Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 ago 2017

Rosario Porto: “Tengo que seguir viva para encontrar a quien lo hizo”

EL PAÍS habla con la madre de Asunta, condenada por el asesinato de su hija. Cuatro años después, ella sigue negando la autoría del crimen.

Rosario Porto 
Rosario Porto y Alfonso Basterra, durante el juicio.
Corre la tarde del lunes 10 de julio tras unas cortinas que dan penumbra pero no alivian el calor de este día en A Coruña.
 Es el despacho de José Luis Gutiérrez Aranguren, el abogado de Rosario Porto, y en el quinto piso de este edificio modernista del corazón de la ciudad reina un profundo silencio: es preciso estar alerta para cuando suene el teléfono.
 La madre de Asunta Basterra, que cumple 18 años de prisión en la cárcel pontevedresa de A Lama, telefoneará como suele hacer todas las semanas, pero esta vez para hablar con EL PAÍS.
Los reclusos con prisión comunicada tienen derecho a efectuar 10 llamadas semanales a unos pocos números autorizados.
 Son conexiones con el exterior de menos de cinco minutos, controladas por un contador de tiempo que corta automáticamente la línea cuando acaba la cuenta atrás.
 Instituciones Penitenciarias ha negado a este medio acudir a la cárcel para entrevistar a Porto, por lo que la conversación se lleva a cabo vía telefónica, a lo largo de las cinco llamadas seguidas que ella realiza esta tarde previa al día en el que cumple 48 años. 
En ocasiones hace una pausa antes de contestar y en otras, se le quiebra la voz, pero la madre de Asunta responde a todas las preguntas que da tiempo a formularle.
 Habla de su intento de suicidio con "entre 140 y 160" pastillas el pasado febrero y vuelve a negar, como ha hecho desde su detención, haber drogado con Orfidal y asfixiado con un objeto blando a su niña de 12 años el 21 de septiembre de 2013.
 Su abogado ha anunciado que acudirá al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo después de haber agotado aquí todas las instancias judiciales.
 Uno tras otro, los tribunales españoles han confirmado la condena por asesinato contra Porto y su exmarido, Alfonso Basterra.
 
P. ¿Sospecha de alguien que lo hiciese?
R. Si sospechase de quién lo hizo… Es uno de los temas que más me atormenta aquí dentro. 
Darle vueltas y vueltas a las cosas… ¿Sería alguien cercano, sería alguien lejano…? Por qué esas aparentes pruebas que yo calculo que son un cúmulo de malas casualidades o una cierta intención de hacer parecer cosas que no son.
 Ojalá tuviese una sospecha, es mi mayor interés en la vida que se encuentre a quien lo hizo.
 No sé muy bien para qué porque eso no me va a devolver la vida de mi hija.

P. ¿Está diciendo que alguien le pudo tender una trampa, una encerrona?
R. No sé cómo explicarlo… ¡Me parece tan paranoico! ¿Una encerrona por qué? Mi padre era un hombre digno, íntegro y honrado, y mi madre tres cuartos de lo mismo.
 Y de lo único que me precio es de que en sus funerales, esos actos sociales en los que no creo mucho, tuve la sensación de que la gente les apreciaba de verdad y les respetaba. 
Ser abogado en Santiago toda tu vida y tener el respeto de la gente por tu seriedad y tu integridad no es fácil. Entonces… ¿una encerrona por qué? ¿Quién?

