Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

9 sept 2017

Mas Mañanas.................................................. Boris Izaguirre.

Más que un dios menor, Tita es la gran superviviente. 

Ella sí que sabe y está educando a sus hijas para que sobrevivan a Irma, al referéndum catalán y también al supuesto fin del mundo.

Carmen Thyssen-Bornemisza, el pasado julio.
Carmen Thyssen-Bornemisza, el pasado julio. Europa Press via Getty Images

 La línea aérea norteamericana que tiene las mismas siglas que Alcohólicos Anónimos, AA, canceló el miércoles más de 400 vuelos desde el aeropuerto de Miami como precaución ante la llegada del huracán Irma mañana domingo. 

Mi vuelo a Filadelfia para conectar con otro hacia España resultó afectado. 

Tras esperar, la agente que me atendió resultó ser la más malhumorada y beligerante de las que atendían en inglés. 

Al escuchar mi acento, deletreando el localizador, se puso más amargada y antipática, más AA. 

Insistió en que el huracán era de categoría 5, que el vuelo estaba cancelado y colgó. 

Los huracanes son así días antes de llegar, en un segundo te quedas sin vuelo, sin agua y sin posibilidad de ir a algún sitio mientras las autoridades exigen que evacues.

Evacuar es siempre un problema. 

El nivel de alarma en Miami está directamente relacionado a la poca precaución que tomaron en Texas ante el huracán Harvey. Como somos muchos latinos, tan propensos a tomar decisiones aparatosas o de última hora, la histeria ha inundado la ciudad. En vista de mi vuelo cancelado, he tomado una actitud Melville y, como el capitán Ahab, me quedo.

 No me muevo. Mi marido está a salvo en Madrid. He llamado a mis amigas y me he encomendado a Tita Thyssen, la filántropa que es mi Billy Wilder. 

Más que un dios menor, Tita es la gran superviviente.

 Ella sí que sabe y está educando a sus hijas para que sobrevivan a Irma, al referéndum catalán y también al supuesto fin del mundo que también predicen para octubre.

 Si en la película El planeta de los simios lo único que permanecía de nuestra civilización era la Estatua de la Libertad, ahora sabemos que lo único que nos sobrevivirá son las hijas de Tita.

 ¡Menos mal! Porque estas maravillosas niñas, como nos hace saber su madre en su entrevista para ¡Hola!, saben hablar castellano, catalán, inglés y francés.

 Asomado a mi balcón en Miami, esperando a que me trague el huracán, pienso en Tita.

 Creo que Heini Thyssen la amó tanto por su humor como por su buen ojo. 

La recuerdo saliendo de su museo dispuesta a encadenarse a un árbol en el Paseo del Prado y atendiendo a la prensa con maestría. 

Hizo historia evitando que el Paseo del Prado se transformara en una autopista. 

Y está magnífica educando a sus hijas, aunque eché en falta un poquito de natación. 

Sería un entrañable homenaje a Lex Barker, ese Tarzán glorioso, rubio y primer marido de Tita, que compró Mas Mañanas, la propiedad donde descansa en paz y donde se educan las gemelas.

 Para arreglarlo todo antes del 1 de octubre, a mí me gustaría que Tita sustituyera a Carles Puigdemont y expusiera en su Gobierno la misma cordura, fortuna y orden que ha conseguido en sus maravillosos museos.

Antes de la visita del huracán Irma, pasé unos días junto a mi padre y mi hermana en Los Ángeles.

 Tembló la tierra, levemente, 1,5 en la escala de Richter.

 Lo precedió una ola de calor en el fin de semana. 

 Surfeándola, mi marido consiguió llevarme al Japanese Pavilion, ese lugar donde te gustaría pasar el último día de tu vida.

 En este momento alberga una delicada exposición de porcelana esmaltada, cloissonné, que tuvo mucho predicamento en los primeros años del siglo pasado. 

Allí, concluí que la alta mariconada siempre viene en mi rescate y la verdad me encantaría que también en el de todas y todos. Así como el huracán tiene un ojo, hay que aprender de Tita y educar el ojo hacia el mejor coleccionismo. 

El poder sanador de la belleza tiene pocos sustitutos.

 Imagino que también por eso Tita colecciona y desea que sus hijas lo entiendan.

 Las cosas verdaderamente bellas parecen tener una innata capacidad de supervivencia.

 Por eso sobrevive la Estatua de la Libertad en ese primer El planeta de los simios.

 Por eso vinieron a mí esas porcelanas japonesas

. Por eso en el museo Thyssen exponen las obras maestras del Renacimiento.

 Y, por eso, por creer en la fuerza de lo bello y coleccionable, me quedo esperando que Irma no me arrase mientras pienso en Tita, en Billy Wilder y en Mas Mañanas. 

