Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 sept 2017

Redes neuronales...........................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
SI EN LUGAR DE a miles de personas, hubiéramos reunido en esta playa a miles de chimpancés, habrían sido al poco tiempo víctimas del caos, pues estos animales solo pueden convivir en comunidades reducidas.
 Lo explica muy bien Yuval Noah Harari en Sapiens (Debate), donde señala que nuestro secreto para cooperar en grupos cientos de miles o millones de individuos se debió al advenimiento de la ficción. 
 Desde el instante en el que nuestro cerebro fue capaz de alumbrar realidades imaginadas como la religión, el código civil, la patria o El Corte Inglés, los seres humanos, fusionados en torno a tales mitos, pudimos superar el umbral crítico de cooperantes que en nuestros parientes, los chimpancés, no pasa de 50.
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 Del mismo modo, en fin, que creemos en Dios o en el dólar, creemos en la idea de ir a la playa.
 Gracias a esa ficción la gente puede convivir en espacios reducidísimos sin que la violencia estalle.
 Al llegar a casa, asegurarán que vienen de la playa sin conciencia alguna de mentir. 
De hecho al día siguiente de que se publicara esta foto en El País, me telefoneó un amigo de Barcelona para que lo buscara con una lupa, pues había estado allí en el momento en el que se sacaba la instantánea. 
Es uno de los que creen estar bañándose.
 Este amigo también estuvo entre la multitud cuando vino el Papa a España porque es muy católico.
 Ahora es independentista, pero hasta hace poco llevaba una banderita española en la muñeca.
 A veces saltamos de una ficción a otra como el chimpancé de una a otra rama. Todo esto gracias a la versatilidad de nuestras redes neuronales.

Empecinados.........................................Rosa Montero

¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se caigan del caballo? ¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas?

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
Nunca he sido una persona mitómana, supongo que por temperamento pero también por haber empezado a trabajar como periodista a los 19 años, lo cual me hizo conocer desde muy joven a gente famosa y comprobar que tienen los mismos agujeros que tenemos todos.
 De hecho, cuando advierto algún defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie fue una madre muy dura), a menudo aún lo admiro más, porque eso lo humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que siempre es la existencia.
 Por eso me alucina la urgencia que tanta gente parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales, divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un cristiano integrista. 
En 40 años de vida profesional, pocas veces he recibido vapuleos tan airados por parte de lectores como en tres ocasiones en las que escribí algún juicio crítico sobre John Lennon, Michael Jackson y Lady Di.
 Y mis textos no habían sido sangrantes, pero los fans no pudieron soportar la más leve sombra en el aura luminosa de sus santos: los ídolos han de ser perfectos y sin mácula.
 Hay gente que parece no ser capaz de aguantar la existencia sin tener a mano algún diosecillo terrenal al que adorar. 
En un reportaje sobre los 20 años de la muerte de Lady Di, vi a una mujer que, por supuesto, no había conocido personalmente a la princesa, y que decía: “Fue el peor día de mi vida”.
 Es llamativo, ¿no? Sobrecoge el pozo sin fondo de su necesidad.
 Estos extremos de mitificación nos pueden parecer conmovedores o patéticos y en cualquier caso inofensivos; pero es que por desgracia esa misma avidez de santos, y lo que es aún peor, de paraísos, se encuentra en muchos otros ámbitos sociales con consecuencias nefastas. 
Santo intocable es, por ejemplo, el Che Guevara, trepado a los altares en medio mundo; y, dado que los paraísos tradicionales como la URSS, China o Cuba se han ido resquebrajando con el tiempo, un número asombroso de personas en apariencia inteligentes y amables se aferran con recalcitrante ceguera a la invención del edén venezolano. 
Y, como sucede en todos estos procesos de mitificación, da igual que la realidad desmienta su espejismo una y otra vez; que Venezuela sea un Estado en colapso, que haya violencia, torturas, desapariciones, asesinatos y el más escandaloso pisoteo de los derechos democráticos. 
Todo esto no importa nada, porque los prejuicios sólo ven lo que quieren ver (ya lo decía Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”), y porque no estamos hablando de ideas, sino de creencias.
 No nos encontramos en el territorio de la razón, sino de la fe.
¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se caigan del caballo? 
¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas? Me temo que ni aun así.
 El mes pasado, Óscar Puente, alcalde de Valladolid y nada menos que portavoz de la ejecutiva socialista, dijo en una entrevista que la crisis de Venezuela “estaba sobredimensionada” y que era “responsabilidad colectiva de los venezolanos” (le tuvo que corregir públicamente Lastra, la vicesecretaria general del PSOE, que habló de los más de 100 muertos en las protestas y de los 600 presos políticos).
 En fin, Puente no es imbécil, o eso espero; pero dijo eso en lo más álgido del conflicto y de la represión, mientras corría la sangre. ¿Qué se están jugando personalmente los que se empecinan contra viento y marea en seguir creyendo en paraísos inexistentes?
 Quizá les alivie cierta culpa inconsciente de poseer más que otros en este mundo de atroz desigualdad.
 O quizá sean individuos más frágiles y necesiten aferrarse a dogmas pétreos para aguantar la desazón de vivir.
 Puede que sean románticos y demasiado inocentes, es decir, ignorantes; pero lo reprobable es que se niegan a ver la realidad (atrévete a saber, como diría Kant). 
Y también supongo que creer en un edén terrenal alegra la vida, de la misma manera que la alegran los finales felices de Hollywood. 
No sé, la verdad, no me lo explico, no acabo de entenderlo, pero resulta trágico porque, bajo una supuesta defensa de una sociedad más justa, terminan siendo cómplices de tiranos.

