Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 ago 2017

La locura española de Leonora Carrington

 

La artista y escritora surrealista cruzó los Pirineos para ayudar a su amante judío Max Ernst y acabó en 1940, atada de pies y manos, en un psiquiátrico en Santander.

Tráiler del documental 'Leonora Carrington. El juego surrealista'.
El intento de conseguir un salvoconducto para Max Ernst, confinado en un campo de concentración en Francia, llevó a su amante Leonora Carrington a entrar en España recién acabada la guerra civil.
 En lugar de conseguir liberarlo, fue ella la que acabó encerrada en un sanatorio psiquiátrico de Santander, dirigido por el doctor Luis Morales.
 De aquella peripecia, más surrealista que la filosofía de sus propios protagonistas, quedó un relato tan real como alucinante escrito por la propia Carrington, que pretendía ser una mera catarsis y acabó publicado como Memorias de abajo. 
 Un texto fundamental en la historia del surrealismo.
Ahora que celebramos el centenario de la artista británica finalmente afincada en México se reconstruye su desvío español, tanto mental como geográfico, en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en el mismo Santander y en breve en el Hay festival de Segovia.
Leonora y Max Ernst se habían conocido en el restaurante Barcelona de la londinense Beak Street, con Man Ray, Lee Miller y los Eluard.
 Fueron amantes en Paris, donde André Breton la adoptó como “una de los suyos”, y se fueron a una casita de campo donde ambos produjeron una importante obra, incluido el autorretrato de ella La posada del caballo del alba.
  El avance nazi sobre Francia destruyó el idilio amoroso y artístico que Carrington y el pintor alemán desarrollaron en la localidad francesa de Saint Martin d'Ardeche. 
Tras ser arrestado él por segunda vez, una atribulada Carrington viaja en coche a España, vía Andorra, para buscar en Madrid un salida para Ernst.
En las entrevistas que mantuvimos hace una década en su casa de México, Carrington reconocía haber estado afectada por lo que llamaba un “síndrome de guerra”, perturbada, físicamente disminuida, mentalmente debilitada. 
Pero fueron su salidas de tono político en el Madrid del año cuarenta lo que llevo a las autoridades españolas, con el cónsul británico y con la aquiescencia de su potentado padre a encerrarla primero en un convento y después a trasladarla en coche al norte. Le administran tres veces luminal y una inyección en la espina dorsal: anestesia sistémica.
 Han vencido su resistencia. 
La entregan, como un cadáver, al psiquiátrico del doctor Morales, una casa jardín en Valdecilla.
 Su destino no buscado. 
Es atada de pies y manos. Medicada con cardiazol, equivalente al electrochoque. Una caída al abismo. Una locura forzada.
 
Leonora Carrington pintnado 'Unscape at Manzanillo', en 1956.
Leonora Carrington pintnado 'Unscape at Manzanillo', en 1956.
Medio año duró su encierro español, un episodio del que se negaba a hablar, “porque aún me produce mucho dolor”, según me confesó cuando ya había cumplido los 90. 
Fue el doctor Pierre Maville quien le aconsejó escribir sobre su cruda experiencia.
 “No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda.
 Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible: creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión. 
La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques. No me molestaba demasiado la suciedad”. 
 Terminó manejando la sórdida situación con una inteligencia prodigiosa, convirtiendo el escenario de su encierro en una especie de mapa prodigioso, con sus símbolos y constelaciones que le permitían buscar la salida a su caída en el hondo pozo de la locura.

El de Carrington puede inscribirse entre los casos de mujeres sometidas por haber ejercido su libertad sin límite.
 Gracias a la escritura —una maldición que salva, en palabras de Clarice Lispector— Carrington exorcizó sus males.
 En la clínica leyó a Unamuno, hizo horóscopos diarios para el doctor Morales, que acabo prendado de su inteligencia.
 Con una señorita de compañía abandonó Santander en tren rumbo a Lisboa, con parada en Ávila.
 “Era Nochevieja. Hacia un frío intenso. Paramos en Ávila, donde nació Santa Teresa. Había un tren largo con muchos vagones cargados de ovejas que balaban de frío.
 Era espantoso. Los españoles pueden ser atroces con los animales. Recordaré aquella ovejas sufriendo hasta el día que me muera. Era como el infierno.”