Un hotel de Florida se prepara para la llegada del huracán Irma.

 La princesa Leonor y la infanta Sofía estudian mandarín, pero Tita está educando a sus herederas para que también “entiendan el coleccionismo”. Y a mí eso me contenta. 

Abre una ventana, pequeña pero encantadora, a la esperanza y al futuro.

Un dolor que no caduca................................. Elvira Lindo

La serie documental 'The Keepers' trata del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma.

 

FOTO: Una fotografía de la monja Catherine tomada cuando daba clases de Lengua en el instituto Arzobispo Keough, en Baltimore. / VÍDEO: Tráiler de la serie 'The Keepers'.
¡Lo servimos al momento! Así lo promete la publicidad en la sociedad de la impaciencia. 
Lo dañino de esa anhelada inmediatez es que está acabando con nuestra capacidad de ser pacientes, ese desfasado antídoto natural contra la ansiedad. 
Todo se conjura para debilitar un mecanismo de defensa que a los niños antiguos se nos hacía ejercitar a diario, pero está visto que hasta a nosotros que crecimos en una sociedad con menos estímulos se nos ha quedado fofo el músculo de la paciencia.
 Igual que queremos el libro o la compra a domicilio sin demora, borramos de inmediato el estrés con un ansiolítico, cuando nuestra naturaleza no está preparada para esas prisas.
El síntoma de la ansiedad puede enmascararse pero el dolor no prescribe. 
De eso trata, en gran parte, la serie documental The Keepers, del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma, y del tiempo que se toman ciertas instituciones para reconocer que algunos de sus miembros causaron daños terribles que podrían atenuarse si se asumiera la responsabilidad y se pidiera perdón. 
En 1969, en la ciudad de Baltimore, desapareció la hermana Cathy Cesnik, una joven profesora que daba clase de literatura en el instituto femenino Arzobispo Keough.
 Encontraron su cadáver meses después, en un vertedero: había sido vejada y asesinada.
 El caso conmocionó a las alumnas porque Cesnik era una de esas profesoras que provocan adoración y crean escuela.
 Nunca la olvidaron. 
Tanto es así que dos de sus alumnas, hoy cercanas a los 70, se pusieron a investigar por su cuenta para esclarecer un caso que la policía no estudió con el debido celo. 
 Establecieron una conexión asombrosa: alrededor de la fecha del asesinato de Cesnik se producían abusos sexuales en el despacho del consejero espiritual del instituto, el padre Maskell. 
La primera alumna que se atrevió a denunciarlo, Jean Hargadon, no hizo público su nombre hasta 2014. 
A partir de ese momento, cerca de cuarenta de aquellas chicas se fueron agrupando en torno a nuestras investigadoras aficionadas, que resultaron ser más perspicaces que la policía.
 En estos momentos, cobra fuerza la teoría de que un hombre o varios, capitaneados por el cura, se quitaron de en medio a la monja, porque tenían la certeza de que una alumna le había informado de lo que estaba ocurriendo y esta estaba a punto de denunciarlo.
 Había más personajes implicados: las aterrorizadas mujeres cuentan que el padre Maskell invitaba en ocasiones a otros curas y a algún policía a participar del abuso.
El documentalista Ryan White sabía del caso Cesnik por su madre y su tía, que habían estudiado en el instituto, ya que el asesinato no resuelto de la monja siempre rondó la memoria de las estudiantes. Y como si el espíritu de la profesora velara como un alma en pena por todas las niñas a las que había enseñado literatura, cincuenta años después, al tirar del hilo del crimen han ido saliendo las atrocidades que ocurrían en hora escolar, en aquel despacho al que acudían las chicas cuando el padre Maskell reclamaba a una u otra por el altavoz.
 El dolor no prescribe, a pesar de que 25 años es el plazo que la ley estadounidense estipula para que se denuncie un delito.
 Pero muchas de las que prestan testimonio, también algún anciano puesto que Maskell fue trasladado a un centro masculino y abusó también de niños, son ancianos que reprimieron su memoria durante años para hacer soportable la vida, ser capaces de amar, tener hijos, concentrarse en un trabajo.
De pronto, cuando el esfuerzo que les exigió la vida se relaja, ven un día en televisión algo que les recuerda al monstruo y a partir de ahí el dique que contiene esa parte de la biografía censurada comienza a agrietarse. 
Así lo sintió la víctima que vertebra el documental, Jean, asombrosamente parecida a Glenn Close, dotada de un discurso sincero y directo, que llega a contar que un cura la llevó hasta el vertedero donde se pudrían los restos de la monja para advertirle: esto es lo que le sucede a las chicas que hablan demasiado.
La archidiócesis de Baltimore respondió a la defensiva a este documental que se estrenó en mayo y que ha sido considerada la serie del año.
 En la página de la iglesia, una frase escueta: “The Keepers es ficción”. 
Reconocen que hubo abusos, de hecho llegaron a acuerdos de compensación con algunas víctimas, pero no quieren aparecer como encubridores del delito.
 Frente a esa actitud decepcionante, los testimonios terribles de tantas víctimas, que no hablaron mientras sucedía porque estaban muertas de miedo, que callaron luego por pura supervivencia.
 Hoy son ancianas, ancianas valerosas, que verbalizan el horror porque sienten la necesidad de que los culpables sean señalados aun después de muertos como el padre Maskell.
En cuanto a nosotros, los espectadores, es un acto de reparación que las escuchemos.
 Hay historias que precisan tiempo, 50 años, pero observamos que el dolor es terco, brota intacto de los labios de las víctimas. 
No es un dolor de usar y tirar.

