Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

15 dic 2017

¿Qué fue del Calvo de la Lotería?........Coordinado por Javier A. Fernández

Doce años después del último anuncio del Gordo, Clive Arrindell ha participado en 'The Crown', la serie de Netflix.

 

Loteria de Navidad 
El actor británico Clive Arrindell posa en el set del anuncio publicitario de la Lotería de Navidad en Valencia. EFE
 
El anuncio del Sorteo del Gordo de Loterías y Apuestas del Estado de este año, dirigido por Alejandro Amenábar, ha generado chistes entre los internautas:
 “Realista es desde luego, tienes las mismas posibilidades de que te toque la lotería que de que baje una extraterrestre y se líe contigo”, afirmaba un usuario acerca de la historia de amor entre el humano y la extraterrestre.
 “He tenido relaciones estables más cortas que el anuncio de la lotería de Navidad”, contaba otro. 
Muchos, sin embargo, manifestaron su añoranza por el Calvo de la Lotería, el célebre personaje que entre 1998 y 2005 protagonizó el anuncio. 
Más de 12 años después, su imagen sigue viva en la mente de muchos españoles.
 La imagen del mago misterioso de la buena fortuna, interpretado por el actor británico Clive Arrindell (Trinidad y Tobago, 1950), se ha convertido en un referente tan navideño como las muñecas de Famosa.

Tanto, que la compañía prescindió de él en 2006 porque el personaje hacía sombra al propio sorteo, pese a que aún le quedaba un año de contrato.
 Según la empresa, el mensaje perdía notoriedad, pese a que las ventas de billetes habían crecido durante el período que él hizo el anuncio. 

12 años después, Arrindell sigue viviendo en Londres, la ciudad a la que se mudó cuando era niño, y sigue trabajando en el teatro y la televisión.
 Su última incursión en la pequeña pantalla ha sido en la primera temporada de The Crown, la serie de Netflix que narra el reinado de Isabel II de Inglaterra.
 En el programa interpreta con pelo, ya que no era calvo y se rapaba para cada anuncio, al dueño de un periódico.
A mi me gustaba su mirada, parecía decirte compra Lotería y tendrás suerte....ningún otro anuncio lo ha superado, Que vuelva El Calvo por Navidad.
Arrindell en su papel de empresario en 'The Crown'. 
Arrindell en su papel de empresario en 'The Crown'.
No concede entrevistas, aunque lo hizo en el pasado. 
En varias de ellas confesó que no le hubiera importado continuar unas cuantas Navidades más con la Lotería.
 De sus apariciones en la prensa se percibe que mantiene una relación compleja con el personaje: intenta huir de él, pero lo ha resucitado en varias campañas publicitarias posteriores, para la ONG Acción Contra el Hambre, en 2013, y para la marca de cerveza Estrella Galicia en 2014. También en el cortometraje Cowboys (2014), del director y productor Bernabé Rico. 
En él se interpreta a sí mismo, pero con otro nombre. "Él hace del actor que encarnaba cada Navidad al Calvo de la Lotería al que ya nadie llama para ningún proyecto", asegura Rico.
 Arrindell se mostró encantado desde el principio para encarnar este papel.
 La ficción, eso sí, difería un poco de la realidad. "Me gustaba la idea de un tío que vendiera ilusiones pero que en realidad fuera un amargado, por suerte sé que Clive no es así y creo que el público también", añade Rico.
Director y actor pasaron mucho tiempo juntos y hablaron del fenómeno que supuso el personaje y la leyenda que se forjó a su alrededor, especialmente en torno a su despido y a su indemnización millonaria. 
Los medios hablaban de entre 100.000 y 150.000 euros. "Esas cantidades no eran ciertas, la cuantía que recibió después de llegar a un acuerdo fue mucho menor", sostiene el director de Cowboys, que aún mantiene el contacto con Arrindell, cuya agencia de representación fue contactada por este medio sin obtener respuesta.A él, entonces, si le tocó La Lotería.

