Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

10 dic 2017

“No te vayas sin decirme adiós”........................ Elvira Lindo

La escritora Lea Vélez revindica la figura de su padre Carlos Vélez en 'La Olivetti, la espía y el loro'.

Carlos Vélez y Lea Vélez.
Carlos Vélez y Lea Vélez. EL PAÍS

 Viniendo yo de ese tipo de clase media de los 60 que revestía las estanterías del salón con las enciclopedias de las 7 maravillas del mundo y las novelas que iban marcando el Círculo de Lectores o la asequible editorial Reno, no puedo ni imaginar cómo hubiera sido mi infancia de haber crecido abrigada por paredes atestadas de libros, de haber tenido por casi familia a muchos de los intelectuales de esa época o de haber oído hablar en la cocina sobre Umbral, Semprún, Onetti, Múgica, Aranguren, Montserrat Roig o Borges como si fueran tíos lejanos.

 No sé cómo hubiera sido yo si hasta mi cama hubiera llegado el rumor de las reuniones de los amigos de unos padres que entendían la cultura como una causa común y como un medio de vida.

 Así fue la infancia de la escritora Lea Vélez. 

Y con mi extrañeza de niña de barrio, de clase media, de biblioteca rala y padres ajenos a la literatura pero hambrientos, eso sí, de una cultura que el franquismo les había negado, leo esta peculiar memoria, La Olivetti, la espía y el loro, que la autora empieza a concebir al encontrar en una mudanza cientos de cintas magnetofónicas que contienen las grabaciones en bruto del gran programa que fue Encuentros con las letras, dirigido por su padre, Carlos Vélez, de 1976 a 1982.

Construido este libro como una primorosa composición de patchwork en el que se intercalan transcripciones de entrevistas a Cortázar, Borges, Onetti, Cela, Roig, Sontag, Duras o Italo Calvino, entre muchos otros, reflexiones biográficas de la autora sobre el nacimiento de su vocación y conversaciones golosas con su madre, María Luisa Martín, es milagroso que el lector no se pierda; pero no, tiene Lea Vélez la disciplina de quien ha sido guionista y mantiene la tensión hasta el final, un final que coincide con las rastreras maniobras de baja política que arrebataron el programa a un señor que habiendo salido de familia y cultura falangistas creó el primer espacio de verdadera pluralidad cultural en la televisión pública.
Lea Vélez reivindica a su padre
. Cuenta con detalle las malas artes con las que fue apartado de un espacio televisivo que sin duda certificó el renacido interés por la cultura en España.
 "Encuentros con las letras" se veía mucho.
 Cierto es que no había más que dos cadenas, pero también que se vivía por aquel tiempo, y así yo lo observaba en mis padres, una necesidad activa por escuchar a aquellos protagonistas de la cultura que se expresaban en un idioma que no parecía el mismo, por cuanto rezumaba libertad de pensamiento, y una veneración hacia el poeta, el pensador o el político regresado del exilio. 
  Pero más allá de una relación nutrida de personajes que son entrevistados y se expresan con una hondura que ha sido desterrada del espacio público, encontramos lo que para mí es más curioso, por lo ajeno, ya digo, a mi propia biografía:
 el testimonio de quien ha crecido en una familia de intelectuales. La niña Lea se sentaba bajo la mesa de la cocina mientras su madre transcribía a máquina las entrevistas para luego hacer notas de prensa que enviar a los periódicos. 
Y ahora, en este libro, es la hija quien pone la grabadora delante de la madre para convertirla al fin en protagonista y que cuente cómo lo vivió todo. 
 María Luisa, una mujer con una fuerza narradora desbordante, describe con exactitud y mucha gracia cómo su marido y ella formaban equipo, cómo eran matrimonio y compañeros, colegas, leales y cómplices.
 La madre cocinaba, la madre conducía a los niños al colegio y al padre al trabajo, la madre escribía en la Olivetti, la madre emitía partes de prensa; la madre, ahora, es la memoria de la casa y retrata con finura aquella época tan rica en contradicciones como para que un hombre, considerado de izquierdas por la derecha y de derechas por la izquierda, tuviera la osadía de crear un espacio de libre debate a la vista de cualquiera.
 No fueron pocos los problemas con la censura, de eso podrían hablar Savater, Dragó o Arrabal, que protagonizaron algunos de aquellos capítulos, pero todos participaban del convencimiento de que cuanto más abiertamente se hablara, de política, de sexo, de comunismo o del proceso creativo, mejor.

 

Ada Colau cuenta que tuvo novia durante dos años

La alcaldesa de Barcelona hace un alegato en favor de la diversidad sexual en horario de máxima audiencia.

Ada Colau, durante la entrevista en Telecinco
Ada Colau, durante la entrevista en Telecinco.