Sandra, la discreta hija de Amancio Ortega

La heredera, segunda accionista de Inditex, ha consolidado su patrimonio y ha aumentado la herencia de su madre hasta los 6.000 millones.

Una de las pocas imágenes que hay de Sandra Ortega.
Una de las pocas imágenes que hay de Sandra Ortega. GTRES

 A casi todos los adolescentes, que sus padres se divorcien les supone un dilema. Cuando Amancio Ortega y Rosalía Mera, los fundadores de Inditex, se separaron su hija mayor tenía 16 años y ya se había empeñado en dejar el colegio de monjas de enfrente de casa por un instituto público en lo que entonces era el extrarradio de A Coruña.

 Sandra Ortega Mera apostó rotundamente por su madre tras la separación.

 Cuatro años después de haberla perdido, la hija, que ahora tiene 49 años, continúa fielmente la obra iniciada por su progenitora, agrandándola.

 Sin embargo, en ciertos aspectos, Sandra mantiene actitudes más propias de su discreto padre que de su extrovertida madre.

Rosalía Mera y su hija fueron, además de una familia, un equipo. Sandra estudió Psicología en la cercana Santiago, y cuando se casó con su novio del instituto se fue a vivir a una finca adyacente a la de su madre, en la costa de Oleiros, frente a A Coruña. 
Se implicó en su obra, la Fundación Paideia Galiza —convertida en este momento en su lugar de trabajo diario— y en el resto de las sociedades y empresas, relacionadas con la asistencia a emprendedores o actividades culturales.
Sandra Ortega heredó a Rosalía Mera en todos los aspectos. 
En la presidencia de la fundación y en la tutela de su hermano menor Marcos, afectado de una grave parálisis cerebral. 
 En mantener la paz con Inditex, donde, a pesar de reducir su participación al 5%, sigue siendo la segunda accionista.
Amancio Ortega, con su hija Marta.
Amancio Ortega, con su hija Marta. GTRES
Las voces que cuestionan el reparto de la herencia paterna no proceden de su entorno.
 A ella le corresponderían dos tercios (el suyo y el de Marcos), pero Amancio Ortega ya ha expresado su preferencia porque lo suceda en Inditex la hermana menor, Marta Ortega Pérez, hija de su segunda mujer, que ya es miembro del Consejo de Administración del grupo.
 Y las leyes gallegas permiten una partición discrecional entre los descendientes.
 Sandra Ortega Mera ha logrado consolidar y robustecer la herencia recibida, que ha pasado de ser estimada en 4.700 millones de euros a rondar los 6.000 (en esta liga, las estimaciones dependen del día, y de los parámetros que se midan), que la mantiene en un cómodo segundo puesto entre los privilegiados españoles más ricos, aunque con la décima parte que su padre.
 Pero Rosp Corunna, la sociedad patrimonial, ha desarrollado en los últimos tiempos una vocación inmobiliaria similar a las sociedades que gestionan el dinero de Amancio Ortega. 
 Al igual que él, ha invertido en hoteles y edificios de oficinas en el extranjero.
 De Stuttgart a Palo Alto, y de Hollywood a Nueva York, sin descuidar lo residencial, como la emergente y exclusiva península de Tróia, en el municipio portugués de Grândola.
Sandra sobre todo ha heredado la tradicional discreción de su padre. 
No llega a los extremos de su compañera en el grupo de las superricas con 12.000 millones de Beate Heister, hija del fundador de los supermercados Aldi, de la que no se conocen ni fotos, pero nada que ver con el carácter de su madre. 
Rosalía, por personalidad y no por cálculo, por intuición más que por reflexión, sabía que Paideia, o Mans, su vivero de empresas, necesitaban un referente, y asumía con gusto ese papel público. Una de sus últimas apariciones fue cuando el músico cubano Paquito D’Rivera acudió a los estudios de Mans para grabar. Rosalía Mera le contaba, al trompetista y a los periodistas, anécdotas de su abuelo. 

