SI EN LUGAR DE a miles de personas, hubiéramos reunido en esta
playa a miles de chimpancés, habrían sido al poco tiempo víctimas del
caos, pues estos animales solo pueden convivir en comunidades reducidas. Lo explica muy bien Yuval Noah Harari en Sapiens (Debate),
donde señala que nuestro secreto para cooperar en grupos cientos de
miles o millones de individuos se debió al advenimiento de la ficción. Desde el instante en el que nuestro cerebro fue capaz de alumbrar
realidades imaginadas como la religión, el código civil, la patria o El
Corte Inglés, los seres humanos, fusionados en torno a tales mitos,
pudimos superar el umbral crítico de cooperantes que en nuestros
parientes, los chimpancés, no pasa de 50.
Del mismo modo, en fin, que creemos en Dios o en el dólar, creemos en la
idea de ir a la playa. Gracias a esa ficción la gente puede convivir en
espacios reducidísimos sin que la violencia estalle. Al llegar a casa,
asegurarán que vienen de la playa sin conciencia alguna de mentir. De
hecho al día siguiente de que se publicara esta foto en El País, me
telefoneó un amigo de Barcelona para que lo buscara con una lupa, pues
había estado allí en el momento en el que se sacaba la instantánea. Es
uno de los que creen estar bañándose. Este amigo también estuvo entre la
multitud cuando vino el Papa a España porque es muy católico. Ahora es
independentista, pero hasta hace poco llevaba una banderita española en
la muñeca. A veces saltamos de una ficción a otra como el chimpancé de
una a otra rama. Todo esto gracias a la versatilidad de nuestras redes
neuronales.
¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se
caigan del caballo? ¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas?
Nunca he sido una persona mitómana, supongo que por temperamento
pero también por haber empezado a trabajar como periodista a los 19
años, lo cual me hizo conocer desde muy joven a gente famosa y comprobar
que tienen los mismos agujeros que tenemos todos. De hecho, cuando advierto algún defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie
fue una madre muy dura), a menudo aún lo admiro más, porque eso lo
humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que
siempre es la existencia. Por eso me alucina la urgencia que tanta gente
parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales,
divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un
cristiano integrista. En 40 años de vida profesional, pocas veces he
recibido vapuleos tan airados por parte de lectores como en tres
ocasiones en las que escribí algún juicio crítico sobre John Lennon, Michael Jackson y Lady Di. Y mis textos no habían sido sangrantes, pero los fans no pudieron
soportar la más leve sombra en el aura luminosa de sus santos: los
ídolos han de ser perfectos y sin mácula. Hay gente que parece no ser
capaz de aguantar la existencia sin tener a mano algún diosecillo
terrenal al que adorar. En un reportaje sobre los 20 años de la muerte
de Lady Di, vi a una mujer que, por supuesto, no había conocido
personalmente a la princesa, y que decía: “Fue el peor día de mi vida”. Es llamativo, ¿no? Sobrecoge el pozo sin fondo de su necesidad. Estos extremos de mitificación nos pueden parecer conmovedores o
patéticos y en cualquier caso inofensivos; pero es que por desgracia esa
misma avidez de santos, y lo que es aún peor, de paraísos, se encuentra
en muchos otros ámbitos sociales con consecuencias nefastas. Santo
intocable es, por ejemplo, el Che Guevara,
trepado a los altares en medio mundo; y, dado que los paraísos
tradicionales como la URSS, China o Cuba se han ido resquebrajando con
el tiempo, un número asombroso de personas en apariencia inteligentes y
amables se aferran con recalcitrante ceguera a la invención del edén
venezolano. Y, como sucede en todos estos procesos de mitificación, da
igual que la realidad desmienta su espejismo una y otra vez; que Venezuela
sea un Estado en colapso, que haya violencia, torturas, desapariciones,
asesinatos y el más escandaloso pisoteo de los derechos democráticos. Todo esto no importa nada, porque los prejuicios sólo ven lo que quieren
ver (ya lo decía Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil
desintegrar un átomo que un prejuicio”), y porque no estamos hablando de
