Resucitada de antiguos y apagados fulgores, el '¡Hola!' nos informa de que la Meca de la Costa del Sol renace.
Carmen Lomana en Marbella Club.Cordon Press
Quitando aquella estrafalaria noche de hace mil veranos en la que,
por misterios del destino que aún no acierto a entender, acabé de mambo
hasta las tantas bailando con la cronista Carmen Rigalt, el fotógrafo Fernando Quintela y (el en aquellos días todavía desconocido y hoy dios de la carcundia rosa) Jorge Javier Vázquez, la palabra Marbella siempre me resultó legañosa, como de pereza total. Seguramente es un problema personal. Hace mucho ya que se apagaron los ecos de almíbar, cadenas de oro y
mangoneo del bueno. Hace mucho que los Hohenlohe y los Arribas, los
Ortiz y las gunillas, las Lita Trujillo y las Carmen Ordóñez, los Gil y Gil, las pantojas, las malayas y los jeques con turbante y harén portátil apagaron el interruptor de aquella felicidad de papel cuché. Noches de Puente Romano,Olivia Valère y juzgados de instrucción, ay, qué tiempos. Leo con interés que gracias a un tal Julián Porras y su esposa Olivia
de Borbón “vuelven las legendarias e inolvidables fiestas de las noches
marbellíes”. Como me gusta la antropología, me zambullo en el
reportaje. En él se informa de que Carmen Lomana hace de DJ. De que
sigue existiendo Hubertus de Hohenlohe. Y de que Carmen Martínez-Bordiu
compartió mesa con Cary Lapique. ¿Ven cómo es interesante la
antropología? Luego leo también en otra publicación –El Diario Vasco- una
entrevista extraordinaria del periodista César Coca al escritor Rafael
Sánchez Ferlosio, que hace escombros con el concepto del ganador y el carácter autoafirmativo de los triunfos deportivos. Pero claro, a quién le interesan estas tonterías…
Pero no todo está perdido. El ¡Hola! nos dice que Marbella ha vuelto, y si el ¡Hola! lo dice, créanme, es que ha vuelto. Probablemente nunca se fue. Pero queda claro que con el festival Starlite, los legendary parties
del Marbella Club y otros guateques bajo el sol y las estrellas se
reanuda el ritual incandescente de pómulos reconstruidos y flores de
ruina bañadas en crema reafirmante. Yo me alegro de que sea así y de que
el pasado vuelva a ser presente, porque no olvido que fue allí, en Banús
concretamente, donde mi vida cambió cuando constaté por primera vez que
un tío podía conducir un coche en cuya matrícula no había números ni
letras de identificación, ni falta que hacía porque en Marbella todo era
posible, y que podía lucir su nombre propio como único santo y seña
porque estaba claro que los guardias urbanos no le iban a plantar un zasca. Se llamaba Kazhim. Me quedé loco.
Leo con interés que gracias a un tal Julián Porras y su esposa Olivia
de Borbón “vuelven las legendarias e inolvidables fiestas de las noches
marbellíes”. Como me gusta la antropología, me zambullo en el
reportaje. En él se informa de que Carmen Lomana hace de DJ. De que
sigue existiendo Hubertus de Hohenlohe. Y de que Carmen Martínez-Bordiu
compartió mesa con Cary Lapique. ¿Ven cómo es interesante la
antropología? Luego leo también en otra publicación –El Diario Vasco- una
entrevista extraordinaria del periodista César Coca al escritor Rafael
Sánchez Ferlosio, que hace escombros con el concepto del ganador y el carácter autoafirmativo de los triunfos deportivos. Pero claro, a quién le interesan estas tonterías…
La mujer,
que estaba en libertad condicional desde 2015, ha llegado este martes
por la mañana al aeropuerto valenciano de Manises.
