Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 ene 2018

Todo se pudre alrededor de El Chicle............... Manuel Jabois.

La familia del presunto asesino de Diana Quer sufre un brutal acoso mientras algunos de sus miembros reniegan de él.

Enrique Abuín Gey sale de su vivienda tras un registro después de aparecer el cadáver de Diana Quer.
El 22 de agosto de 2016 la Guardia Civil emitió una alerta por la desaparición de una chica de 18 años en A Pobra do Caramiñal. 
 El 3 de enero de 2018 una mujer entró en Facebook, vio la foto de una niña de 12 años y le deseó la muerte.
 Ésta es una historia de odio y de niñas inocentes. 
Sobre la muerte física y la muerte civil. 
Sobre un asesino y un asesinato.
Diana no era la más rebelde de las hermanas Quer, dos chicas de 18 y 14 años con los conflictos propios de la adolescencia y del divorcio de sus padres.
 Su desaparición se produjo en un entorno idílico, el paseo marítimo de Areal en su lugar de veraneo, A Pobra.
 Por allí sobreviven las ruinas de la discoteca Boomerang, un viejo lugar de culto de los 80 del que se podía salir para bañarse en la playa y volver.
 Diana Quer se esfumó cerca, a la altura de un restaurante italiano. Era una noche de fiesta grande en un paseo iluminado junto a la playa; Diana vestía un pantalón corto rosa, camiseta blanca, sudadera y zapatillas con cordones.
 Su casa en Xobre, Monte Curota, domina las vistas del pueblo. Cuando salió el sol y su madre vio que la chica no estaba en su dormitorio, cogió el coche y se dirigió al puesto de la Guardia Civil.
 Los agentes se desplazaron con ella a casa para iniciar una pequeña investigación que resolviese lo que podría ser una larga noche de fiesta.
 Pero allí mismo se encendieron las alarmas: nunca había hecho eso, ni hubiera tardado en llegar sin dejar aviso.
 Se había ido de casa alguna vez, pero siempre tras una gran discusión y un portazo. No era el caso. 

24 horas más tarde, la prensa se hizo eco tímidamente de la noticia: “joven madrileña”, “chica de 18 años”, “joven desaparecida”. 
Es imposible saber qué estaba pasando entonces por la cabeza de José Enrique Abuín, alias El Chicle o Chikilín, vecino de Taragoña (Rianxo) de 41 años, casado y con una hija. 
Tenía oficios precarios, ilegales en su mayoría; acudía a comer a diario a casa de sus padres. 
Cerró la temporada de maratones en junio de 2016 con su equipo de Moraña acompañado de su hija, que estaba en el mismo equipo. A principios de julio acudió a las fiestas de San Antonio de Catoira, lugar de origen de su mujer, Rosario Rodríguez; 
allí el matrimonio se reunió con una de las hermanas de Rosario y su marido, los cuñados que posteriormente, junto a la propia Rosario, le proporcionaron una coartada para la noche de la desaparición de Diana Quer (él les dijo que no tenía nada que ver pero tampoco nada que le exculpase; luego los acabaría amenazando).
 El sábado 23 de julio, Abuín, su mujer y su hija disfrutaron de un día en Padrón y se fotografiaron en el puente colgante de O Xirimbao.
 A mediados de agosto, Abuín cubrió de andamios su casa de Taragoña, una llamativa construcción de color verde, para repintarla junto a un amigo.

 El domingo 21 de agosto le dijo a su mujer sobre las diez de la noche que salía a robar gasoil y entre las dos y las tres de la mañana metió por la fuerza en su coche a una chica de 18 años, Diana Quer y, según una declaración espontánea sin validez judicial cuando dijo dónde estaba el cuerpo, la estranguló al no ser capaz de violarla

. Los niveles de destrucción de un asesinato son masivos. Todo lo que ha quedado estos días en Rianxo es tierra quemada.

 Un silencio casi funerario después de dos semanas que sus vecinos no podrán olvidar nunca.

 Bajo ese silencio trata de recomponer su vida la familia de Abuín. 

Las pintadas en su casa (“Asesinos”, “cómplice”, “Chikilín estás morto”) son la punta del iceberg de un acoso masivo a través de las redes sociales.

 Comentarios que han llegado a apuntar a su hija, de 12 años, a la que una mujer le desea la muerte para que Abuín pague como está pagando la familia de Diana Quer. 

Un hombre, al ver la misma foto de la niña, le dejó este mensaje: “Hija de asesino”. Son comentarios respondidos automáticamente por usuarios que reclaman que se deje en paz a la familia.

