"La Generalitat no tiene la libertad de no seguir adelante hasta dónde sea y cómo sea".
El periodista catalán no ha ocultado su "enorme inquietud ante lo que estamos viendo"..
LA SEXTA
El periodista catalán Xavier Sardà ha realizado
un inquietante análisis sobre la actual situación del conflicto en
Cataluña que no deja lugar, precisamente, para la tranquilidad: "¿Qué
acabará sucediendo? Mi pulsión es que el Gobierno de la Generalitat no
tiene la libertad de no seguir adelante hasta dónde sea y cómo sea. Y el
Parlamento está dividido por la mitad", ha destacado Sardà —en Al Rojo Vivo, de LaSexta—. "El independentismo se lo esperaba. El tema de las movilizaciones,
sabían que habría encontronazos. A juzgar por la fuerza del movimiento
independentista, Cataluña está en una rebelión pacífica", ha opinado el
periodista catalán, quien ha reconocido que está "intentando asimilar lo
que era previsible".
"Es un fracaso de los que llevamos años intentando decir a los
independentistas que el qué no es la cuestión, sino el cómo lo
conseguiréis", ha reconocido Sardà, quien ha acusado al presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, de equivocarse al no decir nada el miércoles
por la noche de que "mañana nos encontramos, en vez de actuar como un
profesor de instituto".
Así mismo, Sardà ha acusado a Podemos de convertir el proceso
político en social con su apoyo, de manera que "si en realidad se están
pasando no independentistas a independentistas, esto se solucionará solo
en las próximas elecciones, sean las que sean".
El periodista ha recordado que "el Gobierno de España no es que
hiciese lo de ayer y haya acabado Eso es una trampa. El Estado va a
seguir tomando decisiones en Cataluña". En este contexto, ha vaticinado
que "la tensión social es normal que sea de resistencia. A violencia
gana el Estado. Deben dar una imagen pacífica, simpática". "¿Qué pasara si la Generalitat proclama la independencia? No sé cual será la reacción del Estado. Lo ignoro", ha sentenciado.
El actor
de ‘Cuéntame’ afirma en una entrevista en Argentina que "no era
consciente de lo sucedido, pero soy responsable. No debo, ni quiero
entrar en conflictos en mi país”.
A Imanol Arias
le unen lazos profesionales y sentimentales con Argentina, un país en
el que se siente cómodo y donde algunos de sus trabajos en cine,
televisión y teatro le han supuesto grandes alegrías. Allí, más relajado
que en España, concedió el pasado fin de semana una entrevista al
diario La Nación en la que además de hablar de su trabajo responde sin filtros sobre sus problemas con la agencia tributaria española
y las medidas que ha tomado para afrontarlos. Las preguntas casi
llegaron solas hablando del nuevo personaje que interpreta en la
película Despido procedente, que interpreta junto a Dario
Grandinetti. La trama de la misma le lleva a reflexionar sobre su edad
(61 años), los errores que se comenten por el camino y las consecuencias
desagradables derivadas de ellos que hay que asumir. De estas palabras y de su declarada necesidad de “vivir con ilusión y a
tope lo que me queda”, la conversación derivó hacia los momentos en los
que la vida puede parecer que le ha fallado. Su respuesta apuntó a
algunas relaciones sentimentales acabadas y mencionó que tiene un
“enorme problema fiscal en España”. Arias continúa diciendo en dicho
encuentro: “Voy a solucionarlo. Me he comprometido a pagar. El público
me conoce y sabe quién soy. La gente me ha dado mucho y tengo una enorme
deuda con ellos. Soy una persona que jamás ha eludido sus
responsabilidades. He vendido todo para empezar de cero. Vivo como una
pluma”. El actor añade que ahora mismo no tiene vivienda propia y
que incluso ha tenido que despedir a cuatro empleados que trabajaban con
él para cumplir con su obligación. “Nunca he podido engañar. De lo
contrario estaría muerto o enfermo”, y añade, “yo no era consciente de
lo sucedido, pero soy responsable. Voy a devolver todo, hasta el último
centavo. En España no puedo hablar de esto. No debo, ni quiero entrar en
conflictos en mi país”. Arias declara también que “cuando se comete un
error fiscal, pagas la deuda y además el 170% más, así que nadie puede
decirme ‘¿Qué has hecho con el dinero de todos?’ Voy por la calle
tranquilo”.
