Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 dic 2017

Y se juntan levemente ...........................................Javier Marías

A lo largo de nuestras existencias, sobre todo si no son breves, ponemos el afecto en personas separadas por eternidades, nacidas en siglos diferentes.


POR AZARES DE LA VIDA, yo, que no he tenido hijos, me encuentro con que han adquirido bastante presencia en la mía dos niños pequeños.
 La niña tiene cuatro años y es madrileña, el niñito acaba de cumplir uno y es barcelonés.
 Hace unos días me senté en una butaca a escuchar música, y en ese rato de quietud y atención mi mirada fue a posarse en las fotos que tenía enfrente, delante de los libros de un estante. 
Allí está desde hace tiempo mi madre, Lolita, no sé exactamente con qué edad, cuarenta y tantos o algo así.
 Tiene la mirada algo perdida y melancólica, como no solía ser infrecuente en ella. Pese a su continuo despliegue de actividad, a veces se quedaba pensativa con sus pensamientos indescifrables, no sé si más dedicados a la rememoración, a la preocupación o a la fantasía.
Era una madre aprensiva con los demás, no desde luego consigo misma. 
 Allí está, desde hace menos tiempo, mi tío Odón Alonso, el director de orquesta, con su pelo blanco de músico y su acusado perfil y su media sonrisa de quien acostumbraba a estar en las nubes y tarareando. 
Y, desde hace obligadamente muy poco, está también la foto del niñito nuevo, ahí todavía con meses, claro está. 
Y así, mientras oía la música y miraba los retratos, se me hizo extraña la idea de que el nacimiento de mi madre y el de ese niñito —la una contó sobremanera en mi vida, el otro es probable que cuente, si es que no cuenta ya— estuvieran separados por ciento cuatro años.
 Sorprendido, me repetí los cálculos: mi madre nació el 31 de diciembre de 1912, el niñito el 22 de noviembre de 2016. 
Sí, casi ciento cuatro años. 
La niña que también está ahora en mi vida, y que es bisnieta de Lolita, nació el 19 de septiembre de 2013, casi ciento un años después. 

 
Si pienso en mis propios abuelos, la diferencia aumenta.
 Mi abuela materna, por ejemplo (la única que conocí, hasta mis quince años o así), debió de nacer hacia 1890 en La Habana, y vino a Madrid en 1898, cuando España perdió Cuba.
 Aún pequeña, lo cual no le impidió conservar el acento de la isla hasta su fallecimiento.
 Y mi abuelo paterno, al que no conocí pero bien podría haber conocido (llegó a ver a mis tres hermanos mayores), había nacido en 1870, es decir, ciento cuarenta y seis años —casi siglo y medio— antes que el niñito de la fotografía.
 ¿Cómo es posible que en una misma vida y memoria (las mías) quepan y convivan personas tan distanciadas, tan de diferentes épocas, incapaces de concebir a quienes han venido tan detrás ni a quienes llegaron tan delante al mundo? 
 La niña, la bisnieta de Lolita, se parece mucho a su madre, mi sobrina Laura, y tiene precisamente la edad que su madre contaba cuando la mía hubo de despedirse de ella y murió.
 Durante los cuatro años en que coincidieron se adoraron mutuamente.
 Laura apenas lo recuerda, pero yo sí: cómo la niña, cuando venía a ver a su abuela y la divisaba desde la entrada, echaba a correr por el largo pasillo hasta abrazarse a ella con risa y contento, y cómo Lolita la acogía, especialmente feliz de que por fin hubiera otro miembro de su sexo en la familia, tras haber dado a luz a cinco varones y haberse pasado la vida entre “chicos” un poco distraídos y un poco egoístas.
 Así que en este caso no me cuesta figurarme la relación que ella habría tenido con la actual niña de cuatro años. 
Tampoco, en realidad, la que habría tenido con el niñito de un año. Entre ellos no hay consanguinidad, pero tanto da. 
Seguro que le habría hecho el mismo caso y lo habría querido igual.
 Los veo a los dos en las fotos, la una muy cerca del otro, caras que jamás se vieron ni se podrían ver, y que sin embargo, a través de mis ojos, a través de mi viejo afecto por la una y mi incipiente afecto por el otro, que sin duda irá a más, se encuentran extrañamente vinculados. 
A todos nos pasa, a cada uno de ustedes también, sobre todo si han alcanzado cierta edad.
 Nada tiene de particular, lo que señalo es algo de lo más común. Pero, si no me equivoco, rara vez nos paramos a pensar en ello, en el hecho misterioso de que quepan en nuestra memoria, en nuestros afectos y en nuestra imaginación personas de diferentes siglos y mundos, personas del XIX y del XXI y por supuesto del XX. 
No personas de las que meramente hayamos oído hablar o hayamos leído, sino que hemos visto y tratado, que de niños nos hicieron una caricia o a las que saludamos con un beso, tan naturales y reales como la caricia y el beso con que saludamos a la niña y al niñito de hoy. 
A través de nuestras mejillas transmisoras, esas personas condenadas a no saber unas de otras y a no verse jamás, a ignorarse por los siglos de los siglos, se juntan levemente y entran en fantasmagórico y tenue contacto, y mantienen el enigmático hilo de la continuidad. 

