Un buen
sexo, amistad y fidelidad son los secretos de esta pareja que nació en
el Elíseo con la sospecha de que era un montaje para beneficiar al
entonces presidente.
Carla Bruni y Nicolas Sarkozy en la gala solidaria contra el Alzheimer en Paris, en enero de 2017.cordon press
Cuando se hizo pública la relación de Carla Bruni con Nicolas Sarkozy
semanas después de que el político se convirtiera en presidente
Francia, pocos daban un duro por la pareja. Pero el próximo día 2 de
febrero cumplen su décimo aniversario -aunque comenzaron a convivir
antes- y todo indica que en plena forma. Su relación salió a la luz en diciembre de 2007. "Estamos muy
enamorados", proclamó Bruni. "La nuestra es una auténtica historia y no
un amorío organizado por un experto en imagen". Lejos del Elíseo, la
cantante ha recuperado su carrera musical. Un nuevo trabajo la traerá a Bruni a España el próximo miércoles. Se trata de French Touch,
compuesto por versiones de 11 temas de artistas como The Rolling
Stones, Depeche Mode, AC/DC, Lou Reed o ABBA entre otros. En esta gira
ha hablado de su vida personal y desvelado algunos de los secretos de un matrimonio en el que muy pocos creyeron. El sexo. "Me sigue atrayendo mi hombre. El
sexo con él también es fantástico. Me aseguro de que siempre haya un
poco de misterio”, ha desvelado Bruni. “Creo que es importante sentirte
muy atraído por la persona con quien te casas. Cuando en una pareja ya
no hay ningún misterio y no se desean el uno al otro, es cuando se
sienten tentados a engañarse, a mentir y, entonces, se acabó”, ha dicho
la exprimera dama. Deseo y amistad. Bruni cuando era primera dama callaba,
pero ahora habla sin cortarse. "En un matrimonio, debe haber deseo y
amistad por ambas partes. Cuando él vivía en el hermoso palacio que es
el Elíseo”, ha contado Bruni a la web estadounidense de moda y estilo Refinery29. “Si no tenía cenas de trabajo, yo le llevaba todas las noches a casa
para que pudiéramos compartir una comida y hablar juntos, porque somos
amigos. En una relación también debes de estar muy cómodo, porque solo
fuego y pasión conducen a la destrucción”, ha añadido a este medio.
fotoCarla Bruni y Nicolas Sarkozy en Paris en 2015.GTRESONLINE
Alcohol. La ex primera dama vivió antes de
conocer a Sarkozy una existencia muy diferente, en un mundo de artistas
en el que abundaban los excesos. "Nicolás me salvó de ser alcohólica",
declaró en una de sus últimas entrevistas al diario The Times. "Él nunca bebe, ¿puedes creerlo? Me encanta el vino y el champán, pero
no bebo si no somos dos. No voy a abrir una botella para mí, porque no
es muy divertido beber solo", dijo. Fidelidad. También se declara una mujer fiel. Ella que hace años tuvo parejas abiertas y huyó de los compromisos. "Si
me enterara de que mi marido me engaña, me lo tomaría muy mal,
realmente mal, eso seguro. Podría llegar a cometer alguna atrocidad,
como cortarle la garganta o las orejas mientras duerme, por ejemplo", ha
confesado. "Creo que hay que evitar serle infiel a tu pareja si se
puede, es algo muy peligroso. Es uno de los caminos que acaba
conduciendo a la separación. Además, desde mi punto de vista la
fidelidad es una condición esencial en un matrimonio", ha añadido.
Política. En 2014, Carla Bruni aseguró que odia la política y el reflejo que la prensa ofrece de ella, pero su presencia en la vida de Sarkozy
ayudó a conformar la imagen de un político felizmente casado, un
sentimental dispuesto a reconducir a Francia por el buen camino. “A
Nicolas le gusta resolver los problemas”, aseguró. “Yo prefiero no
tenerlos”. Nicolas Sarkozy y Carla Bruni en Niza en julio de 2015.GTRESONLINEHijos. Son padres de una niña en común, Giulia, de seis
años, y ella tiene otro hijo, Aurélien de 15 años, fruto de su relación
con el filósofo Raphaël Enthoven. De Aurélien, se sabe que quiere ser
paleontólogo, que es comunista y amante del heavy metal, pero quizá lo que más sorprende es que, junto a su amigo Julien, tiene un canal en YouTube, Motorsport Gigantoraptor, que cuenta con 33.000 seguidores, en el que habla de manera sencilla sobre temas científicos.
