Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2017

‘Verano Azul’ es Nunca Jamás

Cuando la serie se estrenó, ya en el otoño, me quedé con la extraña impresión de que me había perdido lo mejor aquel verano en 'MálagaNerja'.

Los protagonistas de 'Verano azul'.
Los protagonistas de 'Verano azul'.
Llegamos en un 127 que recorría la carretera con la desidia trabajosa de los últimos setenta.
 Con las ventanillas abiertas. 
Mis padres fumando. En el transistor, sobre la guantera, la interferencia permanente de la antena que no daba para más. MálagaNerja parecía querer decir el ruido de los baches.
 Creía entonces, aquella primera vez que salí de mi barrio, que el lugar al que íbamos se llamaba así. MálagaNerja.
 Así lo pronunciaba mi padre. 
Todo junto.
 Este año vamos de vacaciones a MálagaNerja
Y a mí me parecía un lugar misterioso con nombre de trabalenguas. Como Nunca Jamás. Aquello debía ser otro país.
Y cuando llegué confirmé que lo era.
 A mis seis años, nunca había visto playas con la arena de aquel color. 
Ni a niños tan rubios como aquellos niños. 
Niños que hablaban una lengua arcana e incomprensible. Venajugaalgurejoquél
 Lo decían muy rápido señalando con el dedo más allá del mirador. Y yo me quedaba petrificada con mi cubo y mi pala. Fascinada por la velocidad de sus palabras amontonadas. 
Pero cuando gritaban venvenven y me tiraban de la mano, comprendía que había que seguirles y explorar. Gurejoquél resultó ser un tremendo boquete entre las rocas por el que entraban las olas mojándonos la cara.
 Y nos reíamos sin que la risa necesitara más traducción.
Me pasé los diez días comiendo filete con patatas porque no conocía nada más de lo que ponían en el menú.
 Salmorejo. Ajoblanco. No-sé-qué-a-la-rondeña. 
Aquel comedor tenía algo de nave espacial: una sala circular acristalada suspendida sobre el mar

 Me creía a los mandos de Halcón Milenario. Lo que nunca entendí era que ese lugar se llamara Balcón de Europa si Europa caía justo en la otra dirección. 

El último día, los señores del hotel me regalaron un bastón lleno de caramelos. Fui a repartirlos con los niños rubios, pero ya nos les encontré. 

Tenían la capacidad de esfumarse al grito de su mamá.

Cuando volví a clase nadie en el colegio conocía aquel lugar de nombre abigarrado. MálagaNerja
Hasta que un año después estrenaron Verano Azul. “Oye, ¿MálagaNerja no era el sitio ese en el que estuviste tú?” 
Y no sabía muy bien qué decir porque el pueblo de aquella serie no se parecía demasiado al que recordaba yo.
 Sí, eran iguales los botes de Copertone. Y la fruición con la que las madres nos embadurnaban convirtiéndonos en pequeñas croquetas. Los padres llevaban las mismas mariconeras con el tabaco y la cartera. 
Y gorritos absurdos. Los más postineros, cadenas de oro que se recalentaban al sol. Y ya.
Me había pasado el verano buscando una pandilla porque había oído que eso era lo que se tenía que hacer. 
Pero los chicos rubios que el primer día me llevaron a los acantilados nunca se quedaban juntos demasiado tiempo. Mallamaomimama, decían y se desperdigaban sin más. 
No. En mi verano azul nunca pasó un grupo de chavales risueños en bicicleta. 
Ni una rubia en chándal rojo corriendo por las mañanas con su corte de niños perdidos.
Juro que jamás vi un barco plantado en medio de una huerta. 
 Ni a un pescador barbudo que tocara el acordeón.
 Ni nunca Bruno se contoneó al ritmo de Soy como tu arropado por el Ballet Zoom.
 Ni ningún chaval de ciudad se quedó atrapado en un risco. Ni nadie, nunca nadie, cantó No nos moverán
Y jamás me crucé con un chico con los ojos tan grandes como los de Pancho. 
Eso lo habría recordado pese a mi corta edad.
Quizá MálagaNerja sí era Nunca Jamás.
 Cuando Verano Azul se estrenó, ya en el otoño, me quedé con la extraña impresión de que me había perdido lo mejor.
 En el fondo fue una buena lección. 
Muchos años después comprendí que esa es la trampa y la bendición de la ficción: hacernos creer que en la vida hay algo más.