Mientras las cosas suceden.....................................Javier Marías

Con serlo mucho, lo más importante no es que sean neutralizados los jóvenes que atentan.
 Lo fundamental es que lo sean los adultos que los dirigen.

Javier Marías
MIENTRAS LAS COSAS suceden es difícil, imposible a veces, imaginar cómo serán vistas y consideradas una vez que hayan cesado, y en todo caso ha de tenerse presente que serán juzgadas de muy distinta manera según cuál sea su desenlace, o, dicho más a las claras, según quién resulte triunfante. 
Con razón se repite que el relato o la historia los cuentan siempre los vencedores, al menos en primera instancia. 
Mientras sucedía el régimen nazi, acerca de cuya maldad está de acuerdo casi todo el mundo desde hace muchas décadas, eran millones, y no sólo alemanas, las personas que lo vitoreaban y que luchaban por su aplastante victoria o la deseaban con todas sus fuerzas. 
Más millones todavía la veían inevitable, unas espantadas, otras resignadas.
 Hubo gente que detestaba ese régimen pero que decidió poner a salvo sus ahorros convirtiéndolos en marcos, convencida de que esa iba a ser la moneda segura del futuro próximo. 

Ahora, cuando hace unos cinco años que ETA no asesina ni secuestra ni extorsiona, algunos de los que la apoyaron o justificaron empiezan a extrañarse de su actitud benévola o jaleadora hacia esa organización terrorista. 
Tras el extrañamiento —es muy probable— vendrán la negación y el autoengaño, y habrá abertzales feroces y Arzallus que dirán con aplomo: “¿Yo? Yo siempre le quité el oxígeno a ETA”, del mismo modo que en Alemania y Austria resultó que nadie había sido nazi, ni en Italia nadie fascista, ni en España —muchos años más tarde— nadie franquista.
 Ahora hay individuos vascos que, a la luz de la novela Patria o de libros muy anteriores como Contra el olvido, escrito por Cristina Cuesta cuando ETA estaba activísima, se percatan de la vileza de buena parte de su sociedad, de su cobardía, de la crueldad con que se actuó contra las víctimas y sus familiares; de que parte de esa sociedad no se contentaba con matar a las primeras, sino que necesitaba matarlas varias veces, es decir, rematarlas, vilipendiarlas, difamarlas y profanar sus tumbas.
 El proceso, con todo, está siendo lento y desde luego parcial: hay muchos que todavía adoran a ETA, más que la exculpan con esa frase taimada: “Eran otros tiempos” (hay que ver cómo corren los tiempos cuando a uno le interesa); y hay partidos políticos como la CUP o Podemos que, sin ni siquiera ser vascos, no ocultan su simpatía o su comprensión hacia los etarras y se alían con sus herederos políticos para gobernar en tal o cual pueblo, ciudad y hasta autonomía.