2 dic 2017

Vasile se harta y toma una decisión "fatal" contra Jorge Javier Vázquez y 'GH'

 
Una de las galas de Gran Hermano 18.
Una de las galas de Gran Hermano 18.

Los reiterados descalabros de audiencia han agotado la paciencia de Mediaset que ha decidido, por sorpresa, cerrar antes de tiempo la casa de Guadalix de la Sierra. ¿Es un cierre definitivo?.

Telecinco ha decidido terminar la edición de Gran Hermano Revolution de forma anticipada y se le agota así la paciencia de varias semanas aguantando el programa presentado por Jorge Javier Vázquez pese a su tremendo batacazo de audiencia. 
Fuentes próximas a la cadena han asegurado a diversos medios que el jueves 14 de diciembre será la última gala de Gran Hermano 18 y será entonces la Gala Final en la que se dará a conocer el ganador de esta edición.
 ¿El último ganador?
Para los más avispados, la gala de este jueves ya anticipaba esta decisión, cuando la mecánica del programa cambiaba para acelerar el proceso de expulsión de los concursantes, de forma que dos de ellos salieron la noche del jueves y acabando con las nominaciones, como suele hacerse en la fase final del concurso.

La presente edición de Gran Hermano, la anunciada como la auténtica revolución y rebautizara como Revolution, está marcando, tal y como les hemos venido contando en ESdiario, mínimos históricos de audiencia.  
El pasado jueves día 24 el reality fue la cuarta opción de la noche con un 12% de cuota de pantalla y 1.252.000 espectadores, aunque la primera opción, la serie Estoy vivo de La 1, lideró la parrilla con un excelente dato del 12,9% y 2.023.000 espectadores.
 Este jueves Gran Hermano había mejorado dos décimas, hasta el 12,2% de cuota y 1.256.000 espectadores, pero quedando igualmente por detrás de sus principales competidoras.
La desconexión entre los espectadores y Gran Hermano Revolution se evidenció hace justamente un mes: el pasado 2 de noviembre con la gala menos vista de su historia tras caer hasta un 12,3% de audiencia.

 


Zapatero, a tus zapatos................................. Boris Izaguirre

Me asombra la capacidad de la corona británica, y de sus empleados, en encontrar momentos históricos hechos a base de azúcar para contrarrestar errores tan amargos como el Brexit.

Enrique de Inglaterra y Meghan Markle, en un evento filantrópico en Nottingham.
Enrique de Inglaterra y Meghan Markle, en un evento filantrópico en Nottingham. WireImage

He perdido la cuenta de cuántas bodas reales he visto. 
Pero me llega el recuerdo de ver la de Diana y el príncipe Carlos, junto a mi madre en Caracas. 
Estaba a punto de cumplir 16 años y había estado en Londres junto a mi hermano, aprendiendo inglés y descubriendo el sabor de los besos de un chico italiano que decía ser bisexual. 
Los ahorros de mis padres no me pudieron subvencionar más tiempo en el primer mundo y volví al tercero.
 Para curar mis heridas, mi mamá madrugó para que viéramos juntos esa boda, con ese vestido de novia interminable y todo ese cuento de hadas convulso y excesivo que terminó con Diana muerta en París 16 años después.
No intuimos nada de eso esa mañana de julio de 1981, aunque mamá me dijo: “Qué horror que para una mujer el matrimonio siga siendo la manera de ser alguien”.

 Tenía razón, a pesar de que en ese momento sentí que sus palabras eran pelín anticlimáticas.
 No sé qué pensaría hoy del compromiso del hijo menor de Diana, el príncipe Enrique, con la actriz estadounidense Meghan Markle, pero no habría estado muy feliz de que yo ande tan interesado con el tema.
 Me asombra la capacidad de la corona británica, y de sus empleados, en encontrar momentos históricos hechos a base de azúcar para contrarrestar errores tan amargos como el Brexit.
 Con esta boda todos volvemos a soñar y a saborear una tregua en forma de soufflé.
  En América no dejan de comparar a Meghan con Grace Kelly y Wallis Simpson, otras dos norteamericanas que cambiaron de nacionalidad y vida por amar a un príncipe europeo.