“No quiero
escuchar hablar más de mi silencio (...) Quiero que ambas hablen ya”,
dijo la actriz durante una entrevista realizada por el actor Tom Hanks.
Meryl Streep, durante su discurso en los Globos de Oro. HFPA / HANDOUTEFE
El escándalo del caso Harvey Weinstein sigue afectando a Meryl Streep. La actriz, acusada de mantener durante años un silencio cómplice
ante los abusos sexuales que cometió el poderoso productor, ha vuelto a
ser preguntada sobre el asunto en una entrevista realizada por el actor
Tom Hanks, su compañero de reparto en la película Los archivos del Pentágono.
Y ha respondido tajantemente. “No quiero escuchar hablar más de mi
silencio. Lo que quiero es escuchar sobre el silencio de Melania Trump. Quiero saber qué tiene que decir al respecto porque estoy segura de que
ella tiene cosas más valiosas que decir que yo. Ivanka también debería
hacerlo. Quiero que ambas hablen ya”, remató. En la larga entrevista Hanks aborda la postura que tomó la
actriz ante los abusos de Weinstein. Muchos cuestionaron a la intérprete
por haberse pronunciado cuatro días después y no inmediatamente. A lo
que ella ha respondido alegando que si no lo hizo inmediatamente fue
porque no maneja ni Twitter ni Facebook y porque necesitaba tiempo para
pensar. “No sabía de los acuerdos financieros que tenía con actrices y colegas;
no sabía de los encuentros en su habitación de hotel o en su baño, ni
de otros actos inapropiados y coercitivos”, dijo en la carta que envió
al Huffington Post donde no solo repudió los actos del poderoso
productor sino que tildó de heroínas a las mujeres que se atrevieron a
romper el silencio y denunciar los abusos de Weinstein.
Una vez más la oscarizada actriz repitió que se dio cuenta
de que no sabía nada sobre el productor al que una vez llamó "Dios".
"Haces películas, crees que lo sabes todo de todo el mundo. Mucho
cotilleo.
No sabes nada", explica.
“Hay un nivel en el que la gente es inescrutable.
Y sí, esto ha sido un shock
porque algunos de mis compañeros, algunos muy queridos, han sido
salpicados por este escándalo.
Pero Weinstein no era uno de ellos”. Es
justamente esa falta de relación personal por la que la estrella de
Hollywood asegura sentirse tan molesta pues en la campaña que se ha
iniciado en su contra se asegura que ella mantenía una estrecha amistad y
que había ignorado los abusos cometidos por el productor.
El autor
de la muerte de Diana Quer se convirtió en la oveja negra del clan de Os
Fanchos cuando reveló que su tío le había metido dos paquetes de coca
en el coche.
José Enrique Abuín Gey, durante el registro de su vivienda el pasado domingo.ÓSCAR CORRALVÍDEO: ATLAS
La orden en clave a través de los móviles pinchados, aquel 7
de agosto de 2007, era servir "dos metros de arena" para una obra en
Ourense, pero lo que los agentes se toparon en el Fiat Bravo de José Enrique Abuín Gey, alias El Chicle, Chiquilín o El Chiqui, autor confeso de la muerte de Diana Quer,
fueron dos paquetes de coca.
Había estallado la Operación Piñata, cuyos
resultados en cantidad y pureza de la droga fueron inmensamente mayores
de lo que auguraban los investigadores.
Abuín Gey, el fitipaldi de la
familia (que en 2010 y 2011 fue detenido por conducir sin carné), amigo
de la velocidad y más despierto al volante que en la oscura diplomacia del negocio de la fariña,
apenas tardó en cantar.
Delató a su tío Rafael Rivas como cabecilla del
grupo de Os Fanchos y cayó inmediatamente en desgracia.
Fue apartado
por chivato, por no respetar ni con sus parientes maternos el silencio
que exigen los clanes como norma más sagrada de su ética.
"Hay un código de conducta sin el que los clanes de la ría
no funcionan", explica una persona vinculada a históricas
investigaciones en Arousa.
"El que traiciona a la familia y la vende
para obtener beneficios cuando se avecina un juicio queda marcado para
siempre".
