El oficio
religioso, abierto a la participación de todos los ciudadanos, cuenta
con la presencia de los Reyes de España, Mariano Rajoy, Carles
Puigdemont, además de consellers de la Generalitat y otras
personalidades y representantes políticos.
Los reyes Felipe y Letizia se reúnen en la
Sagrada Familia de Barcelona para celebrar una misa solemne en honor a
las víctimas de los atentados terroristas .
Vista general de la basílica de la Sagrada Familia durante la misa.
Leo los titulares sobre la muerte de Jeanne Moreau,
levanto los ojos del periódico y, sin necesidad de cerrarlos, asisto a
la proyección de películas suyas de las que formo parte yo también. Bastaría abrir ligeramente el foco para que, al tiempo de la pantalla,
apareciera el patio de butacas, donde se aprecian seis o siete cabezas,
seis o siete nucas, para ser exactos. Una de ellas es la mía. Mirad cuán
desamparada se la ve. Hay un verso genial de Virgilio que describe, en
un pasaje de la Eneida, las cabezas que de forma dispersa
surgen aquí y allá, como los garbanzos de un potaje pobrísimo, tras el
naufragio de la flota troyana: Apparent rari nantes in gurgite vasto. Las salas de la época eran el ancho mar del que brotaban,
desperdigadas, las cabezas que no habían hallado en el mundo un lugar
más seguro que la butaca de un cine de barrio.
La actriz francesa Jeanne Moreau. AFP PHOTO / STR
Esas nucas eran los restos del naufragio del que esta señora en blanco y
negro nos rescataba durante 90 minutos, con frecuencia en las sesiones
medio clandestinas de la mañana, cuando debíamos estar en clase de
matemáticas.
¡Qué bien fumaba en La viuda vestía de negro, de qué modo
reía en Jules et Jim, qué forma de asustarse en Ascensor para el
cadalso! Hacía tanto tiempo que no sabíamos de ella que la habíamos dado
por muerta.
Quizá en alguna medida lo estaba, como todos nosotros,
expulsados para siempre ya de aquellas salas cuyo espacio atravesaba un
torrente de luz que al alcanzar la sábana que llamábamos pantalla nos
hacía soñar con los ojos abiertos y la respiración entrecortada.
La fibromialgia es una enfermedad incurable que puede hacer de tu vida
un infierno, pero lo peor es que mucha gente minimiza, ignora o incluso
desprecia esta dolencia.
EN UNA DE esas tontas carambolas de la actualidad, este verano se
ha puesto de moda en nuestro país la fibromialgia. María José
Campanario, esposa del torero Jesulín, ha tenido la doble desgracia de
sufrir este mal y de convertirse por ello en noticia para los programas
del corazón. La fibromialgia es
una enfermedad incurable y dolorosa que puede hacer de tu vida un
infierno; pero lo más infernal de esta dolencia, así como del síndrome
de fatiga crónica y otros achaques semejantes, es el hecho de que mucha
gente minimiza el mal, lo ignora, lo desprecia o incluso considera que
es un puro cuento, una trola de aprovechados o de histéricas (lo sufren
sobre todo las mujeres), una queja cansina de chifladas… Y así, en las chismosas tertulias veraniegas han dicho de los
enfermos de fibromialgia cosas demenciales, como que son personas
egoístas que sólo piensan en sí mismas, o que utilizan la dolencia para
obtener ventajas laborales.
