Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2017

Paz y amor, verano del 67................................. Diego A. Manrique

El movimiento ‘hippy’ surgió hace 50 años en San Francisco para inspirar al resto del mundo e iniciar una verdadera revolución cultural.

El 7 de agosto de 1967, la subcultura hippy recibió el equivalente de una bendición papal.
 George Harrison hizo una visita rápida al barrio de Haight-Ashbury, en San Francisco.
 Habló con la gente, tocó la guitarra y posó para el fotógrafo que le acompañaba.
De alguna manera, todo aquello también era consecuencia de la beatlemanía: buena parte del rock de San Francisco estaba confeccionado por folkies, músicos de guitarra de palo que se electrificaron tras ver ¡Qué noche la de aquel día! 
 Curiosamente, un año antes, los Beatles habían dado su último concierto en la ciudad californiana, pero entonces viajaban en una burbuja y no se enteraron de lo que allí estaba fermentando.
Digamos que, ya en 1966, cristalizaba una rebelión contra los valores dominantes en la sociedad estadounidense, un rechazo de las instituciones (y si preguntaban los motivos, una respuesta inmediata: Vietnam, una guerra insensata desarrollada por tecnócratas). 
Pero estas posturas no se distanciaban mucho de las de la Nueva Izquierda, afincada en la adyacente Berkeley y otras universidades. Lo extraordinario de San Francisco era la congregación de disidentes dispuestos a explorar nuevas formas de trabajo, de relaciones sexuales, de realización personal.
Sí, tenían conexión con los beats de la era Eisenhower, aunque esos veteranos les miraban con condescendencia.
 Les llamaron hippies con un matiz despectivo, como si fueran una versión degradada de aquellos hipsters retratados por Jack Kerouac y celebrados por Norman Mailer.

Nada de eso molestaba a los hippies.
  En comparación con las pandillas de beatniks, se sabían un movimiento masivo, producto del baby boom de posguerra. 
No habían conocido las estrecheces y se enfrentaban a un futuro donde —según la cantinela de los futurólogos— robots y máquinas harían el trabajo desagradable, convirtiendo la gestión del ocio en un problema central.
 Disponían de una música, una moda, una jerga propias. 
“Una vida mejor gracias a la química”, el lema publicitario de los años cincuenta, se había materializado en la píldora anticonceptiva y en drogas como el LSD, legal hasta octubre de 1966.



 “Una vida mejor gracias a la química”, el lema publicitario de los años cincuenta, se había materializado en la píldora anticonceptiva y en drogas como el LSD, legal hasta octubre de 1966.
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. 
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. AP
 
La joven Judy Smith, en el parque Golden Gate, de San Francisco, el 21 de junio de 1967. AP

Barrio bonito y barato

En San Francisco, se concentraron en Haight-Ashbury, un barrio bonito.
 Y barato: abundaban las casas llamadas “victorianas”, construidas después del terremoto de 1906, ahora desechadas por la clase media con aspiraciones.
 La ciudad siempre presumió de su tradición de tolerancia y eso evitó los automatismos represivos que habrían ahogado proyectos similares en otras latitudes.
 De hecho, el mote de “la generación del amor” fue una ocurrencia del jefe de policía de San Francisco, impresionado ante la elocuencia de sus cabecillas.
Esto es importante. El hipismo tuvo la buena fortuna de contar con gente audaz y preparada.
 Visionarios de la categoría de Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, que difundió el LSD como una experiencia festiva y comunitaria. 
Eficaces organizadores de eventos como Billy Graham, luego principal promotor de conciertos de rock en Estados Unidos.
 Más criaturas voluntariamente marginales, como Augustus Owsley III, fabricante de millones de dosis de LSD de máxima calidad, o Emmett Grogran, inspirador de los Diggers anticapitalistas.

 Y toda una gama de gente que, enfrentada a la artrosis del sistema, tomó decisiones valientes: pensemos en el madrileño Ramón Sender, hijo del exiliado Ramón J. Sender, que invirtió sus escasos ahorros para poner en marcha el San Francisco Tape Music Center, el laboratorio de música electroacústica.
  A primera vista, el Haight-Ashbury de finales de 1966 era un experimento social marcado por la promiscuidad y la abundancia de drogas.
 Esa carnaza, unido a la atractiva estética de sus protagonistas, hizo que funcionara como imán para los medios. 
De rebote, San Francisco se convirtió en una meca para adolescentes frustrados, dispuestos a escaparse de sus casas.
 Fueron los reportajes de prensa y TV los que hicieron la labor de promoción: aunque Jefferson Airplane publicaría sus mayores éxitos (Somebody to love, White rabbit) en 1967, el rock de San Francisco solo lograría impacto nacional tras el Verano del Amor.

