Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 ene 2018

Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”

 

Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”
 Su última película, La librería, está nominada a 12 Premios Goya. El próximo sábado se sabrá cuántos galardones cosecha este largometraje número 14 de una filmografía que ha apostado por un cine íntimo poblado por mujeres “dueñas de su vida”. 
Hija de un obrero textil, ha impuesto su talento en la industria internacional del cine a base de esfuerzo y obcecación.
 Y en los últimos tiempos, ha alzado la voz sin tapujos ante el desafío separatista de Cataluña.

Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”

Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”
Su última película, La librería, está nominada a 12 Premios Goya. El próximo sábado se sabrá cuántos galardones cosecha este largometraje número 14 de una filmografía que ha apostado por un cine íntimo poblado por mujeres “dueñas de su vida”.
 Hija de un obrero textil, ha impuesto su talento en la industria internacional del cine a base de esfuerzo y obcecación. Y en los últimos tiempos, ha alzado la voz sin tapujos ante el desafío separatista de Cataluña.

ISABEL COIXET (Barcelona, 1960) fue hipster antes de que existieran los hipsters. “Por eso cuando los veo pienso que están pasados”.
 Su productora se llama Miss Wasabi por el pellizco que se mete en la boca para despejarse ante un reto como, por ejemplo, hablar en público.
 Es candidata a 12 Premios Goya por La librería, ambientada en los años cincuenta y rodada en inglés con escaso presupuesto.
 Autora de un cine a la vez íntimo e internacional, vive entre su ciudad, Madrid, y el mundo —Alaska, Nueva York, Tokio, Reino Unido o donde filme— . 
En el hotel Ritz de Madrid se muestra irónica y cercana, alejada de la imagen dubitativa e infatigable que suele proyectar.
¿Por qué no hay una historia de amor?”. Parece ser que la historia de amor por la lectura no es suficiente.
¿Qué se necesita para entrar en su cine? Tengo la suerte de que, incluso cuando una película ha conectado poco, siempre ha habido alguien que se ha visto en ella.
 No soy el director más prestigioso del mundo ni el más exitoso, pero he encontrado gente, en diversos lugares, que está profundamente conectada con lo que hago. 
No hablo de admiración, hablo de conexión, de sentirse menos solo por hallar a alguien en su misma onda. Eso consuela.
Que trabaje para almas gemelas debe de hacer temblar a los productores… ¿Le cuesta admitir sugerencias? Solo sé trabajar en equipo. 
Pero no tengo ni tiempo ni ánimo para las chorradas que no aportan.
Escribe el guion, elige localizaciones, maneja la cámara… ¿Necesita controlarlo todo? Me implico en todo, pero si alguien tiene una idea brillante de vestuario, localización y hasta de guion, aplaudo.

No se ha relajado con el tiempo. Al revés. Me cuentan algo y se me va la cabeza. 
Tengo que centrarme, hacer menos y currármelo más.
¿Trabaja algunas películas más que otras? Apuesto por lo que me interesa.
 El dinero que soy capaz de reunir es otro tema, pero tengo la sensación de que siempre he rodado con prisas. La librería costó 10 años de esfuerzo porque casi nadie veía en mi guion una película. He tenido que escuchar:
 “No pasa nada, ¿no?”, “¿Pero ella por qué no es más joven?”,

Algunos de sus filmes, como Ayer no termina nunca o Mi vida sin mí, tienen más su sello formal que otros, como Aprendiendo a conducir.
  Cada uno tiene un origen. Aprendiendo a conducir fue un acto de amor hacia Patricia Clarkson.
 Para ella era fundamental hacer esta película. Es una actriz fabulosa. 
Tiene un Oscar como secundaria y, como eterna secundaria, necesitaba este papel. 
Durante años me decían: “Bueno… Si la hace Meryl Streep…”. Lo conseguimos y ella lo bordó. No me planteé tanto hacer una película como hacer su película.
 En el cine pensaba: “Ostras, ¿esto cómo se hace?”. 
Recuerdo hojear un fascículo sobre dirección y no entender nada, hasta que un día lo vi: 
“Ah, esto es la puesta en escena, y esto el flashback”. En Televisión Española emitieron un ciclo de Joseph Losey, porque la televisión pública entonces hacía esas cosas, y vi Accidente, con Dirk Bogarde.
 Recuerdo fijarme en cómo se movía la cámara de un personaje a otro. Tenía 14 años. 
Pero estudió Historia. La gente de mi generación sabíamos que el materialismo histórico explicaba el mundo.
 Un profesor, Josep Fontana, me abrió los ojos. Y con la cabeza despierta comencé a escribir guiones muy pedantes y a trabajar en una agencia de publicidad.
 Pago la Seguridad Social desde los 19. Luego todo fue cabezonería: escuchar que estaba loca, aguantar burlas.
 Escribí Demasiado viejo para morir joven. Lo envié a muchas productoras y a una le gustó.
 La ley Miró [Decreto Ley de 1983 sobre Protección a la Cinematografía Española] permitió que se hicieran muchas óperas primas.
¿Por qué quiso rodar en Estados Unidos? Tuve un novio americano. Las cosas eran más fáciles.
 No tenías que tener tantos permisos para trabajar en otro país. América me resultaba familiar porque había leído a John Dos Passos, a Sinclair Lewis… Lo que leía mi padre.
 


