Un momento de 'Carmen', en la Opera de Firenze.Pietro Paolini TerraProjec
Hasta dónde puede el arte reescribirse para seguir las
exigencias políticas, éticas y morales de cada época o para denunciar
problemas actuales?
El teatro del Maggio Musicale de Florencia decidió el pasado domingo, de forma más o menos voluntaria, experimentarlo y estrenó una Carmen de Bizet
que supone un insólito paso más allá en esta reflexión.
Los
espectadores comprobaron cómo en el último acto de la propuesta del
director de escena Leo Muscato la protagonista arrebata una pistola a
Don José y le descerraja un tiro.
El resultado: muere el maltratador y
no su víctima.
El motivo, explican los responsables del teatro, era
denunciar la violencia contra las mujeres, que deja un cadáver en Italia
cada tres días y cuya lucha carece de altavoces relevantes.
Pero en un
país donde la lírica es religión, manipular la conclusión de una obra
poniendo en riesgo su significado ha generado el efecto contrario.
La supervivencia de la ópera obligó el siglo pasado a proponer todo tipo de experimentos sobre los escenarios. Directores como Peter Sellars
transportaron principios de los ochenta las obras clásicas al mundo
contemporáneo —el punto de inflexión fue su Don Giovanni inyectándose
heroína sobre el escenario del Monadnock Music Festival de Manchester en
1980— y, desde entonces, la tentación de adaptar los clásicos ha
constituido el mainstream de la modernidad teatral. También esta Carmen,
ambientada en un asentamiento de gitanos rumanos en la periferia de una
gran ciudad italiana y con un Don José convertido en policía
antidisturbios. Pero esa no es la cuestión que le ha costado a Muscato
los abucheos de una parte del público, amenazas en las redes sociales y
hasta la incomprensión de grandes amigos, como relata a este periódico
sin comprender todavía la polémica desatada. Pero los defensores de Muscato, entre los que se cuenta el alcalde de Florencia, Dario Nardella
—violinista, presidente del teatro en cuestión y gran aficionado a la
ópera—, alegan que se trataba de una provocación político-social fundada
en las obligaciones del arte de llamar la atención sobre las cuestiones
contemporáneas. “Aprecio su elección porque lo hizo con un objetivo
preciso: reflejar un tema gravísimo y serio en Italia como es la
violencia contra las mujeres. Ha habido un gran debate y muchas
críticas. Pero algunas no las he entiendo. No es una cuestión ideológica
sobre cambiar una ópera o su significado. El teatro debe ser denuncia,
la cultura debe ser reinterpretada en el tiempo presente. Y vale también
para la gran cultura del pasado. Eso no significa cambiar el pasado, no
soy un estúpido que piensa en rescribir el arte. El mensaje de la
elección de este director de escena es social y cultural: llamar la
atención sobre una cuestión tan seria como son los feminicidios”, señala Nardella a EL PAÍS.
Muscato, al teléfono, se muestra abatido por la polémica.
“Se ha creado una polvareda exagerada, gratuita”, señala. Las 6
funciones —1.600 localidades por noche— están agotadas y el
superintendente del teatro, de quien partió la idea de cambiar el final,
quiere reponerla. Pero el escarnio público, sumado al infortunio de que
la pistola con la que Carmen mata a Don José falló estrepitosamente en
el estreno, se ha vuelto insoportable. “El único motivo por el que
acepto llevar un clásico a escena es para que suscite un debate y un
motor de emociones. No buscaba epatar. Yo nunca hablé de feminicidio,
pero me alegra que se vea así”, explica mientras rechaza la etiqueta de
políticamente correcto y le da la vuelta al argumento. “Me preocupa que
ya no tengamos la libertad cultural e intelectual de dejarnos
sorprender. No me pueden mandar a la hoguera sin ver toda la ópera”. De
momento, quien quiera hacerlo ya no encontrará entradas.
Marianne
Barnard aseguró que fue molestada sexualmente por el realizador durante
una sesión fotográfica en la que la retrató desnuda.
La Fiscalía no presentará cargos contra el cineasta Roman Polanski por un episodio de acoso sexual a una menor de 10 años que presuntamente tuvo lugar en 1975 ya que el caso ha prescrito, informó hoy Los Angeles Times. La
asistente del fiscal del condado de Los Ángeles Michele Hanisee rechazó
de manera formal acusar a Polanski por las alegaciones formuladas el
pasado diciembre por Marianne Barnard, quien aseguró que fue acosada
sexualmente por el realizador durante una sesión fotográfica en la que
el cineasta la retrató desnuda. Aunque cuando salió a la luz ya se preveía que el caso no prosperaría
por ser demasiado antiguo, la Policía de Los Ángeles investigó las
acusaciones porque puede usar las pruebas que encuentren para ayudar a
esclarecer otros casos en los que Polanski está envuelto. El pasado agosto, otra mujer, identificada como Robin M.,
denunció públicamente en Los Ángeles que Polanski abusó de ella en 1973
cuando era una adolescente de 16 años. Se unía así a otras mujeres que
en el pasado señalaron por abusos al director como Charlotte Lewis en
2010 y Samantha Geimer en 1977. El director se declaró culpable en el
caso de Geimer, pero se fugó a Europa antes de recibir su condena. Polanski, que ahora tiene 84 años, presentó en febrero una
serie de documentos para regresar a Estados Unidos y cerrar el caso sin
tener que pasar por prisión, pero un juez de Los Ángeles rechazó su
propuesta en abril. En 1977, Polanski, que tenía 43 años entonces, drogó y
obligó a Geimer, de 13, a mantener relaciones sexuales después de una
sesión fotográfica, delito por el que fue arrestado. Polanski se declaró
culpable y pasó 42 días en la cárcel, pero estando en libertad bajo
fianza y ante el temor de tener que volver a prisión para cumplir una
condena mucho más severa, huyó de EE UU a finales de 1978.