Rico y Arrindell se escriben cada año para felicitarse las fiestas. 
"Y Clive siempre se despide con un abrazo y con la esperanza de que puedan volver a trabajar juntos". 
Para Rico, el actor debería volver a ser el calvo de la suerte. 
"Me sorprende que Loterías y Apuestas del Estado no lo haya recuperado aún, podría ser el jefe de las hadas, que ha perdido la ilusión e intenta volver a tenerla por Navidad para repartir buena fortuna de nuevo, sería un doble juego realidad-ficción estupendo", completa Rico.
Imagen del rodaje de 'Cowboys', cortometraje protagonizado por Clive. 
Imagen del rodaje de 'Cowboys', cortometraje protagonizado por Clive.


 

14 dic 2017

Isabel Preysler sus apariciones





La victoria póstuma de Sam Shepard............... Eduardo Lago

El escritor y cineasta, que murió de ELA en julio, llevó su enfermedad a un libro que logró concluir gracias a la ayuda de sus hijos y de la cantante Patti Smith. 

‘El espía del yo’ acaba de editarse en Estados Unidos

El escritor Sam Shepard en una imagen cedida por la editorial Knopf.
El escritor Sam Shepard en una imagen cedida por la editorial Knopf.
El 27 de julio, Sam Shepard sucumbía a los 73 años a las complicaciones derivadas de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le había sido diagnosticada dos años antes.
 Reservado en grado extremo, el escritor mantuvo en secreto su dolencia, que casi hasta el fin solo conocían sus más allegados. Autor de más de 50 obras de teatro con las que obtuvo numerosos premios, incluido el Pulitzer, Shepard demostró ser un prosista inimitable en obras como Luna halcón, Crónicas de motel y Cruzando el paraíso,libros que arrastran a quien los lee a lugares asociados con la épica de la carretera: bares de camioneros, pueblos fronterizos, ranchos, moteles, gasolineras desoladas en un cruce de caminos...
Consciente de que la enfermedad que padecía lo iría paralizando de manera gradual hasta causarle la muerte, Shepard quiso describir el proceso en un libro al que puso por título El espía del yo.
  Empezó a trabajar en él a principios de 2016, tomando primero notas en un cuaderno.

Al cabo de unos meses, cuando su deterioro le impidió seguir escribiendo a mano, su hija Hannah lo acompañaba al jardín de su casa de Kentucky, le ayudaba a sentarse en una mecedora y dejaba una grabadora activada junto a él.
 Cuando el cansancio lo vencía, Shepard pedía que desconectaran el aparato y sus hermanas transcribían entonces la grabación, que el escritor revisaba, apenas efectuando correcciones. 
La grabadora no tardó en convertirse también en un estorbo, y, en la fase final, sus familiares optaron por transcribir en un papel las palabras que el dramaturgo les dictaba con considerable dificultad. La cantante Patti Smith, su amiga más cercana desde que se conocieron en los años setenta, desempeñó un papel importante a la hora de dar forma final al texto, al que Shepard alcanzó a dar el visto bueno días antes de morir.

