Desde hace más de 11 años, el programa de Antena 3 'El Hormiguero', presentado por Pablo Motos, realiza todo tipo de pruebas
y retos que, en ocasiones, han provocado lesiones tanto al presentador
del programa como a alguno de los invitados que han pasado por el mismo.
Desde
Cayetano Rivera, quien se fracturó el peroné hasta Boris Izaguirre, que
se quemó parte del pelo durante una prueba o el propio Pablo Motos,
quien sufrió un golpe en la cara que le tuvo varios días amoratado. En
esta ocasión, el presentador ha vuelto a ser el principal afectado de
una de sus pruebas, aunque apenas le ha producido un dolor puntual.
Mónica Cruz presenta un nuevo método para quitar los pelos de la nariz
En el programa de este lunes, la actriz Mónica Cruz, colaboradora de 'El Hormiguero', probaba en su sección un nuevo método para quitar los pelos de la nariz. Este consiste en introducir unos palos impregnados en cera caliente en
los orificios nasales para, posteriormente, tirar de ellos cuando la
cera se haya enfriado.
Tras la presentación del producto, Mónica Cruz utilizó a
Pablo Motos de conejillo de indias y le introdujo los palillos
impregnados en cera. Mientras tanto, el presentador reconocía que se
arrepentía de ofrecerse para realizar esta prueba: "¿Sabéis cuando vas a
hacer algo y te arrepientes de haber empezado? Pues yo me acabo de arrepentir".
Mónica Cruz deja sangrando a Pablo Motos
Mientras tanto, la bailarina y actriz comenzó a pedirle a Pablo Motos segundos antes de tirar de los palos impregnados de cera que no le despidiera
puesto que no había obligado a nadie a realizar la prueba. De hecho, el
cantante Dani Martín, invitado al programa, rechazó no llevar a cabo
dicha prueba. Tras tirar de los palitos, el presentador soltó un pequeño
grito mientras que una de las hormigas le decía que estaba sangrando. A
esto, el presentador contestaba que sangraba porque es un blando: "Estoy sangrando un poco, pero porque soy un blando". Por último, Mónica Cruz le pidió perdón al presentador después de demostrar el éxito del método.
En Mustique, a más de 7.000 kilómetros de España, ya se ha casado Ana Boyer con Fernando Verdasco en una boda a pie de playa y blindada para proteger la millonaria exclusiva que la pareja ha firmado con la revista ¡Hola!,
la publicación que ha recogido como si de un álbum familiar se tratase
la vida de la novia desde que nació.
La elección del enclave de la
ceremonia no es casual. La isla caribeña fue uno de los refugios
favoritos de Miguel Boyer, el padre de la novia, y allí ha vuelto a modo
de homenaje para celebrar su enlace con el tenista, con el que comparte
su vida desde 2013.
La boda se adelantó unas horas a causa del mal
tiempo.
La pareja se conocía de vista, pero fue en unas vacaciones
en Ibiza cuando comenzaron a salir. Nadie dio en ese momento un duro por
su relación. Ana, de 28 años, era entonces demasiado joven y él
acumulaba una larga lista de conquistas. Tampoco Verdasco parecía
encajar en el perfil de la hija menor de la reina de la prensa del corazón. Ana siempre ha sido más Boyer que Preysler. Como su padre, posee una
excelente formación académica. Trabajó en un reputado despacho como
economista pero dejó su tarea, en la que se le aventuraba un gran
futuro, para seguir por el mundo a Verdasco. Más que otra cosa porque ganaba el triple mil en las revistas, eso si se lo enseñó su madre. La vida de un tenista
profesional le obliga a viajar continuamente y ella pensó que si quería
que la relación funcionara debía de aparcar su carrera. Verdasco conoció a Miguel Boyer cuando este estaba ya muy enfermo tras el accidente cerebral que sufrió en febrero de 2012.
Su muerte, en 2014,
supuso un duro golpe para Ana Boyer. Fue en ese momento cuando Verdasco
entró en la familia Preysler como uno más.
Ahí están las fotos del
entierro del exministro en las que se ve como él hace y deshace en
ausencia de Chabeli, Julio José y Enrique, que no viajaron a Madrid para
acompañar a su madre y a su hermana pequeña.
La aparición oficial en la vida de Isabel Preysler de Mario Vargas Llosa también supuso un revulsivo
en la relación de Ana Boyer y Fernando Verdasco.
A ella le costó
aceptar la nueva relación de su progenitora. Ambas partes siempre han
negado diferencias, pero la tensión que existió es cierta aunque ha
disminuido con el tiempo.
El Nobel ha sido uno de los poco más de 50
invitados al enlace, y también fue uno de los primeros en llegar a
Mustique acompañando a la madre de la novia, encargada de dar los
últimos detalles a la organización del evento y quien ha supervisado la
exclusiva de la revista.
Ahí no pegaba nada Vargas Llosa.