 

Este sábado 9 de diciembre Ada Colau fue una de las invitadas en el programa de Telecinco Sálvame Deluxe
 Habló con Jorge Javier Vázquez de temas mucho más personales de los que acostumbra.
 En un momento de la entrevista, mientras repasaban temas personales de la alcaldesa de Barcelona, Colau dijo: "Tuve primero un novio y luego una novia. 
Tuve las dos cosas". "Ah, ¿tuviste una novia también?", preguntó el presentador, mientras se escucha la reacción de sorpresa del público.
 "Sí señor, sí. Durante muchos años", contestó. 
El público aplaudió a la política catalana.
"¿Tus asesores no se van a enfadar?", preguntó entonces Vázquez. "No lo creo. A lo mejor ellos ni siquiera lo sabían".
 Colau continuo explicando que su novia era "parte" de su familia, a la que no le ocultó la relación, que empezó durante una beca Erasmus en Italia. 
"Hubo otras relaciones, pero como gran relación fue aquella", añadió cuando el presentador le pregunta si fue la única mujer en su vida amorosa. 
"Madre mía...", dijo Vázquez, "cómo estarán ahora los de Convergencia i Unió". Puedes ver ese fragmento de la entrevista a Colau pinchando en la siguiente fotografía.

Pincha en la fotografía para ver la entrevista
La alcaldesa de Barcelona, que cierra la lista de los comunes de cara a las elecciones del 21-D, hizo un alegato en favor de la diversidad afectiva y sexual en horario de máxima audiencia. "Paolo él y Elena ella.
 Fue una relación larga, de dos años". Otros muchos políticos españoles han dado antes el mismo paso en favor de la diversidad, como el candidato por el PSC, Miquel Iceta.
 El socialista fue el primer político que habló abiertamente de su homosexualidad en España, en 1999
La revelación de Colau fue muy aplaudida en redes sociales.
"Creo que no tienen nada de extraño", añadió Colau, que destacó la importancia del apoyo que recibió de su entorno familiar
"En mi casa era algo totalmente normalizado. Teníamos un montón de amigos gays. 
Formaba parte de la normalidad de nuestro entorno". Entonces Colau tenía 21 años. Ahora, a los 43, tiene una relación sentimental con el padre de sus dos hijos.
"Vivimos en una sociedad moderna en la que cada uno tiene que querer a quien quiera mientras respete a los demás. 
Viva el amor y que cada uno quiera a quien quiera", añadió la alcaldesa de Barcelona. 
Durante la entrevista, concedida en plena campaña de las elecciones autonómicas en Cataluña, Colau también habló sobre su infancia.
Como explicamos en este artículo, una de las claves para la aceptación de la diversidad sexual es la visibilidad: 
"Es muy fácil decir que algo así es pecado, por ejemplo, si hablamos en abstracto. 
Pero cuando nos referimos a nuestros amigos, nuestros vecinos o nuestra familia, la cosa cambia: resulta mucho más difícil decir algo así de alguien a quien conocemos y a quien queremos.
 ¿Por qué no van a poder hacer lo que les dé la gana, ya sea vivir juntos, casarse o formar una familia, si eso es lo que quieren?".

Normalidades aberrantes........................................ Rosa Montero

Esta sociedad sigue potenciando y valorando al hombre muy por encima de la mujer, y nosotras también caemos en eso, pero algo ha cambiado.