Uno de los momentos más sobrecogedores de El espía del yo (que salió a la venta en EE UU en el sello Knopf el 5 de diciembre con el título Spy of the First Person y aún no se ha publicado en español) llega antes de que comience propiamente el libro, en la dedicatoria, que sus hijos se vieron obligados a escribir porque Shepard no tuvo tiempo para hacerlo:
 “Hannah, Walker y Jesse quisieran celebrar la vida y la obra de su padre y dejar constancia del inmenso esfuerzo que supuso para él completar su último libro”.
El espía del yo se presentó la semana pasada en Saint Ann’s Warehouse, edificio histórico neoyorquino que en tiempos albergó una tabacalera y que hoy es un centro cultural al que se trasladaron las actividades que durante décadas se celebraron en la iglesia del mismo nombre, en el corazón de Brooklyn Heights.
 El lugar presenta un valor simbólico: tenían predilección por actuar en él músicos afines a la estética de Shepard, como Bowie, Lou Reed o Nick Cave.
 Además de interpretar temas que evocaban experiencias compartidas con Shepard, Patti Smith y otros amigos del dramaturgo y actor leyeron fragmentos tanto de su obra póstuma como del último libro que publicó en vida, The One Inside (“El que llevo dentro”), editado en febrero con un prólogo de la cantante.
Dos voces despojadas
El espía del yo es una destilación en estado puro de la estética del escritor.
 Se escuchan dos voces: la de un anciano que padece una enfermedad degenerativa que lo va paralizando poco a poco y la de alguien “posiblemente al servicio de una críptica agencia de detectives”, que espía sus limitados movimientos.
 El lenguaje es íntimo y directo, críptico en ocasiones, aunque el tono que subyace es de gozosa afirmación.
 La prosa final de Shepard, de una firmeza y pulcritud sin adornos, recuerda el despojamiento del también dramaturgo y narrador Beckett, una de sus primeras y más duraderas influencias.
Como cuando se lo dictaba a sus hijos, el volumen resulta tan efectivo leído como escuchado.
 Las escenas cobran vida con idéntica fuerza.
 Un anciano enigmático da sorbos a una botella de bourbon, sentado en una mecedora, en el porche de su casa. 
En un desdoblamiento característico de los planteamientos del dramaturgo, El espía del yo registra atentamente las elusivas reflexiones y sentimientos del individuo observado.
 En torno a ambos personajes, el paisaje esencial del desierto.
 De cuando en cuando, fugazmente, irrumpen ráfagas de acción: un incendio entre los arbustos, inmigrantes irregulares perseguidos por patrullas fronterizas, un caballo cuyo galope corta en seco un disparo... 
El anciano que espera la llegada de la muerte no está completamente seguro de que las imágenes que cree estar viendo sean reales.
 En el viaje inexorable a la muerte, todo es una transfiguración de la escritura: la disposición de los almendros en flor sugiere la belleza de la caligrafía japonesa. 
La última crónica de motel de Sam Shepard es una tarjeta postal sin espacio para el sentimentalismo. 
En una de las escenas más impactantes, el escritor evoca el momento en que sus hijos, Walker y Jesse, acuden con él a un bar en el que se alinea una interminable ringlera de botellas de tequila. De regreso a casa, una luna gigantesca los ilumina mientras empujan la silla de ruedas de su padre.
 En la última frase de este volumen de 82 páginas, Shepard sopesa la dificultad que le supondrá remontar los peldaños de la escalera. Es el último tramo del viaje, en el que el escritor sabe que nadie podrá acompañarle.

 

El último beso de Bonnie & Clyde.................... Jan Martínez Ahrens r.

Una decena de fotografías antiguas expuestas en Texas revive el mito de la icónica pareja de criminales.

El beso de Bonnie y Clyde, expuesto en Dallas (Texas).
El beso de Bonnie y Clyde, expuesto en Dallas (Texas).
Primero el beso, luego la muerte.
 La historia de Bonnie y Clyde fue más que nada una carrera entre el amor y las balas.
 Durante dos vertiginosos años, la pareja hizo del crimen un modo vida. 
Robaron, secuestraron, asesinaron. Y huyeron. 
Nunca dejaron de huir.
 Su permanente fuga o, lo que es lo mismo, la gigantesca persecución a la que fueron sometidos elevó a leyenda sus biografías de atracadores de poca monta.
 Una fama que ellos mismos, en la era de Al Capone y John Dillinger, ayudaron a tallar con su pasión por ser fotografiados.
Ante la cámara jugaban al estereotipo.
 Posaban como imaginaban que debían posar los bandidos y héroes del celuloide. Fueron, sin saberlo, una metáfora de sí mismos. Hicieron soñar y, empujados por su trágico final, entraron en la iconografía del siglo XX.
  Imitados y parodiados hasta la saciedad, cuando ya se creía que el mito no daba más de sí, ha emergido una partida de imágenes antiguas que ha revivido su memoria en Estados Unidos.
 