Con
el tiempo, El Chicle se hizo deportista, se apuntó a un club de Moraña
(Pontevedra) y se tomó muy a pecho su afición al atletismo, aunque desde
hace medio año no corría tanto por culpa de una lesión y una operación
en el hombro derecho. Después de algunos empleos efímeros, últimamente buscaba liquidez
económica en el marisqueo furtivo y en los hurtos de gasoil y mercancías
en las zonas portuarias. Su carrera en el mundo de la droga ya había
quedado atrás por su traición al clan familiar de Os Fanchos, originario
de la zona limítrofe entre los municipios coruñeses de Boiro y A Pobra
do Caramiñal, la localidad de la que faltó Diana Quer en la madrugada
del 22 de agosto de 2016. Aunque antes de todo esto tuvo tiempo de verse
involucrado con otros Fanchos en al menos un par de juicios: el de la
Piñata, por delitos contra la salud pública,
y otro por lesiones a un hombre, con bate de béisbol y estilete, a las
puertas de una discoteca, de la que El Chicle acabó saliendo absuelto. El hombre que cuando se supo sospechoso de la desaparición de Diana Quer
aleccionó a su esposa y dos cuñados, para que construyeran su coartada
contando que aquella noche se la habían pasado robando combustible, no
se lo pensó dos veces a la hora de cantar contra su familia. Reveló que
su tío era el que le había ordenado el transporte de la droga en su Fiat
y también el almacenaje de otros 17 paquetes y dos bolsas en la casa de
sus padres, esa vivienda familiar del lugar de Asados (Rianxo) donde él
se crió y que solo se encontraba a 200 metros de la nave con pozo donde
nueve años después se desembarazó del cuerpo de Quer tras su muerte. El registro de la casa de sus padres el 8 de agosto de 2007 sacó a la
luz más de 19 kilos de cocaína de en torno a un 80% de pureza, pero en
principio se declaró nulo porque El Chicle, detenido desde un día antes
cuando se hallaron las dos tabletas (algo más de kilo y medio) en su
coche, no estaba presente. En el juicio en la Audiencia Provincial de A
Coruña, en el año 2015, José Enrique Abuín habló y dio todo lujo de
detalles mientras otros investigados en la causa se acogieron a su
derecho a no declarar. Llegó a decir que él no sabía lo que le había
dado a guardar su pariente materno, pero fue condenado. A pesar del
enorme volumen de droga localizada, que se valoró en 757.000 euros, por
las dilaciones indebidas El Chicle solo fue condenado a pagar 300.000
euros y a dos años y seis meses de cárcel de los que únicamente cumplió
una pequeña parte. Su abogado recurrió el fallo al considerar que se
había vulnerado su presunción de inocencia y en mayo de 2017 el Supremo
desestimó el recurso. En otras circunstancias y con otros ritmos
procesales, quizás no le habría dado tiempo de cruzarse con Diana Quer
en su camino, pero la sentencia, hoy, todavía se encuentra en fase de
ejecución.
La figura
del director y compositor de ‘West Side Story’, narcisista, bisexual,
comunicador, no hace más que crecer en el centenario de su nacimiento.
El presente es un tiempo miope. Lo ves de cerca, pero de lejos se difumina. La época en que vivió Leonard Bernstein (Lawrence, Massachusetts, 1918-Nueva York, 1990), hubo un trono musical ocupado por un emperador de su misma generación: Herbert von Karajan. En su terreno, el austriaco lo dominaba
todo y fue muy hábil aliándose con un invento aparentemente imbatible,
la industria del disco. Pero resultó un mal cálculo. Esta, tal y como la
concebía, apenas le sobrevivió una década. Y el futuro, por muchas más
razones, lo ha ido rebajando al ritmo que su oponente, Leonard
Bernstein, se imponía en ese acceso al Olimpo tan goloso que llaman
Historia. Al contrario que Karajan, había apostado más fuerte por otro
medio como aliado de la música: la televisión.
Los tiempos del siglo XXI le han dado la razón en casi todo. No sólo en su labor pionera en la búsqueda de nuevos públicos, también
en la vigencia de sus creaciones, tan frescas y chispeantes como una
vitamina recién exprimida. Y en su visión política... Si Karajan fue un
nazi diluido por el oportunismo hasta el fin de sus días, Bernstein
sufrió el hecho de ser un judío neoyorquino comprometido con la
izquierda de su país al que investigó durante años en FBI. ¿Qué figura se asemeja más a la del héroe?
Si hoy preguntas a un director de las nuevas generaciones a
quien prefiere como modelo, gran parte de ellos responden que a
Bernstein.
