Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 sept 2017

Equidistancia emocional.................................... Boris Izaguirre

La muerte de Hefner ha cosechado las mismas reacciones que la de una estrella del pop.

Concierto de Rolling Stones en el Estadi Olimpic de Barcelona.
Concierto de Rolling Stones en el Estadi Olimpic de Barcelona.

 

¿Qué es la equidistancia? La que hay entre nosotros, por ejemplo, mi marido en su casa y yo en la mía.
 Él cocina brécol y pescado en Madrid mientras yo como hamburguesas con aguacate en Miami. 
Probablemente, esa sea una equidistancia. 
Como la de elegir una bandera entre las muchas que hay. 
Yo en eso y en el gusto por los trapos coincido con Johnny Depp y me quedo con la bandera pirata. 
La de los Piratas del Caribe.
Me pregunto qué habré hecho para que ahora septiembre sea el mes de mi cumpleaños y el de los desastres. 
Mariano Rajoy llama a Donald Trump “presidente Trun”, sin p ni m porque, seguramente, así es como debe pronunciarse en Pontevedra.
 Y si el presidente del Gobierno español lo dice así, pues así será. Resultaba delicioso ver el asombro en el rostro de “Trun” cada vez que escuchaba su nombre pronunciado en nuestro idioma más pontevedrés. 
Su esposa Melania fue compañera de profesión con Esther Cañadas, en sus tiempos de modelo, e hicieron pandilla, por eso el señor “Trun” seguramente estaría acostumbrado a las zetas y a la jota pronunciada, pero las modelos tienen su propio lenguaje para defenderse en su competitiva profesión: las sonrisas.
 Eso podría ayudar a nuestro presidente en situaciones como esta.
 Y es que Mariano también se equivocó con el apellido de otro mandatario. 
A Nicolás Maduro lo llamó “Madero”. 
Tuvo su punto gracioso porque seguro que el venezolano no sabe que en España es la forma más popular de referirse a los policías, que ahora llenan Barcelona, sus alrededores y la cabeza de Mariano.


Lo bueno de la visita a la Casa Blanca es que es breve. 
Parece consistir en una foto, un lunch sin vino (aunque Mariano llevó, de regalo, una buena pata de jamón), una horita de charla en el Despacho Oval y listo, a casa. 
Ojalá todas las visitas fueran así. 
Poco más hay que hacer en Washington, una ciudad tan aburrida y complicada que Jackie Kennedy llegó a pronunciar esa frase de que “el sexo arruga la ropa”.
 Es difícil tomar equidistancia con esta frase.
 Sobre todo porque Hugh Hefner, el fundador del imperio Playboy y el símbolo estadounidense del éxito gracias al sexo, falleció el miércoles con 91 años, más o menos la misma edad de la Duquesa de Franco, a la que sus hijos han apartado de la gestión familiar, quizás para que disfrute de una tranquila equidistancia.
La muerte de Hefner ha cosechado las mismas reacciones que la de una estrella del pop.
 Asombra que los millennials le conmemoran como si despidieran a un abuelito cachondo. 
Otros, como si fuera el vínculo mortal con el placer.
 Para mí, Hefner es un estilo propio, con su propia bandera, que era el símbolo de su imperio, las conejitas y su eterna bata de andar por esa casa maravillosa, decadente y de alta horterada que es la Mansión Playboy.
 Elementos que unificaron a la heterosexualidad masculina.
 Hefner hizo de su vida una patria y su muerte consigue estrechar la equidistancia entre los millennials y nosotros, sus padres. 
El sexo es satisfacción para todos. 