Marilyn Monroe, el mito angustiado que encontraba consuelo en los coches

Tal día como hoy, hace 55 años, apareció muerta la mayor leyenda erótica de Hollywood: una estrella angustiada que sosegaba sus fantasmas personales conduciendo.
  


Marilyn Monroe, el mito angustiado que encontraba consuelo en los coches Aunque una bellísima Marilyn Monroe cantaba en Los caballeros las prefieren rubias aquello de que “los diamantes son los mejores amigos de una chica” en realidad, fuera de la pantalla, la actriz prefería los automóviles a las joyas.
Sin duda, una de las facetas menos conocidas de Norma Jean Baker (el verdadero nombre de la ambición rubia) es que le encantaban los coches y llegó a poseer una nada despreciable flota de automóviles.
A medida que su vida se volvía más tormentosa e infeliz, ponerse ella misma al volante de uno de sus coches y conducir durante horas se convirtió en una de sus válvulas de escape preferidas… para disgusto de sus productores, a los que no hacía nada de gracia que una estrella, ya con reputación de inestable y depresiva, se lanzara a toda velocidad por la carretera.  

Y justamente por esa razón, y pese a disponer de infinidad de chóferes a su servicio en todo momento, Marilyn se preocupó siempre de mantener perfectamente al día su carnet de conducir de California con el número 35223569; sobre todo desde que en febrero de 1956 fuera multada por tenerlo caducado.

Una pequeña flota

En lo tocante estrictamente a sus gustos automovilísticos, Marilyn elegía sus coches más por estética, elegancia y confort que por prestaciones o marca. Era bastante ecléctica y lo mismo se enamoraba de un todoterreno que de un familiar o un deportivo.
marilyn
Repartidos entre sus casas de Los Ángeles, Nueva York y Connecticut llegó a tener más de medio centenar de vehículos, de los cuales únicamente han aparecido registrados a su nombre una docena porque los restantes iban documentados a través de un colaborador o fueron regalo de algún productor o de marcas comerciales.
Regalar automóviles era, y sigue siendo, una práctica habitual en Hollywood; bastaba una simple fotografía de Marilyn con un modelo determinado para que las ventas de este se dispararan, así que las marcas se los cedían encantados con la esperanza de que las cámaras la captaran con alguno de ellos.
Precisamente durante el rodaje de Vidas rebeldes a Marilyn le regalaron un Chrysler 300 convertible del 62 que le gustó tanto que quiso agradecer la atención con una exclusiva sesión de fotos que, paradojas del destino, se convertiría en la última llevada a cabo por el mito de Hollywood.
Claro que no siempre a Marilyn le fue tan fácil acceder a buenos coches.
 De hecho, su primer turismo fue de segunda mano y comprado a plazos.
 Se trataba un Ford Súper Deluxe Convertible del 48 de color rojo, por el que pagaba 50 dólares al mes.
Era bastante dinero para una época en la que el salario medio en Estados Unidos era de 150 dólares mensuales, pero Norma Jean Dougherty (Dougherty era el apellido de su primer marido) acababa de firmar un contrato como actriz de reparto con la Metro/Fox y esperaba poder costearlo con sus próximos trabajos.
Sin embargo, el estudio canceló sin previo aviso dicho contrato y Marilyn se encontró con que no tenía dinero para mantenerlo.
 Fue precisamente para evitar el embargo de su coquetón Ford por lo que Marilyn aceptó posar desnuda para el famoso calendario que, a la postre, la catapultaría a la fama.
marilyn
Poco después, ya con un renovado contrato como joven promesa de los estudios bajo el brazo y con la situación económica algo más desahogada, quiso darse el gustazo de comprarse un automóvil completamente nuevo y se hizo con un Pontiac Sedan Coupé Convertible del 50.

¡Ese maravilloso Cadillac!

Pero, sin ningún tipo de duda, el coche favorito de la estrella rubia fue siempre ‘su’ Cadillac Convertible del 54; un vehículo enorme, un mastodonte de 230 CV, brillante color negro y sin absolutamente ningún detalle femenino que Marilyn recibió como pago por su aparición en el show de Jack Benny.
Precisamente por eso, por ser un coche en el que nadie imaginaría a la frágil Marilyn Monroe, Norma Jean se sentía muy protegida en él. Le encantaba conducirlo y tuvo varios ejemplares, incluido uno que perteneció a Joe DiMaggio (su segundo marido) que se quedó tras su divorcio, y otro blanco y tapizado en rojo que solo usaba para llegar a los estrenos y grandes eventos y que se ha vuelto icónico.