Quizá es que ETA aún está sucediendo.
 Para empezar, no se ha disuelto. O quizá es que nada de lo sucedido termina nunca de suceder enteramente
Quizá es que ETA aún está sucediendo. Para empezar, no se ha disuelto.
 O quizá es que nada de lo sucedido termina nunca de suceder enteramente. 
En España hay numerosos franquistas confesos o que mal disimulan;
 en Europa se envalentonan formaciones neonazis; hasta el Ku Klux Klan asoma la capucha, confiado en la connivencia del Presidente de los Estados Unidos, Trump el deficiente y a un paso de ser el delincuente.
 A menudo nos figuramos que las “ideas” y las creencias desaparecen, pero la mayoría de ellas dormita a la espera de un despertar propicio.
 He visto hace poco un vídeo de 1958 en el que el entonces Presidente egipcio Nasser se burlaba de las pretensiones de los Hermanos Musulmanes de que el hiyab fuera obligatorio para las mujeres. 
  Se oyen las abiertas carcajadas de los asistentes, parecidas a las que oiríamos hoy en Europa si alguien propusiera retornar a usos del feudalismo. 
Había “ideas” y creencias que en el Egipto de 1958 parecían enterradas, lo mismo que en otros países árabes.
 Así que uno se pregunta cómo será visto y considerado el Daesh o Estado Islámico con su terrorismo, cuando haya cesado, si es que cesa. 
Son centenares de millares las personas que están de acuerdo con él y desean su triunfo aplastante. 
Que aplauden cuando unos descerebrados (ay, los jóvenes manipulados; qué poco pagan sus crímenes quienes los manipulan, los despreciables proselitistas religiosos o políticos) arrasan la maravillosa Rambla de Barcelona o el paseo marítimo de Niza; cuando niños y niñas son enviados a inmolarse con explosivos tan grandes como sus cuerpecillos.
 Hay mujeres que convencen a muchachas para que se unan a los combatientes del Daesh, y aquéllas saben perfectamente que lo que espera a éstas es la esclavitud sexual, ser un despojo.
 A diferencia de los nazis, que ocultaron los campos de exterminio cuanto pudieron, el Daesh ha proclamado su propósito genocida: se trata de aniquilar a los “infieles”, es decir, a la mayor parte del mundo, incluidos los musulmanes chiíes y cuantos no se les sometan.
El propósito es por suerte incumplible, pero centenares de millares de individuos celebrándolo es una anomalía colectiva equiparable a la del nazismo.
 Y éste sólo dejó de estar bien visto cuando cesó, y cuando fue derrotado.
 Con serlo mucho, lo más importante no es que sean neutralizados los jóvenes que atentan. 
Lo fundamental es que lo sean los adultos que los dirigen, engañan y sacrifican, mientras ven cómodamente el espectáculo. Ese imán de Ripoll y sus iguales y sus jefes.

16 sept 2017

Divas huracanadas............................................. Boris Izaguirre

Existe positividad en el desastre y belleza en la catástrofe.

Lady Gaga, durante la presentación de su documental en Toronto. Lady Gaga, durante la presentación de su documental en Toronto. AF