En
un momento en que la prensa del corazón busca reinventarse con la
llegada de los medios digitales y cuando resulta muy difícil hacerse con
una exclusiva, esta boda tiene todos los ingredientes para ser un
éxito. En pocas ocasiones se reúnen todos los miembros del variopinto
clan Iglesias-Preysler-Falcó-Boyer. Aseguran que pasan todas las
Navidades juntos, pero no hay testimonios gráficos de ello a pesar de
que muchos son muy activos en las redes. En esta ocasión, a falta de
confirmación oficial ya que no dan información para blindar la
exclusiva, han estado todos acompañando a Ana. Incluso Julio José ha
ejercido de padrino. Verdasco es el segundo tenista que entra en el famoso clan,
ya que Enrique Iglesias, aunque sin estar casado, lleva con Anna
Kournikova 15 años. Los Verdasco son una familia muy popular en Madrid
por sus negocios hosteleros. Son propietarios de los dos restaurantes
especializados en cocido más conocidos de la capital: La bola y El Café
de Chinitas. El clan del cocido, como se les conoce, gestiona además
otros dos restaurantes: La Rayúa, en Majadahonda y La Rayúa, en
Malasaña. Verdasco tiene dos hermanas, Sara de 30 años casada con Juan
Carmona, sobrino de Antonio Carmona, y Ana, de 19 años. A sus 34 años,
no le queda mucha vida en las pistas de tenis a quien siempre ha
declarado su intención de ser algún día actor. El clan, entonces, ganará
así un nuevo artista.
Nuevas pistas tratan de aclarar el misterioso crimen de un comerciante ocurrido en Francia en 1923.
Guillaume Seznec con su nieto Denis en 1950Yves ForestierGetty Images
Una de las razones por las que el asesinato del comerciante bretón Pierre Quémeneur en 1923 constituye, hasta hoy, uno de los mayores enigmas judiciales de Francia es porque nunca se encontraron ni el cadáver ni el arma y ni tan siquiera se pudo precisar la escena del crimen. Tampoco hubo testigos. Aun así, el principal sospechoso, el
bretón Guillaume Seznec, amigo del muerto, fue condenado a cadena
perpetua con trabajos forzados, sentencia que purgó durante 20 años en
un durísimo penal de la Guyana Francesa, antes de que Charles de Gaulle
lo indultara por buena conducta.
Seznec
murió proclamando su inocencia. Sus descendientes llevan más de medio
siglo intentando demostrarla para que se le rehabilite a título póstumo,
algo inédito en Francia, sin que la justicia haya dado nunca marcha
atrás en su veredicto inicial. Su argumento es que la premisa en la que
se basó todo el caso era falsa. Lo apoyan dos grupos de apasionados por
este misterio judicial que ahora intentan, una vez más —sería la
décima— que la justicia reconsidere su posición. Pero aunque coinciden
en la inocencia de Guillaume Seznec, sus teorías también difieren mucho
entre sí. Según la versión oficial, Seznec habría matado a Quémeneur durante un
turbio viaje de negocios de Bretaña a París con el objetivo último de
vender en la Unión Soviética coches Cadillac abandonados por las fuerzas
estadounidenses en Francia durante la I Guerra Mundial. En París se le
perdió el rastro. Su maleta apareció un mes después en la estación de
Havre. Dentro había un documento falsificado en el que Quémeneur le
dejaba unas tierras en caso de muerte a Seznec, lo que fue considerado
en el juicio prueba de su culpabilidad.
El antiguo abogado de la familia Denis Langois
y un anticuario de Bretaña, Bertrand Vilain, están convencidos de que
la responsable fue la esposa de Seznec, Marie-Jeanne. En 2015, Langois
desveló en un libro un “secreto de familia”: que Quémeneur nunca llegó a
salir de Bretaña sino que murió de forma accidental cuando
Marie-Jeanne, para frenar “insistentes avances” sexuales del amigo de su
marido, le atizó con uno de los candelabros que adornaban la chimenea
del salón de la casa de los Seznec en Morlaix. Así lo contaba en un
supuesto registro de audio, según Langois, uno de los hijos de los
Seznec, que también recordaría cómo su padre cavó un agujero “bastante
profundo” en el suelo de una bodega aledaña a la casa. Vilain asegura
que encontró en un inventario de la casa realizado dos meses después de
la desaparición de Quémeneur una descripción del famoso candelabro. También acaba de anunciar a los diarios Le Télégramme y Le Parisien
que ha localizado el lugar exacto donde estarían enterrado Quémeneur. Ambos creen que unas excavaciones en ese sitio podrían resolver todo el
misterio casi un siglo después. Los dueños actuales del lugar vienen de
dar su visto bueno, según Le Télégramme. “Es una pista falsa”, rebate Thierry Sutter, amigo del nieto de Seznec, Denis, y miembro de la asociación France-Justice que se ocupa del caso desde hace años. “No hay testimonio alguno sobre la versión de Langois, jamás ha
mostrado los registros de audio”, asegura por teléfono desde Bretaña . Lo
que no quiere decir que Sutter y Denis Seznec no crean en la inocencia
del abuelo de este. Se basan en un testimonio muy diferente, el de
Gabrielle Dauphin, que a los 9 años presuntamente vio cómo un hombre
disparaba contra Quémeneur en Plourivo, cuando Seznec se hallaba lejos
de esa localidad bretona. Al igual que el abogado y el anticuario,
también ellos llevan tiempo intentando que la justicia reabra el caso. Pero su versión cuenta con el mismo problema que la otra: falta un
testimonio oficial. Dauphin tiene hoy 103 años y nunca ha querido que su
historia quede registrada. La última vez que Sutter y Seznec lo
intentaron fue hace unas semanas, de nuevo en vano.