María
José Carrascosa, la abogada española que pasó ocho años en prisión en
Nueva Jersey (Estados Unidos) tras una controversia judicial con su
exmarido a cuenta de la custodia de su hija.MANUEL BRUQUEEFE
María José Carrascosa, la abogada española que pasó ocho años en prisión en Nueva Jersey (Estados Unidos) tras una controversia judicial con su exmarido a cuenta de la custodia de su hija,
ha regresado esta mañana a Valencia, donde ha sido recibida por su
padre, José Carrascosa. Este ha confirmado a EFE que su hija, en libertad condicional desde 2015, ha llegado este martes al aeropuerto de Manises y se ha mostrado muy emocionado con este reencuentro. Un tribunal español le otorgó a ella la custodia de su hija Victoria, pero otro estadounidense se la dio al padre,
Peter Innes, y en noviembre de 2006, un año después de llevarse a la
chica a España, Carrascosa fue detenida durante una estancia en EE UU y
en 2009 fue condenada a 14 años de prisión acusada de desacato y
secuestro. Carrascosa e Innes estuvieron casados cinco años, hasta que en 2004
decidieron separarse y firmaron un acuerdo que establecía que ninguna de
las partes podía sacar del país a la niña -entonces de cuatro años- sin
el consentimiento del otro, de forma que el pasaporte estadounidense de
la menor quedó bajo custodia del despacho de Lesvenich &
Marzano-Lesvenich. Sin embargo, ese despacho entregó a Carrascosa el pasaporte y esta se
llevó a la niña a España en enero de 2005. Luego la mujer volvió a EE
UU y en 2006 fue detenida e ingresó en prisión, donde, según las
autoridades de este país, permanecería hasta que devolviera a la niña o
completara la condena que tiene de catorce años de cárcel.
Desde entonces, Carrascosa se negó a llegar a un acuerdo con el que
fuera su marido, al que acusaba de agredirla e incluso de haber tratado
de envenenarla y asesinarla, y los intentos de mediación entre las
partes y las correspondientes autoridades han resultado infructuosos. Carrascosa argumentaba que las autoridades de su país también se han
pronunciado sobre este caso y habían prohibido a la niña salir de
territorio español hasta que tenga 18 años.
Su expareja pidió su libertad condicional
Tras ser condenada, la valenciana pidió en varias ocasiones la
libertad condicional. En 2012, las autoridades judiciales de Nueva
Jersey rechazaron por segunda vez la petición que en esa ocasión había
presentado su exmarido. Peter Innes había solicitado a ese organismo que
la excarcelase "inmediatamente" y expidiera su regreso a España, donde
se encuentra la hija de ambos, argumentando que "retenerla en prisión no
vale para nada" porque está "enferma mentalmente", según una copia de
la misiva remitida a EFE. Finalmente, las autoridades judiciales le concedieron la libertad
condicional en abril de 2015 y a su salida de la cárcel de la ciudad de
Hackensack, en el estado de Nueva Jersey, Carrascosa declaró a EFE que
en las últimas horas había vivido "una acumulación de sensaciones" y le
tocaba retomar su propia vida para superar casi nueve años que ha estado
encarcelada en EE UU. "Tengo un montón de cosas por hacer (...) Tengo que ponerme los
zapatos de mi vida. He llevado los zapatos de una vida que no era la
mía", dijo entonces Carrascosa poco después de tener el primer contacto
telefónico con su hija Victoria, que en aquel momento tenía 15 años. "Hemos estado llorando las dos como dos Magdalenas", agregó para
asegurar que tenía unas "ganas increíbles de darle un abrazo" y que su
idea era volver a España y reunirse con su hija y sus padres, aunque
reconoció que aún había trámites legales que resolver antes de que las
autoridades estadounidenses le permitieran salir del país.
Sin embargo, esos trámites se han ido retrasando y el regreso a Valencia
se ha producido dos años y cuatro meses después de su salida de la
prisión estadounidense.
Al abrir un libro nos sumergimos en diferentes historias hasta
olvidarnos de la nuestra. Otras veces llegamos a descubrir cosas de
nosotros mismos a través de sus personajes. Una buena lectura puede ser
el mejor refugio donde aliviar nuestra alma y un antídoto contra las
adversidades.