¿También le gustaba leer? Y el flamenco.





Su trayectoria remite a una España de meritocracia.
  No sabría decir si la infancia de mi hija, que tiene 20 años, ha sido mejor o peor que la mía.
 Ha sido más cómoda, ha viajado y ha tenido más oportunidades, pero no sé si ha sido mejor.
 Yo era una ingenua, estaba convencida de que trabajando mucho conseguiría hacer películas.
Lo consiguió. Sí, pero conozco gente de enorme talento en Francia o Argentina que no ha logrado lo que merece. 
Me hace gracia hablar de carrera, yo veo una montaña rusa. Lo que te permite llegar no es solo obcecación y talento. 
Tienes que estar obsesionado. 
 Esto es tan duro y parece tan imposible que es muy fácil dejar de creer. 
 Yo lo que he sabido es levantarme cuando las cosas han ido mal porque encima era de una timidez paralizante.
Pero no duda en hacer públicas sus opiniones. Si no digo lo que pienso me siento mal. 
Mi timidez es social. No soporto las reuniones con más de cinco personas, los escenarios o las conferencias. Lo paso fatal en promoción.
Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”
Y recibiendo premios… Sí, lo del Goya. Es un esfuerzo para el que me tengo que medicar. Lo fuerte es que la gente recuerda más que hice el ridículo al recoger el premio que el Goya por el guion de Mi vida sin mí
Te reprochan una torpeza antes que reconocerte un logro.
Cuando José Luis Garci recogió el Oscar le criticaron el acento español. Consuela que no fuese por ser chica…
 ¿Le ha perjudicado ser mujer? Tienes que hacer más ruido para que te oigan. 
Ya no grito en los rodajes, pero ha habido momentos en que no he visto otra manera. 
Cuando doy un puñetazo en la mesa sobreactúo y doy miedo. A las mujeres, hagamos lo que hagamos, nos cuesta más llegar. Iciar Bollain ganó el Cámara de Oro en Cannes por Hola, ¿estás sola?, y cuando hablan de proyección internacional nunca la incluyen.
 La historia la escriben los que más repiten las cosas. 
La conclusión es que las mujeres no existimos. 
Hablo de todos los campos, pero cuando se menciona a cineastas que han hecho taquillazos internacionales se señala a los hombres. Mi vida sin mí es el filme español que más dinero ha recaudado en Japón.
 Algunas de mis películas funcionan y otras no.
 Pero muchas han ido mejor que las de muchos directores.

Mi vida sin mí es su éxito inequívoco. La película que cimentó mi fama de provocadora de llanto oficial.
También empezó su idilio con la actriz Sarah Polley Un regalo. 
Cuando no me salen las cosas me digo: “Pero de qué te quejas si has trabajado con gente fabulosa, has hecho amigos de verdad y has estrenado en Tokio”.
¿Se hace amiga de sus actores? No de todos. A Sarah le dije que se pusiera a dirigir.
 A Patricia Clarkson o a Tim Robbins los entiendo. Y ellos a mí. Ben Kingsley está muy fuera de mi espectro, tiene esa cosa de los que son sir, pero en el fondo, a la que rascas la gente no es tan diva.
¿Con usted cobran menos? Siempre.
No parece haber renunciado a nada para estar en la primera fila. Dirige, escribe, ha sido madre, ha tenido varias parejas… He sido un desastre de madre.
 Pero no he renunciado a mucho. 
Igual si me hubiera quedado en casa siendo oficinista de 9.00 a 18.00 tampoco hubiera sido buena madre.
 Pero, vaya, me hubiera gustado hacerlo mejor.
¿Por qué cree que lo ha hecho mal? Mi hija se sintió abandonada cuando rodaba fuera.
Es curioso porque cuando el padre aparece poco por casa y llega es recibido con abrazos y no con reproches. 
 Ah, sí, esto es así. Uno va a por su madre.
 Solo hay que pensar en los directores que han tenido mogollón de hijos y no les han hecho ni caso.
¿Qué hace su hija? Está en periodo de reflexión.
 Tiene miedo a equivocarse.
¿Y qué le dice? Que se equivoque ya.


Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”
¿El poder asociado a una mujer implica soledad? En algunos momentos sí he sentido que lo que hacía me impedía tener una relación estable.
 Pero odio la palabra empoderamiento. Una mujer fuerte es una mujer fuerte. 
Convertirla en mujer empoderada es no acabárselo de creer, como tener que actuar para parecerlo.
 Tengo amigos de toda la vida, pero sí noto que la gente presupone que te crees que estás por encima de los demás y te dan por perdida.
 Eso dice más de ellos que de mí.
¿A usted, que es tan mitómana, no le pasaría? Yo a la gente a la que tengo afecto se lo tengo, sea cajera del Dia o poderosa.
¿Tiene una amiga cajera del Dia? No, del Lidl. 
¿Y sigue yendo en metro como fuente de inspiración? Inspiración y transporte.
 En Nueva York, o lo coges o te arruinas.
En cambio ahora estamos en el Ritz. A mí me gusta el fuet y me gusta el champán.
 ¿Hay contradicción ahí? Lo que no me gustan son las simplificaciones ni las etiquetas. 
Protagonizan sus películas mujeres vulnerables, pero fuertes. No las definen sus parejas. 
No se curan encontrando una nueva relación. Son dueñas de sus vidas.
Está presente en sus filmes en detalles, pero la protagonista de La librería, una mujer contra el mundo, parece más usted que nunca. Como ella, soy testaruda, no he medido los riesgos que he corrido y también pienso bien de todo el mundo.
 Aunque tengo momentos en los que imagino: “Una chimenea, libros y el resto ya se apañará”.
¿Por qué resultan poco creíbles quienes quieren estar solos con un libro y una copa de vino? Porque solo es creíble a ratos. Buñuel decía: “Yo adoro la soledad a cambio de que un amigo venga a hablarme de ella”. 
¿La obcecación la define como persona? [Carcajada]. Siempre pienso en mi epitafio [dice con voz impostada]: lo intenté a tope. Me he pasado la vida tratando de escapar de las definiciones: ¿Eres tímida? Sí. Pero también valiente. Y también cobarde.
 ¿Entusiasta? Sí. ¿Pero también melancólica? Voy a ratos. 
Ese es el problema que tiene la gente conmigo, el “sí, pero también…”. No soportaría hacer solo una cosa. La vida está para aprovecharla explorando.
 A La librería le cambió el final. Era demasiado desesperanzador. 
¿Buscaba una película más comercial? No. Lo que busco es un sentido, una semilla. 
Isabel Coixet: “Odio la palabra empoderamiento”
En Aprendiendo a conducir pasa de explorarse a sí misma a explorar el mundo. La vida secreta de las palabras salió de un documental sobre la tortura.
 Ayer no termina nunca es mi mejor amiga, que perdió un hijo y sin superar esa tragedia decidió aprender a convivir con ella. 
Se está volviendo más reivindicativa. ¿Tiene algo que ver su última pareja [el activista Reed Brody]? Él considera que soy una burguesa.

Se lo presentó el juez Garzón. ¿Qué le ha aportado? Me ha curado la desconfianza que sentía hacia los hombres.
 Él no se siente amenazado. Es un ejemplo de cabezonería: 17 años para llevar al antiguo dictador de Chad a juicio. 
Ahora está con el expresidente de Gambia. Es un hombre fascinante. 
¿Por qué es tan difícil encontrar a mujeres activas y divertidas en películas dirigidas por hombres? No se les ocurre. 
En las películas de mujeres siempre hay alguien que se hace la cama. En las de hombres, no
. La vida cotidiana no la ven.
 Se les escapa la parte que nosotras hacemos más allá de nuestro trabajo: llevar al niño al dentista, las comidas…
La lista. Una sobrecarga mental que por fuerza te hace ver el mundo de otra manera. 
¿Es más mitómana con los escritores o con los actores? Con los escritores. La literatura me produce un gran respeto por lo que puede conseguir con poquísimos medios, las palabras.
¿Se hizo amiga de Philip Roth? Hubiera preferido no conocerlo. Es de un egocentrismo agotador.
¿El cine no la ha vacunado contra el egocentrismo? Ya, pero… Me leyó El animal moribundo tres veces, tres.
 Se interrumpía cada dos párrafos y decía: “Esto es bueno, ¿verdad?”. A mí se me acababan los adjetivos. Era insoportable. Todo el rato pensaba: “Se lo contaré a mis nietos”. 
Se lo está contando a todo el mundo… Está tan convencido de lo que hace que resulta agotador. Una pena.
¿Qué otros escritores le interesan? Dos Passos me parece infravalorado cuando es evidente que Cela leyó Manhattan Transfer antes de escribir La colmena.
 Me gustan los que crean mundos. Patrick Modiano siempre hace el mismo libro y cada septiembre espero el próximo.
Ha hablado claro contra el independentismo en Cataluña. No estar a favor del independentismo no significa ser facha, como quieren simplificar.
 Me he preguntado muchas veces por qué había tanto miedo a hablar. 
Creo que lo veíamos como una insensatez tan enorme que no creímos que pudieran continuar.
 Pensábamos que caería por su propio peso.
 Pero ahora lo veo cada vez más difícil. 
Cuesta admitir que uno ha sido manipulado.
 En los inicios del nazismo, el partido nazi consiguió crear un espíritu de camaradería entre la gente que hizo que sintieran que pertenecían a algo.
 Esa pertenencia les dio la victoria.
 Muchas buenas personas juntas pueden resultar dañinas, y cuando alguien tiene que recordar todo el rato lo buena persona que es…, sal corriendo.