P. ¿De Alfonso Basterra nunca ha tenido dudas?
R. Nunca tuve dudas de lo muchísimo que quería a su hija, porque la quería con locura.
 Pero hubo dudas de que… al principio..., bueno, el divorcio al principio no fue tan fácil como pareció.
 Evidentemente, en todo el maremágnum alguna vez se me ocurrió, pero al instante lo descartaba por descabellado. 
Y después de la apertura del sumario fue evidente que no, totalmente imposible.
P. ¿Esa persona que entró la noche del 4 al 5 de julio de 2013 en el piso en el que vivían Asunta y usted y que supuestamente intentó atacar a la niña no pudo ser él?
R. Bajo ningún concepto. 
Yo me habría dado cuenta de que era Alfonso, y la niña también. No, del todo, no.
 Aunque los perritos de la vecina no ladrasen, porque [a diferencia de lo que esta testigo dijo en el juicio, que aseguró que uno de sus canes siempre alertaba de los desconocidos] no ladraban muchas veces. 
En mi casa había cenas, venían montones de gente; se iban a las dos, a las tres, a las cuatro de la mañana y jamás ladraron esos perritos.
P. La acusación, buscando un móvil, dijo que a usted la niña le estorbaba.
R. Al adoptar a Asunta, una cosa que me molestaba mucho cuando hacíamos proselitismo de la adopción internacional eran los periodistas que me decían la bobada de que Angelina Jolie y Madonna también habían adoptado, y que si ahora se adoptaba por moda
Yo siempre decía que por moda me podía comprar un par de botas de 200 euros, que las metía en mi vestidor y ni lloraban, ni amaban, ni me generaban ni emociones ni sentimientos. 
Adoptar por moda es una imbecilidad y además estaríamos entrando en la mente de Angelina y Madonna, y yo nunca me he tomado un café con ellas para que me expliquen por qué adoptan. Asunta no me molestaba en absoluto, era el centro de mi vida. P. Por esta razón, cuando salga de prisión, cómo se imagina la vida.
R. Es el problema [solloza], no me la imagino.
 Me cuesta mucho imaginármela. Me ha costado mucho asimilar que no estaba… ha sido una de mis batallas aquí dentro.
 Antes me repetía la frase “por ausencia de proyecto no conviertas a tu hijo en tu proyecto de vida”.
 Pero inevitablemente Asunta era una parte muy importante de mi proyecto de vida y mi proyecto de vida no está.  