ideas, sino de creencias. No nos encontramos en el territorio de la
razón, sino de la fe. ¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se
caigan del caballo? ¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas? Me
temo que ni aun así. El mes pasado, Óscar Puente, alcalde de Valladolid y
nada menos que portavoz de la ejecutiva socialista, dijo
en una entrevista que la crisis de Venezuela “estaba sobredimensionada”
y que era “responsabilidad colectiva de los venezolanos” (le tuvo
que corregir públicamente Lastra, la vicesecretaria general del PSOE,
que habló de los más de 100 muertos en las protestas y de los 600 presos
políticos). En fin, Puente no es imbécil, o eso espero; pero dijo eso
en lo más álgido del conflicto y de la represión, mientras corría la
sangre. ¿Qué se están jugando personalmente los que se empecinan contra
viento y marea en seguir creyendo en paraísos inexistentes? Quizá les
alivie cierta culpa inconsciente de poseer más que otros en este mundo
de atroz desigualdad. O quizá sean individuos más frágiles y necesiten
aferrarse a dogmas pétreos para aguantar la desazón de vivir. Puede que
sean románticos y demasiado inocentes, es decir, ignorantes; pero lo
reprobable es que se niegan a ver la realidad (atrévete a saber, como
diría Kant). Y también supongo que creer en un edén terrenal alegra la
vida, de la misma manera que la alegran los finales felices de
Hollywood. No sé, la verdad, no me lo explico, no acabo de entenderlo, pero
resulta trágico porque, bajo una supuesta defensa de una sociedad más
justa, terminan siendo cómplices de tiranos.
Con serlo mucho, lo más importante no es que sean neutralizados los
jóvenes que atentan. Lo fundamental es que lo sean los adultos que los
dirigen.
MIENTRAS LAS COSAS suceden es difícil, imposible a veces, imaginar
cómo serán vistas y consideradas una vez que hayan cesado, y en todo
caso ha de tenerse presente que serán juzgadas de muy distinta manera
según cuál sea su desenlace, o, dicho más a las claras, según quién
resulte triunfante. Con razón se repite que el relato o la historia los cuentan siempre los
vencedores, al menos en primera instancia. Mientras sucedía el régimen
nazi, acerca de cuya maldad está de acuerdo casi todo el mundo desde
hace muchas décadas, eran millones, y no sólo alemanas, las personas que
lo vitoreaban y que luchaban por su aplastante victoria o la deseaban
con todas sus fuerzas. Más millones todavía la veían inevitable, unas
espantadas, otras resignadas. Hubo gente que detestaba ese régimen pero
que decidió poner a salvo sus ahorros convirtiéndolos en marcos,
convencida de que esa iba a ser la moneda segura del futuro próximo.
Ahora, cuando hace unos cinco años que ETA no asesina
ni secuestra ni extorsiona, algunos de los que la apoyaron o
justificaron empiezan a extrañarse de su actitud benévola o jaleadora
hacia esa organización terrorista. Tras el extrañamiento —es muy
probable— vendrán la negación y el autoengaño, y habrá abertzales
feroces y Arzallus que dirán con aplomo: “¿Yo? Yo siempre le quité el
oxígeno a ETA”, del mismo modo que en Alemania y Austria resultó que
nadie había sido nazi, ni en Italia nadie fascista, ni en España —muchos
años más tarde— nadie franquista. Ahora hay individuos vascos que, a la
luz de la novela Patria o de libros muy anteriores como Contra el olvido,
escrito por Cristina Cuesta cuando ETA estaba activísima, se percatan
de la vileza de buena parte de su sociedad, de su cobardía, de la
crueldad con que se actuó contra las víctimas y sus familiares; de que
parte de esa sociedad no se contentaba con matar a las primeras, sino
que necesitaba matarlas varias veces, es decir, rematarlas,
vilipendiarlas, difamarlas y profanar sus tumbas. El proceso, con todo,
está siendo lento y desde luego parcial: hay muchos que todavía adoran a
ETA, más que la exculpan con esa frase taimada: “Eran otros tiempos” (hay que ver cómo corren los tiempos cuando a
uno le interesa); y hay partidos políticos como la CUP o Podemos que,
sin ni siquiera ser vascos, no ocultan su simpatía o su comprensión
hacia los etarras y se alían con sus herederos políticos para gobernar
en tal o cual pueblo, ciudad y hasta autonomía.