 Lola Moreno, mi productora ejecutiva, no está de acuerdo con esa comparación. 
“Grace y Wallis se casaron con príncipes herederos, futuros soberanos. 
Meghan lo hace con el quinto en la línea de sucesión. Hay menos presión”. También es cierto que Grace tenía detrás suyo un carrerón hollywoodense, varios “clásicos” en su haber y un Oscar, y Meghan no tiene ese lustre.
 Y que Wallis no era una belleza al estilo de Markle sino más bien una mujer que seducía por su estilo e inteligencia a pesar de que simpatizara con los nazis.
 Todo esto es historia. Porque el rollo de los Windsor es vida familiar trufada de historia.
Enrique y Meghan son como el príncipe que despierta a la Bella Durmiente y quebranta el hechizo. 
O también como el príncipe y la corista. 
Él la descubrió a ella viéndola en televisión, como Felipe a Letizia. Y se comprometieron asando un pollo para cenar.
 Todo esto permite a la reina Isabel cerrar un ciclo con una nueva ilusión.
 Eso gusta, es decorativo.
 Y me habría encantado vivirlo con mi madre.
Diana de Gales, el día de su boda con Carlos de Inglaterra, el 29 de julio de 1981.
Diana de Gales, el día de su boda con Carlos de Inglaterra, el 29 de julio de 1981. cordon press
 
Otro golpe de efecto fue la inauguración de la exposición en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid dedicada al zapatero Manolo Blahnik.
 La edición española de Vogue se calzó una espléndida cena con unos canelones y merluza tan españoles como la voz de Estrella Morente que interpretó Ojos Verdes para homenajear al diseñador. 
Blahnik es canario, pero en realidad del mundo y muy de Londres, que con Nueva York son las dos capitales que han forjado su peculiar personalidad y trabajo, y su contagiosa ironía, evidente en su estilo.
 Cinéfilo, melómano, dibujante, Blahnik es un zapatero que supo transformar el oficio en marca y terminar de coserlo a su personalidad.
 En su discurso de agradecimiento recordó su vital relación con Vogue y sus míticas editoras, desde Diana Vreeland hasta Anna Wintour y Grace Coddington. 
 Pero también se refirió a varias damas entaconadas que le acompañaban en su mesa.
 Carolina Herrera, Paz Vega, Maribel Verdú y Naty Abascal, representando sus pasiones por el cine, la moda y la sociedad. 
De todas, Herrera es la más vinculada. 
Juntos empezaron sus carreras en el Nueva York que despertaba de Studio 54 mucho antes de convertirse en el gran parque Disney que es hoy día.
 “Manolo ha tenido siempre una fe enorme en sí mismo. Por eso es lo que es”, me comentó Carolina la semana pasada. 
 Hay una escena en Blow-Up (Deseo de una mañana de verano), el clásico de Antonioni, donde Blahnik aparece junto a un grupo de modelos hacia el final. 
“Mi único gran papel”, me confesó jocoso hace años en el desaparecido restaurante La Brioche.
 Blahnik merecía esa exposición desde hace tiempo, pero al final llegó en el momento justo. 
Como la boda de Meghan y Enrique. 

 

Manolo Santana, al borde de la red............................ ANTONIO J. MORA

El gran campeón de tenis, a los 79 años, cede su puesto como director del Open de Madrid entre rumores sobre su estado de salud.

Manolo Santana y su esposa, Claudia Rodríguez, en el Mutua Madrid Open del pasado mayo
Manolo Santana y su esposa, Claudia Rodríguez, en el Mutua Madrid Open del pasado mayo

 Manolo Santana (Madrid, 1938) publicó su autobiografía en 2004, Un tipo con suerte.

 Memorias de un jugador de tenis.

 Ya entonces, el extenista reconocía sin complejos sentirse una persona afortunada y reafirmaba esa entrega por el deporte que tantas alegrías le dio.

 Un deporte en el que comenzó como recogepelotas siendo un niño y en el que hoy es una leyenda. 

“El tenis ha sido y sigue siendo su día a día”, aseguran quienes lo conocen.

 Y es que, poco más de medio siglo después de hacer historia en Wimbledon, sigue viviendo por y para el tenis pese a que su estado de salud haya estado en entredicho en varias ocasiones. La última, hace unas semanas, cuando su exmujer Mila Ximénez aseguró en el programa de televisión en el que colabora que Santana no pasaba por su mejor momento. 

“Tiene una inmovilidad tremenda, no coordina y hay cosas de las que no se acuerda de un día para el otro”, dijo quien fue su esposa tres años (1983-1986) y tuvo una hija.

