El psiquiatra defiende que el optimismo es la mejor herramienta contra el discurso del miedo.
No es fácil empezar a entrevistar a Luis Rojas Marcos
(Sevilla, 1943), porque sobre todo le gusta escuchar y entrevista él al
periodista, preocupándose por cómo le va la vida.
Es un humanista, interesado en la felicidad de los demás, y optimista convencido.
Psiquiatra de fama internacional y autor de numerosos libros, puso en marcha en Nueva York en 1987 una iniciativa revolucionaria, el proyecto Help.
Fue el primer servicio para atender a personas que vivían en la calle con enfermedades mentales.
Este plan, importado luego a muchas ciudades, ha cumplido 30 años, y la Fundación Mapfre le ha otorgado su premio a la mejor iniciativa en promoción de la salud.
Ahora dirige una organización médica sin ánimo de lucro, con 3.500 facultativos, en 6 hospitales públicos y 10 cárceles.
Es un humanista, interesado en la felicidad de los demás, y optimista convencido.
Psiquiatra de fama internacional y autor de numerosos libros, puso en marcha en Nueva York en 1987 una iniciativa revolucionaria, el proyecto Help.
Fue el primer servicio para atender a personas que vivían en la calle con enfermedades mentales.
Este plan, importado luego a muchas ciudades, ha cumplido 30 años, y la Fundación Mapfre le ha otorgado su premio a la mejor iniciativa en promoción de la salud.
Ahora dirige una organización médica sin ánimo de lucro, con 3.500 facultativos, en 6 hospitales públicos y 10 cárceles.
Usted fue un inmigrante, ¿cómo lo recuerda?
Yo quería salir de aquí, era un niño con
problemas de inquietud, me metía en líos, el colegio me iba mal.
Cuando
terminé la carrera vino un médico americano. Allí buscaban médicos, y
era un examen muy fácil.
Me fui, sin saber dónde iba. Entré en un
hospital en Long Island, yo no hablaba inglés, y la medicina que sabía
era historia de la medicina, no había puesto una inyección en mi vida.
Pensé que me echaban.
Pero recuerdo el cambio: aquí hacer una pregunta
te costaba la autoestima de un mes.
Te decían: “qué chorrada de
pregunta”. Allí podías preguntar la chorrada que quisieras, aprendí a
preguntar.
Era un estilo de aceptación. Estados Unidos te exigía, pero
te aceptaba.
Eso parece que está cambiando con Trump.
Hay más intolerancia, pero allí las
oportunidades te persiguen, te salen cosas, y eso todavía es así.
La
intolerancia va más dirigida a inmigrantes de formación menor. Pero si
vienes de Europa o Asia, en mi campo, el médico, no hay problema de
trabajo.
Yo tengo ahora casi 100 vacantes.
¿Cómo ve el recorte de Trump del sistema sanitario?
El intento de Obama fue fundamental. La
salud allí es una industria, no un derecho.
En Nueva York es la que más
empleo da, directa o indirectamente. Es uno de los problemas
indiscutibles de Estados Unidos. Hay seguro para el pobre y los mayores
de 65 años, y la obligación de atender a cualquier persona en urgencias.
Por eso nadie se muere en la calle. Pero si tienes un problema
diabético, te ingresan y luego solo tienes una semana de insulina. Luego
es cara y te lo paga el seguro, si lo tienes.
¿Y por qué no cambiar a
un seguro universal? Las farmacéuticas están en contra, el Estado no
negocia con los laboratorios, es mercado libre.
Los médicos ganan el
doble o el triple que en Europa, no digamos la industria farmacéutica.
Es un negocio que es difícil de cambiar. Nos preocupa Trump, claro.
Una pregunta frívola: ¿tiene una explicación psiquiátrica para Trump?
Hombre, hay que tener cuidado con esto.
No tiene síntomas de enfermedad mental, depresión, no tiene nada. Ahora
bien, se puede juzgar su personalidad: es impulsivo, no se apoya en el
consejo de otros, no escucha, piensa que lo que él cree es lo correcto y
es la verdad.
Se considera a sí mismo un éxito. Sumas todo eso y ves lo
que dice.
Ha trabajado mucho con inmigrantes. ¿Qué piensa de cómo se está portando Europa?
En los noventa me invitaron a visitar un
hospital, asistí a una operación y recuerdo la visión de que cada uno
era de una raza: la paciente era afroamericana, el cirujano era blanco,
el anestesista era oriental, la enfermera era hispana… Toda una mezcla,
pero estaban haciendo juntos una cosa, curar a esta señora.
En Europa,
que siempre ha tenido aceptación, tengo miedo de que se cree una
tendencia al rechazo de otras culturas.
El miedo es una sensación cada vez más
presente.
A un atentado, al inmigrante, a lo que es malo para la salud…
Usted es un gran defensor del optimismo. ¿Somos más asustadizos, nos
falta contexto?
La felicidad en Europa está mal vista,
como ingenuidad o ignorancia.
En Estados Unidos, no: vas a una reunión,
preguntas a alguien y dice que está feliz, tal cual.
Aquí la cultura es
la queja. Que no se nos note si somos optimistas o felices.
Yo siempre
hago un experimento en mis charlas, pregunto al público, no si son
felices, sino si están satisfechos con la vida, no hoy, sino en general.
De cero al diez. De media suele salir un siete, un ocho. Luego
pregunto: ¿y al mundo qué le dais? Mucho menos, está muy mal. Pero es
que yo voy a otros países, a ese mundo, y se dan un ocho, y a vosotros,
un cuatro.
El ser humano es optimista, tiene esperanza.
Casi todos
estamos programados para el optimismo.
Las tasas de suicidio no
aumentan, en Estados Unidos, en Europa, siempre es un 8 o 9 por 100.000.
También sostiene que hablar es bueno,
alarga la vida, verbalizar lo que te pasa. ¿Es aplicable a las redes
sociales? Hay más expresividad que nunca, aunque no es personal.
Es una revolución.
Sabemos que hablar es
bueno para el corazón, está estudiado, o hablar con uno mismo.
Poner
palabras a lo que sientes y decirlas, pero de verdad, moviendo la boca.
La comunicación es siempre positiva, la cuestión es si ahora, con los
mensajes, puedes llegar a obsesionarte y no hablar con los demás.
Una
adicción a una forma que en sí no es negativa.
Es tentador demonizar las
redes sociales, sobre todo quienes no las usan, pero no creo que sean
negativas.
Antes de darle un matiz destructivo, patológico, hay que
esperar, porque no pasó así con la televisión, el teléfono, el
ordenador…
Después de tanto tiempo fuera, ¿cómo ve España?
Muy bien.
Me fui en 1968. Franco se
muere y muchos pensaban que aquí acabábamos a tiros.
Pero no. Fue un
ejemplo inolvidable para mucha gente, no me imaginaba que España pudiera
cambiar tanto, que se convirtiera en un país tan abierto, con una
juventud tan tolerante, tan sana…
No creo que en Europa haya un país
mejor para vivir, pese a sus problemas.
Tienes que ver a los españoles
que salen fuera. Una vez me invitó el cónsul de Nueva York, que había
reunido a los españoles censados en investigación.
Pensé que serían 20,
¡y eran 500! Chicos y chicas geniales.