s. Hugh Hefner y tres de sus playmates Beverly Hills en 2005. Hugh Hefner y tres de sus playmates Beverly Hills en 2005. REUTER
 Es lo que deben sentir los fans de los Rolling Stones. Mick Jagger tiene 74 años y acaba de pasar por Barcelona, hablando en catalán, cantando en inglés, dejando claro que el blues es la patria del rock y que, en efecto, la edad es ahora un plus. 
Nunca he visto un concierto de los Rolling Stones porque, al igual que la religión, creo que es algo a lo que puedes adherirte el penúltimo día de tu vida.
 Pero esta visita a Barcelona no puede ser más adecuada y equidistante.
 Frente a toda la insatisfacción sobre el referéndum de mañana, que los Rolling vengan a reunirnos ante su maestría es una prueba de que el pop británico es otra bandera a la que sujetarse.
No todo tiene porque estar acabado en la hegemonía española. ¡Chabelita ha cambiado de bandera! 
La hija de Isabel Pantoja ha vuelto con el padre de su hijo, Alberto Isla, y lo ha contado en Lecturas, al parecer garantizando una saneada equidistancia emocional al recibir 20.000 euros por la exclusiva.
 Ha vuelto porque su exnovio Alejandro la llamó guarra, una de esas palabras tan castizas como morcillona.
 En realidad, a mí también me gustaría regresar a casa con un dinerillo fácil. 
Abanderado al fin. Con alguna patria en el bolsillo o en el corazón.

Lo que Bisbal le dijo a Chenoa en el momento de la ‘cobra’: “Cuánto te he querido”

Se desvelan las palabras que el cantante dedicó a su exnovia en el concierto del reencuentro de Operación Triunfo.

Chenoa y Bisbal Chenoa y Bisbal, durante su acTuación

Desde que el miércoles salió a la venta la autobiografía de Chenoa, Defectos perfectos, se ha generado un gran revuelo mediático debido a las declaraciones que la cantante hace sobre su ruptura con David Bisbal

 Pero algo que no quiso revelar la artista de 42 años en su relato son las palabras que el almeriense le dijo al oído tras acabar la actuación de Escondidos en el concierto del reencuentro de Operación Triunfo.

 “Sé que David me dijo algo al oído que jamás desvelaré y que la actuación fue maravillosa, como tenía que ser”, escribe Chenoa

. Un secreto que ahora ha descubierto la periodista Sandra Aladro en El programa de Ana Rosa. “Cuánto te he querido”, fue lo que Bisbal le dijo a su expareja encima de ese escenario aquel 31 de octubre de 2016.

Los cantantes comenzaron su noviazgo tras su participación en el concurso musical y televisivo Operación Triunfo.

 Desde 2002 hasta 2005 mantuvieron una historia de amor que terminó con una Chenoa llorosa y en chándal dando explicaciones sobre le fin de su relación a los periodistas que se congregaban en su portal. 

12 años después, la cantante argentina cuenta todos los detalles de esa ruptura que supuso para ella “el peor día de su vida”. "Alguien me llamó por teléfono. No soy capaz de recordar quién fue. 'Pon la tele'. 

Allí estaba David, en una rueda de prensa en Caracas, encantado de la vida, diciendo que no estaba con nadie", explica Chenoa en el libro que se agotó a las dos horas de publicarse.

Chenoa y David Bisbal, durante el concierto de OT: El Reencuentro.
Chenoa y David Bisbal, durante el concierto de OT: El Reencuentro. EL PAÍS
“Lo cuento ahora porque quiero”, dijo la intérprete de Soy humana este jueves durante la presentación del relato autobiográfico que, según explicó, comenzó a gestarse hace cinco años y del que no descarta una segunda parte.
El almeriense, por su parte, se mostró muy sorprendido por las palabras de Chenoa ya que él pensaba que todo se había superado en OT: El reencuentro, el programa que volvió a unir a los concursantes de la primera edición del talent show musical. 
“Me ha sorprendido un poco porque yo creo que cuando estuvimos en el programa se superaron muchas cosas.
 No solo entre nosotros, sino entre todos los compañeros”, ha dicho este jueves ante las cámaras que le captaron cuando iba a recoger a su hija Ella.

 

 

Glenn Close y la gran mentira de una mujer con talento

La actriz clausura el Festival de Cine de San Sebastián con 'La buena esposa', una historia de secretos compartidos.

