30 sept 2017
Poesía necesaria como el pan de cada día............ Elvira Lindo
Si las historias de otros nos modificaran de verdad, sufriríamos menos por los bobos contratiempos cotidianos.
Si una aprendiera de las tortuosas vidas, aquellas que, en principio y por fortuna, no habremos de vivir en carne propia, si una tuviera en cuenta en qué consiste la suerte de estar viva y poder contarlo; si después de cerrar las páginas que narran la vida de mujeres que padecieron años de trabajos forzados en el Gulag, si al leer fuéramos conscientes de que toda existencia contiene la posibilidad del horror, si las historias de otros nos modificaran de verdad, sufriríamos menos por los bobos contratiempos cotidianos y contribuiríamos a mantener un aceptable nivel de convivencia.
Eso pienso, tras haber leído estos días conteniendo el aliento Vestidas para un baile en la nieve, de la escritora checa residente en Barcelona Monika Zgustova.
Una muchacha muy joven, Zayara Vesiólaya, vestida para ir a un baile, con trajecito de seda y tacones, es detenida una noche de 1949 por la policía, que irrumpe en su casa por sorpresa.
Ahí comienza su viaje con
destino al Gulag. ¿Y tú, por qué estás aquí?, le pregunta un compañero
de desgracias.
Ella responde casi con naturalidad: “Por mi padre; es
enemigo del pueblo”.
Ahí comienza la historia de Zayara, que se hará una
mujer madura trabajando sin descanso, con fríos que no podemos calibrar
cómo el cuerpo los soporta, bajo los insultos de los guardianes y
cargando un peso que se diría imposible que sostuvieran los hombros de
una mujer.
Cuenta su historia en primera persona, porque Monika
Zgustova, con enorme sensibilidad, no quiso interferir en el relato de
unas mujeres que vivieron una experiencia de la que jamás podrían
zafarse, por mucho que regresaran a la vida de las personas libres.
Todo empezó cuando Zgustova asistió en 2008 a una reunión en Moscú de
antiguos presos del Gulag; allí descubrió que las historias de las
mujeres habían sido, como así suele ocurrir, menos contadas. Se propuso
dar voz a estas supervivientes y las fue visitando en sus apartamentos
de Moscú, Londres y París.
Su escucha atenta le permitió apreciar la
singularidad de cada historia pero también los elementos comunes que las
unían.
En muchos casos, las mujeres pagaban por los supuestos delitos
de sus maridos o sus padres, dado que el estigma de una condena se
contagiaba y toda una familia caía en desgracia.
Estas presas políticas sin delito alguno eran cultas, amantes de la poesía y la música como solo puede serlo el pueblo ruso.
Llevaban en su memoria poemas de Tsvetáieva, de Ajmátova o de Pasternak, y por las noches se los recitaban unas a otras.
A menudo, los inventaban durante las horas de trabajo para compartirlos después, cuando rendidas por una jornada devastadora, su ponían a la tarea de reconstruir el espíritu.
Aquellos años que la hija de la poeta Tsvetáieva definiera como un tiempo de “tristeza sin expectativas” marcaron hasta tal punto su manera de estar en el mundo que la vuelta a la libertad les resultó imposible.
El espectáculo de la alegría mundana las ofendía, todo les resultaba banal, no podían comprender esas preocupaciones cotidianas a las que solemos conceder tanta importancia.
¿Esto era la vida?, se preguntaban.
Buscaron la compañía de hombres que también hubieran padecido la experiencia de los campos de trabajo, porque aunque fueran desastrosos como pareja entendían cuál había sido el grado de humillación y maltrato, compartían el trauma de un pasado que no sabían contar.
Pero la autora consiguió que las ancianas hablaran, pasó horas con ellas en sus cocinas, bebiendo té, rodeadas siempre de música y libros, porque la cultura fue para estas heroínas el único consuelo al que aferrarse.
Algunas han muerto cuando este libro sale a la luz.
A lo largo de nueve años, Zgustova fue visitándolas para ir reconstruyendo sus testimonios que aún hoy son menos conocidos que los de los supervivientes del Holocausto.
Las dos mujeres que cierran el libro son Olga Ivínskaya, amante de Pasternak, y su hija Irina.
Si el autor de Doctor Zhivago tuvo que renunciar al Nobel, a la mujer que inspiró el personaje de Lara y a su hija les arrebataron parte de su ser.