Flores en el pelo

Así que las cabezas pensantes se imaginaron cómo sería el verano de 1967 y planearon una respuesta a lo que percibieron como lo que ahora llamaríamos una crisis humanitaria.
 Una oleada de, tal vez, 200.000 personas que vendrían de fuera, dispuestas a sumergirse en un nirvana de paz y amor. 
A diferencia de los nativos, ignoraban que San Francisco tiene un clima húmedo y desapacible. Haight-Ashbury sencillamente no podía absorber semejante invasión.
Mientas Scott McKenzie triunfaba con San Francisco ("asegúrate de llevar flores en tu pelo"), un disco concebido en Los Ángeles, las autoridades locales discutían formas de disuadir aquel turismo no deseado.
 Fue la propia comunidad hippy la que reaccionó ante lo inevitable, con servicios que pretendían paliar el previsible desastre.
 Vía telefónica, el Switchboard proporcionaba información básica. La Communications Company imprimía en multicopista avisos que se difundían por calles y parques.
 Se puso en marcha la Free Clinic que —sin reproches morales— atendía los pasotes de drogas y las enfermedades de transmisión sexual.
 HALO, un colectivo de abogados, ofrecía respaldo legal. Y los Diggers se ocupaban de servir comida, conseguida mediante donaciones o robos.

Todo en un ambiente lúdico, donde circulaban todo tipo de fantasías. 
 Durante unos meses, se difundió el rumor de que las pieles de plátano, convenientemente secadas y trituradas, tenían propiedades alucinógenas. 
 Todavía no se sabe si fue una broma genial o el empeño de algún psiconauta en busca de nuevos colocones.

Epidemia de heroína

Muchos años después, batallones de sociólogos investigaron las dimensiones del Verano del Amor.
 Han comprobado que, en aquellos meses, el Haight-Ashbury era la residencia de unos 7.000 hippies; arribaron entre 50.000 y 70.000 aspirantes a instalarse allí. 
Por muchos pisos francos que funcionaran, la mayoría terminó por dispersarse. 
En general, no fue un gran trauma: coincidió con una creciente atracción por la vida rural, a veces organizada en comunas en los cercanos condados de Marin y Sonoma.
Evitaron así los años de decadencia, marcados por la epidemia de heroína.
 Esquivaron a monstruos como Charles Manson, que convertiría a su Familia en un escuadrón de zombis asesinos.
 No contemplaron la transformación de Los Ángeles del Infierno, motorizados compañeros de viaje, en un implacable grupo mafioso.
Hoy, el hipismo todavía provoca polémica (y enorme furia en la derecha, que en ese momento perdió la hegemonía cultural). 
Resulta cómodo destacar el fracaso de su programa maximalista. Por el contrario, se necesita hacer un esfuerzo para apreciar sus aportaciones al modo de vida actual: la conciencia ecológica, la flexibilidad sexual, el vegetarianismo, el háztelo-tu-mismo que sugerían iniciativas como el Whole Earth Catalog; hasta las reglas que rigen en la World Wide Web tienen raíces contraculturales. Dejando aparte el folclor psicodélico, el mundo de hoy ha asumido mucho del hipismo de 1967. 
Y Haight-Ashbury fue su kilómetro cero.

 

4 ago 2017

Pablo Nieto y su pareja Jennifer Palacios

Gelete y Pablo Nieto: 'Nuestro padre se merece una despedida a lo grande, como él era'.

Pablo Nieto y su pareja Jennifer Palacios

Aunque no hay nada decidido aún, los hijos de Ángel Nieto barajan la posibilidad de hacer 'algo más pequeñito aquí en Ibiza' y ya en septiembre 'hacerle un homenaje bonito en Madrid'.