Se están destapando muchos casos de acoso en Hollywood. ¿Le sorprende? El problema es que seguimos hablando de la mujer como víctima. 
Hay por ahí científicas cojonudas, hablemos de ellas.
 Hay hombres con las manitas largas.
 Claro que hay que parárselas, pero cuando hay abusos tan horripilantes en el mundo, cuando a niñas de los campamentos de refugiados les destrozan la vida sin que tengan capacidad de elegir, no para conseguir un trabajo, siento que igual estamos confundiendo las prioridades y hablando del acoso desde el punto de vista de una mujer blanca y privilegiada.

El terrible precio de Stalingrado.................... Lyuba vinogradova

El papel de las mujeres fue decisivo en la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar hace 75 años. 

Vasili Grossman comparó la destrucción de la ciudad con las ruinas de Pompeya.

Blindados alemanes destruidos en Stalingrado.
Blindados alemanes destruidos en Stalingrado.
Han pasado 75 años desde el final de la que seguramente fue la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, 75 años desde el momento en el que los rusos, sus aliados y millones de personas de todo el mundo dieron un suspiro de alivio colectivo. 
Todos habían seguido las informaciones de Stalingrado con angustia y de forma compulsiva, habían perdido el ánimo cuando parecía que la suerte de la ciudad pendía de un hilo y se habían alegrado cuando llegaban buenas noticias.
 El aterrador e imparable avance de los Ejércitos de Hitler por toda Europa desde 1939 se había detenido.
 El precio fue la destrucción de una bella ciudad a orillas del Volga.
De camino hacia la ciudad sitiada, en agosto de 1942, el escritor Vasili Grossman, que más tarde ensalzaría la heroica lucha por la defensa de Stalingrado, notó repetidamente y con gran tristeza la carga tan inmensa que recaía sobre las mujeres.
 Con todos los hombres incorporados al Ejército, ellas tenían que arreglárselas como pudieran. 
Trabajaban en las fábricas, conducían tractores y criaban solas a sus hijos. 
No tenían a nadie en quien apoyarse. Las llamaban cada vez más para cubrir los huecos dejados por las terribles pérdidas del primer año de guerra. 
 Empezaron a asumir funciones que habían sido masculinas. 
La espantosa catástrofe les endureció el corazón. 

En el Volga se detuvo el avance de Hitler por Europa. Costó medio año de lucha y más de un millón de muertos.


 El aterrador e imparable avance de los Ejércitos de Hitler por toda Europa desde 1939 se había detenido. 

“¡Hurra, hurra, hurra! Los alemanes están totalmente destruidos, los prisioneros de guerra marchan en largas filas.
 Da asco verlos. Llenos de mocos, harapientos, congelados. ¡Son la escoria!”, escribió una joven de Stalingrado en su diario el 3 de febrero de 1943.
 Se refería a los soldados y oficiales del Sexto Ejército de la Wehrmacht, que se habían rendido el día anterior. 
Unos 100.000 prisioneros, de los que solo sobrevivió la mitad. Iban en fila e intentaban mantenerse cerca de los guardias o en el centro de la columna para estar más o menos a salvo de los civiles. 
Los alemanes capturados ofrecían una imagen patética: muertos de hambre, congelados y enfermos, envueltos en mantas para calentarse.
 Los guardias, en venganza por las atrocidades germanas, pegaban un tiro a los que no tenían fuerza suficiente para andar. 
Y las mujeres, los viejos y los niños del lugar se colocaban a los lados de la carretera para intentar quitarles las mantas, arrojarles piedras, empujarlos, darles patadas y escupirlos a la cara.
 Después de medio año de una batalla que se había cobrado más de un millón de vidas de soldados y civiles, no les quedaba compasión.
El objetivo de la ofensiva alemana en Stalingrado era cortar las comunicaciones entre las regiones centrales de la Unión Soviética y el Cáucaso y establecer una cabeza de puente desde la que invadir la región y sus yacimientos de petróleo.
 El ataque duró desde mediados de julio hasta mediados de noviembre de 1942, y se paró a un precio terrible para la URSS. Mientras los soldados defendían la ciudad, los habitantes y cientos de miles de refugiados llegados de otras regiones quedaron abandonados a su suerte.
 Anna Aratskaya, que vivía en Stalingrado, escribió el 27 de septiembre: “Nuestra casa se ha quemado, igual que nuestra ropa, que habíamos enterrado en el patio. 
No tenemos ropa ni zapatos, no tenemos un techo bajo el que refugiarnos. ¿Cuándo terminará esta pesadilla?”. 