 Pese a estas peticiones, también se han compartido fotos de la niña, de su madre y de sus tíos advirtiendo de quiénes se trata. Al sobrino de Abuín, un chico de 19 años, una mujer le escribió: “La misma cara y los mismos dientes”. 

Otra colgó el comentario: “Sois todos de la misma sangre y éste se parece al asesino”. El chico, que tenía mala relación con su tío, ha pedido la pena de muerte para violadores y asesinos: “Si antes le tenía asco, ahora más”. Decenas de comentarios se han ido repartiendo en las cuentas de cualquier perfil que tuviese relación con El Chicle, y miles de comentarios en el suyo; alguien con acceso a su cuenta ha borrado hilos de más de 2.000 mensajes en los que se podía encontrar toda clase de expresión de odio, especialmente insultos homófobos debido a su estancia en la cárcel.

La fábrica abandonada en la que apareció el cuerpo de Diana Quer, hundido por unos lastres en un pozo de agua dulce, se ha convertido en el altar improvisado a la memoria de la joven.
 Flores frescas y mensajes de la misma gente que la buscó con ahínco en los últimos días de agosto de 2016. 
A doscientos metros de los padres de un hombre que, sabiéndose sospechoso del asesinato, y tras ser interrogado y vigilado, volvió a atacar con el mismo procedimiento a una joven parecida físicamente.
 De ahí que no haya nada cerrado en relación a José Enrique Abuín: se investiga todo. 
Las consecuencias del asesinato ya transcurren en dos planos paralelos: por un lado la justicia, por el otro el dolor de su familia. Fuera de esos focos, la toxicidad del crimen pudre todo lo que esté cerca de él.

 

France Gall - Poupée de cire, poupée de son - Eurovision 1965 - Luxembou...

Muere la cantante francesa France Gall a los 70 años

 

Icono de la generación yeyé, de la que después renegó, ha fallecido de cáncer en París.

La cantante France Gall, en un concierto en París en 1981.
La cantante France Gall, icono de la Francia yeyé, ha fallecido este domingo, a los 70 años, en Neuilly-sur-Seine, rico suburbio adosado a París, por complicaciones derivadas del cáncer que combatía desde hace dos años, ha informado en un comunicado su representante.
 Un mes después de la muerte de Johnny Hallyday, se marcha otro mito de una época de la que quedan cada vez menos protagonistas: aquellos añorados sesenta en los que cantantes adolescentes de pronunciados tupés y faldas demasiado cortas para la moral imperante lograron revolucionar la música y la sociedad de su tiempo.
En aquella escena, cada cantante interpretaba a un personaje. 
Sylvie Vartan era el sol. Françoise Hardy, la sombra. 
Con su timbre infantil y flequillo perenne, Gall puede que fuera la menos clasificable: respondía al estereotipo teatral de la joven ingenua, aunque con la mirada teñida de una inexplicable melancolía, como si ya adivinara lo que la vida le iba a deparar.
La cantante nació en 1947 en París, en una familia donde abundaban los intérpretes y compositores.
 Su padre fue Robert Gall, que escribió temas para Édith Piaf y Charles Aznavour, y su abuelo materno fue Paul Berthier, fundador de una exitosa coral religiosa que inspiró la película Los chicos del coro.
 Su nombre de pila era Isabelle, pero le obligaron a cambiarlo para no ser confundida con Isabelle Aubret, otra cantante de éxito en la época (que, en realidad, se llamaba Thérèse).
 Como en toda ficción, no era posible contar con dos personajes que respondieran al mismo nombre.
 Gall debutó en 1963, a los 16 años, con Ne sois pas si bête, que triunfó en el programa Salut les copains, vivero del movimiento yeyé.
 Un año más tarde, su encuentro con Serge Gainsbourg, entonces todavía semidesconocido, resultó decisivo: le escribió éxitos como N’écoute pas les idoles y Laisse tomber les filles, a los que sucederá Sacré Charlemagne, tema infantiloide y algo engorroso que le escribió su padre y que nunca le gustó, pero que logró colocar dos millones de copias.
 