Glenn Close, en San Sebastián. rn
Glenn Close, en San Sebastián.

Toda una vida de mentiras y un secreto guardado en la intimidad familiar.

 Tras cuarenta años dedicados a sacrificar su propio talento y apoyar la carrera literaria de su propio marido, la mujer decide hacer saltar todo por los aires. 

La buena esposa, el filme que clausura la 65º edición del Festival de Cine de San Sebastián, pone el dedo en la llaga en las dificultades de muchas mujeres por tener su propia voz y más durante los años cincuenta en Estados Unidos.

 Glenn Close y Jonathan Pryce interpretan a una pareja aparentemente feliz que se enfrenta al momento más importante de sus vidas cuando al marido le conceden el Premio Nobel de Literatura.

 Será en medio de la nieve y el frio de Estocolmo, durante los actos conmemorativos del premio, cuando toda esa mentira estallará de manera definitiva. 

Dirigida por el cineasta sueco Björn Runge, La buena esposa, que se basa en el libro del mismo título de la escritora estadounidense Meg Wolitzer, pone de nuevo a Glenn Close ante la interpretación de una mujer oscura. 

En el filme, la actriz Glenn Close trabaja junto a su hija Annie Starke, en el papel de su madre de joven, Christian Slater y Max Irons. 

“La vida no está hecha de buenos y malos, sino que todos tenemos zonas grises”, ha asegurado Close durante la presentación del filme, en el último día de Zinemaldia y cuando toda la atención está puesta en los premios que se darán a conocer esta noche en la gala de clausura.

La historia de La buena esposa está ambientada en los años cincuenta en Estados Unidos cuando todavía a muchas mujeres se les negaba la posibilidad de triunfar y más en carreras creativas como la literatura. 

“Todas las mujeres se pueden sentir identificadas en algún aspecto.

 Conocemos a muchas que pasan gran parte de su vida de su vida apagando la luz que ellas irradian y ofreciendo su luz a otras personas.

 Por eso, es un acto de valentía el hecho de que las mujeres decidan brillar con su propia luz y dejar que salga el poder que llevan dentro. 

 Pero lo que está claro es que muchas veces no encuentran el apoyo necesario para hacerlo”, ha explicado la actriz de 73 años y un aspecto espléndido.

 La intérprete de Atracción fatal o El secreto de Albert Noobs encuentra en este nuevo filme la posibilidad de mostrar la liberación y el autodescubrimiento de las mujeres a través de una escritora que se negado a sí misma la posiblidad del talento y el reconocimiento.

 

Poesía necesaria como el pan de cada día............ Elvira Lindo

Si las historias de otros nos modificaran de verdad, sufriríamos menos por los bobos contratiempos cotidianos.

La escritora checa Monika Zgustova en 2016.
La escritora checa Monika Zgustova en 2016. EFE

Ay, si una aprendiera de lo que lee. 
Si una aprendiera de las tortuosas vidas, aquellas que, en principio y por fortuna, no habremos de vivir en carne propia, si una tuviera en cuenta en qué consiste la suerte de estar viva y poder contarlo; si después de cerrar las páginas que narran la vida de mujeres que padecieron años de trabajos forzados en el Gulag, si al leer fuéramos conscientes de que toda existencia contiene la posibilidad del horror, si las historias de otros nos modificaran de verdad, sufriríamos menos por los bobos contratiempos cotidianos y contribuiríamos a mantener un aceptable nivel de convivencia. 
Eso pienso, tras haber leído estos días conteniendo el aliento Vestidas para un baile en la nieve, de la escritora checa residente en Barcelona Monika Zgustova.
Una muchacha muy joven, Zayara Vesiólaya, vestida para ir a un baile, con trajecito de seda y tacones, es detenida una noche de 1949 por la policía, que irrumpe en su casa por sorpresa.
 Ahí comienza su viaje con destino al Gulag. ¿Y tú, por qué estás aquí?, le pregunta un compañero de desgracias. 
Ella responde casi con naturalidad: “Por mi padre; es enemigo del pueblo”. 
Ahí comienza la historia de Zayara, que se hará una mujer madura trabajando sin descanso, con fríos que no podemos calibrar cómo el cuerpo los soporta, bajo los insultos de los guardianes y cargando un peso que se diría imposible que sostuvieran los hombros de una mujer.
 Cuenta su historia en primera persona, porque Monika Zgustova, con enorme sensibilidad, no quiso interferir en el relato de unas mujeres que vivieron una experiencia de la que jamás podrían zafarse, por mucho que regresaran a la vida de las personas libres. 
 Todo empezó cuando Zgustova asistió en 2008 a una reunión en Moscú de antiguos presos del Gulag; allí descubrió que las historias de las mujeres habían sido, como así suele ocurrir, menos contadas. Se propuso dar voz a estas supervivientes y las fue visitando en sus apartamentos de Moscú, Londres y París. 
Su escucha atenta le permitió apreciar la singularidad de cada historia pero también los elementos comunes que las unían.
 En muchos casos, las mujeres pagaban por los supuestos delitos de sus maridos o sus padres, dado que el estigma de una condena se contagiaba y toda una familia caía en desgracia.