Lylia Litvyak, piloto de la fuerza aérea soviética durante la batalla de Stalingrado.
Lylia Litvyak, piloto de la fuerza aérea soviética durante la batalla de Stalingrado. Stock Photo
La ciudad había quedado convertida en un “gigantesco campo de ruinas” por los bombardeos masivos de los alemanes, en particular el del 23 de agosto. 
Quedaban en pie algunas casas con las ventanas rotas, algunas paredes, o una chimenea.
 Numerosos soldados “que nunca más se levantarían yacían en los patios y en las calles, centenares de ellos, incluso miles, nadie los contaba.
 La gente vagaba entre las ruinas en busca de comida o de algo que pudiera servirles”. 
Vasili Grossman comparó esta ciudad espectral con Pompeya, pero con la diferencia de que en medio del caos quedaron almas vivientes, cientos de miles de ellas.
Los civiles también lucharon brutalmente en Stalingrado, no por su país, sino por su propia vida y la de sus hijos.
Sin techo alguno, con las casas destruidas por las bombas o el fuego, no tenían más remedio que intentar encontrar hueco en un barco para atravesar el Volga.
 ¿Cuántos murieron en la orilla mientras esperaban la oportunidad de cruzar, cuántos se ahogaron en el río después de que un proyectil alcanzara su embarcación? 
Otros preferían no intentarlo.
 Se volvió habitual vivir en agujeros excavados en la pared de un barranco. 
Muchos lo hicieron en las orillas escarpadas del Volga, desde donde presenciaban las aterradoras escenas en el agua. 
A medida que avanzaban los alemanes, hasta que el frente llegó casi al río, la gente tuvo que abandonar también esos agujeros. ¿Cómo subsistieron durante los meses que duró la batalla? Muchos murieron por las balas de los francotiradores alemanes mientras intentaban hacerse con cereal quemado del silo destruido.
 Otros arriesgaron sus vidas para robarlo del Molino ­Gerhardt, protegido por soldados soviéticos. 
“Cuando se acabó el cereal, comimos barro”, recordaba un superviviente.

¿Tal vez el propio Stalin, o alguno de sus colaboradores, ordenó que se prohibiera la evacuación de civiles? ¿Existió verdaderamente esa orden o, como en tantos otros lugares, fue sencillamente que no había suficientes recursos para evacuar a la población porque el rápido avance alemán les pilló por sorpresa? Se dice que sí había una orden implícita de Stalin de mantener a los civiles en la ciudad para que los soldados, muchos de los cuales eran de allí, lucharan con más pasión para proteger a sus familias.
 
'En el frente del Este'. Fotografía aérea de Stalingrado realizada por la Compañía de Propaganda alemana (PK). 
'En el frente del Este'. Fotografía aérea de Stalingrado realizada por la Compañía de Propaganda alemana (PK). Fundación José María Castañé
Es cierto que muchos soldados habían sido reclutados en la ciudad y sus alrededores poco antes de la batalla o incluso una vez empezada.
 A medida que se desarrollaban los combates, muchos adolescentes entraron a trabajar en las fábricas militares y se incorporaron, de forma oficial o extraoficial, al Ejército.
 Entre ellos había muchas chicas. Aunque todavía no tuvieran edad de alistarse, estaban deseando contribuir a la lucha y a acelerar el fin de la pesadilla.
 Además, el Ejército ofrecía ciertas esperanzas de mejor alimentación para unos civiles muertos de hambre.
Durante un par de semanas, Alexandra ­Mashkova vio cómo, cada madrugada a las cuatro, jóvenes reclutas subían la ladera desde el Volga, atravesaban el barranco en el que su familia había excavado su vivienda y desaparecían en dirección a Mamáyev Kurgán, una colina que domina Stalingrado. 
Le parecían asustados y muy jóvenes; en realidad, habían nacido en 1924 y tenían casi la misma edad que ella.
 La mayoría nunca regresó, pero a algunos sí los vio más tarde, heridos, volviendo a pie o a rastras.
 Poco a poco, las adolescentes empezaron a ayudar a esos soldados heridos, a vendarles las heridas o llevarlos en camillas improvisadas hasta el río.
 Alexandra, que tenía 17 años, se unió al departamento médico de una unidad militar y cruzó al otro lado del Volga.
 Aprendió deprisa, y pronto estaba ayudando al cirujano. Al principio pasaba mucho miedo cuando tenía que sostener a un soldado durante la operación “mientras le amputaban una pierna o le abrían un brazo hasta el hueso”, pero “una se acostumbra a todo”. 
Muy pronto, las jóvenes enfermeras comían sin preocuparse allí mismo, en el quirófano improvisado.
 “Teníamos un pedazo de pan en el bolsillo, así que nos limpiábamos la sangre de las manos en la bata blanca, sacábamos el pan y nos lo metíamos en la boca”. 