Gelete y Pablo Nieto han atendido a la prensa a las puertas del tanatorio de Ibiza en el que descansan los restos mortales de su padre. 
Tristes, pero muy agradecidos por el cariño recibido en estos difíciles momentos, han declarado que todavía no saben cómo será el último adiós del campeón del mundo de motociclismo. “Tenemos que reunirnos todos y ver que hacemos”, ha declarado Pablo.
La familia tiene intención de homenajear a Ángel Nieto en Ibiza y en Madrid, pero aún no han concretado nada. 
Mi padre se merece una despedida a lo grande, como él era, para que todo el mundo que quiera pueda estar con él”, ha confirmado Pablo.
De momento, sus seres queridos permanecerán en Ibiza “al menos dos días más”, ya que, según ha dicho Pablo, tienen que hacer la “autopsia” al cadáver al tratarse de un “accidente de tráfico”.
Minutos después de estas declaraciones, han llegado las de Gelete. “Nos vamos a reunir ahora, son momentos muy difíciles, jamás pensé que tendría que organizar esto”, ha manifestado con la voz entrecortada. 
“A mi padre le gustaba Ibiza y Madrid, así que tendremos que hacer algo en los dos sitios”, ha añadido. Aunque aún no hay nada decidido, Gelete se inclina por "hacer algo más pequeñito aquí en Ibiza” y ya en septiembre “hacerle un homenaje bonito en Madrid con la colaboración de las instituciones de este país”. 
Al margen de los detalles del último adiós del campeón de campeones del mundo del motociclismo, Gelete ha recordado a su padre como “un tío muy risueño, divertido y muy cercano”. “Estoy emocionado, pero muy triste porque es una pérdida irreparable, son momentos muy duros”, ha dicho.
Pablo y Gelete han llegado al tanatorio de Ibiza junto a sus respectivas parejas, Jennifer Palacios y Beatriz Matallana.
 Sin duda, ambas se convertirán en su mejor apoyo para superar el triste fallecimiento de su padre.
 Además, Gelete cuenta con la alegría de su hija Mía, una preciosa niña que hará que sonría a pesar de la tristeza. 
El español Carmelo Ezpeleta, máximo responsable de la empresa que organiza el mundial de motociclismo, ha confirmado en el circuito de Brno, por expreso deseo de la familia, que Ángel Nieto, 12+1 veces campeón del mundo de motociclismo, será incinerado y su funeral se realizará en el mes de septiembre en una fecha todavía por decidir, en Madrid.

 

 

James Franco y Diego Lerman competirán por la Concha de Oro en San Sebastián

El certamen anuncia nueve películas que se incorporan a su competición oficial.

Bárbara Lennie, en un fotograma de 'Una especie de familia', de Diego Lerman.
Bárbara Lennie, en un fotograma de 'Una especie de familia', de Diego Lerman.
En el goteo con el que el festival de San Sebastián anuncia su sección oficial, hoy ha llovido más información.
 El certamen ha desvelado nueve películas de cineastas extranjeros que se suman a las tres españolas ya anunciadas y al nuevo filme de Wim Wenders, en la competición por la Concha de Oro.
 Quedan, eso sí, nuevas incorporaciones que se conocerán en las próximas semanas.
 De momento, el nombre más conocido por el gran público es el del actor y director estadounidense James Franco, que llevará a Zinemaldia The Disaster Artist, “que narra el rodaje de la considerada mejor-peor película de la historia, The Room (Tommy Wiseau, 2003), que ha acabado convirtiéndose en un filme de culto”, según un comunicado de la organización.

Además, el festival, que se celebra del 22 al 30 de septiembre, acogerá el nuevo filme del argentino Diego Lerman, Una especie de familia, protagonizado por Bárbara Lennie.
 Lerman, que ha proyectado sus obras en Venecia y Cannes, vuelve así al certamen español, al que ya llevó La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014).
“Una especie de familia comparte similitudes temáticas con Love me not, la cuarta película de Alexandros Avranas (Larissa, Grecia, 1977), que obtuvo el Oso de Plata al mejor director en Venecia por Miss Violence (2013)”, apunta el festival. 
El griego optará a la Concha de Oro con la historia de una pareja que contrata a una joven inmigrante como vientre de alquiler.
Otro cineasta estadounidense, Matt Porterfield, presentará en San Sebastián Sollers Point
El director, celebrado en Sundance hace tres años con I Used to Be Darker, desarrolla ahora una trama centrada en un traficante de drogas que se encuentra en arresto domiciliario.
Aunque tal vez el nombre de Olivier Nakache y Éric Toledan no suene a muchos cinéfilos, hay millones de espectadores que sí han visto su película Intocable. 
El filme más taquillero de la historia de Francia pasó por San Sebastián en 2011, pero no optó a la Concha de Oro.
 Esta vez, los dos cineastas sí compiten, por primera vez, con Le sens de la fête / C’est la vie!, una comedia ambientada en una boda en un castillo francés del siglo XVIII.