Imanol Arias declaró como imputado por delito fiscal ante el juez de la Audiencia Nacional
el 29 de junio de 2016, y ya en ese momento se mostró dispuesto a
abonar “hasta el último céntimo de euro” de la deuda de 4,9 millones de
euros correspondiente a los ejercicios entre 2005 y 2014. En dicha
comparecencia se mostró “consciente del error cometido con Hacienda”,
pero también aseguró que no tuvo conocimiento del mismo hasta que le
notificaron la inspección. Una acción que ha formado parte de la
Operación City, basada en la investigación del despacho de abogados Nummaria,
dedicado a la asesoría fiscal y que supuestamente se dedicaba a crear
estructuras societarias muy sofisticadas que permitían evadir impuestos a
sus clientes. En la citada entrevista en La Nación, Imanol Arias
atribuye el problema a “un cambio de la ley con la propiedad
intelectual". "En un momento se nos animó a los actores que teníamos
gente contratada a que tuviéramos sociedades anónimas, luego personales o
profesionales. Pero al tiempo nos dijeron, retroactivamente, que
pagáramos como cualquier ciudadano. Sin embargo, nosotros no tenemos un
estatuto de trabajador de actores, pero abonamos impuestos como todos y
no podemos tener sociedades. Las sociedades pagan menos. Es algo
atípico. Mi problema no es de ocultación, sino de un error en el sistema
de pago no consentido. Jamás oculté mis ganancias ni mi patrimonio”. Según diversas fuentes el actor posee cinco pisos en Madrid,
todos de pequeño tamaño menos una propiedad de unos 300 metros
cuadrados en la calle Arturo Soria con tres plazas de garajes anexas que
está a nombre de una sociedad y que tiene una orden de embargo desde
mayo de 2016. Los otros cuatro pisos, dos en el barrio de Malasaña y dos
situados en La Latina, están a la venta. Lo mismo ocurre con una finca
de Cádiz de 2.200 metros cuadrados con vistas al mar que se vende por
2,3 millones de euros y un solar anexo a ella que también está en el
mercado por unos 600.000 euros.
La pareja comunica sus intenciones vía exclusiva pero asegura que quieren un enlace "íntimo".
Cuatro años después de conocerse, Ana Boyer, de 28 años, hija de Miguel Boyer e Isabel Preysler, y el tenista Fernando Verdasco, de 33,
han anunciado que se casan. Lo han hecho en la revista de cabecera de
Preysler y vía exclusiva aunque la pareja asegura desear un enlace
"íntimo".
Ana
Boyer y Fernando Verdasco se conocieron en Ibiza en 2013 durante las
vacaciones de verano y desde entonces no se han separado, hasta tal
punto que ella, con una excelente carrera profesional por medio en el
mundo de la empresa y las finanzas, lo dejó todo por amor para poder
seguir a su novio por los circuitos del tenis profesional.
Ha sido ella quien ha desvelado cómo se produjo la petición.
"Estábamos de viaje en la playa, y una mañana Fernando me lo pidió
dándome un anillo". El tenista añade: "Llevaba tiempo queriendo
pedírselo. Ese día me desperté y sentí que era el momento. Ahora estoy
muy feliz de haber dado el paso y toca pensar cómo queremos hacerlo". Ana Boyer asegura: "Todavía no sabemos cómo va a ser la boda; estamos
mirando varias opciones, pero aún no lo tenemos claro. Lo que sí nos
gustaría es que fuera íntima". Sobre cuál ha sido la reacción de su familia al conocer la
noticia, la hija de Isabel Preysler explica: "Se pusieron todos muy
felices cuando se enteraron de la noticia. Se llevan muy bien con
Ferando y, sobre todo, me ven muy feliz a mí y eso es lo importante".
Ana es algo tímida, pero muy sociable, quizá porque ha
pasado muchas horas subida a unos tacones en salones de casa de sus
padres con gente mucho mayor y muy variopinta. Pero la cualidad que más
destacan de ella es su sensatez. “Los hermanos, a pesar de ser de padres
distintos, se adoran. Ella es quien aporta la opinión cabal cuando
están juntos”, explica uno de sus amigos. La nota discordante en su voluntad de discreción ha sido su relación con Fernando Verdasco,
hasta que conoció a Ana Boyer famoso tanto por su juego en la pista
como por sus conquistas fuera de ella. Desde que la pareja inició su
relación han sido objetivo de la prensa. Hace meses que se venía hablando de la posible boda de la
pareja y también de la de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. Fue
Preysler quien dio la primera pista: "Creo que Ana se casará primero". e los hijos que Isabel Preysler ha tenido se han casado dos Chabeli y
Julio José. Tamara permanece soltera y Enrique mantiene una sólida
relación con Ana Kournikova desde hace 10 años.