. Pero inevitablemente Asunta era una parte muy importante de mi proyecto de vida y mi proyecto de vida no está.
 No está y es más… no sé por qué, por quién, por qué se han hecho tan mal las cosas... Me convenzo todos los días de que tengo que seguir viva para seguir luchando, para encontrar a quien lo hizo. P. Sin embargo, en febrero, ¿intentó quitarse la vida?
R. Sí, claro. No lo intenté, lo tenía clarísimo.
P. ¿Y lo va a volver a hacer?
R. (Pausa) Me esfuerzo constantemente para no... Tengo la sensación, y suena un poco esotérico, que no me querían del otro lado y me mandaron para este... las tres personas que más quiero que tengo del otro lado.
 Para hacer algo que está pendiente de hacer. Tengo que estar aquí para luchar.
P. El último intento fue muy serio; una dosis muy fuerte.
R. Mi decisión personal había sido esa.
 Nada tenía que ver con esa bobada de que me iban a cambiar de centro penitenciario [de Teixeiro, en A Coruña, a A Lama, en Pontevedra]. Era algo que maduraba hacía tiempo. 
Las personas responsables maduramos esas cosas de manera demasiado seria y civilizada, a lo mejor, no lo sé, pero era muy consciente de lo que hacía.
P. ¿Es la tercera vez que intenta suicidarse en la cárcel?
R. La segunda. 
Y la primera no fue tan clara, fue más un momento de desesperación. 
Ahora lo he visto con otra claridad distinta. 
Bueno, supongo que siempre acabas ahí por la desesperación. En realidad yo acabé por la más absoluta de las impotencias, por lo bien que funcionan los cuerpos de seguridad y nuestra Justicia; por su incompetencia.
P. En la pista forestal donde apareció el cuerpo de su hija sigue habiendo un mausoleo espontáneo en el que destaca un cartel que dice “dinos Asunta desde el cielo qué pasó con tus abuelos”. 
Entre un millón de rumores más, se llegó a poner en duda que hubieran fallecido de muerte natural.
R. (Habla emocionada) ¡Es que vamos, tener que contar esto me rompe! 
Es increíble lo que tengo que aguantar y soportar. Mis padres murieron ambos de muerte natural. 
Mi padre se encontró a mi madre muerta en la cama en torno a las diez de la mañana y no me localizó a mí hasta el mediodía.
 Mi padre estaba en casa con mi madre, habían dormido juntos, y creo recordar que la autopsia certificó infarto.
 Mi padre… comimos el 25 de julio juntos. Estábamos haciendo obras en el piso de la calle General Pardiñas.
 Al día siguiente, a eso de las nueve de la mañana, Alfonso pasaba por el piso y yo estaba en la peluquería. 
Y me llamó para decirme que fuese lo antes posible. Ya estaba fallecido.
 El forense certificó una embolia; no lo sé, él sabrá… Creo que fue el mismo que practicó la autopsia a Asunta, y en la autopsia de Asunta solo hubo irregularidades.
P. ¿Cuáles son esas irregularidades?
R. Es un tema que me duele mucho, a día de hoy soy incapaz de pensar en eso.
 Aquí dentro no puedo: “Deja el pesimismo para tiempos mejores”. La autopsia no se hizo de la forma correcta, y eso se lo puede demostrar mejor mi abogado. 
El hecho de que hubiera un solo forense en lugar de dos… y además, la fecha definitiva creo que es de diciembre, lo cual es bastante extraño cuando se practica entre el 22 y el 23 de septiembre. 
Creo, aunque a mí me bailan un poco las fechas porque en la cárcel un día es igual a otro, y a otro, y a otro, y a otro.
P. Usted también puso en duda el análisis toxicológico de Asunta que revelaba que había tomado Orfidal los tres últimos meses.
R. Por supuesto. Quizás se han equivocado de pelo.
 Es absurdo. Es que… la niña hubiese tenido síndrome de abstinencia, es todo un sinsentido.
 Asunta jamás hubiera tomado una medicación sin habérselo preguntado a su madre.
 Era una niña hÍper responsable. Alfonso estoy convencida de que a su hija nunca le dio un Orfidal.
 Yo por descontado que no lo hice.
P. ¿Y esos “polvos blancos” que dijo la niña que usted le daba, que a usted le había dado una médica en el portal… cuando no se encontró rastro de antihistamínico en el pelo?
R. Fue la pediatra claramente: me encontré a Sabela en el portal y me preguntó "¿qué antihistamínico estás tomando tú?", "Aerius", "bueno, pues ya con 12 años si te parece dáselo". 
Asunta era complicada para echarle unas gotas porque se las tenía que echar mamá en los ojos... cuando era pequeñita y tenía una pupa tenía que salir corriendo del despacho porque quería que la pupa se la limpiase yo.
 Eran pequeñas concesiones que le hacía. 
Mi madre me decía que la tenía un poco consentida en ese aspecto pero bueno, me gustaba consentirla en eso.
 En el mundo de las emociones me gustaba consentirla en la medida en que pudiese.

P. ¿Por qué en el juicio rebajó los episodios violentos de Basterra que les había contado a los forenses durante la instrucción?


R. Porque me parecía que era añadir un componente que solo tenía que ver con Alfonso y conmigo. 
Esos episodios violentos jamás tuvieron nada que ver con su relación con su hija.
 Él dijo que yo había sido una magnífica madre y yo creo que él también fue un buen padre.
 Quizás en el momento del divorcio no lo llevó del todo bien, los primeros meses. 
Pero luego a fuerza de insistirle yo, con la ayuda que necesitaba, le fue mucho mejor.
P. Lo normal es que para un padre el peor dolor sea la muerte de un hijo.
R. Efectivamente, e imagínese si luego a uno le acusan de haberlo matado… primero por un testamento, luego por un amante, después porque me estorbaba.
 Eso del estorbo quiero verlo yo. Para nada, mi hija no era un estorbo.
 Cada año que pasa me pregunto cómo iniciaríamos este curso escolar…
P. Cómo tocaría el violín ahora…
R. (Una vez más se le quiebra la voz) 
Tengo el momento de llegar a casa y encontrarme con un violín metido en una maleta.
 Nadie lloró como yo por Asunta.
 Pido respeto para ella porque creo que no se ha tenido ninguno, y los que decían defenderla [en evidente referencia a la Asociación Clara Campoamor, que se presentó como “la voz de la niña”] lo único que han hecho ha sido mancillarla.