La última convocatoria de Paideia, en julio pasado, también era musical, el remate de un curso de cinco meses para emprendedores de ese sector, pero la presidenta, como es norma, no asistió. 
De la misma forma, Rosalía se declaraba de izquierdas y reivindicaba sus orígenes.
 Las ideas políticas que se le suponen a Sandra no difieren mucho de las de su madre, pero en su caso no las proclama.
El círculo de hierro de discreción que rodea a la hija mayor de Amancio Ortega es tal que hay amistades que no saben, o dicen no saber, que tiene una casa de aldea en As Fragas do Eume, en la zona norte de la provincia.
 Una persona con la que tuvo un trato cercano se anima algo a la conjetura: “No es un problema de misantropía.
 Sandra tiene amistades normales y lleva una vida social como tú o yo. 
Quizá sea desconfianza, o que no quiere que la presionen sobre si tiene que hacer esto o lo otro”. 
Rosalía murió en el agosto de hace cuatro años, y Sandra mantiene el gris.

 

¿Adiós al ‘Gran Hermano’ laboral?...................... Joseba Elola

El Tribunal de Estrasburgo dicta que las empresas deben avisar a los trabajadores de que sus e-mails están siendo vigilados, pero, ¿acaso queda así protegida la intimidad?.


Una trabajadora utiliza el correo electrónico en su oficina.
No pueden espiar nuestras comunicaciones personales en el trabajo a menos que nos avisen. 
 Esta semana, la Gran Cámara del Tribunal de Estrasburgo ha dado un paso adelante en la protección de los trabajadores.
 Las empresas no podrán vigilar los correos electrónicos, mensajes y llamadas de sus empleados a menos que lo comuniquen. 
Esta sentencia, inapelable, viene a enmendar una decisión en sentido contrario de 2016
Y aun siendo un avance para los trabajadores, no deja claro que su derecho a la intimidad quede salvaguardado.
El llamado caso Barbulescu está detrás de esta decisión que intenta resolver uno de los múltiples desafíos a los que se enfrenta una sociedad en que las barreras entre la vida privada y la laboral se han difuminado en virtud de una rampante conexión permanente.
Barbulescu era responsable de ventas en una empresa rumana. 
 Le pidieron que se abriera una cuenta de Messenger en Yahoo para atender consultas de los clientes.
 Cuando en 2007 le despidieron, lo hicieron argumentando que había utilizado la cuenta para mensajes personales.
 Él lo negó, y le pasaron una transcripción de conversaciones en las que había mensajes, algunos, de tono sexual, intercambiados con su pareja.
 Barbulescu decidió abrazar la causa y el periplo judicial se tiñó de reveses hasta que al final, en última instancia, le han dado la razón.Las empresas tienen derecho a controlar el rendimiento y la actividad de los trabajadores, sí. 
 Y éstos tienen derecho a que su vida privada no quede reducida a la nada en cuanto cruzan la puerta del trabajo —la convención de Derechos Humanos consagra en su artículo 8 el derecho de toda persona “al respeto de su vida privada y familiar, de su domicilio y de su correspondencia”—. 
Pero existen límites, y eso es lo que ha venido a decir Estrasburgo. 


El empleador debe comunicar al trabajador que está controlando sus comunicaciones.
 Vale, pero, ¿acaso basta con que se haga una referencia en el convenio colectivo —tal como dictó el Tribunal Constitucional en 2013— de que se prohíbe la utilización de móviles y ordenadores de empresa para cuestiones personales para considerar que el trabajador está avisado? 
Y, una vez hecho esto, ¿se extingue ahí el derecho a la intimidad de los trabajadores?
Los empleados tienen derecho a 15 minutos de descanso durante su jornada laboral.
 Y en sus redes sociales hay, también, contactos profesionales
 Está claro que las empresas necesitan poner coto a los abusos de algunos trabajadores que van al trabajo de paseo, a surfear entusiásticamente su Facebook o a ponerse al día con el cuñado o la cuñada.
 Pero éstas son cuestiones difíciles de medir y habrá todo tipo de opiniones sobre quién es más productivo, el que en algún momento conecta con un familiar durante su jornada, el que acude a cuatro reuniones diarias a cazar moscas, o el fumador compulsivo y lenguaraz. 
 Al final, desde Estrasburgo lo que se reclama a los tribunales es que actúen con proporcionalidad y ponderación.
 Pues eso, un poco sentido común.