La crecida del río Sena de París,
que ese jueves ha superado el umbral de los 5,40 metros de altura sobre
su nivel de referencia, ha obligado a cerrar vías de circulación,
infraestructuras de transporte público e incluso una parte del museo del Louvre. El río, que se ha desbordado en algunos tramos a su paso de París,
sigue subiendo de nivel y lo continuará haciendo hasta el fin de semana
cuando podría llegar a un máximo de seis metros. Un total de 23 departamentos del centenar que hay en
Francia, todos ellos en la parte norte y noreste del país, estaban el
jueves en alerta naranja, la segunda más elevada, por riesgo de crecidas
de ríos, sobre todo en la cuenca alta del Ródano y en la del Sena,
según el mapa de los servicios meteorológicos Météo France. El Museo del
Louvre decidió este miércoles cerrar el nivel bajo del departamento de
Artes del Islam al menos hasta el próximo domingo "con carácter
preventivo" ante la posible subida del río en la capital. "Una unidad de
crisis está monitoreando la situación en tiempo real", aseguró el museo
en un comunicado. Los Museos d'Orsay y de l'Orangerie también han puesto en
marcha un plan de contención y han trasladado obras a zonas con menor
riesgo. El Sena se elevó tanto que los botes fluviales no pueden pasar
por los antiguos puentes que rodean la catedral de Notre Dame. A los turistas y lugareños se les ha aconsejado alejarse de las orillas por temor a ser atrapado por remolinos de agua.
Estaciones de trenes cerradas y líneas interrumplidas
Seis estaciones de trenes ubicadas cerca del río, incluido
Saint Michel en el Barrio Latino que atrae a muchos turistas, también se
han visto obligadas a cerrar. El Ayuntamiento señaló que también ha
cerrado algunos jardines próximos al Sena, como el de la Isla de los
Cisnes o el de Tino Rossi, Además, recomendó a los habitantes que no
almacenen bienes de valor en las bodegas o en subterráneos, ya que
podrían resultar dañados por la subida del nivel. De forma preventiva está interrumpido al menos hasta mañana
el servicio del RER C, una de las líneas de trenes de cercanías de la
ciudad en un tramo que discurre paralelo al río, entre las estaciones de
Boulainvilliers y Saint Michel. Por ahora el Sena está lejos de alcanzar el récord de 1658
cuando rozó los nueve metros. En el siglo pasado, en 1910, las aguas
subieron hasta 8,62 metros dejando a grandes partes de la capital
francesa inundadas.
El
neurocirujano canadiense estimuló con impulsos eléctricos el córtex
temporal de pacientes conscientes y logró evocar en ellos emociones y
recuerdos grabados neuronalmente.
Con talento y sin sacrificio es casi imposible conseguir
ninguna meta en la vida, pero hacerlo al revés, sin talento pero con
sacrificio, tiene mucho más mérito, y así se lo inculcaron a Wilder Penfield
en su infancia, en la que no destacaba ni por su mente para los
estudios ni por su cuerpo desgarbado y poco práctico para la actividad
física. Sin embargo, el voluntarioso Wilder se convenció de que solo a
través del estudio lograría ser mejor persona y útil a la sociedad, y no
se conformó con recibir una buena formación en letras sino que se
atrevió también con la medicina para seguir la tradición familiar de su
abuelo y su padre. Su autoengaño para lograrlo fue decirse a sí mismo
que era “la manera más directa de hacer del mundo un lugar mejor para
vivir”.
Al
final, no solo triunfó en la medicina, sino que se convirtió en un
referente mundial de la Ciencia por sus descubrimientos al aplicar los
principios de la neurofisiología a la práctica de la neurocirugía y
conseguir tratar la epilepsia considerada incurable hasta entonces. Tan
metódico como perseverante y dogmático en su trabajo, tampoco es de
extrañar que fuese un hombre religioso en medio de los increíbles
descubrimientos que logró en el campo cerebral y del sistema nervioso, ni que por su humildad prefiriera llamarlos “comienzos emocionantes del estudio del cerebro”.
Wilder Graves Penfield nació el 26 de enero de 1891 en
Spokane, Washington. Su familia tenía tradición médica, ya que tanto su
padre como su abuelo eran galenos, aunque la consulta privada de su
progenitor fracasó y ese hecho afectó a la economía familiar hasta el
punto de separarse de su mujer.