Más lúcida de lo que aparentaba, Carrington dio esquinazo a su protectora y en Lisboa se fue en busca del periodista y poeta mexicano Renato Leduc, que hacía funciones de secretario de embajada. 
Se casaron y dejó de estar a merced de la voluntad de su padre, o de Max Ernst, que también acabó saliendo de Marsella hacia el exilio vía Lisboa, de la mano de la millonaria Peggy Guggenheim.
 Tras un tiempo con el grupo surrealista reunido en Nueva York, la pareja marcha a México. 
Pese a su divorcio Carrington se quedará allí —en el país del surrealismo natural según su protector, André Breton— hasta el fin de sus días.
 Incluida hoy en el grupo de mujeres artistas surrealistas de Latinoamérica, su pintura está entre las más cotizadas, y sus relatos mantienen la frescura y las sorpresas de textos adobados por un profundo surrealismo.
En su casa de la colonia Roma, acabó rodeada de españoles, incluido el médico que asistió sus partos, José Horna, y su mujer la fotógrafa Katy, más su inseparable compañera en el arte y la vida, la ilustradora y pintora Remedios Varo. 
También trató a Luis Buñuel que la cita en sus memorias. “Un día, cuando llegamos a casa de un tal Mr. Reiss donde nos reuníamos regularmente, Leonora se levantó de súbito, entró en el baño y se dio una ducha completamente vestida.
 Después, chorreando, regreso a la sala, se sentó en una butaca y me miro fijamente. 'Eres un hombre apuesto', me dijo en español tomándome del brazo. 'Te pareces enormemente a mi guardián', del psiquiátrico de Santander".
 El desvío español en su viaje vital marcó para siempre el destino de la última surrealista. 

La hechicera hechizada cumple 100

Cuando se definió en 1945 como “un viejo topo que nada bajo los cementerios”, la pintora y escritora Leonora Carrington aún no había cumplido los treinta. 
Su vida ya daba entonces para varias novelas. 
De hecho, además de sus cuentos y ficciones, ya había publicado sus Memorias de abajo un par de años antes.
 La artista viviría hasta los 94. Pero a Carrington, la rebelde hija de un magnate textil de Lancashire, que fue expulsada de varios internados antes de empezar a estudiar pintura en Florencia y en Londres, siempre le gustó la penumbra.
 Puede que así pueda explicarse que haya permanecido en buena medida oculta, en la sombra, dentro del mundo anglosajón.
 Un primer destello reciente llegó en 2015 con la exposición de su obra en la Tate Liverpool, pero ha sido al cumplirse el centenario de su nacimiento, este año, cuando su magnética figura ha recibido un nuevo impulso.
 Si Elena Poniatowska rindió homenaje a la historia de su buena amiga en Leonora en 2011, ahora ha sido una sobrina lejana, Joanna Moorehead quien ha indagado en la atribulada vida y rico imaginario de la artista en la biografía The surreal Life of Leonora Carrington
 Moorehead, que descubrió de forma azarosa en 2006 el parentesco y corrió a conocer a Carrington a México, hace hincapié tanto en el idilio de la artista con Max Ernst como en su paso por Nueva York, antes de instalarse definitivamente en México, primero con Renato Leduc y más adelante con el húngaro Chiki Weisz, padre de sus dos hijos.
En los años ochenta dejó la escritura, pero un nuevo volumen reúne la más amplia selección de sus cuentos hasta hoy, prologados por la novelista Sheila Heti.
 Otra novedad editorial en el mercado anglosajón es una nueva antología de textos académicos. Leonora Carrington and the International Avant-garde analiza a la polifacética “hechicera hechizada” —como fue definida por Octavio Paz—, y trata de desentrañar los significados de su rico y fantástico mundo desde nuevos prismas. En el libro, también se incluyen los recuerdos de la A a la Z que de la pintora tiene la novelista Chloë Aridji. La surrealista incluida por André Breton en Antología del humor negro (1940), ya escribió que “si la vieja dama no puede ir a la Laponia, entonces la Laponia debe venir a la vieja dama”.
 Cámbiese el lugar geográfico por Reino Unido y todo tiene sentido.