En 1956 Marilyn se casó con el famoso escritor Arthur Miller, se trasladó a vivir a Nueva York y buscó un vehículo más discreto y apropiado para circular por la Gran Manzana. 
El elegido fue un Ford Thunderbird negro del 56 que a la actriz le gustaba porque era compacto, rápido y le permitía pasar inadvertida. 

El ocaso de la estrella

Conducir en soledad se convirtió en una de las formas preferidas de Marilyn de liberar presión y sosegar sus fantasmas personales. Por supuesto no lo hacía por Los Ángeles, ya que su popularidad descomunal se lo impedía, pero se escapaba a menudo a un aislado bungalow en el desierto de Nevada, sin más compañía que su secretaria/ayudante o algún amante ocasional y un Land Rover Serie 1 personalizado que la actriz encargó directamente al fabricante británico y con el que recorría durante horas las solitarias carreteras.
Con el tiempo, en la medida que la depresión y la necesidad de fármacos comenzaron a pasar factura a sus reflejos, la pobre Norma Jean ya no era capaz de ponerse al volante de ninguno de sus coches. 
El 4 de agosto de 1962, pocas horas antes de su muerte, aún le pidió prestado a su asistente su modestísimo Dodge Custom Royal y sacó fuerzas de flaqueza para conducir durante un rato por las colinas que rodean Los Ángeles.

Fueron los últimos instantes de felicidad al volante de una chica a la que gustaban los coches y que solo quería que la amaran por ella misma… antes de convertirse en un mito.
A la actriz le encantaba también el Jaguar descapotable de su marido y al principio se lo tomaba prestado, pero pronto dejó de hacerlo porque, según confesó, en ese coche se sentía vulnerable. Cuando Marilyn se divorció del dramaturgo y volvió a Los Ángeles, le regaló el Thunderbird a John Strasberg (el hijo de Lee Strasberg, su profesor de interpretación en el Actor’s Studio) por su 18 cumpleaños.



Marilyn Monroe, el mito angustiado que encontraba consuelo en los coches
Marilyn Monroe, el mito angustiado que encontraba consuelo en los coches

Paz y amor, verano del 67................................. Diego A. Manrique

El movimiento ‘hippy’ surgió hace 50 años en San Francisco para inspirar al resto del mundo e iniciar una verdadera revolución cultural.

El 7 de agosto de 1967, la subcultura hippy recibió el equivalente de una bendición papal.
 George Harrison hizo una visita rápida al barrio de Haight-Ashbury, en San Francisco.
 Habló con la gente, tocó la guitarra y posó para el fotógrafo que le acompañaba.
De alguna manera, todo aquello también era consecuencia de la beatlemanía: buena parte del rock de San Francisco estaba confeccionado por folkies, músicos de guitarra de palo que se electrificaron tras ver ¡Qué noche la de aquel día! 
 Curiosamente, un año antes, los Beatles habían dado su último concierto en la ciudad californiana, pero entonces viajaban en una burbuja y no se enteraron de lo que allí estaba fermentando.
Digamos que, ya en 1966, cristalizaba una rebelión contra los valores dominantes en la sociedad estadounidense, un rechazo de las instituciones (y si preguntaban los motivos, una respuesta inmediata: Vietnam, una guerra insensata desarrollada por tecnócratas). 
Pero estas posturas no se distanciaban mucho de las de la Nueva Izquierda, afincada en la adyacente Berkeley y otras universidades. Lo extraordinario de San Francisco era la congregación de disidentes dispuestos a explorar nuevas formas de trabajo, de relaciones sexuales, de realización personal.
Sí, tenían conexión con los beats de la era Eisenhower, aunque esos veteranos les miraban con condescendencia.
 Les llamaron hippies con un matiz despectivo, como si fueran una versión degradada de aquellos hipsters retratados por Jack Kerouac y celebrados por Norman Mailer.

