Químico de carrera, especialista en arte, historia y literatura, fue dos veces presidente de la Casa de Canarias en Madrid.
El pasado 9 de Octubre fallecía Ángel Hernández Rodríguez (Tenerife
11 de Mayo 1920- Madrid 2017) y este último martes recibió en Madrid el
último adiós, en un funeral nutrido por los numerosos amigos que cultivó
en su larga vida. Nacido en la localidad de Güímar, muy joven partió a La Laguna para
estudiar Bachillerato en el Instituto Cabrera Pinto, el mismo centro
donde también se educaron otros eruditos canarios como Pérez Galdós,
Juan Negrín, Oscar Domínguez, Blas Cabrera o Agustín Espinosa. Hizo la guerra, en la que no disparó un solo tiro, según decía,
estudió Ciencias Químicas, ejerció en la Refinería de Santa Cruz de
Tenerife y fue enviado a Madrid por la CEPSA. Esa compañía lo devolvió a
la isla como delegado de la empresa petrolera, cuya remodelación él
acometió.
En 1969, cuando regresó a Tenerife, fundó allí Amigos de la Opera. A
sus encargos profesionales unió su gran devoción por las cuestiones de
su tierra; fue dos veces presidente de la Casa de Canarias en Madrid,
para la que consiguió una sede aún abierta, con enorme pujanza, en la
calle Jovellanos. Ahora esa sede ya es patrimonio del Gobierno de
Canarias y se dedica a la difusión de la cultura y el folclore de las
islas. Y es, además, puente de unión de los canarios que viven fuera de
las islas, en Madrid. Era un hombre dedicado, en el tiempo de su jubilación y aún antes, a
la traducción de libros sobre Canarias y otros sobre arte, de Velázquez a
Berruguete, así como un estudio sobre los diferentes nombres que han
recibido las calles de Madrid a lo largo del tiempo. Ángel Hernández era un humanista, un ilustrado canario como aquellos
que llegaron a Madrid en el siglo XVIII. Es difícil encontrar otra
persona tan sencilla, con tanto conocimiento de música, pintura,
literatura, historia. Tenía un dominio absoluto del XIX español. Excelente conversador, firme en sus convicciones, nunca perdía ese
sentido del humor socarrón tan característico de los canarios. Un hombre
inteligente, educado, honrado, bueno.
Tal banalización de la realidad es una falta de respeto”, dice Víctor Díaz-Cardiel (Fuensalida, Toledo, 82 años).
Este histórico dirigente del PCE fue elegido miembro del Comité Central
en 1965 durante su primera estancia entre rejas y después fue secretario
general en Madrid, y cree “un desacierto” y “políticamente
desproporcionada” la decisión de la juez Carmen Lamela de enviar a
prisión a la mitad del Govern por los delitos de rebelión y sedición,
entre otros.
Pero considera un “insulto” que independentistas y Podemos les consideren “presos políticos”.
Amnistía Internacional tampoco ve como presos políticos ni presos de conciencia a los dirigentes del procés
encarcelados. En cambio, el secretario general de Podemos, Pablo
Iglesias, se reafirmó este miércoles en esta tesis.
“Lo que están
haciendo es de una imprudencia tremenda”, zanja Díaz-Cardiel a las
puertas del Congreso.
“Son políticos presos, no presos políticos”,
sentencia a su lado Raúl Herrero, militante del PSOE y exdirigente en
Madrid del PCE (Internacional).
Detenido en 1970 por “comunista peligroso” según su ficha policial,
Herrero salió en libertad provisional un año después tras pasar seis
meses en el hospital penitenciario por las torturas recibidas.
Prefiere
no hablar de ellas y sí de Dolores González Ruiz, abogada gravemente
herida en la matanza de Atocha de 1977 a la que debe la libertad.
“Es
discutible hablar jurídicamente de rebelión, pero que nos hablen de
represión a quienes tenemos secuelas en nuestra movilidad del paso por
las comisarías franquistas...
No soy de los que se emocionan, pero no
tiene nada que ver”. Para reforzar sus palabras recalca que el 15 de
octubre de 1975 debía presentarse en prisión pero no lo hizo calculando
que al dictador no le quedaba mucho tiempo.