LE HAN DEJADO, el mundo ya no es maravilloso. Como en un permanente jet lag, no atina a conectar con la realidad que le envuelve. Decía Freud que
las palabras y la magia fueron al principio una misma cosa. ¿Es por eso
que seguimos buscando refugio en los libros cuando la vida se nos
antoja una broma estúpida? Usted, pasajero en horas bajas, abre una
novela y en sus páginas encuentra algo parecido a un bote salvavidas, un
alivio balsámico al desasosiego. Los lectores voraces saben bien que las bibliotecas y las librerías
son un botiquín eficaz para el alma, como ya se afirmaba en la
Antigüedad. La ficción y la poesía, sostiene la novelista Jeanette
Winterson, son medicinas que curan la ruptura que la realidad provoca en
nuestra imaginación. Conforme al tópico horaciano dulce et utile,
nos enseñan deleitando. El eco de las palabras, su ritmo, y las
imágenes con una gran carga emocional inundan y activan los recovecos de
nuestra conciencia. Cuando leemos un texto literario inteligente y
seductor, el mundo se vuelve más habitable. Entre las bondades de leer ficción, la primera, por obvia que parezca,
es llegar a conocernos mejor. Proust, a quien hoy pocos negarán sus
aptitudes para la ciencia cognitiva, afirmaba que cada lector, cuando
lee, es el propio lector de sí mismo. Añadía que la obra del escritor no
es más que una suerte de instrumento óptico que este ofrece al otro
para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no habría podido ver
por sí mismo. Adentrarse en el universo de las novelas es vivir
múltiples vidas. Con un libro entre las manos se abre ante nosotros un
terreno para experimentar un sinfín de circunstancias. La biblioterapia es
posible gracias al choque de identificación que se produce en el lector
cuando se ve reflejado en la historia. Empatizamos con otra gente,
otras maneras de pensar. La lectura, además, es una aventura intelectual
trepidante. Para el Nobel de Literatura André Gide, leer a un escritor
no era solo hacerse una idea de lo que decía, sino irse de viaje con él.
Leer nos sitúa en un espacio intermedio: a la vez que dejamos en
suspenso nuestro yo, nos vincula con nuestra esencia más íntima, un bien
valioso para mantener cierto equilibrio en estos tiempos de
distracción. La lectura, decía María Zambrano, nos brinda un silencio
que es un antídoto para el ruido que nos rodea. Nos procura un estado
placentero similar al de la meditación y nos aporta los mismos
beneficios que la relajación profunda. Al abrir un libro conquistamos
nuevas perspectivas, pues la ficción comparte con la vida su esencia
ambigua y polifacética. Dado que solo podemos leer un número limitado de
títulos, ¿qué es lo que buscamos?, ¿obras que reafirmen nuestras
creencias, o bien que hagan que estas se tambaleen? Kafka lo
tenía muy claro, solo deberíamos adentrarnos en las obras que muerdan y
pinchen: “Un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar
helado de nuestro interior”.
Manual de remedios literarios. Cómo curarnos con libros,
de Ella Berthoud y Susan Elderkin (editorial Siruela). Un original y
divertido libro sobre biblioterapia que habla del poder curativo de la
palabra escrita. — La lectura como plegaria, de Joan-Carles Mèlich (Fragmenta). Una reflexión sobre la lectura y la escritura en 262 fragmentos filosóficos. — Por qué leer los clásicos, de Italo Calvino (Siruela). El escritor nos recuerda que los clásicos nunca terminan de sorprender y resistir al tiempo. — Poema, de Rafael Argullol (Acantilado).
Un breviario contemporáneo erudito y sensible de reflexiones sobre la
condición humana y el discurrir del mundo. — El intérprete del dolor, de Jhumpa Lahiri
(Salamandra). La escritora indaga sobre las barreras que deben salvar
personajes de diferentes culturas en su búsqueda de la felicidad. — La muerte de Iván Ilich, de Lev Tolstói (Nórdica). Una luminosa novela que en realidad es un poema capaz de reconciliarnos con nuestra condición mortal. — Pequeño fracaso, de Gary Shteyngart
(Libros del Asteroide). Después de mudarse con su familia a Nueva York,
el niño judío ruso Ígor se transforma en Gary, un personaje que narra la
experiencia de vivir a caballo entre dos países que son enemigos.