La conductora Angelina Kolo­bushhenko supo que había eludido la muerte cuando unas fiebres tifoideas la apartaron del 1077º Regimiento Antiaéreo, formado casi exclusivamente por mujeres, la mayoría, adolescentes. 
Después de disparar contra los aviones que bombardeaban Stalingrado, las jóvenes debían volver los cañones contra los carros de combate que habían conseguido llegar hasta la fábrica de tractores de la ciudad. 
Murieron casi todas, incluidas las encargadas de los teléfonos, las cocineras y las enfermeras. 
Solo sobrevivieron unas pocas.
Soldado muertos, enterrados en la nieve en Stalingrado.
Soldado muertos, enterrados en la nieve en Stalingrado. José María Castañé Collection
Cuando se curó del tifus, Angelina fue destinada a otro regimiento antiaéreo. 
Tenía un aspecto patético después de la enfermedad, fea y esquelética.
 Las otras chicas la despreciaron y se negaron a dormir en la misma zanja que ella. 
Decían que podía contagiarlas.
 Sin embargo, dos semanas después se había recuperado del todo, recibió un uniforme nuevo y, como no había ningún vehículo disponible para ella, empezó a entrenarse para manejar las armas propiamente dichas.
 Se sintió muy orgullosa cuando su unidad, la 5ª Batería, derribó un avión alemán.
 Las jóvenes fueron corriendo a la llanura para buscar a la tripulación del aparato, los encontraron y los detuvieron. 
Los tres alemanes eran muy jóvenes, uno alto y de rostro arrogante y otro más bajo y más agradable, pero Angelina se acordaba sobre todo del tercero, que tenía unas quemaduras terribles y dolores insoportables cuando le encontraron. 
Nunca olvidó sus grandes ojos azules llenos de sufrimiento.
 Las conductoras del frente, siempre de un lado a otro, veían y oían muchas cosas. 
En noviembre empezó a parecer que la situación estaba cambiando. Había cada vez más prisioneros alemanes, y Angelina sentía lástima tanto por ellos como por los que había visto muertos de frío. 
Ella y sus camaradas tenían botas nuevas de fieltro y abrigos de piel de cordero.
 Le daban pena los prisioneros alemanes con sus finos abrigos y unos extraños zapatos de paja por encima de las botas, nada preparados para el crudo invierno ruso. 
Cuando se anunció que había un gran grupo de soldados alemanes rodeados, Angelina comprendió que no iban a sobrevivir mucho tiempo, con su ropa de verano, casi sin comida, en la ciudad destruida o en la estepa, sin lugar donde refugiarse ni madera para hacer fuego.
 Dos contemporáneas de Angelina, las pilotos de combate Lilya Litvyak y Katya Budanova, volaban con su regimiento para impedir que los alemanes arrojasen provisiones a las tropas sitiadas.
 Las dos habían pilotado aviones deportivos y habían sido instructoras de vuelo antes de la guerra, pero aprendieron más en sus 10 meses en el Ejército que en toda su carrera anterior.
 Otro piloto recordaba la reac­ción del comandante del regimiento cuando llegaron cuatro mujeres con sus tripulaciones. “Me duele ver a una mujer luchando en la guerra. Me duele y me da vergüenza. 
¿Cómo es posible que nosotros, los hombres, no hayamos podido evitar que hagáis un trabajo tan poco femenino?”.
 Las jóvenes tuvieron que demostrar su habilidad y su empeño. Klava Nechaeva, de 23 años, murió en su primera misión, después de convencer a su jefe de que la dejara participar en la batalla.
 Las dos audaces mujeres desafiaron a la muerte con numerosas misiones en el infierno de Stalingrado, y sobrevivieron a aquel invierno, pero ambas cayeron en agosto de 1943.
Cuando la batalla de Stalingrado llegó a su fin, cientos de miles de mujeres se habían incorporado al Ejército. 
El país había perdido a tantos hombres que a las autoridades no les quedó más remedio que utilizar a las mujeres en todas las funciones militares. 
No existen datos concretos sobre las mujeres que sirvieron, de modo que los cálcu­los varían mucho, desde medio millón hasta casi un millón.
 El frente se trasladó y las jóvenes que seguían vivas y con buena salud se trasladaron con él. 
Muchas de las mujeres a las que entrevisté siguieron luchando hasta el final de la guerra y estuvieron en Berlín para celebrar la victoria (muchos soldados estaban convencidos de que Berlín debía quedar reducido a ruinas como los alemanes habían dejado Stalingrado).
 Siguieron presenciando la muerte y el dolor y perdiendo a sus camaradas. 
Pero nunca volvieron a vivir una situación tan desesperada como en Stalingrado, nunca volvieron a sentir que les estaban clavando un cuchillo tan adentro que podían perder la guerra.