Quizá es que ETA aún está sucediendo. Para empezar, no se ha
disuelto. O quizá es que nada de lo sucedido termina nunca de suceder
enteramente
Quizá es que ETA aún está sucediendo. Para empezar, no se ha disuelto. O
quizá es que nada de lo sucedido termina nunca de suceder enteramente. En España hay numerosos franquistas confesos o que mal disimulan; en
Europa se envalentonan formaciones neonazis; hasta el Ku Klux Klan asoma
la capucha, confiado en la connivencia del Presidente de los Estados
Unidos, Trump el deficiente y a un paso de ser el delincuente. A menudo
nos figuramos que las “ideas” y las creencias desaparecen, pero la
mayoría de ellas dormita a la espera de un despertar propicio. He visto
hace poco un vídeo de 1958 en el que el entonces Presidente egipcio
Nasser se burlaba de las pretensiones de los Hermanos Musulmanes de que
el hiyab fuera obligatorio para las mujeres. Se oyen las abiertas carcajadas de los asistentes, parecidas a las que
oiríamos hoy en Europa si alguien propusiera retornar a usos del
feudalismo. Había “ideas” y creencias que en el Egipto de 1958 parecían
enterradas, lo mismo que en otros países árabes. Así que uno se pregunta
cómo será visto y considerado el Daesh o Estado Islámico con su
terrorismo, cuando haya cesado, si es que cesa. Son centenares de
millares las personas que están de acuerdo con él y desean su triunfo
aplastante. Que aplauden cuando unos descerebrados (ay, los jóvenes
manipulados; qué poco pagan sus crímenes quienes los manipulan, los
despreciables proselitistas religiosos o políticos) arrasan la maravillosa Rambla de Barcelona o el paseo marítimo de Niza;
cuando niños y niñas son enviados a inmolarse con explosivos tan
grandes como sus cuerpecillos. Hay mujeres que convencen a muchachas
para que se unan a los combatientes del Daesh, y aquéllas saben
perfectamente que lo que espera a éstas es la esclavitud sexual, ser un
despojo. A diferencia de los nazis, que ocultaron los campos de
exterminio cuanto pudieron, el Daesh ha proclamado su propósito
genocida: se trata de aniquilar a los “infieles”, es decir, a la mayor
parte del mundo, incluidos los musulmanes chiíes y cuantos no se les
sometan. El propósito es por suerte incumplible, pero centenares de millares de
individuos celebrándolo es una anomalía colectiva equiparable a la del
nazismo. Y éste sólo dejó de estar bien visto cuando cesó, y cuando fue
derrotado. Con serlo mucho, lo más importante no es que sean
neutralizados los jóvenes que atentan. Lo fundamental es que lo sean los
adultos que los dirigen, engañan y sacrifican, mientras ven cómodamente
el espectáculo. Ese imán de Ripoll y sus iguales y sus jefes.
Existe positividad en el desastre y belleza en la catástrofe.