 

La cena de amigos que acabó con los dos comensales muertos en Francia


Silvia Ayuso
 


Los forenses desvelan el misterio del fallecimiento simultáneo de dos hombres que compartían mesa y mantel en el patio de una vivienda.

Una cena en el jardín. 
Dos amigos. Dos muertes simultáneas.
 Ningún signo de violencia.
 El macabro hallazgo que hicieron los vecinos en una vivienda unifamiliar en Authon-du-Perche, una comuna en el noroeste de Francia, el jueves pasado hizo temer un envenenamiento o algo más siniestro todavía.
 Una autopsia ha desvelado esta semana el misterio. No hubo asesinato alguno, pero la coincidencia de dos muertes accidentales paralelas no desmerece el escenario de la mejor novela negra europea.
Los platos y cubiertos seguían cuidadosamente colocados sobre la mesa cubierta con un mantel a cuadros blancos y rojos dispuesta en la terraza ajardinada de la casa de Lucien Perrot, de 69 años.
 A Pépère, como le llamaban todos, le gustaba cocinar para sus amigos. 
Sobre todo para Olivier Boudin que, aunque tenía una treintena de años menos, se contaba entre sus amistades más estrechas. 
La noche del 3 de agosto hacía buen tiempo y Pépère preparó para Olivier un buen chuletón de ternera en la barbacoa, un menú regado con abundante vino y acompañado —esto es Francia— de queso camembert y una baguette
No llegaron a dar cuenta de todos los manjares.


A la mañana siguiente, una vecina de Pépère, al abrir las compuertas de su ventana, vio a Olivier. 
Estaba tumbado de espaldas sobre el suelo y parecía dormido. Como la vecina había escuchado música de la fiesta la noche anterior, no se inquietó, relató al diario Le Parisien 
. Algo más tarde, al pasar de nuevo por delante de la casa, vio a Lucien, doblado sobre sí mismo, todavía sentado ante la mesa. Siguió sin preocuparse, convencida de que estaba ante la evidencia de que los dos amigos se habían dado una buena fiesta y estaban durmiendo la mona.
 Pero cuando llegó el mediodía, preocupada por que a la resaca pudiera unirse una insolación, la vecina se acercó para despertarlos. Ahí se dio cuenta de que pasaba algo mucho más grave.

“Grité ¡Lucien, Olivier! En vano”, contaba días más tarde, todavía acongojada. 
Al acercarse, vio que ninguno respiraba y dio la voz de alarma. Aun así, la placidez de la escena hacía difícil asumir que lo peor había ocurrido.
 “Era muy curioso, sus caras estaban apacibles, daban realmente la impresión de que dormían”, recordaba también el alcalde del pueblo, Patrice Leriget. 
Hasta el punto, señaló, de que uno de sus amigos llegó a lanzar un cazo de agua sobre la cara de Olivier para que se despertara.
 No lo consiguió. Tanto Olivier como Pépère habían muerto en algún momento de la noche, en plena cena, como demostraba el hecho de que los platos y las viandas siguieran dispuestos a su alrededor.
La policía descartó de inmediato una agresión porque no había señales de violencia.
 Rápidamente se estableció también que ambos hombres “parecían haber muerto de forma simultánea”. 
Pero faltaba el cómo
. Los especialistas que acudieron a la escena de lo que se llegó a sospechar podría ser una muerte por envenenamiento —fortuito o no—, una intoxicación alimentaria o incluso un suicidio pactado, se llevaron muestras de la comida para analizarla.

