciertamente hay unos años brillantes para el periodismo
americano, entre la cobertura de la matanza de My Lai de Hersch, los
papeles del Pentágono, el Caso Watergate o lo de Jack Anderson sobre la
guerra India-Pakistán. Era un periodismo que arrastraba la mala
conciencia de la Guerra Fría y el maccarthysmo, cuando actuaron como
quinta columna de la Casa Blanca, e incluso callaron la enfermedad de
Eisenhower para no debilitar a EE UU. En todo caso, confundir esos
“momentos estelares de la humanidad” con la realidad del periodismo es
absurdo. Para verse en el cine, es más fácil en Primera plana, con un cinismo al borde de todos los pecados, o Ausencia de malicia,
sobre los periodistas usados como transmisores de mensajes no
contrastados. Puestos a pensar en la profesión, eso ha sido más el día a
día que la épica no exenta de narcisismo de Graham y Bradlee.
Hay quien se consuela creyendo que Internet mató al
periódico, y a partir de ahí todo se jodió como el Perú de Varguitas. Es
una visión irreal. Philip Meyer, en The vanishing newspaper,
ya analizaba la trayectoria errática de editores codiciosos que no
invertían en un periodismo que pecaba, y ahí abunda el catedrático Díaz
Nosty, de oficialismo. Los diarios —y los años de la burbuja fueron el
remate— se dejaban ir haciendo mucha caja con un periodismo
institucional. Las rutinas fáciles se imponían, de modo que, como ya
ironizaba Walkter Karp, incluso se le llamaba periodismo de
investigación al mero hecho de ir a buscar noticias con cierta
dificultad. Desde los años noventa, los sondeos del Centro Pew apuntaban
una creciente pérdida de credibilidad. El periodismo se percibía más
cercano al poder que al lector. De hecho era un poder (incluso el 3º más
que el 4º, protestaban muchos jueces) más que un contrapoder. Ese poder
mediático produjo grandes cosas, pero también perversiones. Ben
Bagdikian, el buen reportero a quien gusta ver en The Post, después profesor en Berkeley, acabaría escribiendo libros como Media Monopoly o Las máquinas de información sobre los efectos del poder económico en los medios, su influencia en los contenidos, la publicidad… La norma no fue el new journalism, sino el new cinism, como apuntó Paul Starobin. Time ha dicho sobre The Post que es “la
película sobre periodismo que necesitamos ahora”. En definitiva es una
película muy contra Trump. A nadie se le escapa en el guión alguna
ironía sobre el presidente en boca de Meryl Streep, descalificada
rencorosamente por éste. Eso pervierte las lecturas sobre este werstern
urbano de buenos y malos. Hacer pensar el periodismo actual reflejado
en aquel periodismo, como quienes evocan la Transición confundiendo los
ideales hermosos con la calidad, es erróneo. El periodismo en el siglo XXI no puede parecerse al del
siglo XX. Aquellos diarios eran realmente una parte del poder, un gran
poder; ahora son voces en un sistema más ancho y líquido, entre las
redes, y, sí, a la búsqueda de un nuevo modelo de negocio. Pero, de
hecho, cada vez se le oye más a grandes maestros de la profesión que
“hoy se está haciendo mejor periodismo que nunca”, al margen de los
consumos tipo fast food de quienes antes sencillamente no leían
nada. Es impopular, por la precariedad, pero es así, y los medios
aportan contenidos potentes a diario. James Badock en un remitido a The Economist abundaba: “¿Qué crisis mediática? La nueva edad de oro del periodismo”. Por más que los nostálgicos, tras ver The Post, acaben pareciendo un coro de plañideras en un entierro. Mal mensaje.
El
empecinamiento de Puigdemont en ser investido presidente amenaza con
prolongar el bloqueo de la política catalana y, por ende, de la española
en los próximos meses.