“Me hice clandestino y, por
suerte, un mes después Franco murió”.
“He estado ocho años en prisión en Madrid, Calatayud, Soria y
Segovia por mis ideas políticas y no sé cuánto he vivido en la
clandestinidad. En la Dirección General de Seguridad de la Puerta del
Sol te pegaban entre siete y ocho por todos lados hasta que te
desplomabas. A mi padre le dieron una paliza para que no tuviera más
militantes comunistas... ¿Y me vienen con que los Jordis [Sànchez y Cuixart, líderes de la ANC y Òmnium respectivamente] y los miembros de la Generalitat en prisión son presos políticos? Tal banalización de la realidad es una falta de respeto”, dice Víctor Díaz-Cardiel (Fuensalida, Toledo, 82 años).
“No hay casos así en España desde 1976”
La tribuna de Justiniano Martínez (Hellín, 1942) en EL PAÍS
ha servido de catalizador del malestar de referentes históricos de
izquierdas que padecieron el franquismo. “No ha habido ni un preso
político en España desde 1976”, afirma. Exsecretario general del PCE en
Madrid, emigró muy joven a Francia para “luchar por la libertad”. Santiago Carrillo le encomendó pasar propaganda cruzando los Pirineos y
guiar a disidentes. En 1970 se marchó a Murcia mandatado por su partido, donde fue
detenido y condenado a seis años. Las torturas que sufrió le dejaron
nueve vértebras rotas y un riñón inutilizado.
“Los Jordis y miembros del Govern están
injustamente detenidos, pero no se puede decir a la ligera que son
presos políticos porque podemos hacer una equivalencia que no es real
entre la democracia con el fascismo o una dictadura. No podemos hacer esa identificación,
sobre todo de cara a las nuevas generaciones”, coincide Carles Vallejo
(Barcelona, 67 años), presidente de la Asociación Catalana de Expresos
Políticos del Franquismo. Afiliado al Partido Socialista Unificado de Cataluña,
Vallejo pasó dos veces por la Cárcel Modelo. La primera en 1970 por
organizar el sindicato Comisiones Obreras en una conocida factoría de
automóviles. “Luego ya me tuve que ir al exilio porque tenía una
petición del fiscal de 20 años de prisión por delitos que hoy no lo
son... Cada situación se ha de contextualizar. El fascismo es la
arbitrariedad absoluta. No se puede hacer semejante paralelismo”.
El humorista, de 85 años, lucha por recuperarse en un hospital aunque su mayor dolencia es la soledad.
La vida no ha vuelto a ser la misma para Chiquito de la Calzada
desde que su mujer, Josefa García Gómez, Pepita, murió de forma
inesperada en marzo de 2012. Se fue su compañera de vida, 50 años juntos
e inseparables. El matrimonio no tuvo hijos y Chiquito se quedó muy
solo. Gregorio Sánchez Fernández (Málaga, 1932), nombre del gran
humorista, se recupera ahora en un hospital de una angina de pecho que
sufrió la semana pasada y que se le ha complicado con una infección. El humorista vive junto al mar, en el paseo marítimo de la zona oeste
de la capital malagueña, pero hace su vida en el centro. No a diario,
pero muy a menudo, coge un taxi y se planta para almorzar en el
conocidísimo restaurante Chinitas, propiedad de su amigo José Sánchez
Rosso. “El Chinitas es su casa”, cuenta el empresario.