Lyuba Vinogradova es autora de ‘Las brujas de la noche’ y ‘Ángeles vengadores’ (ambos en Pasado & Presente). Los testimonios citados en este artículo proceden de entrevistas realizadas por la propia autora y del proyecto ‘Iremenber. Recuerdos de veteranos de la Segunda Guerra Mundial’ (www.iremember.ru).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.


 

La intimidad de Felipe VI.................................... Mábel Galaz

El Rey abre las puertas de su casa con motivo de su 50 cumpleaños, que celebra el martes.

Los Reyes, con sus hijas, almorzando en su casa el pasado 13 de enero.

Una de las críticas más recurrentes que reciben los Reyes de España tiene que ver con el hermetismo con el que llevan su vida privada a diferencia de otras casas reales.

 Pero con motivo del 50 cumpleaños de don Felipe, que se celebra el próximo martes 30 de enero, el Monarca ha hecho una excepción y ha permitido que un fotógrafo del palacio de La Zarzuela obtenga imágenes de su vida más cotidiana, esa a la que muy pocos tienen acceso.

 La difusión de esas instantáneas tomadas en su casa son la manera con la que don Felipe ha querido celebrar su aniversario. No con rígidos posados oficiales.

De la misma manera, el Rey festejará el martes su medio siglo de vida. 
Habrá una reunión familiar en La Zarzuela y antes, eso sí, un acto en el Palacio Real de gran significado.
 Felipe VI impondrá a su hija Leonor el Toisón de Oro, que concedió a la princesa de Asturias cuando esta cumplió 10 años.
 El Toisón de Oro es un reconocimiento simbólico que no da lugar a privilegios y que, según fuentes de la Casa del Rey, concedió a su primogénita por “razones de tradición y continuidad y el deseo de institucionalizar la figura de la princesa de Asturias como heredera de la Corona”.
Don Felipe y doña Letizia, en su coche.
Don Felipe y doña Letizia, en su coche.

 Don Felipe está siguiendo con su hija un protocolo de actuación muy similar al que don Juan Carlos hizo con él, que recibió la distinción a los 13 años, el 3 de mayo de 1981.

 Este gesto también apunta a que Leonor, de 12 años, tendrá a partir de ahora algo más de protagonismo público.

 Su presencia en Oviedo en los premios que llevan su nombre puede ser el primer paso. 

Pero don Felipe intentará preservar todo lo posible la normalidad familiar. 

Tanto él como la Reina quieren que sus hijas crezcan de la manera más sencilla posible. 

Por eso las fotos que ha difundido La Zarzuela muestran, por ejemplo, al matrimonio y a sus dos niñas almorzando en una mesa camilla una sopa minestrone.

 En ella se observa que la princesa de Asturias usa la cuchara con la izquierda, lo que demuestra que es ambidiestra ya que cuando saluda, en cambio, lo hace con la derecha. 

También en el reportaje se ve a don Felipe y a doña Letizia cargando las mochilas de sus hijas cuando se disponen a acompañarlas al colegio cuando en Madrid amanece. 

Algo que hacen siempre que pueden, como desayunar con ellas. Es la propia Letizia quien suele ocuparse de preparar la primera comida del día. 

Don Felipe, con su teléfono móvil en el coche oficial.
Don Felipe, con su teléfono móvil en el coche oficial.
La princesa Leonor y la infanta Sofía ya son conscientes del trabajo de su padre y están al tanto de la actualidad política que sus padres les cuentan. 
Por eso este año ambas estuvieron presentes durante la grabación del mensaje de Navidad del Rey. 
Las fotos facilitadas por Zarzuela recuerdan a esa en que don Felipe, siendo un niño, observaba a su padre don Juan Carlos cuando se dirigió a los españoles el 23 de febrero, el día en que la democracia estuvo en peligro.