 

 

La enigmática tradición perdida que se ha convertido en emblema de Vejer

 

La localidad gaditana mantiene el uso de un traje castellano que solo deja al descubierto un ojo y que muchos confunden con un burka.

Un grupo de mujeres ataviadas con mantos de cobijada en una calle de Vejer (Cádiz).
Un grupo de mujeres ataviadas con mantos de cobijada en una calle de Vejer (Cádiz).
El ojo emerge del manto negro como única y luminosa referencia de la que se oculta. “Punza y penetra”, llegó a escribir el célebre viajero Richard Ford en 1845. 
No le falta razón. En la tórrida tarde de agosto, la enigmática cobijada posa envuelta, en su absoluta oscuridad, ante un fulgurante y blanco callejón de Vejer de la Frontera (Cádiz).
 Un turista se topa con la escena.
 Apresurado saca el móvil y dispara fotos sin piedad, antes de perderse por la esquina satisfecho por su hallazgo. 
Andrea Vallejo se desprende de su manto de cobijada mayor y se hace la luz.
 A sus 18 años no oculta “el enorme orgullo” que le produce vestir este traje típico, convertido hoy en santo y seña de un pueblo que pelea por conservarlo como parte de su genuina imagen

 

Muchos creen erróneamente que el traje de cobijada o tapada de Vejer es una suerte de burka, heredado del pasado islámico del pueblo. 
Así lo atribuyeron y contaron viajeros románticos como el propio Ford o reputados fotógrafos como Jean Laurent, Kurt Hielscher u Ortiz Echagüe.
 No les faltaban motivos para caer en tal confusión.
 Cuando la cobijada vejeriega se tapa con su manto negro, a juego con el color de saya, se convierte en una figura de la que solo se advierte uno de sus ojos
. Hasta en su filosofía pueden trazarse similitudes. “La tapada es austera por fuera y rica por dentro, como le ocurre a nuestros patios andaluces”, reconoce Juan Begines, jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Vejer.
Sin embargo, el origen de esta prenda que cubre a la mujer es posterior a la presencia musulmana.
 Se remonta a los siglos XVII y XVIII y, en ese entonces, no era patrimonio exclusivo de las vejeriegas. “Esta manera tan particular de cubrirse la cabeza fue una costumbre arraigada en los reinos peninsulares.
 Poco o nada tiene que ver con el mundo musulmán, ni siquiera las prendas de ambas indumentarias [por el burka] usan patrones similares”, explica Juan Jesús Cantillo, doctor en Historia y director del Museo de Costumbres y Tradiciones de Vejer.
El traje de la cobijada seguía el modelo castellano de manto y saya que, incluso, llegó al continente americano donde evolucionó hacia otros modelos de trajes, como la tapada limeña. Con él se vestían y cubrían las mujeres, con independencia de su estatus social, para sus quehaceres diarios en la calle, como explica la historiadora del Museo Nacional del Traje Irene Seco, autora del artículo ‘Por tu capricho te pusiste el manto’.
 Las dos prendas están confeccionadas en lana merina negra y se atan fruncidas a la cintura.
 Cuando la mujer se descubre, la toca cae sobre la parte trasera de la falda y deja al descubierto su forro de raso blanco.
 Es entonces cuando también queda a la vista una camisa del mismo color que completa el traje junto a las enaguas. 
Justo esta camisa -o mejor dicho, la pomposidad y cantidad de encajes que llevaba en el pasado- es la única que permitía “distinguir la condición económica y social de la portadora”, según Cantillo. 