Un celador del geriátrico de Olot confesó haber asesinado a 11 ancianos. Esta es su historia.
A los 25 años, Joan Vila Dilmé acudió al psiquiatra obsesionado con
un "temblor de manos". La manía le ha perseguido durante dos décadas. El celador de la residencia La Caritat, en Olot
(Girona), repetía una y otra vez en la consulta su preocupación por
cómo influía en los demás su supuesto temblor. Según él, incluso le
despidieron de su trabajo de camarero porque se le notaba. Sin embargo, a Vila no le tembló el pulso, según algunas versiones, para
obligar al menos a tres ancianas inmovilizadas a ingerir por la fuerza
productos cáusticos. Las mató en la semana del 12 al 17 de octubre de
2010 como una forma peculiar de eutanasia, según su confesión. Él era su
cuidador. El informe previo del forense apunta a que en los cadáveres
de cuatro personas exhumadas por orden judicial "hay evidencias compatibles con la ingesta de sustancias abrasivas". Vila ha confesado ante el juez el asesinato de 11 ancianos (nueve mujeres y dos hombres) y ha mostrado dudas en otro caso. Lo hizo durante 14 meses, según su relato. La muerte de Paquita Gironès, de 85 años, el 17 de octubre desenmascaró
los crímenes del celador de Olot. Esta octogenaria fue derivada al
hospital Sant Jaume, en la ciudad, a pesar de las reticencias de Vila:
"No hace falta que aviséis a la ambulancia. Se está muriendo". Los
médicos del centro vieron que la mujer tenía quemaduras en las vías
respiratorias, el esófago y la boca. "Después de acabar su turno de
trabajo, Vila acudió al hospital a ver cómo estaba la Sra. Gironès",
recoge el acta de inspección del Departamento de Acción Social y
Ciudadanía de la Generalitat de Cataluña.
Tras la terrible muerte de Gironès, en medio de una horrible agonía,
los Mossos d'Esquadra iniciaron la investigación. Los médicos habían
alertado de que el fallecimiento no era natural. "Hicimos gestiones para
ver si ella misma se había tomado el veneno accidentalmente o con
intenciones suicidas. Pero rápidamente descartamos esta hipótesis al
comprobar que la mujer estaba imposibilitada", explica una fuente de la
investigación. El cerco se estrechó: el autor del asesinato no podía ser
nadie ajeno al centro porque ocurrió por la noche, en una residencia
con varios controles para entrar y salir. Los Mossos d'Esquadra interrogaron al día siguiente a una veintena de
trabajadores del hospital y la residencia. Entre ellos estaba el
celador. Los agentes se incautaron de las grabaciones de las 28 cámaras
de vigilancia del geriátrico. En las imágenes vieron cómo Vila entraba
en el cuarto de la limpieza a las 20.43 y cerraba la puerta en actitud
sospechosa. Un minuto después salía del habitáculo y tomaba el pasillo
hacia la habitación 226, donde dormitaba Paquita Gironès. Cinco minutos
más tarde aparecía de nuevo en el pasillo y se dirigía a un lavabo
próximo. Al cabo de unos segundos, se le veía en las imágenes en
dirección a las escaleras. Diez minutos después una auxiliar de
geriatría encendía la luz del distribuidor, camino de la habitación de
Gironès. Allí descubría a la anciana agonizante. "La encontré de lado,
con la mirada extraviada, la boca entreabierta, y la lengua de un color
extraño, como grisácea, y con un poco de sangre en el labio . Corrí a
buscar Joan Vila. Él siempre sabía qué hacer en estos casos", explicó la
empleada María Asunción a los mossos. Todos los indicios apuntaban a Vila. El celador, acosado por los
agentes, se derrumbó y confesó que había obligado a la anciana a ingerir
un producto de limpieza mediante una jeringa. Esta fue localizada en
una papelera próxima a la habitación de la víctima. Vila utilizó GM6, un
desincrustante ácido contenido en una botella de plástico de color
blanco de un litro. Su acción es la destrucción tisular mediante la
deshidratación de los tejidos y la abrasión de los músculos, según el
forense. Al día siguiente, tras enterarse de que habían detenido a un celador de
la residencia La Caritat, Anna se puso en contacto con los Mossos
d'Esquadra. Su tía, Sabina Masllorens, murió cinco días antes que
Paquita Gironès. Anna relacionó en ese momento a Vila con el comentario
que le hizo el dueño del tanatorio de Sant Joan de Les Fonts, Gregori
Brunsó: "¿Su tía llevaba mascarilla de oxígeno cuando murió? Tenía unas
extrañas marcas moradas en la cara que ni siquiera hemos podido
disimular con el maquillaje". El causante de esas señales acudió con su
madre al velatorio de la anciana para dar el pésame a la familia. Los
parientes ignoraban entonces que Vila, con gran cinismo, había dejado
escrito en el registro del geriátrico: "Exitus. La sobrina, el sobrino y
el resto de familiares, muy agradecidos por el trato y las atenciones
dispensadas a Sabina durante su estancia en el centro".