Manifestantes protestan frente a las puertas del Parlament llevando máscaras con la cara de Puigdemont.Alex CaparrosFoto: Getty / Vídeo: Atlas
El empecinamiento de Carles Puigdemont en ser investido presidente de la Generalitat amenaza con prolongar el bloqueo de la política catalana y, por ende, de la española
en los próximos meses. Prófugo de la justicia y con la amenaza cierta
de cumplir varios años en la cárcel como cabecilla de la fallida
insurrección si algún día vuelve a España, el que fuera molt honorable
está dispuesto a lanzarse otra vez al abismo. Esta obstinación, sin
embargo, tiene unas consecuencias que el independentismo, con sus
diferentes matices y sensibilidades, debería evaluar. La aplicación del 155 se alarga. Es la gran
paradoja. Si Puigdemont empuja al bloqueo político, el Gobierno de
Mariano Rajoy seguirá al frente de las instituciones de autogobierno de
Cataluña. Las plañideras apelaciones del separatismo a que lo más
urgente es recuperar el control de las instituciones quedarían, de esta
manera, supeditadas a las ensoñaciones del expresident. Los excarcelamientos se alejan. Oriol
Junqueras, Jordi Sànchez, Jordi Cuixart y Joaquim Forn continúan en
prisión porque el magistrado del Tribunal Supremo que investiga a los
líderes del procés estima que pueden incurrir en reiteración delictiva. El empeño de Puigdemont en seguir echando un pulso al Estado es un
elemento que Llarena, con toda seguridad, valora cada vez que tiene que
pronunciarse sobre las peticiones de puesta en libertad de todos ellos,
piezas clave en la intentona secesionista. Cierta normalidad democrática
aliviaría la situación procesal de los encarcelados, mártires
semiolvidados por el exiliado bruselense. Los investigados, bajo la amenaza de la prisión. Si Puigdemont impone su criterio en el Parlament, los diputados
investigados por el Supremo tendrán que afrontar el riesgo cotidiano de
ingresar en prisión. Varios de ellos (Carme Forcadell, Jordi Turull,
Josep Rull...) están en libertad bajo fianza con la advertencia del juez
Llarena de que su situación puede ser reversible si vuelven a tener la
tentación de reemprender vías ilegales. Justo lo que quiere Puigdemont. La discordia en el independentismo. Aunque
el separatismo no ha sido ni es un bloque homogéneo, sí es cierto que se
ha conjurado durante años para ocultar sus diferencias con el fin
último de conseguir la ruptura. El baño de realidad que ha sufrido tras
el 1-0 ha llevado a los sectores más posibilistas a optar por un
repliegue temporal, un acatamiento táctico de la legalidad. Es un
secreto a voces que ERC y buena parte del PDeCAT piensan que Puigdemont
es un político amortizado, pero no se atreven a explicitarlo. Es más,
salvo alguna excepción, lo reivindican a diario. En cualquier caso, la
cizaña está sembrada y, hoy por hoy, Puigdemont divide más que une al independentismo.
Nuevas elecciones y hundimiento de ERC.
Contra pronóstico, Puigdemont consiguió que su candidatura fuera la más
votada del bloque independentista en las elecciones del 21-D, en
detrimento de ERC, que partía como favorita. Los más fieles subrayan
desde entonces la letanía "Puigdemont o elecciones", la opción que
parece preferir el expresident. Sus cálculos pasan por llegar a esa cita
como líder único del independentismo, ser la lista más votada y hundir
aún más a ERC. Es de suponer que los líderes de Esquerra conocen este
plan. Cambio generacional taponado. La actual
generación de líderes separatistas ha llegado muy lejos (un 47% de los
votantes de Cataluña opta por partidos independentistas), pero no ha
conseguido la meta perseguida. Y sabe que no lo va a conseguir. El
sector del separatismo que entiende que esta es una carrera de fondo
defiende un cambio generacional para diseñar un nuevo proyecto
independentista –es deseable que dentro de la legalidad- . De ahí, la
decisión de ERC de situar a Roger Torrent (38 años) como presidente del
Parlament o la del PDeCAT de entregar el control de la antigua
Convergència a Marta Pascal (34). Uno y otro son figuras desdibujadas
por Puigdemont, que en su deriva puede acabar con la incipiente carrera
política de ambos nada más empezar. Y la de todo aquel que se le
acerque. Economía a la expectativa. El procés causó
no solo la fuga de más de 3.000 empresas de Cataluña, sino un evidente
empeoramiento de los datos macroeconómicos. La parálisis de la Administración catalana perjudica a las empresas contratistas y la inestabilidad espanta a los inversores. Alargar el caos político es alargar la incertidumbre económica.
Tras la división, el hartazgo social.
Completamente subjetivo, pero a la vez tangible. Tras haberse fracturado
en dos mitades irreconciliables, la sociedad catalana se acerca al
hastío con el monotema independentista. De buen gobernante, aunque pueda
parecer ingenuo, es pensar en la sociedad, en toda la sociedad. Y
cuando Puigdemont habla solo se dirige a una parte de Cataluña.
Exactamente, a la mitad. Extraña manera de construir una república, un
país o dirigir una asamblea de vecinos. El histrionismo de algo muy serio. El plan
secesionista de Cataluña ha supuesto el mayor desafío de la democracia
española en las últimas cuatro décadas. Dilapidado el capital político
del catalanismo pactista, Puigdemont, de la mano de ERC y la CUP, ha
arrastrado el nacionalismo a las cotas más bajas de prestigio en España y
Europa. Ya en el exilio de Bruselas, sus actitudes se han acercado al
histrionismo. El nacionalismo catalán no es esto. O no lo era. El Estado de derecho no cederá. Y una
última razón debe llevar al independentismo a concluir que está en un
callejón sin salida. La maquinaria del Estado de derecho, con sus
imperfecciones pero homologable a la de cualquier país de nuestro
entorno, ha empezado a funcionar y el Supremo no se va a prestar a
ningún conchabe. Si Puigdemont vuelve tendrá que responder sin remedio
ante la justicia. Y si no lo hace, vivirá eternamente en el embeleco del
president en el exilio. De todo cuanto antecede es consciente el independentismo,
que camina sin rumbo, secuestrado por un don nadie en la política
catalana hasta hace dos días, un personaje que está dispuesto a
inmolarse siempre que las consecuencias las paguen sus compañeros de
aventura y los ciudadanos que quiere dirigir a más de 1.000 kilómetros de distancia. ¿Por qué perseverar en la fantasía imposible?