Por las noches, cuentan, planchaban la ropa con las manos, se quitaban el barro de las botas, se despiojaban unas a otras, compartían versos y música, soñaban con los hombres que habían dejado atrás.
Dice una: “No puedo imaginarme mi vida sin los campos. Y más todavía: si tuviera que volver a vivir, no querría ahorrarme esta experiencia.
Cuanto más espantosa era la existencia, más firme resultaba ser la amistad. En la vida normal, semejantes lazos no tienen cabida.
Se requieren sentimientos y emociones extremas para que ese cariño y esa solidaridad sean posibles”.
“Tendremos que elegir entre traición o exilio”
Pablo Ordaz
Jueces y magistrados de Cataluña expresan su angustia ante el acoso que sufren por aplicar la ley.
“Somos el último bastión del Estado en Cataluña, y
sin embargo estamos desnudos”.
Muchos de los 810 jueces y magistrados
llamados a hacer cumplir la Constitución ante el desafío secesionista
temen que la Generalitat —de la que dependen desde el punto de vista
logístico— intente bloquear su labor en las horas críticas del referéndum ilegal de este domingo.
“Desde los edificios que ocupamos”, explica Luis Rodríguez Vega,
presidente de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM) en
Cataluña, “hasta los bolígrafos con los que firmamos las sentencias,
todo pertenece a la Generalitat”.
“Hay una sensación de fortaleza del
Estado que es falsa, porque España se ha ido retirando y ya es casi
imperceptible en muchos lugares.
Y ahora nos toca a nosotros.
Nos
quieren dar a elegir entre la Constitución y la nueva legalidad. Es
terrible, pero no tendremos más remedio que elegir entre la traición y
el exilio”, dice.
Tristeza, pena, sorpresa, angustia… Son
sentimientos comunes a los cuatro jueces —dos mujeres y dos hombres—
consultados para este reportaje.
Solo uno —Luis Rodríguez Vega,
madrileño de nacimiento y con más de 20 años de ejercicio en Cataluña—
acepta hablar a nombre descubierto.
El resto prefiere el anonimato para
no enrarecer aún más sus relaciones profesionales y personales.
Una magistrada de Barcelona con largos años de profesión admite: “Es la peor situación profesional que he vivido,
porque los partidos, que son quienes tenían que haber resuelto
políticamente esta cuestión, nos han trasladado el problema y nos han
colocado en una situación terriblemente insoportable.
Desde el punto de
vista profesional y también personal. Imagínese, mi hija simpatiza con
la CUP”.
El juez Rodríguez Vega confía su experiencia personal: “Mi
pareja es catalán e independentista.
Llevamos juntos desde 1996 y dejó
de ir a las manifestaciones cuando le dije:
‘Para vosotros ir a la Diada
es como una fiesta, pero no sois conscientes de que la otra mitad de
Cataluña lo vive como un drama y como un desgarro.
No existimos.
Nuestras emociones no valen”.
Los jueces consultados coinciden en que la
presión ambiental les impide concentrarse en el trabajo.
Una juez
asegura que, en el caso de que el plan secesionista siga avanzando, una
gran parte de la profesión optará por marcharse. Otra magistrada va
incluso más allá: “Nos iríamos todos”. Rodríguez Vega dice que sería la
opción más coherente:
“Quieren que traicionemos nuestros valores. Yo
nunca pensé que llegaría un día en el que tendría que medir el valor de
mi compromiso.
Yo tenía 14 o 15 años cuando Franco murió, así que he
vivido en democracia.
Siempre pensé que el juramento que hacen los
jueces cuando juran o prometen la Constitución era un rito.
Pero ahora
resulta que están poniendo a prueba el valor de ese compromiso. Y yo
creo que no lo voy a defraudar”.
El presidente de la APM y el resto de los jueces
que han hablado con este periódico aseguran que aquella sociedad
catalana abierta que les cautivó se ha convertido en un lugar crispado e
intolerante. “Nunca imaginé”, explica un magistrado, “que desde la
ventana de mi despacho podría llegar a ver una manifestación de abogados
estos días gritando democracia.
Esas personas saben perfectamente que
estaban mintiendo, pero la mentira es tan grande que nadie cree que sea mentira.
El que los responsables políticos se pongan a gritar a favor de la
desobediencia delante de un tribunal es algo inaudito, algo que en
Occidente ni existe ni se puede tolerar”.