El cineasta argumentó para su huida que en su día llegó a un
acuerdo con las autoridades para cumplir únicamente 48 días entre
rejas, pero defendió que escapó del país porque el magistrado Laurence
Rittenband pretendía imponerle una condena más dura de la pactada. Este embrollo judicial ha restringido su libertad de
movimiento por todo el mundo durante años por miedo a que Estados Unidos
reclamara su extradición.
Un manifiesto firmado por la actriz Catherine Deneuve o la escritora Catherine Millet se opone al movimiento #MeToo.
En Hollywood, el movimiento Time’s Up, apoyado por más de 300
actrices, logró teñir de negro la ceremonia de los Globos de Oro en
protesta contra las agresiones sexuales.
En Francia, un colectivo
formado por un centenar de artistas e intelectuales tomó este martes la
dirección contraria al firmar un manifiesto opuesto al clima de
“puritanismo” sexual que habría desatado el caso Weinstein.
La tribuna, publicada en el diario Le Monde, está firmada por conocidas personalidades de la cultura francesa, como la actriz Catherine Deneuve,
la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora
Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann o
la ilustradora Stéphanie Blake.
“La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”, afirman las autoras de este manifiesto. “Desde el caso Weinstein
se ha producido una toma de conciencia sobre la violencia sexual
ejercida contra las mujeres, especialmente en el marco profesional,
donde ciertos hombres abusan de su poder. Eso era necesario. Pero esta
liberación de la palabra se transforma en lo contrario: se nos ordena
hablar como es debido y callarnos lo que moleste, y quienes se niegan a
plegarse ante esas órdenes son vistas como traidoras y cómplices”,
defienden las firmantes, que lamentan que se haya convertido a las
mujeres en “pobres indefensas bajo el control de demonios falócratas”. Entre las impulsoras del manifiesto se hallan personalidades que ya habían expresado opiniones opuestas a este movimiento,
cuando no abiertamente contrarias a ciertas luchas del feminismo. Por
ejemplo, la filósofa Peggy Sastre, autora de un ensayo titulado La dominación masculina no existe,
o la escritora Abnousse Shalmani, que en septiembre firmó una columna
donde describía el feminismo como un nuevo totalitarismo. “El feminismo
se ha convertido en un estalinismo con todo su arsenal: acusación,
ostracismo, condena”, dijo en el semanario Marianne. Por su
parte, la periodista Élisabeth Lévy ha tildado de “infecto” el
movimiento iniciado por etiquetas como #MeToo o #balancetonporc
(“denuncia a tu cerdo”). En un registro más moderado, Deneuve también se
opuso a este fenómeno a finales de octubre. “No creo que sea la forma
más adecuada de cambiar las cosas. ¿Después qué vendrá? ¿'Denuncia a tu
puta'? Son términos muy excesivos. Y, sobre todo, creo que no resuelven
el problema”, declaró entonces. También Millet, crítica de arte y autora
del relato autobiográfico La vida sexual de Catherine M., se ha opuesto repetidamente a un feminismo “exacerbado y agresivo”.
Las firmantes aseguran que las denuncias registradas en las
redes sociales se asimilan a “una campaña de delaciones y acusaciones
públicas hacia individuos a los que no se deja la posibilidad de
responder o de defenderse”. “Esta justicia expeditiva ya tiene sus
víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su oficio, obligados a
dimitir […] por haber tocado una rodilla, intentado dar un beso, hablado
de cosas intimas en una cena profesional o enviado mensajes con
connotaciones sexuales a una mujer que no sentía una atracción
recíproca”, dicen en la tribuna. También advierten el regreso de una “moral victoriana”
oculta bajo “esta fiebre por enviar a los cerdos al matadero”, que no
beneficiaría la emancipación de las mujeres, sino que estaría al
servicio “de los intereses de los enemigos de la libertad sexual, como
los extremistas religiosos”. Efectos en la cultura El manifiesto alerta también sobre las repercusiones que
este nuevo clima podría tener en la producción cultural. “Algunos
editores nos han pedido […] que hagamos a nuestros personajes masculinos
menos 'sexistas', que hablemos de sexualidad y amor con menos desmesura
o que convirtamos 'los traumas padecidos por los personajes femeninos'
en más explícitos”, denuncian las firmantes, oponiéndose también a la
reciente censura de un desnudo de Egon Schiele en el metro de Londres, a
la petición de retirar un cuadro de Balthus de una muestra del
Metropolitan de Nueva York o a las manifestaciones contra una
retrospectiva dedicada a la obra Roman Polanski en París. “El filósofo Ruwen Ogien defendió la libertad de ofender como algo
indispensable para la creación artística. De la misma manera, nosotras
defendemos una libertad de importunar,
indispensable para la libertad sexual”, suscriben las cien firmantes
del manifiesto. “Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que,
más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio
a los hombres y a la sexualidad”, concluyen. El texto generó este
martes malestar entre las asociaciones feministas en Francia, que lo
atacaron en las redes sociales. “Indignante. A contracorriente de la
toma de conciencia actual, algunas mujeres defienden la impunidad de los
agresores y atacan a las feministas”, declaró la asociación Osez le
féminisme.