Lady Gaga, durante la presentación de su documental en Toronto.GEOFF ROBINSAF
Me quedé en Miami, muy cerca del paso del huracán Irma,
porque una aerolínea me dejó varado, sin otra opción. Hoy quiero
confesar, como Pantoja, que ha sido una gran experiencia, solo
comparable a la primera vez que Ana Obregón me contó cómo aliviaba su
vejiga en las interminables grabaciones de ¿Qué apostamos? Para
mí son dos momentos de supervivencia importantes. Cuando Irma estuvo
enfrente mío, inflándose del agua caliente y salada de la bahía de
Brickell, me di cuenta de que existe positividad en el desastre y
belleza en la catástrofe. Esa visión me permitió drenar, convertir el
huracán en una terapia. Pensé en muchas personas, buenas y malas,
recordé y olvidé rencores. Y llegué a creer que el famoso ojo del
huracán era más bien una puerta hacia una nueva dimensión. Irma ha dejado varias lecciones arremolinadas. Una de ellas es la
crítica hacia el alarmismo en los medios de comunicación, que abusaron
de las emociones y usaron el pánico como ingrediente para aumentar sus
audiencias. La alarma que generaban fue volviéndose otro huracán que al
final quedó maltrecho cuando la energía eléctrica colapsó y ningún
televisor quedó encendido. Fue allí cuando las redes sociales volvieron a
ganarle el pulso a lo analógico. Y crearon otro vendaval y un nuevo
debate: ¿qué se debe subir y compartir en una red social cuando un huracán devasta poblaciones? En algunos de los vídeos que mis compañeros y yo mismo compartíamos
había suficiente narcisismo para convertir a la madrastra de
Blancanieves, esa mujer tempestuosa e incomprendida, en una atareada ama
de casa. Irma también ha arrinconado importantes eventos. A mí me ha dolido la muerte de Pierre Bergé, el gran mecenas y filántropo francés, compañero y socio de Yves Saint Laurent
(un divo envuelto en tormentos), así como el cerebro detrás del
huracanado viaje de esa firma de moda a uno de los grandes imperios
económicos franceses. Bergé jamás ocultó su identidad, ni personal ni
política ni de tiburón empresarial, y ese era su principal atractivo. Cuando lo conocí, en Madrid junto a Paloma Picasso, tuve la sensación,
perfumada de narcisismo, que me miraba como si yo fuera un joven Saint
Laurent. Estoy seguro de que mucha gente percibía su mirada de esta
manera pero yo me sentí tocado y lamento no habérselo comentado. Solo
pude agradecerle su participación en el documental L' Amour Fou,
donde narra su vida junto al gran diseñador y los objetos, cuadros y
casas que coleccionaron durante su vida en pareja. Es uno de los
reportajes más aspiracionales que he visto.
Una ventolera no se lleva todas las preocupaciones, estoy ligeramente consternado por el anuncio de Lady Gaga, quizá la penúltima diva huracanada,
de que planea dejar temporalmente la música. ¿Qué? Juan Manuel, uno de
mis refugiadores durante Irma, me dijo que es porque ya no vende como
antes. Casi me vuelvo un tornado allí mismo. ¿Por qué se le exige a las
divas que solo tengan números uno? Lady Gaga, como Juan Gabriel, como
Rocío Jurado, como Madonna, tienen éxitos que nos acompañan incluso en
momentos tan íntimos como atravesar un huracán. Encuentro que cuando
aparecen este tipo de titulares anunciando abandonos es porque la
artista está siendo presionada y desviada del camino que se trazó para
ser quien es. Lady Gaga, escúchame bien, no caigas en esa trampa. Lucía
Bosé siempre defendió que una actriz jamás se retira porque sus
películas siempre quedan. Profundizando en las declaraciones de Lady Gaga, descubro que padece de
fibromialgia. ¡La enfermedad de la Campanario! Tuve que controlarme y no
volverme un vendaval de gestos. ¡Dos mujeres tan aparentemente
distintas afectadas por el mismo dolor! Llegué a pensar que la
enfermedad las escoge como embajadoras. En el caso de Gaga, nos la
aparta, la retira por un tiempo. En el de Campanario, nos la coloca en
casa, todos los días incluso en bañador. Se me ocurre que para
Campanario sería un orgullo, como odontóloga, que gracias a ella todo un
país sepa lo que es la fibromialgia. Pero también me interesa esa
llamada secreta entre Belén Esteban,
princesa del pueblo y huracán mediático, con su archienemiga, ingresada
en un centro sanitario. Belén lo contó en su programa pero, al parecer,
no pueden realizarse ese tipo de llamadas en centros de rehabilitación. ¿Cómo lo consiguió Belén? ¿Ha hecho bien en hacer pública esa llamada
tan privada? Son cuestiones pendientes que conservaré para preguntarle
al ojo del siguiente huracán que se me acerque.