La madre se hizo cargo de sus tres hijos cuando Wilder tenía
ochos años y se trasladaron a la casa de los abuelos a Wisconsin. Con
13 años el adolescente Penfield vivió la inflexión en su vida cuando su
madre se enteró de la creación de las becas Rhodes, destinadas a alumnos
extraordinarios en sus condiciones físicas y mentales, y pensó que
estaba hecha a la medida de su hijo. Wilder aceptó el reto y se preparó a
conciencia durante los siguientes años en la Universidad de Princeton, pero lo máximo que consiguió el primer año fue ser suplente en el equipo de fútbol americano de los novatos. Wilder Graves Penfield nació el 26 de enero de 1891 en
Spokane, Washington. Su familia tenía tradición médica, ya que tanto su
padre como su abuelo eran galenos, aunque la consulta privada de su
progenitor fracasó y ese hecho afectó a la economía familiar hasta el
punto de separarse de su mujer. La madre se hizo cargo de sus tres hijos cuando Wilder tenía
ochos años y se trasladaron a la casa de los abuelos a Wisconsin. Con
13 años el adolescente Penfield vivió la inflexión en su vida cuando su
madre se enteró de la creación de las becas Rhodes, destinadas a alumnos
extraordinarios en sus condiciones físicas y mentales, y pensó que
estaba hecha a la medida de su hijo. Wilder aceptó el reto y se preparó a
conciencia durante los siguientes años en la Universidad de Princeton, pero lo máximo que consiguió el primer año fue ser suplente en el equipo de fútbol americano de los novatos.
Penfield se convirtió en un destacado deportista: era
defensa en el equipo de fútbol, entrenador del de béisbol, delegado de
curso y alumno destacado, pero la beca no llegó cuando la necesitaba,
así que decidió costearse sus estudios entrenando más equipos y dando
clases. Sin embargo, al año siguiente le concedieron la deseada beca, y a
finales del otoño de 1914 el joven Wilder se trasladó a Oxford. Allí
conoció a dos profesores que marcaron su vida para siempre: Osler y
Sherrington, quienes con buen ojo vieron en Wilder un futuro buen
médico, le aconsejaron qué estudiar para que le sirviese a su regreso a
Estados Unidos y le abrieron los ojos para que se diera cuenta de que el
sistema nervioso era “un campo inexplorado en el que algún día podría
explicarse el misterio de la mente humana”. Precisamente en casa del doctor Osler Penfield se recuperó
de las heridas sufridas en 1916, cuando un torpedo alemán hundió el
barco en el que cruzaba el canal de la Mancha para incorporarse a un
hospital de la Cruz Roja en Francia. Iba a servir en el frente en la Primera Guerra Mundial,
pero a raíz del suceso fue incluido en la lista de bajas y su
necrológica hasta apareció en un periódico americano, aunque él se
recuperó de sus lesiones y decidió explorar ese territorio desconocido
mencionado por sus mentores. Wilder Penfield regresó a Estados Unidos en
1918 para recibir su doctorado, pero no tardó en volver a Oxford junto a
Sherrington para saciar ese gusanillo de sabiduría sobre el desconocido
mundo cerebral.
A partir de la década de los años 20 Penfield fue cambiando
de destino, hospital e investigación según donde hubiera dinero y medios
para ser fiel a lo que ya le apasionaba. De esta forma, pasó por el
Instituto Neurológico de Nueva York trabajando en una cura para la epilepsia,
por Quebec en un nuevo instituto de investigación, fue profesor en la
prestigiosa Universidad McGill y en el Hospital Reina Victoria, además
de perfeccionar su técnica microquirúrgica en Nueva York, Madrid y
Breslau (Alemania). Todo ello, antes de aceptar el cargo como director
del nuevo Instituto Neurológico de Montreal,
lo que le sirvió de excusa para, en 1934, conseguir la nacionalidad
canadiense y empezar a lograr los avances por los cuales es más
conocido. Este instituto de Montreal supuso para Penfield un sueño
hecho realidad, ya que se dio cuenta de que él solo no llegaría tan
lejos en el campo de la neurología como rodeado de otros científicos,
neurocirujanos y patólogos que trabajaran juntos en espacios reducidos y
compartieran información para acercarse a la comprensión de la mente
humana.