Los mossos preguntaron a Vila por la muerte de Masllorens. El celador
confesó en ese momento que también la había matado. "Estaba sola en su
habitación, medio dormida. Le metí lejía en la boca con una jeringuilla.
Ella no dijo nada. Pareció como si se ahogase. Luego avisé a la
enfermera Dolors Garcia, que dijo que seguramente había sufrido una
hemorragia interna. No tardó en morir". Horas más tarde, ante el juez, confesó el asesinato de Montserrat
Guillamet. La mató cuatro días después de haber acabado con Masllorens y
un día antes del asesinato de Gironès. "Le di de beber lejía con un
vaso de plástico blanco. Tuve que dárselo yo porque ella no podía. Le
dije 'verás que ahora te encontrarás bien'. Yo pensaba que la estaba
ayudando, que le facilitaba la vida porque había perdido la cabeza,
tenía vómitos y el cuerpo rígido. Me daba mucha pena. Ella empezó a
toser, tosió mucho, tenía como angustia y parecía que quería vomitar. Me
marché y fui al comedor a repartir cenas a otros ancianos".
Antes de morir en el hospital Sant Jaume de Olot, rodeada por sus
familiares, y sufriendo terribles dolores, Guillamet intentó quitarse
varias veces la mascarilla de oxígeno. Sus hijos se lo impidieron. Hoy
se preguntan si aquel acto desesperado de la mujer minutos antes de
morir era para explicarle que Vila le había obligado a beber lejía. La
directora médico del centro, Josefina Felisart, destacó el "gran
sufrimiento" que padeció la víctima. Mossos d'Esquadra, el fiscal Enrique Barata y el titular del Juzgado
de Instrucción número 1 de Olot, Leandro Blanco, no salían de su
asombro. Se enfrentaban a un posible asesino en serie, sin un móvil
claro. No había robos, ni abusos sexuales. ¿Por qué Vila exterminaba a
los ancianos a los que debería cuidar? ¿Por qué utilizaba un método tan
cruel? Él aseguraba que le daban pena y les quería llevar "a la plenitud", aliviando sus males. El magistrado ordenó revisar todos los muertos que hubiera habido en
La Caritat desde que entró Vila a trabajar en diciembre de 2005. Los
Mossos d'Esquadra presentaron la lista: de los 59 fallecidos en ese
periodo, casi la mitad, 27, murieron en los turnos de Vila (fines de
semana y festivos). Este año, 12 de los 15 fallecidos en el geriátrico
fueron mientras Vila estaba trabajando. En 2009, cinco de la docena de
muertes se habían producido estando él de guardia. Después de analizar las historias clínicas de los internos muertos
durante este año, los forenses encontraron ocho casos sospechosos. Sus
muertes difícilmente se podían explicar como naturales. El juez ordenó
el 19 de noviembre exhumar los ocho cadáveres enterrados en los
cementerios de Olot, Sant Salvador de Bianya y Castellfollit de la Roca,
los tres municipios cercanos. Vila acabó confesando el 30 de noviembre
que había asesinado a seis de los ocho ancianos. Además, se atribuyó la
muerte de dos octogenarias en 2009. El juez ordenó días después que se
exhumasen también sus cadáveres. ¿Qué pasó por la cabeza de Vila? ¿Por qué se había convertido en un
ángel de la muerte? "La gente que le conoce no se lo explica. Fue un
adolescente como tantos. A los 18, iba al pub de Can Manel, en
Castellfollit de la Roca, un pueblo de mil vecinos en el interior de la
provincia de Girona, donde vivía con sus padres, Encarnación y Ramón. Una familia modesta catalana, que trabajó en una fábrica del pueblo
hasta que cerró. Vila, hijo único, a sus 45 años no se había
independizado y seguía fuertemente unido a su madre.