Nada de eso molestaba a los hippies.
  En comparación con las pandillas de beatniks, se sabían un movimiento masivo, producto del baby boom de posguerra. 
No habían conocido las estrecheces y se enfrentaban a un futuro donde —según la cantinela de los futurólogos— robots y máquinas harían el trabajo desagradable, convirtiendo la gestión del ocio en un problema central.
 Disponían de una música, una moda, una jerga propias. 
“Una vida mejor gracias a la química”, el lema publicitario de los años cincuenta, se había materializado en la píldora anticonceptiva y en drogas como el LSD, legal hasta octubre de 1966.



 “Una vida mejor gracias a la química”, el lema publicitario de los años cincuenta, se había materializado en la píldora anticonceptiva y en drogas como el LSD, legal hasta octubre de 1966.
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. 
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. AP
 
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. AP

Barrio bonito y barato

En San Francisco, se concentraron en Haight-Ashbury, un barrio bonito.
 Y barato: abundaban las casas llamadas “victorianas”, construidas después del terremoto de 1906, ahora desechadas por la clase media con aspiraciones.
 La ciudad siempre presumió de su tradición de tolerancia y eso evitó los automatismos represivos que habrían ahogado proyectos similares en otras latitudes.
 De hecho, el mote de “la generación del amor” fue una ocurrencia del jefe de policía de San Francisco, impresionado ante la elocuencia de sus cabecillas.
Esto es importante. El hipismo tuvo la buena fortuna de contar con gente audaz y preparada.
 Visionarios de la categoría de Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, que difundió el LSD como una experiencia festiva y comunitaria. 
Eficaces organizadores de eventos como Billy Graham, luego principal promotor de conciertos de rock en Estados Unidos.
 Más criaturas voluntariamente marginales, como Augustus Owsley III, fabricante de millones de dosis de LSD de máxima calidad, o Emmett Grogran, inspirador de los Diggers anticapitalistas.

 Y toda una gama de gente que, enfrentada a la artrosis del sistema, tomó decisiones valientes: pensemos en el madrileño Ramón Sender, hijo del exiliado Ramón J. Sender, que invirtió sus escasos ahorros para poner en marcha el San Francisco Tape Music Center, el laboratorio de música electroacústica.
  A primera vista, el Haight-Ashbury de finales de 1966 era un experimento social marcado por la promiscuidad y la abundancia de drogas.
 Esa carnaza, unido a la atractiva estética de sus protagonistas, hizo que funcionara como imán para los medios. 
De rebote, San Francisco se convirtió en una meca para adolescentes frustrados, dispuestos a escaparse de sus casas.
 Fueron los reportajes de prensa y TV los que hicieron la labor de promoción: aunque Jefferson Airplane publicaría sus mayores éxitos (Somebody to love, White rabbit) en 1967, el rock de San Francisco solo lograría impacto nacional tras el Verano del Amor.

Flores en el pelo

Así que las cabezas pensantes se imaginaron cómo sería el verano de 1967 y planearon una respuesta a lo que percibieron como lo que ahora llamaríamos una crisis humanitaria.
 Una oleada de, tal vez, 200.000 personas que vendrían de fuera, dispuestas a sumergirse en un nirvana de paz y amor. 
A diferencia de los nativos, ignoraban que San Francisco tiene un clima húmedo y desapacible. Haight-Ashbury sencillamente no podía absorber semejante invasión.
Mientas Scott McKenzie triunfaba con San Francisco ("asegúrate de llevar flores en tu pelo"), un disco concebido en Los Ángeles, las autoridades locales discutían formas de disuadir aquel turismo no deseado.
 Fue la propia comunidad hippy la que reaccionó ante lo inevitable, con servicios que pretendían paliar el previsible desastre.
 Vía telefónica, el Switchboard proporcionaba información básica. La Communications Company imprimía en multicopista avisos que se difundían por calles y parques.
 Se puso en marcha la Free Clinic que —sin reproches morales— atendía los pasotes de drogas y las enfermedades de transmisión sexual.
 HALO, un colectivo de abogados, ofrecía respaldo legal. Y los Diggers se ocupaban de servir comida, conseguida mediante donaciones o robos.

Todo en un ambiente lúdico, donde circulaban todo tipo de fantasías. 
 Durante unos meses, se difundió el rumor de que las pieles de plátano, convenientemente secadas y trituradas, tenían propiedades alucinógenas. 
 Todavía no se sabe si fue una broma genial o el empeño de algún psiconauta en busca de nuevos colocones.