Gustavo Dudamel, que le homenajeará este año con dos de sus
sinfonías, declaraba el miércoles en Madrid que fue el más completo de
la Historia, según él.
Concebía el liderazgo como una seducción sometida a un continuo proceso
de convencimiento.
De hecho, ya en sus tiempos, a muchos les sorprendía
que sus músicos de la Filarmónica de Nueva York
le llamaran Lenny y no Mr Bernstein.
Atraía a las masas con sus
programas de pura divulgación musical en la radio y la televisión.
Reivindicaba compositores del presente o imponía a los de un reciente
pasado como signos de modernidad, caso de Mahler. “Vivió para poder
dirigir ocho de sus sinfonías:
¡La novena la escribió para mí!”, decía
en unos de esos comentarios que hicieron legendario otro de sus rasgos:
el narcisismo.
Leonard Bernstein durante un ensayo en el Carnegie Hall.Alfred Eisenstaedtgetty
Como creador se empeñó en buscar –sin renunciar a la
vanguardia- caminos de nueva conexión con el público, tanto a nivel
sinfónico como dentro del teatro musical. Resultaba seductor y le sacaba
un partido natural a su bisexualidad. Se casó y tuvo tres hijos, pero
nunca escondió su predilección por los hombres. Además, se alió con el cine, compuso bandas sonoras y se
metió en todo tipo de fregados reivindicativos a favor de los derechos
sociales. Bien contra el Apartheid en Suráfrica, a favor de Amnistía
Internacional, en contra de la guerra de Vietnam y en pro del pacifismo. Sus tempranas diatribas y mucha envidia en un entorno que miraba a
aquel adonis exaltado y extrovertido por encima del hombro, hicieron
saltar las alarmas del FBI controlado J. Edgar Hoover cuando no había cumplido treinta años. Ya al principio de la década de los cuarenta, Hoover quiso
perseguirlo. Pero la primera investigación seria data de 1949, cuando lo
conectaron como afiliado o simpatizante de lo que los informes
denominan “frentes comunistas”. Ocurrió durante la presidencia de Harry
S. Truman, en el cargo hasta 1953, justo cuando la caza de brujas del
macartismo lo emponzoñaba todo. Y ahí andaba Bernstein, en el ojo del huracán. Marcado con su X de comunista y dentro de la lista más negra del
ranking. Fue algo que viviría, quizás consciente, quizás no, durante
tres décadas con intervalos. Intenso en los cincuenta, sin consecuencias
durante la era Kennedy, del que fue buen amigo sin entrar de lleno en
su Camelot, y con otra caída en desgracia en los tiempos de Nixon, que
lo calificaba sin tapujos de hijo de la gran puta. De la década de los
cuarenta hasta entrados los setenta, Bernstein, pese a haber jurado
fidelidad a los Estados Unidos, no se quitó el sambenito. Fue en parte esa persecución lo que le llevó a dedicar una obra al Cándido
de Voltaire, que no tuvo mucho éxito al principio. Lo contrario de su
pieza más conocida, reivindicada y sin mácula que hoy resulta muy
aleccionadora en plena era Trump. Se trata de aquel Romeo y Julieta entre pandilleros blancos y portorriqueños titulado West Side Story. Una obra de teatro musical, ópera contemporánea, que busca la conexión
con el público utilizando técnicas vanguardistas y melódicas a la vez,
con claro trasfondo social, tal como describe Alex Ross en El ruido eterno. Brilló en los teatros, se convirtió en un éxito como película. Aun triunfa. Su labor creativa lo catapultó y le sonrió. “El que, además,
se le reconociera como a un gran compositor, fue algo que Karajan no
podía soportar. Le produjo mucha envidia en vida”, comenta Alfonso
Aijón, que los conoció bien a ambos como promotor musical e impulsor de
Ibermúsica. Pero también fue reconocido en vida por el crítico Harold C. Shonberg
como el mayor director que ha dado Estados Unidos. Le costó. Porque en
1960, los más escépticos aun le consideraban una especie de Peter Pan de
la música, puede que impactados al no ser capaces de encajar
autodefiniciones de este tipo: “Tengo aspecto de traficante de drogas
bien desarrollado”. Eso y que equiparara cualquier compás de algún
compositor muerto a una canción de The Beatles o que utilizara símiles
beisbolísticos para explicar una sinfonía ante los 10 millones de
norteamericanos que se sentaban a ver sus programas, producía
resquemores difíciles de digerir. Pero suyo fue el presente y el futuro.
Mucho más que de otros.