Su consagración definitiva llegó al ganar el Festival de Eurovisión de 1965, donde representó a Luxemburgo con otro tema de Gainsbourg,

La nutrida etapa yeyé llegó a su final con el escándalo provocado por Les sucettes, otra canción de Gainsbourg, siempre adicto a los dobles sentidos, sobre una chica aficionada a chupar piruletas de anís.
 Gall, que no se percató de la referencia velada a las felaciones, dijo haberse sentida manipulada y humillada.
 “No me gusta suscitar el escándalo. Quiero que me quieran”, explicó Gall, convertida en Lolita a su pesar. 
Más tarde, no dudó en renegar de aquellos años. 
“Borraría ese periodo. He conservado de él un recuerdo de malestar. No había escogido cantar ni exponerme.
 Las canciones no me pegaban, aunque adore las de Gainsbourg. Para los demás era un personaje turbio, con la identidad enmarañada”, explicó a Le Monde en 2004.
La llegada de los setenta vino acompañada de una profunda puesta en duda de sí misma, como le sucedió a la mayoría de yeyés, convertidos en personajes obsoletos.
 Ahí empezó la emancipación de esta muñeca manipulada, igual que un títere, por los hombres que la rodeaban.
 Tras una breve colaboración con Giorgio Moroder en la etapa más temprana del disco, fue su encuentro con el joven compositor Michel Berger, lejanamente vinculado a la familia yeyé, lo que dio impulso a su carrera.
 En 1974, La déclaration d’amour marcó el inicio de un nuevo ciclo musical y sentimental: dos años después, contrajeron matrimonio. 
“Nací cuando conocí a Michel, un poco como la Bella durmiente”, solía decir Gall.
 El resto de su trayectoria musical estuvo vinculada a Berger, con quien grabaría grandes éxitos de los setenta y ochenta, como el musical Starmania, y temas como Musique, Si maman si, Évidemment o Ella elle l’a, homenaje a Ella Fitzgerald que triunfó en la Francia de Mitterrand.
 De esa época también se recuerda su compromiso con el continente africano: participó en numerosas causas humanitarias y se compró una casa en Dakar, donde pasó largas temporadas. 

La muerte de Berger, en 1992, víctima de una crisis cardiaca a los 44 años, dio un nuevo vuelco a su vida.
 Aquella desgracia vino seguida, solo un año después, de un primer cáncer de mama y, en 1997, de la muerte de su hija Pauline. 
Fue entonces cuando Gall decidió poner fin a su carrera.
 Nunca volvió a subirse a un escenario, con una única excepción: en 2000 aceptó cantar con Johnny Hallyday un tema firmado por Berger, Quelque chose de Tennessee.
 En 2015, coescribió el musical Résiste, homenaje a Berger, que tomaba el título de su mayor éxito conjunto, última gesta de una cantante más influyente de lo que la historia oficial ha querido contar.
Gall ha sido una referencia no siempre confesa para distintas generaciones de vocalistas francesas, de Lio en los ochenta, a jóvenes cantantes de hoy como Fischbach o Juliette Armanet, que reivindican la variété francesa en su versión más sofisticada.
 “¿Qué nos gusta de las canciones de Berger y Gall? Había algo profundamente naíf y sincero en ellas.
 Es tarea nuestra reavivar ese impulso de sinceridad y emoción verdadera”, declaró Armanet en febrero pasado.

 

 

Entre Chueca y Gran Vía............................Juan José Millás


Entre Chueca y Gran Vía

Entre Chueca y Gran Vía
ESTA BOMBILLA permanece vigilada durante las 24 horas del día por una cámara a la que puede acceder cualquiera que tenga un ordenador o un teléfono inteligente.
 Miles de personas se conectan todo el rato a ella con la esperanza enfermiza de ver cómo se funde.
 Pero no se funde. Lleva 116 años encendida de forma ininterrumpida dibujando el garabato luminoso que pueden apreciar en la fotografía.
 Queremos suponer que bloquearon hace tiempo su interruptor para evitar que algún despistado la apagara en un gesto mecánico al salir de la estancia.
 Si le parecen pocos 116 años, intente usted no parpadear durante 116 segundos y verá cómo le arden los ojos.
 El prodigio sucede en el cuartel de bomberos de Livermore, en California, y en realidad son dos prodigios: el de la bombilla en sí y el del hecho de que podamos verla desde una cafetería de Cuenca o desde un vagón del metro de Madrid, entre las estaciones de Chueca y de Gran Vía, por poner un ejemplo. 
Ahí estoy yo ahora mismo, en el metro, observándola al acecho de un desfallecimiento momentáneo o de una muerte súbita.
 Parece mentira que una burbuja de luz produzca tal fascinación, pero así es. 
Entre usted en www.centennialbulb.org y lo comprobará por sí mismo. 
Ahora bien, lo más increíble no es que la bombilla lleve 116 años encendida, ni que desde la aparición de Internet se pueda contemplar simultáneamente desde una vivienda rusa o desde un iglú esquimal, sino que en más de un siglo no se haya ido la luz en ese parque de bomberos. 
En mi casa, y solo en los últimos años, debe de haberse ido unas seis o siete veces.