El expresidente reconoce los mensajes a Comín: "Soy humano y a veces también dudo".
Los mensajes atribuidos a Puigdemont.
Carles Puigdemont
se considera derrotado por el Gobierno de Mariano Rajoy y "sacrificado"
por sus correligionarios en unos mensajes de móvil atribuidos al
expresidente catalán, que este miércoles han sido divulgados en el Programa de Ana Rosa, de Tele 5. Hasta el momento, ni Puigdemont, el supuesto emisor de los mensajes, ni el receptor, Toni Comín, han desmentido ni el intercambio de mensajes en la red Signal ni el contenido de los mismos. "Esto se ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí", confiesa el candidato secesionista a su exconsejero. "Soy humano y hay momentos en los que yo también dudo. También
soy el Presidente y no me arrugaré ni me echaré atrás por respeto,
agradecimiento y compromiso con los ciudadanos y el país.¡Seguimos!", ha
escrito Puigdemont en su cuenta de Twitter. "Si el bloque del 155 está haciéndose ilusiones sobre la
división del independentismo, tendrá un enorme disgusto.
Desde su
pluralidad ideológica, la unidad del independetismo está absolutamente
garantizada: estamos todos conjurados a hacer valer los resultados del
21.D", ha tratado de justificar Toni Comín, también a través de Twitter.
Según esta información, Puigdemont envió estos mensajes
ayer martes al diputado de ERC Toni Comín, uno de los fugados en
Bélgica, horas después de que se aplazara el debate de investidura en el
Parlament. Se trata por tanto de una conversación privada entre dos de
los huidos en Bélgica de la justicia española. Fuentes próximas a Comín
han anunciado que se querellará por la vulneración del artículo 197 del
Código Penal que pena, hasta con cuatro años de cárcel, el
descubrimiento de secretos para quien "se apodere de sus papeles,
cartas, mensajes de correo eléctrico o cualesquiera otros documentos o
efectos personales". Los mensajes fueron captados del móvil del propio Comín por un cámara
durante un acto en Lovaina en el que estaba previsto que participara
Puigdemont, aunque finalmente mandó un vídeo. El fotógrafo se situó tras
el exconsejero mientras este recibía los mensajes del expresidente.
Los mensajes fueron cruzados mientras la tensión crecía en los
alrededores del Parlament, con cientos de personas saltándose los
cordones policiales para protestar por el aplazamiento. También fueron escritos al tiempo que el propio Puigdemont divulgaba en las redes sociales un mensaje a los catalanes,
en el que pedía unidad a los suyos, insistía en que él es el único
candidato posible a la Generalitat y reclamaba a los secesionistas
continuar con el movimiento pese a los vetos constitucionales. En los mensajes, el candidato de JxCat admite que se vuelven a vivir
"los últimos días de la Cataluña republicana". "El plan de Moncloa
triunfa, solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir
todos de la cárcel porque si no el ridículo histórico, es histórico",
escribe el expresidente catalán.
Imágenes de las fotos de Whatsapp de Carles Puigdemont y de Signal del mensaje recibido por Toni Comín.
Puigdemont
confiesa a Comín que tiene claro que "esto ha terminado" y que los
suyos los han "sacrificado", al menos a él, y recuerda las palabras del
portavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardá, avanzando que quizá habría
que "sacrificar" al candidato de JxCat. "Supongo que tienes claro que esto se ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí. Vosotros seréis consellers (espero y deseo) pero yo ya estoy sacrificado, tal y como sugería [Joan] Tardá", insiste. "No sé lo que me queda de vida (¡espero que mucha!), pero la dedicaré
a poner en orden estos dos años y a proteger mi reputación. Me han
hecho mucho daño con calumnias, rumores, mentiras que he aguantado por
un objetivo común. Esto ahora ha caducado y me tocará dedicar mi vida a
la defensa propia", escribe. Fuentes de Junts per Catalunya han limitado a "una conversación privada" el intercambio de mensajes. Puigdemont o Alicia en el País de las Maravillas....viviendo en Bruselas nada más y nada menos, ¿Dónde está el SENY Catalá?