He aquí el prejuicio brillando en todo su esplendor y añadiendo el
sufrimiento de la incomprensión social al dolor verdadero de la
enfermedad. Resulta que tanto la fibromialgia como la fatiga crónica
están definidas como enfermedades muy reales (la primera reumática, la
segunda neurológica) dentro del listado de la Organización Mundial de la
Salud. Fueron incluidas en la décima revisión del Catálogo
Internacional de Enfermedades (CIE-10), que data nada más y nada menos
que del año 1992. Pero mientras que en la mayoría de los países
industrializados el CIE-10 ha sido trasladado de manera íntegra a la
práctica médica, al parecer en España hemos seguido rigiéndonos por el
CIE-9 por puro lío administrativo. Aunque el CIE-10 se implantó por fin
en enero de 2016, 24 años más tarde, aún no está del todo adaptado y no
ha llegado a todos los médicos. Lo que quiere decir que muchos
profesionales sanitarios continúan anclados a los prejuicios del pasado;
que los enfermos a menudo sufren también la incomprensión de sus
médicos, y que todo esto redunda en una clamorosa falta de diagnóstico,
de terapia adecuada y de un reconocimiento justo de su incapacidad
laboral en la Seguridad Social. Un estudio asegura que los aquejados de
fatiga crónica visitan de media a 15 médicos antes de ser
diagnosticados. ¡Y luego los acusan de estar deprimidos e inventarse los síntomas! Yo
diría que, si padeces un dolor o un cansancio crónicos e inhabilitantes y
nadie te cree, lo más natural es que te agarres una depresión de
caballo. En fin, siempre ha sido así; cada vez que la medicina desconoce
algo, los galenos tienden a culpar al paciente, no a su propia
ignorancia. Cuando la radiactividad empezó a deshacer los huesos de
Pierre Curie, provocándole atroces dolores y dificultad de movimiento,
los doctores a los que visitó, que no sabían los efectos del radio, le
dijeron que eran imaginaciones suyas, pura neurastenia. Y aquí ruego a
los médicos (a los que admiro: la mayoría de ellos, más que en otras
profesiones, cumplen una vocación de servicio al prójimo) que no se
sientan obligados a trompetear corporativamente su excelencia. Esto, el
creer que lo que uno no sabe es erróneo o no existe, es propio de la
soberbia humana y nos sucede a todos, aunque yo, que soy de letras pero
siempre amé y mitifiqué la ciencia, creía que ésta mantenía un mayor
rigor de pensamiento e intentaba buscar la verdad y eludir prejuicios. Pero ahora ya empiezo a sospechar que los de ciencias pueden ser tan
arbitrarios como somos los de letras. Lo dice el neurocientífico Mariano
Sigman en la genial entrevista que le hizo Martínez Ron en Vozpópuli: “Los científicos también tienen un pensamiento tribal (…) sin una
opinión informada, también estás cometiendo un error igual (…) solo que
lo cometes desde un lugar en el que te sientes mucho más valorado. En
psicología hay mucha evidencia de que la gente que hace ciencia se hace
más tribal que la gente que no hace ciencia”. De modo que un cierto
nivel de conocimiento nos puede hacer más cerrados de mente y más
arrogantes, cuando debería ser al revés. Como decía Einstein, “si
quieres ser un buen científico, dedica un cuarto de hora al día a pensar
lo contrario de lo que piensan tus amigos”. Eso quizá hubiera evitado,
por ejemplo, añadir más dolor al dolor de estos enfermos.
Málaga obra milagros en el caso de María Teresa Campos. No solo le da aire y la carga de energía, sino que ha sido el marco
donde la presentadora ha podido reunir a toda su familia y seres
queridos. Este jueves la presentadora y los suyos han celebrado una multitudinaria y alegre comida familiar. Lo hemos sabido gracias a su nieta, Alejandra Rubio, que no podía estar más feliz de abrazar y colmar de atenciones a su querida abuela. La
hija de Terelu tiene auténtica debilidad por su "abu" y lo ha
demostrado más de una vez. Como en aquella ocasión en la que compartió
una bonita imagen de su infancia en la que aparece disfrazada de hada y
jugando con María Teresa. La hija de Terelu quiso dejar constancia de lo que son las comidas familiares de las Campos. Un
auténtico acontecimiento en el que participan grandes y pequeños y que,
en palabras de la propia Alejandra, no pueden 'molar' más. No
debe ser fácil coordinar agendas de tanta gente (se ven hasta tres mesas
llenas de comensales) y debe tratarse de un encuentro esperadísimo en
el seno familiar de María Teresa, además de feliz por celebrarse durante
las vacaciones de verano en su querida Málaga.(Antes de que Las Campos se convirtieran en más que más, con ese señor Bigote Arrocet y su hija extraña hermana, claro, de Terelu.)