Manifestación contra la droga de vecinos del Pozo del Tío Raimundo, en 1990.ULY MARTÍNNo temo por mi vida cada vez que salgo de casa. Y eso que soy de Vallecas. Del Puente. La prensa lleva días publicando que la droga vuelve a tomar el barrio. Es verdad que han vuelto las caceroladas de vecinos que protestan con razón por la existencia de narcopisos
—ya han sido desmantelados nueve— y por la inseguridad que generan. Pero decir que “vuelve la droga” no es quizá la expresión más adecuada,
suena un poco peliculera, tipo La estanquera de Vallecas, reloaded. Yo era una niña en los ochenta y recuerdo cómo en el camino al colegio
mi madre me agarraba con fuerza la mano cuando pasábamos por los
soportales donde los toxicómanos se inyectaban heroína a plena luz del
día. Eso sí qué era tener la droga en la calle.
Fotocartón de 'Colegas' (1982), la película en que la vivía de pequeña.
Vallecas no es ya un escenario de película quinqui, pero los
estereotipos sobreviven al tiempo. Son cómodos. Hace poco me pidieron
consejo sobre si aceptar o no una oferta de trabajo en un centro médico
de Entrevías porque el interesado, que no conducía, debería desplazarse
en tren hasta la estación de El Pozo. ¡Qué temeridad! Es, por cierto, la
misma estación junto a la que viven los cientos de vecinos que el 11 de marzo de 2004 ofrecieron sus coches particulares para trasladar a los hospitales a heridos del atentado terrorista. Los clichés pueden llegar a resultar indestructibles. He
leído crónicas sobre el Rayo Vallecano que antes de hablar de fútbol
arrancaban su relato aludiendo a las ropas tendidas en los balcones que
rodean el campo, para subrayar que aquí somos pobres, pero limpios. No enumeraré las veces en las que alguien me ha contado que “una vez”
estuvo en Vallecas como si de una hazaña se tratase; como quien te dice
que no es racista porque tiene un amigo negro. Son incontables las
miradas de compasión mal disimulada que me han dedicado cuando he
mencionado el barrio en el que vivo. “Pero será en la zona noble, ¿no?”,
me han llegado a interpelar. Incluso yo misma me he justificado
diciendo que “Vallecas ya no es lo que era”.
.
Un hombre contempla la vista desde del Cerro del Tío Pío, en Vallecas.ÁLVARO GARCÍA
Ha cambiado mucho . Cuando era pequeña, un chaval apodado El
Bizco se hizo famoso en el barrio por haber sido figurante en una
película del cine quinqui que rodaron cerca de mi bloque. Era
la época en la que los pisos nuevos de protección oficial convivían aún
con casas abandonadas medio en ruinas y calles sin aceras. En invierno,
jugábamos en los charcos de barro y caminábamos por tablas los días de
colegio para llegar con los zapatos impolutos. Pobres pero limpios,
claro. Entonces sí que había droga en la calle, tanta, que en la peor
época nuestras madres no querían que jugáramos en la arena del parque
por si nos pinchábamos con una jeringuilla usada. En muchos otros
barrios de España ocurría lo mismo, sin embargo, en el imaginario
colectivo el estigma quinqui solo se aferra a algunos.
Hace años que esa Vallecas quedó atrás. Y ahora, a 15
minutos en metro del centro de Madrid, empieza convertirse en refugio de
ciudadanos expulsados por los precios de los barrios castizos y la
invasión del AirBnb. La escena que confirmó mi sospecha de que quizás
nos estamos gentrificando un poco ocurrió hace un par de semanas cuando
dos vecinas jóvenes, en un español con acento británico, me preguntaron
por el supermercado. ¡Los ingleses han llegado al barrio!
Vallecas sigue necesitando inversión, golpeada por la crisis
y olvidada por sucesivos gobiernos del PP que pocos votos han podido
arañar en una zona que tradicionalmente se ha decantado por la
izquierda. Pero aquel barrio en el que Eleuterio Sánchez Campo, El Lute,
secuestró a una familia para esconderse en su piso mientras huía de la
policía es ahora el lugar que alberga la Asamblea de Madrid, en el que
se han construido edificios que han ganado premios de arquitectura y donde gente de toda la ciudad acude para pasear por el Cerro del Tío Pío. Los vallecanos lo bautizamos con el más sugerente Parque de las Siete Tetas. La avenida de la Albufera, una de las arterias principales del Puente de Vallecas, es una de las novedosas "zonas 30" desde hace apenas un mes:
no se puede circular a más de 30 por hora para favorecer el uso de las
bicicletas. Van a abrir un hiper 24 horas y hasta hay alguna cafetería
cuqui.