Epidemia de heroína

Muchos años después, batallones de sociólogos investigaron las dimensiones del Verano del Amor.
 Han comprobado que, en aquellos meses, el Haight-Ashbury era la residencia de unos 7.000 hippies; arribaron entre 50.000 y 70.000 aspirantes a instalarse allí. 
Por muchos pisos francos que funcionaran, la mayoría terminó por dispersarse. 
En general, no fue un gran trauma: coincidió con una creciente atracción por la vida rural, a veces organizada en comunas en los cercanos condados de Marin y Sonoma.
Evitaron así los años de decadencia, marcados por la epidemia de heroína.
 Esquivaron a monstruos como Charles Manson, que convertiría a su Familia en un escuadrón de zombis asesinos.
 No contemplaron la transformación de Los Ángeles del Infierno, motorizados compañeros de viaje, en un implacable grupo mafioso.
Hoy, el hipismo todavía provoca polémica (y enorme furia en la derecha, que en ese momento perdió la hegemonía cultural). 
Resulta cómodo destacar el fracaso de su programa maximalista. Por el contrario, se necesita hacer un esfuerzo para apreciar sus aportaciones al modo de vida actual: la conciencia ecológica, la flexibilidad sexual, el vegetarianismo, el háztelo-tu-mismo que sugerían iniciativas como el Whole Earth Catalog; hasta las reglas que rigen en la World Wide Web tienen raíces contraculturales. Dejando aparte el folclor psicodélico, el mundo de hoy ha asumido mucho del hipismo de 1967. 
Y Haight-Ashbury fue su kilómetro cero.

 

4 ago 2017

Pablo Nieto y su pareja Jennifer Palacios

Gelete y Pablo Nieto: 'Nuestro padre se merece una despedida a lo grande, como él era'.

Pablo Nieto y su pareja Jennifer Palacios

Aunque no hay nada decidido aún, los hijos de Ángel Nieto barajan la posibilidad de hacer 'algo más pequeñito aquí en Ibiza' y ya en septiembre 'hacerle un homenaje bonito en Madrid'.

Gelete y Pablo Nieto han atendido a la prensa a las puertas del tanatorio de Ibiza en el que descansan los restos mortales de su padre. 
Tristes, pero muy agradecidos por el cariño recibido en estos difíciles momentos, han declarado que todavía no saben cómo será el último adiós del campeón del mundo de motociclismo. “Tenemos que reunirnos todos y ver que hacemos”, ha declarado Pablo.
La familia tiene intención de homenajear a Ángel Nieto en Ibiza y en Madrid, pero aún no han concretado nada. 
Mi padre se merece una despedida a lo grande, como él era, para que todo el mundo que quiera pueda estar con él”, ha confirmado Pablo.
De momento, sus seres queridos permanecerán en Ibiza “al menos dos días más”, ya que, según ha dicho Pablo, tienen que hacer la “autopsia” al cadáver al tratarse de un “accidente de tráfico”.
Minutos después de estas declaraciones, han llegado las de Gelete. “Nos vamos a reunir ahora, son momentos muy difíciles, jamás pensé que tendría que organizar esto”, ha manifestado con la voz entrecortada. 
“A mi padre le gustaba Ibiza y Madrid, así que tendremos que hacer algo en los dos sitios”, ha añadido. Aunque aún no hay nada decidido, Gelete se inclina por "hacer algo más pequeñito aquí en Ibiza” y ya en septiembre “hacerle un homenaje bonito en Madrid con la colaboración de las instituciones de este país”. 
Al margen de los detalles del último adiós del campeón de campeones del mundo del motociclismo, Gelete ha recordado a su padre como “un tío muy risueño, divertido y muy cercano”. “Estoy emocionado, pero muy triste porque es una pérdida irreparable, son momentos muy duros”, ha dicho.
Pablo y Gelete han llegado al tanatorio de Ibiza junto a sus respectivas parejas, Jennifer Palacios y Beatriz Matallana.
 Sin duda, ambas se convertirán en su mejor apoyo para superar el triste fallecimiento de su padre.
 Además, Gelete cuenta con la alegría de su hija Mía, una preciosa niña que hará que sonría a pesar de la tristeza. 
El español Carmelo Ezpeleta, máximo responsable de la empresa que organiza el mundial de motociclismo, ha confirmado en el circuito de Brno, por expreso deseo de la familia, que Ángel Nieto, 12+1 veces campeón del mundo de motociclismo, será incinerado y su funeral se realizará en el mes de septiembre en una fecha todavía por decidir, en Madrid.