26 ene 2018

Su Majestad ha muerto............................ Sergio Ramírez

Claribel Alegría tomó desde la adolescencia el oficio de la poesía como el asunto de su vida.

Fotografía de Claribel Alegría sobre su ataúd, en Managua, ayer jueves.
Fotografía de Claribel Alegría sobre su ataúd, en Managua, ayer jueves. REUTERS
Claribel Alegría tomó desde la adolescencia el oficio de la poesía como el asunto de su vida, de manera que puedo decir de ella que vivió en estado poético hasta el último día, sin dudar un instante de que aquel había sido siempre su destino.
Un destino que la convirtió en hija de dos países a la vez, pues nació en Estelí, en el norte de Nicaragua.
 Hija de un médico, Daniel Alegría, a quien las circunstancias políticas siempre anormales en Nicaragua lo hicieron irse a vivir a Santa Ana, en El Salvador, donde ella creció como salvadoreña. 
Por eso hablaba siempre de que tenía una patria, y una matria.
Fue discípula de Juan Ramón Jiménez en Washington, cuando empezaba sus estudios universitarios, y él fue, sin decírselo, apartando los poemas que ella le enseñaba, para entregárselos de vuelta, debidamente mecanografiados por su esposa Zenobia, diciéndole que allí tenía su primer libro.
Su padre, enemigo de las intervenciones yanquis en Nicaragua, llevando sus ardores antiimperialistas al extremo, hizo prometer a sus dos hijas que jamás se casarían con un gringo. 
Fue lo primero que hicieron.
 El elegido por Claribel, Bud Flaknoll era todo lo contrario del americano feo.
 Diplomático que empezaba su carrera en el Departamento de Estado, renunció en protesta por las políticas de injerencia de Estados Unidos.
Conocemos a Claribel más por su poesía, cada libro es una señal en el tiempo de lo que fueron las distintas etapas de su vida. 
 Pero junto con Bud escribió al alimón una novela que resultó finalista del Premio Seix Barral, Cenizas del Izalco, que gira alrededor de la masacre de miles de indígenas que el dictador esotérico Maximiliano Hernández Martínez perpetró a mansalva en El Salvador, un país de suerte tan desgraciada en su historia como Nicaragua.
Vivió en Washington, en Santiago de Chile, en París, y muchos de sus mejores años transcurrieron en Deyá, en la isla de Mallorca, donde Bud y ella compraron una vieja casa campesina que remozaron.
 Un día, mientras ambos clavaban duelas subidos al techo, pasó por la callejuela Robert Graves llevando su compra del mercado en una bolsa de mano. “¿Usted es Robert Graves?”, le gritó Claribel desde arriba, enarbolando el martillo.
 “Sí”, respondió él, haciendo visera con la mano. “¿Y ustedes quiénes son?".
Esa noche tomaron una botella de vino los tres juntos en la salita aún llena de ripios y ladrillos, y se hicieron amigos entrañables desde entonces. 
Y Deyá fue también el lugar de los veranos felices de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, a quien Claribel saludaba cada mañana de ventana a ventana.
 Uno de sus mejores libros en prosa sigue siendo, para mí, Pueblo de Dios y de Mandinga, una crónica lúdica y llena de ardides y sorpresas sobre la vida pueblerina de Deyá.
Claribel nunca dejó de ensayar novedades en su voz poética, que fue siempre una voz íntima, donde vida y muerte fueron hermanas gemelas.
 Y tras el deceso de Bud, años atrás en Nicaragua, la presencia del marido y camarada de aventuras y viajes ya nunca dejó de teñir su poesía, porque nunca se fue de su lado.
Dos poetas muy jóvenes que la admiraron mucho, Ulises Juárez Polanco y Francisco Ruiz Udiel, muertos tempranamente, dieron en llamarla "Su Majestad", y así acabamos llamándola todos.
 Su Majestad, nuestra reina de la poesía.
Fuimos vecinos desde muchos años atrás, y la mejor hora de vernos era a las cinco de la tarde, en su pequeño jardín donde la encontraba sentada esperando a sus visitas ya con su vaso de ron en la mano, siempre dispuesta a reír, ingeniosa en las bromas y cáustica frente a lo que no le gustaba. 
Y cuando no me llamaba por teléfono, siempre estaban allí sus mensajes electrónicos. 
La edad nunca le hizo mella.
 Claribel era el nombre para una mujer joven y nunca traicionó su apellido, Alegría.
Hasta Cartagena de Indias me llega el aviso de que Su Majestad, a quien creía y quería inmortal, ha muerto.
 Qué otro remedio que consolarme con su inmensa e indeleble poesía.