ES, EN EFECTO, una avalancha.
 Empezó con unas tímidas denuncias de abusos en Hollywood que fueron prácticamente ignoradas, como habían sido ignoradas las anteriores.
 Recordemos que a Roman Polanski, tres veces señalado como asaltante sexual, siempre lo ha apoyado masivamente el mundo del cine.
La última ocasión fue en 2009, cuando Polanski fue arrestado en Zúrich por un antiguo caso de supuesta violación a una chica de 13 años.
 Entonces todos los cineastas, desde Costa-Gavras hasta Pedro Almodóvar, pasando por David Lynch o Woody Allen, firmaron una ardiente carta solidaria. 
También había mujeres, entre ellas Asia Argento, que ahora, sin embargo, ha denunciado a Harvey Weinstein. 
Pero entonces, hace tan sólo ocho años, la canción social que todos cantábamos seguía siendo la vieja tonada ancestral: qué exageradas son esas mujeres, qué mentirosas, qué desmesurado escándalo, qué manera de mancillar la dignidad de un profesional magnífico con nimiedades sacadas de contexto.
 Y aún más abajo, ya en la frontera con el inconsciente, un pensamiento atroz clavado en el cerebelo: pero si todo esto es normal.
Que los hombres hagan comentarios obscenos, que se aprovechen de su posición de poder para toquetear, todo esto es tan normal, no nos vamos a hacer los estrechos a estas alturas.
Pero en esta ocasión, para pasmo de todos, las primeras denuncias empezaron a recibir el apoyo de otras.
 Y la bola de nieve fue engordando.
 Algo ha cambiado de forma radical en el ambiente: es el vaso que se va llenando hasta que al fin rebosa. 
Y el motor de ese cambio está en nosotras: somos las mujeres las que por fin hemos dejado de aceptar con resignada mansedumbre la supuesta normalidad de una situación abyecta.
 El machismo es una ideología en la que se nos educa a todos y está grabado a fuego en nuestro inconsciente.
 Lo peor de los prejuicios es que, como su nombre indica, preceden al juicio y, por tanto, son invisibles para quien los padece.
 Esta sociedad sigue potenciando, valorando y priorizando al hombre muy por encima de la mujer, y nosotras también caemos en eso, como demuestran numerosos experimentos. 
Por ejemplo, se ha comprobado que en la atención médica primaria, ante los mismos síntomas, a las mujeres les prescriben más ansiolíticos y antidepresivos, mientras que a los hombres les hacen más pruebas diagnósticas. Es decir, a ellos se les toma en serio y a ellas no, y eso también lo hacen las doctoras.
Así que estamos acostumbradas a vivir en esa supeditación, en esa falta de valoración de nuestra propia demanda, de nuestro deseo y nuestra necesidad.
 Desde los 10 hasta los 17 años estudié en el instituto Beatriz Galindo de Madrid. 
Para llegar allí había siete estaciones de metro con un transbordo. Como volvía a comer a mi casa, hacía el trayecto cuatro veces al día. 
Siempre fui sola: por entonces, era en los sesenta, los niños no estábamos tan hiperprotegidos, al menos en mi clase social. 
Pues bien, creo que es probable que ni uno de los días me librara de que me tocaran el culo o se frotaran contra mí al menos una vez entre los cuatro trayectos.
 Sobre todo en los primeros años, cuando era más pequeña y más indefensa.
 Recuerdo que una vez una amiga protestó, debíamos de tener 11 o 12 años, y el pedófilo le dio una bofetada. 
Nadie en el vagón nos ayudó.  

Tu aprendizaje en la vida incluía tácticas de huida ante los depredadores; recorrías los vagones a toda prisa o te bajabas de un salto del tren; hacías ruido en el interior de los oídos para intentar no escuchar las burradas que te decían que te harían; procurabas sentarte en los cines de sesión continua junto a las mujeres para evitar al que te metía pierna y mano en la oscuridad (cosa que también he sufrido bastantes veces en la niñez).
 Éramos como gacelas que tratan de escapar de los leones, resignadas ante una realidad mugrienta y asustante pero por desgracia normal. 
Todo esto ya lo escribí hace unos años y no pasó nada. Incluso hubo alguna carta suavemente burlona que se refería a mi imaginación.
 Hoy, sin embargo, creo que puede ser mejor escuchado, porque parte de los velos del prejuicio se han rasgado y hemos decidido dejar de considerar normal lo aberrante. 
Es un gran paso.

El motor de los pies.......................................... Juan José Millás

El motor de los pies





Juan José Millás 


Observen el pie izquierdo de Inés Arrimadas.
 Está desnudo, en efecto, porque el zapato se ha quedado atrás. 
Los zapatos te la juegan porque tienen algo de vida propia.
 Poca, pero la suficiente como para tomar algunas decisiones. Muchas noches los dejas al lado de la cama y al día siguiente aparecen debajo de ella, como si hubieran preferido pasar esas horas a cubierto. 
Hay gente que se los quita en el cine y cuando acaba la película no los encuentra.
 Póngase usted a la salida de una sala y comprobará que más de una persona, y a veces más de dos, aparecen descalzas o con un par de zapatos disparejos (hay encuestas).
 En los viajes trasatlánticos por avión, las compañías te invitan a quitártelos para sustituirlos por unos gruesos calcetines. 
 Resulta un espectáculo ver a la gente buscándolos a punto ya de aterrizar.
Tienen sus cosas los zapatos, sus rarezas, la mayor de ellas que son dos, como los guantes o los matrimonios.
 No se sabe sin embargo de ningún zapato que haya solicitado el divorcio, pero sí de lo mal que envejecen cuando los separas.
 Un conocido mío perdió una pierna, la izquierda, y solo conservó los zapatos de la derecha.
 Los otros, por no tirarlos, los guardó en un cajón. Al cabo de un año se deshizo de ellos porque estaban hechos un desastre debido a la tristeza.
 Observen los zapatos de las personas que acompañan a Arrimadas y reparen en lo bien que se llevan.
 Parece que representan un ballet y que son ellos el motor de los pies.
 Fíjense, en cambio, en la sensación de desamparo que transmite el zapato perdido. Queremos creer que no por mucho tiempo.