"Había chicos más echados para adelante y otros más retraídos. Joan
estaba entre los segundos", explica una amiga de infancia, que pide el
anonimato. "Era muy buena persona, tímido e introvertido. Tenía una voz
un poco afeminada, pero jamás le vimos decantarse por hombres o por
mujeres. Nunca salió del armario", añade. Por entonces, Vila estudiaba peluquería en un centro de Olot. En sus
ratos libres quedaba con las muchachas del pueblo y practicaba con
ellas. "Nos hacía peinados a la moda. En aquella época se llevaba el
estilo del grupo de música Mecano". Cuando los jóvenes del pueblo salían
por Olot, Vila no solía beber ni fumar. "Era un chico de muy buen rollo
y muy sanote. Estoy convencida de que es verdad eso que dice de que
mató a las ancianas como un acto de amor. No ha sabido dónde estaba el
límite", sostiene la antigua amiga de infancia. A su entender, Vila no
tuvo una adolescencia fácil: "Su vida ha tenido varios golpes. En su
juventud debió sufrir mucho por tener la cara marcada por el acné. Y
además por su indefinición sexual. Encima, su sueño de la peluquería no
salió bien". A los 23 años, Vila decide montar una peluquería en Figueres, Tons
Cabell-Moda. Antes ha estado trabajando como peluquero en otro local en
Girona, cuya dueña le define como un joven "muy exigente consigo mismo". Después de pasar una temporada allí, decidió dejarlo. "Quería ir a
Barcelona a formarse y a mí me pareció bien", recuerda la ex compañera. Al volver a Girona, la llamó para que le asesorase en el negocio que
quería montar en Figueres. "Le dejé productos de cosmética y le ayudé en
lo que pude". Poco a poco, la peluquería arrancó y Vila contrató a una
chica para que le echase una mano. La vida de Vila empezó a sufrir turbulencias constantes que le
llevaron a saltar de un trabajo a otro. Algo pasaba en su cabeza y
decidió pedir ayuda. A los 25 años, el 9 de julio de 1990, acudió por
primera vez a la consulta del psiquiatra Jordi Pujiula, en Olot. Le dijo
que tenía dificultades para retener lo que leía y que sentía miedo ante
las aglomeraciones de gente. Cada uno o dos meses volvía a ver al
doctor y le desgranaba sus fobias y sus angustias. Al cabo de unos meses el joven entró en barrena. Se volvió inestable e
inseguro, acomplejado por su "homosexualidad y su afeminamiento". Por
primera vez, Vila confesó a su psiquiatra una obsesión enfermiza que le
acompañará a lo largo de los años y le ocasionará más de un problema: un
supuesto temblor de manos.
En aquella etapa, se encontraba perdido, desorientado y se vio
abocado a una espiral de constantes cambios en su vida en busca de un
equilibrio inalcanzable. Quizá eso explica por qué empezó a hacer cursos
de todo tipo: quiromasaje, cocina, modisto, masajes, reflexología
podal... En diciembre de 1994 inició las clases para ser auxiliar de
clínica, pero las acabó dejando. Vila mostró por primera vez cierto
interés en el mundo de la medicina, donde 16 años después cometerá sus
crímenes. Pero todavía no se dedicó de lleno a la sanidad. Optó por apuntarse a
la Escuela de Hostelería del Alt Empordà y comenzó un periplo por
restaurantes y hoteles de la provincia, de Roses hasta Olot. En sus
constantes visitas al psiquiatra, el celador daba muestras de angustia,
agobio, pérdida de control, ansiedad, insomnio, dificultades de
concentración, falta de energía, astenia... Para combatirlo se tomaba
coca-cola, café, bebidas energéticas, ginseng. Devoraba chocolate y le
costaba controlar su peso. Comía compulsivamente y le preocupaba lo que
pensaban de él los demás. Los temblores de manos le martirizaban. Creía
que su entorno se fijaba en ese problema.
