Un documental relata el viaje al desastre de ‘El cosmonauta’, un original filme que estaba llamado a cambiar la historia del cine.
Así, con mayúsculas. En 2008, los entonces veinteañeros —se habían conocido en la Universidad— anunciaron el inicio de un proyecto transmedia, El cosmonauta, que contendría un largometraje, un libro y 36 piezas multimedia, que se financiaría a través de crowdfunding o micromecenazgos, y que todo el que quisiera podría ver gratis.
Y sí, hubo película (aunque muy discutida), pero también la quiebra de la empresa del trío y productora, Riot Cinema Collective, SL, juicios contra el Estado español.
Al final, los ocho años de trabajo han sido más interesantes que el filme en sí.
Y así queda reflejado en el documental Hard as Indie, que se estrena online mañana para que pueda verse de forma gratuita.
El documental de Arturo M. Antolín nació como el making of de El cosmonauta —que cuenta cómo el primer cosmonauta que pisa la Luna no regresa a casa en 1975, a pesar de que él, a través de fantasmales mensajes de radio, asegura haber vuelto a la Tierra y haberla encontrado vacía— y ha acabado siendo el testimonio de un viaje épico hacia el desastre.
Alcalá dirigiría el largo, Rodríguez sería la productora y Teixidor realizaría las piezas multimedia.
Lograron resonancia mediática y ruido en la Red; más ardua fue la tarea de conseguir financiación.
“Trabajamos mucho sin resultados visibles y sin dinero”, se escucha en Hard as Indie.
El primer cambio de registro llegó en 2010, cuando decidieron rodar en inglés en vez de en español, y por tanto cambiaron de reparto.
En Moscú encontraron a una productora, Alisa Green, que iba a invertir tanto dinero como ellos obtuvieran.
Hasta que el 23 de mayo de 2011, a ocho días de inicio del rodaje, Green desapareció y se esfumaron 120.000 euros.
Por suerte, a su llamada de socorro internáutica los seguidores acudieron en masa y en 72 horas obtuvieron 130.000 euros (al final lograron 331.678 euros de 4.610 personas).
La filmación en Letonia fue un infierno: oleadas de mosquitos; Alcalá, enfermo de megalomanía; una producción de aficionados; un alojamiento en un asilo que seguía anclado en el pasado, cuando el edificio servía de hotel de los invitados del líder Brézhnev a la zona; actores en rebeldía y grandes fiestas alcohólicas como terapia de exorcismo de malos rollos.
“Nos quedaba grande”, confiesa Rodríguez.
Al trasladarse a Moscú para rodar en la Ciudad de las Estrellas, donde entrenaban los viajeros espaciales soviéticos, un general excosmonauta retiró todos los permisos.
Vuelta a casa.
Y empezó el montaje. Habían rodado 140 horas de material, más del triple de lo habitual. A Alcalá no le gustaba el montaje más tradicional de la historia y decidió apostar por el poético, para espanto de Rodríguez. Desde ese momento, ambos dejarán de hablarse. Meses después, el director suelta una barbaridad por Facebook, y El cosmonauta, un hijo querido en Internet, se convierte en el proyecto más odiado en la Red.
Quedaba la puntilla. Tras el estreno en mayo de 2013 en cines, canales televisivos de pago y en otras plataformas (“Echamos a correr los primeros, pero no en llegar a la meta”), tienen que devolver 73.000 euros de los 99.500 recibidos en la única subvención que ha dado el Ministerio de Cultura a obras audiovisuales que fomentaran las nuevas tecnologías (solo se lanzó la convocatoria de 2012).
Era además, por su esttreno especial, la única ayuda a la que podían
acceder. “No nos admitieron los sueldos en diferido, aunque en 2012 nos
habían dicho que no habría problemas”.
Perdieron el juicio y en 2015 su
empresa entró en concurso de acreedores: El cosmonauta ya no se
pudo proyectar, aunque hoy en día se puede ver en Internet.
Actualmente, Bruno y Carola van por un lado, y Nico por otro. No se
hablan.
“Pero no nos arrepentimos, al menos hicimos la película”, se
consuelan. Nunca una victoria pírrica supo mejor.