El juez Rodríguez Vega añade: “El otro día leí un
libro que decía que la realidad es de las cosas que menos tolerancia
admiten.
Estos señores resulta que no admiten la realidad, porque la
realidad es que no pueden conseguir la independencia dentro del marco
constitucional.
Tienen que modificar el marco, y como se ven impotentes
de hacerlo de forma legal han decidido salirse.
Y se han salido con unos
lemas –democracia, derecho a decidir— que han triunfado.
El Estado ha
perdido la batalla del relato.
Y es muy difícil hablar con ellos porque
siempre salen con los agravios.
La lista de agravios se va llenando y es
muy difícil vaciarla”.
Casi todos los jueces consultados admiten que la
política tuvo su momento y fracasó.
“Y ahora nosotros”, lamenta una
juez, “tenemos que actuar con el único instrumento que tenemos: la ley”.
“Y por mucho que podamos entender las inquietudes de la gente, no
tenemos demasiada capacidad de maniobra”, señala.
“La vía judicial no
resolverá nunca el conflicto, al contrario.
Pensar que con la represión
se puede resolver el problema de Cataluña es uno de los errores más
grandes que se han cometido”.
29 sept 2017
La revolución que «Gran Hermano» nunca imaginó
El reality que conduce Jorge Javier Vázquez se enfrenta a los peores datos de audiencia de su historia, a un presentador que no encaja y a un público fiel que ha dejado de serlo para convertirse en su peor enemigo.
Gran Hermano Revolution prometía ser Revolution, y va camino de conseguirlo, pero no como había planeado Telecinco.
La revolución la tiene montada Mediaset en las redes sociales, porque a pesar de haber una manifestación convocada a las puertas de la cadena de Fuencarral por los indignados fans, al parecer nadie ha acudido a la cita.
Gran Hermano ha empezado con muy mal pie.
Los que se han revolucionado, (¡y de qué manera!) son los fieles a Gran Hermano 18 (y los aspirantes a concursantes), un aluvión de fans que no han dejado de lado el programa desde su estreno allá por abril del año 2.000.
Ni ellos ni sus hijos (probablemente), ya que en estos diecisiete años el reality más longevo de la televisión española ha sabido ir captando la atención de los más jóvenes para que se sumasen al carro de los seguidores de Gran Hermano.
La niña bonita de Mediaset en cuanto a espacios de telerrealidad, que genera y retroalimenta al resto de programas del grupo (un estrategia muy acertada que puso en marcha la cadena que dirige Paolo Vasile con gran éxito), hace aguas y es posible que en esta ocasión, ni los concursantes ni la audiencia (ni siquiera Mercedes Milá) sean capaces de salvar del naufragio total a Gran Hermano Revolution.
Todo apunta a que ni la revolución salvará a Gran Hermano de la quema.
El programa se va a pique y la situación ni es nueva ni sorprende a nadie (probablemente ni dentro de Gran Hermano 18).
Mientras los datos de audiencia caen cada día de manera más estrepitosa, las redes sociales se han convertido en un clamor pidiendo la vuelta de algunas de las tradiciones que llevaron a Gran Hermano Revolution a convertirse en uno de los formatos más exitosos de la historia de la televisión.
La audiencia advierte que no es su intención ir contra Gran Hermano Revolution, pero que «así no».
Ni les gusta cómo ha comenzado Gran Hermano Revolution este año (fue la gala inaugural menos seguida de la historia), ni les gusta su presentador (y eso ya lo habían dicho el año pasado, la primera edición que presentó Jorge Javier Vázquez), ni le gusta el casting (que no ofrece nada nuevo ni innovador, aunque a estas alturas es bastante difícil), ni están conformes con el fin del 24 horas).
Telecinco tarda en ser consciente de los problemas que le acechan.
Ocurrió con La Noria, y es posible que Gran Hermano 18 tampoco tenga una muerte rápida. Sino más bien todo lo contrario.
El formato agonizará en las próximas semanas, mientras la sangría de audiencia seguirá creciendo, porque la cadena no está dispuesta a acabar con una de sus apuestas seguras.
Pero visto lo visto, y con la distancia que le están sacando algunos de sus rivales directos, ¿tiene sentido que siga en antena? ¿es este el final definitivo de Gran Hermano Revolution?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)