Las mujeres se retiran el manto de la cabeza.
Las mujeres se retiran el manto de la cabeza.
La madre de Andrea, Leonor Gutiérrez, se conoce bien cada entretela del traje de cobijada.
 Ella misma ha confeccionado a mano el de su hija, en el que se le han ido cuatro metros y medio de terciopelo negro para la saya y el manto y más de 12 metros de tiras bordadas para la camisa, como reconoce orgullosa.
 Cuando designaron a su hija como cobijada mayor de este 2017, durante las fiestas en honor de la patrona de la Virgen de la Oliva del pasado 15 de agosto, Gutiérrez sabía cómo tenía que realizarlo gracias a la tradición oral. 
Y eso que el traje ha pasado décadas de decaimiento y a punto estuvo de desaparecer.
 
“El hecho de que esto fuese un pueblo castellano de la baja Andalucía que se mantuvo aislado favoreció que el uso del cobijado se conservase”, reconoce Begines. 
Tanto fue así que, en Vejer y Tarifa (allí con el nombre de tapada), el traje “se convirtió a lo largo de los siglos XIX y XX en una seña de identidad local y de referente a la tradición, en buena parte, a través del tamiz de los viajeros románticos”, como apunta Seco. Pero el halo de misterio que conlleva la toca, hizo que la República lo prohibiese en 1936 ya que “podía enmascarar delitos”, como explica Cantillo.
Cuando, en la década de los 40, se quiso recuperar ya era tarde.
 La posguerra obligó a reconvertir las piezas en mantas, colchas y otras prendas. Hoy solo se conserva uno anterior a 1936, en el Museo Nacional del Traje de Madrid. Sin embargo, Vejer siguió ligado afectivamente a la pieza, como reconoce Begines: 
“Yo, con 64 años, he vivido cuando a las señoras mayores les daba pudor salir a la calle sin su cobijado, por lo que se cubrían con un pañolón”.

La localidad gaditana podría haber dejado perder la prenda castellana, pero con la llegada de la democracia, en los años 70, le dio un giro de tuerca, lo convirtió en su traje típico.
 Como aún así era difícil fomentar su uso, en los 90, lo vinculó a la reina y damas de las fiestas en honor de la Oliva, que pasaron a ser cobijada mayor y de honor, respectivamente.
 Con el reciente despunte de Vejer como destino viajero de moda, el Ayuntamiento ha convertido la figura de la cobijada en un emblema señero de la localidad: tiene una escultura (tan enigmática como las de carne y hueso) junto a las murallas de la ciudad; otra a la entrada del pueblo y los establecimientos emplean su nombre o silueta como reclamo comercial.
También es objeto de codiciado deseo entre las niñas y adultas que quieren representar a su pueblo en las fiestas y diversos actos institucionales durante todo el año. 
Tras ese tiempo, las siete seleccionadas en la categoría adulta e infantil guardan el traje con celo y orgullo. 
Así lo hará Andrea, que ya fue cobijada de honor cuando era niña y ahora vuelve a vestirse como adulta.
 En septiembre, se marchará fuera a estudiar Psicología y tenía claro que este verano tenía que quitarse la espinita de repetir: “Soy muy del pueblo, me gusta su historia y sus tradiciones. 
 Me presenté como despedida de Vejer y me han acabado eligiendo como cobijada mayor. No puedo estar más contenta”.

Misa en memoria de las víctimas del atentado de Barcelona y Cambrils en la Sagrada Familia, en imágenes

El oficio religioso, abierto a la participación de todos los ciudadanos, cuenta con la presencia de los Reyes de España, Mariano Rajoy, Carles Puigdemont, además de consellers de la Generalitat y otras personalidades y representantes políticos.

Los reyes Felipe y Letizia se reúnen en la Sagrada Familia de Barcelona para celebrar una misa solemne en honor a las víctimas de los atentados terroristas .

Los reyes Felipe y Letizia se reúnen en la Sagrada Familia de Barcelona para celebrar una misa solemne en honor a las víctimas de los atentados terroristas .

