Vallecas ya no es un escenario de película quinqui, pero los estereotipos sobreviven al tiempo.
No temo por mi vida cada vez que salgo de casa.
Y eso que soy de Vallecas. Del Puente.
La prensa lleva días publicando que la droga vuelve a tomar el barrio.
Es verdad que han vuelto las caceroladas de vecinos que protestan con razón por la existencia de narcopisos —ya han sido desmantelados nueve— y por la inseguridad que generan.
Pero decir que “vuelve la droga” no es quizá la expresión más adecuada, suena un poco peliculera, tipo La estanquera de Vallecas, reloaded.
Yo era una niña en los ochenta y recuerdo cómo en el camino al colegio mi madre me agarraba con fuerza la mano cuando pasábamos por los soportales donde los toxicómanos se inyectaban heroína a plena luz del día.
Eso sí qué era tener la droga en la calle.
Los clichés pueden llegar a resultar indestructibles. He leído crónicas sobre el Rayo Vallecano que antes de hablar de fútbol arrancaban su relato aludiendo a las ropas tendidas en los balcones que rodean el campo, para subrayar que aquí somos pobres, pero limpios.
No enumeraré las veces en las que alguien me ha contado que “una vez” estuvo en Vallecas como si de una hazaña se tratase; como quien te dice que no es racista porque tiene un amigo negro.
Son incontables las miradas de compasión mal disimulada que me han dedicado cuando he mencionado el barrio en el que vivo.
“Pero será en la zona noble, ¿no?”, me han llegado a interpelar. Incluso yo misma me he justificado diciendo que “Vallecas ya no es lo que era”.
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. Cuando era pequeña, un chaval apodado El Bizco se hizo famoso en el barrio por haber sido figurante en una película del cine quinqui que rodaron cerca de mi bloque.
Era la época en la que los pisos nuevos de protección oficial convivían aún con casas abandonadas medio en ruinas y calles sin aceras.
En invierno, jugábamos en los charcos de barro y caminábamos por tablas los días de colegio para llegar con los zapatos impolutos. Pobres pero limpios, claro.
Entonces sí que había droga en la calle, tanta, que en la peor época nuestras madres no querían que jugáramos en la arena del parque por si nos pinchábamos con una jeringuilla usada.
En muchos otros barrios de España ocurría lo mismo, sin embargo, en el imaginario colectivo el estigma quinqui solo se aferra a algunos.
Hace años que esa Vallecas quedó atrás.
Y ahora, a 15 minutos en metro del centro de Madrid, empieza convertirse en refugio de ciudadanos expulsados por los precios de los barrios castizos y la invasión del AirBnb.
La escena que confirmó mi sospecha de que quizás nos estamos gentrificando un poco ocurrió hace un par de semanas cuando dos vecinas jóvenes, en un español con acento británico, me preguntaron por el supermercado. ¡Los ingleses han llegado al barrio!
Pero aquel barrio en el que Eleuterio Sánchez Campo, El Lute, secuestró a una familia para esconderse en su piso mientras huía de la policía es ahora el lugar que alberga la Asamblea de Madrid, en el que se han construido edificios que han ganado premios de arquitectura y donde gente de toda la ciudad acude para pasear por el Cerro del Tío Pío.
Los vallecanos lo bautizamos con el más sugerente Parque de las Siete Tetas.
La avenida de la Albufera, una de las arterias principales del Puente de Vallecas, es una de las novedosas "zonas 30" desde hace apenas un mes: no se puede circular a más de 30 por hora para favorecer el uso de las bicicletas.
Van a abrir un hiper 24 horas y hasta hay alguna cafetería cuqui.