En una de sus investigaciones, el ya entonces reconocido investigador Penfield llevó a cabo su idea de realizar una cirugía
en pacientes que estaban despiertos utilizando una sonda eléctrica
sensible para observar el efecto de la estimulación cerebral en el
cuerpo . Consideró que se trataba de un enfoque nuevo y nunca antes
planteado en el ejercicio de la neurología, así que no dudó en aplicarlo
a los pacientes con epilepsia más severa. La epilepsia, para Wilder Penfield, era
como una especie de cortocircuito en el cerebro, ya que la mayoría de
los pacientes experimentaba una combinación de sensaciones y emociones
antes de sufrir un ataque epiléptico. La innovación del neurocirujano
canadiense consistió en utilizar impulsos eléctricos en varias áreas del
cerebro y, basándose en el testimonio del paciente consciente, saber
qué zonas estaban afectadas y reducir los riesgos durante la cirugía.
Esta práctica, conocida como Procedimiento Montreal, también
permitió compilar mapas de los córtex sensorial y motor del cerebro,
que son los que presentan las conexiones de los córtex a los diversos
miembros y órganos del cuerpo y que continúan siendo usados en la
actualidad tal y como Wilder Penfield los descubrió. A fines de la década de los años 60 los métodos del
neurocirujano se habían perfeccionado tanto que aproximadamente la mitad
de sus pacientes epilépticos se curaba y el número y la gravedad de las
convulsiones se habían reducido otro 25 por ciento. Otro gran hallazgo a partir de esa electroestimulación sobre
el córtex temporal fue que los pacientes podían recordar momentos,
emociones y hasta olores vividos y que creían olvidados pero que en
realidad estaban grabados neurológicamente.
Wilder Penfield se centró también en las
funcionalidades de la mente y no sólo revolucionó la neurocirugía, sino
que también sentó las bases de su gran influencia en campos relacionados
como la neurología y la neuropsicología, además de realizar numerosos
experimentos que, entre otros resultados, resolvieron un debate sobre la
estructura celular del cerebro. Penfield, convertido en el neurocirujano más destacado de la
época, hasta le realizó una pionera y compleja intervención quirúrgica a
su hermana. El procedimiento no tenía precedentes en su complejidad y
la mayoría de los cirujanos no lo habrían ni intentado pero él se
atrevió a eliminar un tumor cerebral con éxito aunque, por desgracia,
apareció de nuevo y su hermana falleció tres años después. El doctor Penfield se jubiló de la Facultad de Medicina de
McGill en 1954, pero continuó como director del Instituto de Neurología y
dedicó los últimos 15 años de su vida a disfrutar de una segunda
carrera como escritor de novelas históricas y biografías médicas. Su
interés y motivación no cambiaron, y lo hizo como servicio público, en
especial en apoyo a la educación universitaria. Sus escritos de este
periodo incluyeron ‘El misterio de la mente’ (1975), que resume sus
puntos de vista sobre el problema mente/cerebro, y ‘Ningún hombre solo’
(1977), una autobiografía de los años 1891-1934.
Wilder Penfield murió a causa de un cáncer
el 5 de abril de 1976 a la edad de 85 años, pero su legado en la que fue
su casa, el Instituto Neurológico de Montreal, continúa activo y siendo
una referencia mundial. La epilepsia se convirtió en la gran inspiración de
Penfield, y sus estudios quirúrgicos arrojaron grandes avances sobre los
tumores cerebrales, los mecanismos del dolor de cabeza, la localización
de las funciones motoras, sensoriales y del habla, el papel del
hipocampo en los mecanismos de la memoria, además de ser la base de las
teorías modernas de la función separable de los dos hemisferios
cerebrales, construidas sobre sus hallazgos. El doctor Penfield contribuyó, más de lo que él pensaba, a
descubrir ese mundo infinito de neuronas y conexiones cerebrales y
hacerlo mucho más sencillo e inteligible para la Ciencia actual.
Una misteriosa carta enviada a la policía asegura que los protagonistas de la famosa huida de Alcatraz en 1962 sobrevivieron.
La policía de San Francisco recibió en 2013 una carta manuscrita que
empezaba así: “Mi nombre es John Anglin. Escapé de Alcatraz en junio de
1962 con mi hermano Clarence y Frank Morris. Tengo 83 años y estoy
enfermo. Tengo cáncer. Sí, lo logramos todos, ¡pero a duras penas!”. Lo
logramos se refiere a la fuga carcelaria más famosa de Estados Unidos en
el siglo XX, la que estos tres presos protagonizaron en la prisión
supuestamente inexpugnable que se alza en un peñasco en medio de las
gélidas aguas de la bahía de San Francisco.