Es complicado entender y explicar por qué este libro que recoge las voces de mujeres que pasaron los mejores años de su vida entregadas al trabajo esclavo e inútil (construían muros que debían derrumbar al día siguiente) es también una demostración de que el alimento intelectual puede a veces salvar a un ser humano cuando el cuerpo no se sostiene en pie.
 Estas presas políticas sin delito alguno eran cultas, amantes de la poesía y la música como solo puede serlo el pueblo ruso.
 Llevaban en su memoria poemas de Tsvetáieva, de Ajmátova o de Pasternak, y por las noches se los recitaban unas a otras.
 A menudo, los inventaban durante las horas de trabajo para compartirlos después, cuando rendidas por una jornada devastadora, su ponían a la tarea de reconstruir el espíritu.
 Aquellos años que la hija de la poeta Tsvetáieva definiera como un tiempo de “tristeza sin expectativas” marcaron hasta tal punto su manera de estar en el mundo que la vuelta a la libertad les resultó imposible.

 El espectáculo de la alegría mundana las ofendía, todo les resultaba banal, no podían comprender esas preocupaciones cotidianas a las que solemos conceder tanta importancia.
 ¿Esto era la vida?, se preguntaban. 
Buscaron la compañía de hombres que también hubieran padecido la experiencia de los campos de trabajo, porque aunque fueran desastrosos como pareja entendían cuál había sido el grado de humillación y maltrato, compartían el trauma de un pasado que no sabían contar. 
Pero la autora consiguió que las ancianas hablaran, pasó horas con ellas en sus cocinas, bebiendo té, rodeadas siempre de música y libros, porque la cultura fue para estas heroínas el único consuelo al que aferrarse. 
 Algunas han muerto cuando este libro sale a la luz.
 A lo largo de nueve años, Zgustova fue visitándolas para ir reconstruyendo sus testimonios que aún hoy son menos conocidos que los de los supervivientes del Holocausto.
 Las dos mujeres que cierran el libro son Olga Ivínskaya, amante de Pasternak, y su hija Irina.
 Si el autor de Doctor Zhivago tuvo que renunciar al Nobel, a la mujer que inspiró el personaje de Lara y a su hija les arrebataron parte de su ser.
 Por las noches, cuentan, planchaban la ropa con las manos, se quitaban el barro de las botas, se despiojaban unas a otras, compartían versos y música, soñaban con los hombres que habían dejado atrás. 
Dice una: “No puedo imaginarme mi vida sin los campos. Y más todavía: si tuviera que volver a vivir, no querría ahorrarme esta experiencia.
 Cuanto más espantosa era la existencia, más firme resultaba ser la amistad. En la vida normal, semejantes lazos no tienen cabida.
 Se requieren sentimientos y emociones extremas para que ese cariño y esa solidaridad sean posibles”.