Fue la autopsia la que, esta semana, aclaró la cadena de hechos que tuvieron el siniestro desenlace.
 Ni asesinato ni suicidio ni envenenamiento. Todo fue una terrible cadena de desgracias.
Lucien se atragantó con un trozo de filete cuando, pese a que tenía la dentadura en muy mal estado, intentó tragarse un pedazo de carne de 44 gramos.
 Su nivel de alcohol en la sangre, 2,45 gramos por litro, demuestra su alto grado de embriaguez en el momento del fatal mordisco. Olivier, aunque era mucho más joven —38 años— sufría cardiomegalia, un aumento anormal del corazón que lo hacía mucho más frágil. 
Todo apunta a que no logró superar el shock de ver cómo su amigo se ahogaba hasta la muerte ante él y sufrió una crisis cardiaca de la que tampoco pudo recuperarse. 
También él había bebido en grandes cantidades.
 Para tener total certeza de que no se trata del crimen perfecto, el fiscal de la región ha ordenado más pruebas toxicológicas.
 Pero tal como describe la prensa francesa, el alto número de botellas de vino y pastis (anís), así como las latas de cerveza que se hallaron en la vivienda se consolidan como una prueba más de que la mala suerte es la principal responsable del final tan amargo de la cena de los amigos Pépère y Olivier.

 

10 ago 2017

Medio siglo después, Robert Redford y Jane Fonda se vuelven a enamorar

Netflix lanza el primer teaser de 'Nosotros en la noche', una historia de amor de jubilados con el síndrome del nido vacío.

robert redford
A la izquierda, 'Descalzos por el parque'. A la derecha, 'Nosotros en la noche', una de las próximas apuestas de Neflix. Foto: Cordon Press/ Netflix

Cuando se estrenó Descalzos por el parque en 1967, medio Nueva York ya sabía como acababa.
 Antes de que la película dirigida por Gene Sacks enredase el ‘y comieron perdices’ de la rom com, los neoyorquinos habían visto a Robert Redford cansarse de subir escaleras como Paul Bratter unas 1.530 veces en Broadway.
 La obra de Neil Simon fue uno de los mayores éxitos no musicales de la historia del teatro en la ciudad.
 Ganó un Tony por la dirección de Mike Nichols y supuso su adaptación a la gran pantalla para que una de las parejas con mayor química de la historia del cine hiciese acto de presencia: Robert Redford y Jane Fonda –que sustituía a la Corie teatral, Elizabeth Ashley– representaron de forma desopilante los problemas de unos recién casados en un minipiso sin ascensor en el centro de la ciudad. 
robert redford jane fonda
¿Quién no querría hacerse con todos los looks de Corie (Jane Fonda) 50 años después? Foto: Cordon Press
El despiadado crítico del New York Times, Bosley Crowther, llamó “niñata cuqui” y “boba” a la Corie de Jane Fonda y calificó la cinta como un “surtido de exageraciones groseras de recién casados inexpertos”. 
Pese a las críticas, la película ha sobrevivido como referente para cualquiera que pise por primera vez Washington Square y se emocione sintiéndose Robert Redford en plena epifanía sentimental sin calcetines.
Y aunque él y Fonda se reuniesen de nuevo unos años más tarde en El jinete eléctrico, su feeling en pantalla siempre vendrá por la cinta de Sacks. 
Ahora vuelven a enamorarse de nuevo, medio siglo después, en Nosotros en la noche, la cinta producida por Netflix y que ya cuenta con un teaser (avance) y fecha de estreno y nos ha puesto de lo más nostálgico.
 
Basada en la novela homónima de Kent Haruf, Fonda y Redford interpretan aquí a un par de viudos que han sido vecinos toda la vida, cuyos hijos ya viven lejos, pero que jamás se han molestado en conocerse profundamente.
 Hasta que lo hacen, motivada por la iniciativa de ella y surge una historia de amor sobre cómo envejecer con dignidad.
¿Fue Jane Fonda una de las precursoras en el celuloide de ese acto de ponerse la camisa del novio después del sexo? 
Así lo vimos en Descalzos por el parque (y después otras le han seguido como Natalie Portman –Sin compromiso–, Angelina Jolie –Sr. y Sra. Smith– o todas estas mujeres que pueblan pizarras de Pinterest). ¿Volverá a ponérsela aquí?

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Fotograma de ‘Nosotros en la noche’. Foto: Netflix
 
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Redford y Fonda en el set de rodaje de ‘Descalzos por el parque’. Foto: Getty

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Fotograma de ‘Nosotros en la noche’. Foto: Netflix

 

 

La última Marilyn Monroe

George Barris fotografió a la actriz en junio de 1962, pocas semanas antes de que muriera. Esas imágenes, muchas inéditas, salen ahora a subasta.

 

 

 


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