A punto de cumplir los 80 años, Santana se resiste a soltar la raqueta.
 Su entorno más cercano asegura que “se le ve bien”, incluso él mismo reconoció en mayo que estaba “muy bien”. 
“El tenis le mantiene en forma y con ilusión”, aseguran conocidos. Casado con la colombiana Claudia Rodríguez, 20 años más joven, el veterano deportista vive desde hace algo más de dos décadas en Marbella, a donde llegó cuando la ciudad comenzaba a recuperar el esplendor de antaño. 
 Tras retirarse de la competición, ha estado vinculado al tenis como entrenador, promotor de torneos o jugador del circuito sénior.
 Fue incluso capitán del equipo español de Copa Davis en dos ocasiones.
 En los últimos años, ha compaginado la actividad en el club de tenis que puso en marcha en tiempos del desaparecido Jesús Gil con la dirección del torneo Mutua Madrid Open.
 "Disfruta mucho formando a jóvenes en su club, descubriendo a nuevas promesas del tenis... 
Va y viene de Madrid por compromisos y por la organización del Mutua. 
Viaja a los grandes torneos, le falta tiempo para ir a los de Londres o Nueva York… el tenis es su vida", añaden quienes lo conocen.


Manolo Santana (Madrid, 1938) publicó su autobiografía en 2004, Un tipo con suerte. Memorias de un jugador de tenis
 Ya entonces, el extenista reconocía sin complejos sentirse una persona afortunada y reafirmaba esa entrega por el deporte que tantas alegrías le dio.

A punto de cumplir los 80 años, Santana se resiste a soltar la raqueta. 
 Su entorno más cercano asegura que “se le ve bien”, incluso él mismo reconoció en mayo que estaba “muy bien”. “El tenis le mantiene en forma y con ilusión”, aseguran conocidos.
 Casado con la colombiana Claudia Rodríguez, 20 años más joven, el veterano deportista vive desde hace algo más de dos décadas en Marbella, a donde llegó cuando la ciudad comenzaba a recuperar el esplendor de antaño. 
Tras retirarse de la competición, ha estado vinculado al tenis como entrenador, promotor de torneos o jugador del circuito sénior. 
Fue incluso capitán del equipo español de Copa Davis en dos ocasiones.
 En los últimos años, ha compaginado la actividad en el club de tenis que puso en marcha en tiempos del desaparecido Jesús Gil con la dirección del torneo Mutua Madrid Open. "Disfruta mucho formando a jóvenes en su club, descubriendo a nuevas promesas del tenis... 

Pero no lo es tanto el mundo empresarial.
 En junio de 2011 el ganador de cuatro torneos del Gran Slam puso a Rodríguez al frente de la sociedad Racquets Club Marbella SL, que administra el club de tenis marbellí.
 La empresa, en la que ella figura como administradora única y él como apoderado, no presenta cuentas desde 2012, cuando las pérdidas superaban levemente los 35.000 euros.
 Dos años después de este nombramiento, Santana se casó por cuarta vez con Rodríguez y abrió una nueva etapa en su vida personal tras tres fracasos sentimentales, una hija extramatrimonial y, cómo no, 72 torneos ganados.
 La pareja contrajo matrimonio en Marbella, una ceremonia a la que no acudieron ninguno de los cinco hijos del extenista y que despertó las dudas sobre la relación de estos con la nueva esposa del deportista.
Desde su llegada a la Costa del Sol, ha mantenido una estrecha relación con la ciudad. 
"Siempre ha colaborado en todo lo que se le ha pedido", señalan fuentes municipales, que resaltan, por ejemplo, su reciente apoyo a la candidatura de Marbella para acoger la primera eliminatoria de la Copa Davis del próximo año.
 Incluso en 2014 participó en un vídeo musical para promocionarla como destino turístico. 
 Tal es su implicación, que el pleno del Ayuntamiento acaba de aprobar su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad. 

Feliciano López, tras ser nombrado director adjunto del Mutua Madrid Open, junto a Manolo Santana el pasado jueves.
Feliciano López, tras ser nombrado director adjunto del Mutua Madrid Open, junto a Manolo Santana el pasado jueves. EFE
Pero tras una vida plagada de victorias y de acaparar portadas, Santana ha dado esta semana un paso al lado en su pasión por el tenis. 
El pasado jueves, con traje gris y corbata corinta, el deportista anunciaba que el próximo Mutua Madrid Open será su último torneo como director.
 Santana compartirá el cargo en 2018 con Feliciano López, una etapa de transición antes de ocupar al año siguiente la presidencia de honor y seguir, como siempre ha intentado, unido al tenis.