Cadáveres de Clyde (izquierda) y Bonnie.
Cadáveres de Clyde (izquierda) y Bonnie.
La colección ha sido expuesta y vendida en la galería PDNB de Dallas (Texas). 
Bajo el título de Bonnie & Clyde: El Fin, ofrece un repaso sorprendente, aunque no inédito, de los días finales de la pareja. Hay capturas de sus cadáveres ensangrentados y de mirada lunar; la ficha policial de Clyde, su último coche, un Ford V8 Sedan acribillado, y retratos de los orgullosos agentes que les ejecutaron de 187 balazos el 23 de mayo de 1934 en Gibsland (Luisiana). Pero la joya es una foto de los dos besándose.
 Él, de frente; ella, de espaldas. 
El lugar es desconocido. Un descampado. Clyde lleva un puro, Bonnie su eterna boina.
 La sombra de ambos dibuja un solo cuerpo.
“No sabemos quién tomó la imagen, creemos que un miembro de la banda y la situamos en 1933, pero se sabe poco. 
Las imágenes fueron entregadas al vendedor por su tío, hoy muerto, y este decía que las obtuvo de un amigo que trabajaba en un periódico del sur de Texas”, señala a este diario la galería, que explica que las capturas ya eran conocidas por los especialistas.
Sostenida por la imagen de los amantes, la exposición tuvo un éxito inmediato y no tardó en hallar un comprador: un director creativo de Dallas, que prefiere guardar el anonimato.
 “Cuando entré en la exposición no sabía más que otros de Bonnie y Clyde.
 Pero cuando vi las fotos, a ellos tan jóvenes y muertos, entendí que se trataba de una tragedia.
 Era Shakespeare. Visité su tumba y decidí adquirir el lote”, explica a EL PAÍS.
 
Ford V8 Sedan de Bonnie y Clyde, acribillado.
Ford V8 Sedan de Bonnie y Clyde, acribillado.
El precio pagado por las 10 fotografías es un misterio. Su dueño asegura que las quiere para tenerlas en casa y disfrutarlas. Son un recuerdo de una gloria pasada y, como él mismo comprador reconoce, quizá excesivamente idealizada.
Los policías que mataron a la pareja.
Los policías que mataron a la pareja.
Bonnie y Clyde, más allá de su recreación cinematográfica, fueron seres de aluvión. 
 Dos jóvenes sin rumbo que se conocieron a principios de 1930 en los arrabales de Dallas y cuya acelerada existencia sólo se vio interrumpida por los dos años que Clyde pasó en la cárcel por el robo de un coche.
 Un encierro terrible, donde fue sodomizado y cuya salida marcó el comienzo de su leyenda criminal. 
Mataron a 13 personas y en una espiral suicida desencadenaron una de las mayores movilizaciones policiales de la época.
La persecución les idealizó.
 En los albores de una era visual ofrecieron de sí mismos un cuadro tan frenético como romántico.
 Ella incluso encarnó un nuevo ideal femenino. 
Era atractiva, vestía a la última, fumaba y empuñaba armas.
 Un espejismo que ocultó lo que sabía muy bien la policía que les emboscó.
 Bonnie ni fumaba ni sabía disparar.
 Tampoco vivían en el lujo. Les acompañaba una banda de desharrapados, comían en cualquier rincón y asaltaban incluso a quienes eran más pobres que ellos. 
Eran miserables en tiempos de miseria. Pero de ellos quedó otra cosa. 
Al morir, Bonnie Elizabeth Parker tenía 23 años, y Clyde Chestnut Barrow, 25. Habían vivido rápido, habían muerto jóvenes.
 Eso les hizo eternos.