En octubre de 1999, sobrepasado por las circunstancias, el celador
probó con un nuevo psiquiatra, el doctor Josep Torrell Llauradó. A sus
34 años, sufría crisis de pánico, tenía poca autoestima, era
influenciable y se obsesionaba por las cosas. Jamás tuvo ninguna
relación sentimental. Durante las muchas sesiones con el médico, a
varias de las cuales acudía acompañado de su madre, el paciente relataba
su inestabilidad laboral, aunque admitía que le gustaba cambiar de
trabajo. Al año siguiente trabajaba en una pizzería en Empuriabrava, una
urbanización costera del municipio de Castelló d'Empúries. Vila
frecuentaba en verano la zona, donde tiene un apartamento de 20 metros
cuadrados en un edificio mastodóntico de 17 plantas. Allí nadie conoce a
nadie y eso, lejos del ambiente asfixiante de su pueblo natal, le
permitía aflorar su otra cara. Un cocinero que trabajó con él recuerda
que solía ir a una discoteca cercana de ambiente gay, situada en un
polígono industrial, plagado de camiones, oscuro y alejado de todo.
"Pero a los dos años se cansó y cerró
el local", cuenta la mujer. En el pueblo se dice que Vila decidió
clausurar su establecimiento agobiado por una supuesta estafa.
Vila, que primero contó que mató a tres octogenarias con productos
cáusticos, ahora asegura al magistrado que con el resto de sus víctimas
utilizó un cóctel de barbitúricos (en seis de ellas) e inyecciones de
insulina (en dos). El informe previo del forense, sin embargo, apunta
que miente. De los ocho casos sospechosos, en cuatro hay indicios de que
los ancianos pudieron morir intoxicados con algún producto abrasivo.
Todavía hay que esperar al análisis de los tejidos para tener certezas. Uno de los hechos más recientes confesados por el presunto asesino es
el de Francisca Matilde Fiol, 88 años, a la que mató el 19 de octubre
de 2009. Los forenses todavía no han emitido un dictamen sobre las
causas del óbito. Su hija María Dolores contó a los mossos que aquel día
notó cómo a su madre le salía por la boca una especie de líquido
transparente, maloliente, que luego se tornaba espeso y oscuro. ¿Era
esto el veneno usado por el celador para acabar con la mujer? Vila
sostuvo ante el juez que ayudó a morir a la octogenaria dándole insulina
cuando ambos estaban solos en su habitación, la 308. Falleció horas
después en el hospital Sant Jaume de Olot.
¿Cómo se explican los asesinatos en serie de Vila, un hombre bien
visto en su entorno y al que los psiquiatras que le trataron durante 20
años nunca le detectaron un perfil homicida? ¿Cómo es que nadie se dio
cuenta de que era una bomba de relojería? Vicente Garrido, profesor de
Criminología de la Universidad de Valencia, opina que "este tipo de
personas sienten una especie de desequilibrio, de turbulencia, que les
impide llevar una vida convencional y matan para restablecer el
control". A su entender, "mataba para aliviarse de sí mismo".
La compulsión es el rasgo característico de los asesinos en serie,
dice Garrido
. Eso, según su criterio, es compatible con el trastorno
ansioso depresivo con rasgos obsesivos que le diagnosticaron los
psiquiatras. "Son diferentes a los asesinos convencionales. Eso, según su criterio, es compatible con el trastorno ansioso
depresivo con rasgos obsesivos que le diagnosticaron los psiquiatras.
"Son diferentes a los asesinos convencionales. Estas personas están
trabajando cuando matan. Quizá no lo harían sin esa facilidad. A ellos
la posibilidad de acabar con las vidas les parece enormemente fácil",
indica Garrido. Su objetivo es "ganar control sobre su vida, sentir
sensación de dominio, como si se tratase de una droga".
El abogado del celador, Carles Monguilod, ha pedido al juez que unos
peritos psiquiátricos examinen a su cliente. El magistrado ordenó el 2
de diciembre que dos médicos forenses especialistas elaboren un informe
que determine "el estado psicopatológico, posibles trastornos de
personalidad, anomalías en la esfera cognitiva, volitiva y/o afectiva y,
finalmente, se determine un posible perfil psicopático" del encausado. Mientras tanto, el grupo de Homicidios de la Unidad Territorial de
Investigación prosigue las pesquisas a la espera de conocer el contenido
de varios pen drives y los dos ordenadores que intervinieron en la casa
de Vila. Además, se llevaron batas médicas, zapatos y otras piezas de
ropa para aclarar si tenían restos de productos tóxicos. El resultado
definitivo de las autopsias determinará si es aconsejable exhumar más
cuerpos.