Vista general de la basílica de la Sagrada Familia durante la misa. Vista general de la basílica de la Sagrada Familia durante la misa.
  • Los Reyes, junto al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa (izquierda), a su llegada a la basílica de la Sagrada Familia. 
    Los Reyes, junto al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa (izquierda), a su llegada a la basílica de la Sagrada Familia. EFE
     

 

  • La ministra de Sanidad, Dolors Montserrat (d), junto al vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras (segundo por la derecha), y las alcaldesas, de Madrid, Manuela Carmena (segunda por la izquierda), y de Cambrils, Carmí Mendoza (centro), momentos antes de la Misa por la Paz.
    La ministra de Sanidad, Dolors Montserrat (d), junto al vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras (segundo por la derecha), y las alcaldesas, de Madrid, Manuela Carmena (segunda por la izquierda), y de Cambrils, Carmí Mendoza (centro), momentos antes de la Misa por la Paz. EFE
     
     
    • Los Reyes participan en la misa en honor de las víctimas del atentado de Barcelona y Cambrils. 
      Los Reyes participan en la misa en honor de las víctimas del atentado de Barcelona y Cambrils. AFP
     
     
    • El vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras (izquierda), conversa con la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, momentos antes de la Misa por la Paz. 
      El vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras (izquierda), conversa con la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, momentos antes de la Misa por la Paz. EFE
     

    De izquierda a derecha: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría; la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor; el primer ministro portugués, Antonio Costa; el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la Misa por la Paz. De izquierda a derecha: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría; la
    presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor; el primer ministro portugués, Antonio Costa; el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la Misa por la Paz. 

    Los Reyes, en la basílica de la Sagrada Familia Los Reyes, en la basílica de la Sagrada Familia 
     
     
     
     

    Los Reyes, acompañados por el presidente de Portugual, Marcelo Rebelo de Sousa, se despiden del el arzobispo metropolitano de Barcelona, cardenal Juan José Omella, a su salida de la basílica de la Sagrada Familia. Los Reyes, acompañados por el presidente de Portugual, Marcelo Rebelo de Sousa, se despiden del el arzobispo 
    metropolitano de Barcelona, cardenal Juan José Omella, a su salida de la basílica de la Sagrada Familia.

Los restos del naufragio..............................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
Leo los titulares sobre la muerte de Jeanne Moreau, levanto los ojos del periódico y, sin necesidad de cerrarlos, asisto a la proyección de películas suyas de las que formo parte yo también. 
Bastaría abrir ligeramente el foco para que, al tiempo de la pantalla, apareciera el patio de butacas, donde se aprecian seis o siete cabezas, seis o siete nucas, para ser exactos.
 Una de ellas es la mía.
 Mirad cuán desamparada se la ve. Hay un verso genial de Virgilio que describe, en un pasaje de la Eneida, las cabezas que de forma dispersa surgen aquí y allá, como los garbanzos de un potaje pobrísimo, tras el naufragio de la flota troyana: Apparent rari nantes in gurgite vasto.
 Las salas de la época eran el ancho mar del que brotaban, desperdigadas, las cabezas que no habían hallado en el mundo un lugar más seguro que la butaca de un cine de barrio. 

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La actriz francesa Jeanne Moreau. AFP PHOTO / STR
 
Esas nucas eran los restos del naufragio del que esta señora en blanco y negro nos rescataba durante 90 minutos, con frecuencia en las sesiones medio clandestinas de la mañana, cuando debíamos estar en clase de matemáticas.
 ¡Qué bien fumaba en La viuda vestía de negro, de qué modo reía en Jules et Jim, qué forma de asustarse en Ascensor para el cadalso! Hacía tanto tiempo que no sabíamos de ella que la habíamos dado por muerta.
 Quizá en alguna medida lo estaba, como todos nosotros, expulsados para siempre ya de aquellas salas cuyo espacio atravesaba un torrente de luz que al alcanzar la sábana que llamábamos pantalla nos hacía soñar con los ojos abiertos y la respiración entrecortada.
 Apparent rari nantes in gurgite vasto