Me quedé en Miami, muy cerca del paso del huracán Irma, porque una aerolínea me dejó varado, sin otra opción. 
Hoy quiero confesar, como Pantoja, que ha sido una gran experiencia, solo comparable a la primera vez que Ana Obregón me contó cómo aliviaba su vejiga en las interminables grabaciones de ¿Qué apostamos?
  Para mí son dos momentos de supervivencia importantes.
 Cuando Irma estuvo enfrente mío, inflándose del agua caliente y salada de la bahía de Brickell, me di cuenta de que existe positividad en el desastre y belleza en la catástrofe. 
Esa visión me permitió drenar, convertir el huracán en una terapia. Pensé en muchas personas, buenas y malas, recordé y olvidé rencores. 
Y llegué a creer que el famoso ojo del huracán era más bien una puerta hacia una nueva dimensión.
 Irma ha dejado varias lecciones arremolinadas. 
Una de ellas es la crítica hacia el alarmismo en los medios de comunicación, que abusaron de las emociones y usaron el pánico como ingrediente para aumentar sus audiencias.
 La alarma que generaban fue volviéndose otro huracán que al final quedó maltrecho cuando la energía eléctrica colapsó y ningún televisor quedó encendido.
 Fue allí cuando las redes sociales volvieron a ganarle el pulso a lo analógico. 
Y crearon otro vendaval y un nuevo debate: ¿qué se debe subir y compartir en una red social cuando un huracán devasta poblaciones? 
En algunos de los vídeos que mis compañeros y yo mismo compartíamos había suficiente narcisismo para convertir a la madrastra de Blancanieves, esa mujer tempestuosa e incomprendida, en una atareada ama de casa.
Irma también ha arrinconado importantes eventos. 
A mí me ha dolido la muerte de Pierre Bergé, el gran mecenas y filántropo francés, compañero y socio de Yves Saint Laurent (un divo envuelto en tormentos), así como el cerebro detrás del huracanado viaje de esa firma de moda a uno de los grandes imperios económicos franceses.
 Bergé jamás ocultó su identidad, ni personal ni política ni de tiburón empresarial, y ese era su principal atractivo.
 Cuando lo conocí, en Madrid junto a Paloma Picasso, tuve la sensación, perfumada de narcisismo, que me miraba como si yo fuera un joven Saint Laurent. 
Estoy seguro de que mucha gente percibía su mirada de esta manera pero yo me sentí tocado y lamento no habérselo comentado. Solo pude agradecerle su participación en el documental L' Amour Fou, donde narra su vida junto al gran diseñador y los objetos, cuadros y casas que coleccionaron durante su vida en pareja.
 Es uno de los reportajes más aspiracionales que he visto. 

Pierre Berge, en París.
Pierre Berge, en París. AFP
Una ventolera no se lleva todas las preocupaciones, estoy ligeramente consternado por el anuncio de Lady Gaga, quizá la penúltima diva huracanada, de que planea dejar temporalmente la música.
 ¿Qué? Juan Manuel, uno de mis refugiadores durante Irma, me dijo que es porque ya no vende como antes.
 Casi me vuelvo un tornado allí mismo. ¿Por qué se le exige a las divas que solo tengan números uno? 
Lady Gaga, como Juan Gabriel, como Rocío Jurado, como Madonna, tienen éxitos que nos acompañan incluso en momentos tan íntimos como atravesar un huracán.
 Encuentro que cuando aparecen este tipo de titulares anunciando abandonos es porque la artista está siendo presionada y desviada del camino que se trazó para ser quien es. Lady Gaga, escúchame bien, no caigas en esa trampa.
 Lucía Bosé siempre defendió que una actriz jamás se retira porque sus películas siempre quedan.
 Profundizando en las declaraciones de Lady Gaga, descubro que padece de fibromialgia. 
¡La enfermedad de la Campanario! Tuve que controlarme y no volverme un vendaval de gestos.
 ¡Dos mujeres tan aparentemente distintas afectadas por el mismo dolor! Llegué a pensar que la enfermedad las escoge como embajadoras. 
En el caso de Gaga, nos la aparta, la retira por un tiempo. 
En el de Campanario, nos la coloca en casa, todos los días incluso en bañador.
 Se me ocurre que para Campanario sería un orgullo, como odontóloga, que gracias a ella todo un país sepa lo que es la fibromialgia. 
Pero también me interesa esa llamada secreta entre Belén Esteban, princesa del pueblo y huracán mediático, con su archienemiga, ingresada en un centro sanitario. 
Belén lo contó en su programa pero, al parecer, no pueden realizarse ese tipo de llamadas en centros de rehabilitación.
 ¿Cómo lo consiguió Belén? ¿Ha hecho bien en hacer pública esa llamada tan privada? 
Son cuestiones pendientes que conservaré para preguntarle al ojo del siguiente huracán que se me acerque.