A Chiquito le gusta hablar
de flamenco, de su carrera y de su éxito. Los chistes se suceden en su
conversación uno tras otro. “Pero eso ha sido así toda la vida, no solo
desde que se hizo conocido”, explica Sánchez Rosso. A Gregorio le
sorprendió la fama con 62 años, en el programa Genio y figura,
después de ganarse la vida como cantaor de flamenco desde que era un
niño. Se subió por primera vez a un escenario con ocho años. Hijo de
electricista y segundo de tres hermanos, inició sus giras con la
compañía Capullitos malagueños y su buena voz con los fandangos
y las malagueñas le llevaron por teatros de todo el país. En la década
de los setenta del siglo pasado pasó dos años en Japón ganándose la vida
con este arte. A su regreso a España era muy solicitado en fiestas
privadas de gente de postín. Verdad o no, hay una anécdota que cuenta Chiquito (le gusta que le
llamen así) para ilustrar sobre su origen humilde. Un día en el colegio
el maestro le dijo: “Niño, lleva esta hogaza de pan a mi casa”. El
pequeño Gregorio se la comió por el camino y ya no volvió más a la
escuela. Desde entonces no paró de trabajar. Las cosas cambiaron
completamente para él en 1994 cuando el director y productor Tomás
Summers lo fichó para el programa de chistes de Antena 3. Su particular
humor y sus característicos movimientos sedujeron al público y Chiquito
alcanzó la fama. Se convirtió en una referencia para los cómicos. Su
listado de palabras inventadas e imposibles es mítico. En una entrevista con EL PAÍS en 2008, respondió así al invitarle a definir el término fistro: “Es una palabra planetaria, y como yo soy gémenis [sic], procede de una galaxia de 1801. Pon eso”.
Ha participado en una decena de películas, la más conocida, Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera
(1996). Hombre muy correcto y de buenos modales, formado en la escuela
de la vida, es un personaje muy querido por el público. “No hay día que
no venga y no se haga 20 ó 30 fotos con la gente”, añade su amigo, que
lo pone a la altura de “Charlot y Cantinflas”.
Desde que enviudó, Gregorio lleva una vida muy tranquila y
prácticamente solo sale de casa para visitar el Chinitas. “Su mujer era
su ídolo. Estaba muy enamorado y se llevaban muy bien. No se le va, la
nombra muchísimo”, añade Sánchez. Chiquito tiene un hermano y varios sobrinos. Una sobrina que vive
cerca de él es la que está más pendiente de su tío. Fueron sus
familiares quienes el pasado 14 de octubre tuvieron
que llamar a los Bomberos porque no localizaban a Gregorio y no podían
abrir la puerta de su casa, al parecer, porque la llave estaba puesta en
la cerradura por dentro. Se había caído y fue trasladado al hospital,
donde permaneció tres días. Fue hospitalizado de nuevo el martes de la
semana pasada tras sufrir una angina de pecho y se ha sometido a un
cateterismo. Entre los dos ingresos en el hospital, regresó a su restaurante. Allí
se sienta en alguna de las dos mesas que hay junto a una gran foto suya
colgada en la pared, nada más entrar a la izquierda. Come a la carta y
charla con los amigos y con los curiosos que quieren saludarlo. “Malagueño que ha hecho reír al mundo”, dice una placa bajo su imagen
enmarcada. Allí, en su casa, lo están esperando.
El artista
ha recibido dos homenajes esta semana en EE UU por su lucha contra esta
enfermedad a través de su fundación que creó tras dejar las drogas.
Elton John lleva 25 años, de sus 70 años de vida, luchando con el sida. Por ello el martes por la noche, el cantante y compositor fue reconocido por sus "incansables esfuerzos humanitarios"
con una fiesta llena de estrellas en su honor celebrada en Nueva York.
"Comenzamos [en mi departamento] en Atlanta con solo dos personas",
recordó John junto a su esposo David Furnish. "Tuvimos grandes apoyos
cuando comenzamos, así que hemos sido muy afortunados". La fuerza del
artista quedó clara en la gala anual en la que recaudó más de 4,3
millones que se sumaron a los 385 millones que la fundación ha logrado a
lo largo de su historia. Entre
los invitados llamados a homenajear al músico estaban la actriz Glenn
Close y los diseñadores Donna Karan y Valentino: "Elton es un gran
amigo", dijo Valentino recién llegado a Nueva York. También se sumaron a
la cita Billy Joel, Billie Jean King, Clive Davis, Joseph Abboud, Lynn
Wyatt, Sandra Brant, Sting y Neil Patrick Harris, quien pasa las
vacaciones de verano con John y Furnish en el sur de Francia.