En algún momento de la madrugada del 12 de junio de 1962, tres
internos de la prisión de máxima seguridad de Alcatraz se fugaron a
través de agujeros de ventilación que fueron agrandando durante meses
con cucharillas. A la mañana siguiente, los guardias encontraron en las
camas cabezas de papel, con las que habían evitado levantar sospechas
durante los recuentos de la noche. La historia se cuenta en la película La fuga de Alcatraz (1979) en la que Clint Eastwood interpreta a Morris y Fred Ward interpreta a Anglin, el supuesto autor de la carta.
Morris y los hermanos Anglin no eran los primeros en intentarlo. Pero
son los únicos que jamás han sido hallados, ni vivos ni muertos, lo que
ha estimulado durante cinco décadas las leyendas sobre si sobrevivieron a las corrientes de la bahía. La versión oficial es que se ahogaron. Según la emisora que ha publicado la noticia, el FBI hizo un estudio
grafológico de la carta, comparándola con la letra de los tres fugados,
que no resultó concluyente. Se trata de la prueba más reciente que ha
obligado al FBI a reabrir la investigación del legendario caso. La
oficina de US Marshall, una cuerpo policial federal, asegura a la
emisora que a partir de la carta no ha podido establecerse ninguna nueva
línea de investigación.
En 2015, History Channel emitió un documental
en el que por primera vez la familia de los hermanos Anglin contaba su
versión y afirmaba que ambos habían sobrevivido a la huida. El
documental incluía una foto que supuestamente muestra a los hermanos en
Brasil en 1975. La prisión de Alcatraz es hoy un popular destino turístico lleno de
leyendas. Abrió en 1934 y cerró al año siguiente de la fuga, en 1963. En
ese tiempo, según la página web del FBI,
34 internos trataron de huir en 14 intentos distintos. Todos fueron
capturados o murieron en el intento. “El destino de estos tres internos,
sin embargo, es un misterio”.
Se trata
de un jugador del Málaga formado en la cantera del Real Madrid con quien
la actriz se deja ver y interactúa en la redes sociales.
Paula Echevarría y David Bustamante llevan más de un año físicamente separados aunque sus desavenencias se remontan a años atrás. Pese a ello la pareja, de manera inexplicable, se resisten a firmar el divorcio. Las relaciones entre ambos son cada vez más complicadas hasta el punto de pasarse temporadas sin casi dirigirse la palabra. Entre medias a la actriz y al cantante se le atribuyen relaciones que
intentan llevar discretamente por aquello, entre otras cosas, de que
todavía son oficialmente matrimonio. Tras relacionarse a Bustamante con
la periodista Ares Teixidó ahora es Echevarría quien tiene un nuevo (o
viejo) amigo. Se trata de Miguel Torres. Durante
la ceremonia de los Premios Feroz, Paula Echevarría ya dejó entrever
que algo se estaba fraguando al decir a los medios que en estos momentos
está "enamorada" de su hija y que "lo demás Dios dirá, ¿qué queréis
saber más que yo?". Miguel Torres es futbolista. Juega de lateral derecho en el
Málaga aunque se formó en la cantera del Real Madrid a la que se
incorporó con solo 12 años. Ahora tiene 31. También ha pertenecido a las
plantillas del Getafe y el Olympiacos griego. Llegó a Málaga en 2014. Torres siempre ha tenido mucho éxito con las mujeres. Entre
sus relaciones más conocidas es la que tuvo con Cristina Pedroche. Mantiene la amistad con muchos compañeros del Real Madrid en especial
con Iker Casillas y se declara admirador de Michel. Paula Echevarría y Miguel Torres comparten muchos amigos en
especial Alicia Fernández, la responsable de la firma Dolores Promesas. Hace unos días la actriz y el futbolista acudieron juntos a la fiesta de
celebración del 44 cumpleaños de la diseñadora. Se da la circunstancia curiosa de que Torres participó hace
ocho años en un vídeoclip con Paula Ehevarría y David Bustamante. Se
trataba del tema A contracorriente. En él interpretaba al novio de la actriz y el cantante hacía del amante. Según amigos cercanos a la expareja, que se casó en Asturias en 2006,
los problemas comenzaron el verano de 2016 por “el desgaste de la
convivencia”, pero intentaron disimularlo ante la prensa. A ello ayudó
que el intérprete de El aire que me das se encontrara de gira.