“Soldaţii. Poveste din Ferentari / Soldiers. Story from Ferentari es el debut en el largometraje de ficción de Ivana Mladenovic (Kladovo, Serbia, 1984).
 La coproducción de Rumanía, Serbia y Bélgica cuenta la historia de un joven antropólogo que se traslada a Ferentari, el barrio más pobre de Bucarest, para escribir un estudio sobre la música pop de la comunidad romaní”, afirma el festival en su comunicado.
La actriz, guionista, productora y directora austríaca Barbara Albert (Viena, 1970) regresa a la Sección Oficial con Licht / Mademoiselle Paradis, sobre una pianista ciega.
 La creadora ya ha desfilado con sus obras por el festival de Locarno o la Mostra de Venecia, y en 2012 compitió en San Sebastián con Die Lebenden / The Dead and the Living (2012).
Nobuhiro Suwa (Hiroshima, Japón, 1960) propone The Lion Sleeps Tonight (El león duerme esta noche) sobre el peculiar encuentro entre un veterano actor (Jean-Pierre Léaud) y un grupo de niños, aprendices de cineasta, en una casa abandonada.
 A falta de más anuncios, son 15 los títulos de Sección Oficial ya confirmados. Submergence (Inmersión), de Wim Wenders, inaugurará el festival y participará en la competición. El autor, de Manuel Martín Cuenca, Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi, y Life and Nothing More (La vida y nada más) de Antonio Méndez Esparza también optarán a la Concha de Oro; Marrowbone (El secreto de Marrowbone) de Sergio G. Sánchez, y la serie de televisión La peste, de Alberto Rodríguez, participarán fuera de concurso; y Morir, segunda película de Fernando Franco tras La herida, se verá en una proyección especial.

Las mujeres que aman a los hombres que matan Publicado por Bárbara Ayuso


Richard Ramírez durante su juicio en 1985. Fotografía: Corbis.

«Viva Satán», vociferó. 
Y ella se deshizo en el asiento, mirando al hombre al que entregaría su virginidad en cuanto el Tribunal dictara sentencia. 
 Estaba orgullosa y ansiosa. Dentro de poco podría poner la alianza de matrimonio en esas manos que meses atrás le habían arrancado los ojos a una mujer antes de violarla, las mismas que desmembraron y asesinaron a otra decena, incluidos niños.
 Los detalles se atropellaban en el periódico: las vísceras, el ritual satánico, el relato del macabro «Merodeador Nocturno» y su espeso reguero de sangre.
 Pero ella solo veía los profundos ojos negros de la fotografía que parecía observarla desde esas mismas páginas: Richard Ramírez, asesino en serie.
 Y su futuro marido. 
Le había enviado setenta y cinco cartas a la cárcel, confesándole su idolatría.
 Eran pocas, en realidad. 
 Otras habían sobrepasado la centena, llenando sacos y sacos de encendidas misivas remitidas hasta la prisión californiana de San Quintín. 
Pero la había elegido a ella, Doreen Lioy, que ese 20 de septiembre de 1989 le vio en persona por primera vez, mientras el jurado pronunciaba el «culpable» y le sentenciaba a la cámara de gas.
 Su nido de amor sería el corredor de la muerte.
Groupies de los psicokillers, admiradoras de carniceros, Eloísas encandiladas por Abelardos ensangrentados.
 Las que en lugar de huir del que porta el cuchillo, corren hacia él. Ellas siempre aparecen, da igual la atrocidad de los crímenes o la voracidad del depredador.
 Un día, cuando esté entre rejas, un sobre desde algún lugar romperá las barreras de la celda para susurrarle al asesino palabras de amor y devoción.
 Y después de ese, otro y otro más. 
Desde Charles Manson hasta Joseph Fritzl, los buzones de los peores criminales de la historia se han visto rebosados por una corte de aficionadas, mujeres fascinadas por la oscuridad de estos seres exponentes de lo peor del ser humano. 
Pero ellas no tienen ninguna inclinación al crimen, ni fantasean con continuar el legado sanguinario del monstruo: quieren amarle, cuidarle, acostarse con él. 
Casarse. Por eso les envían su ropa interior, sus mejores fotografías, versos garabateados para ser refugio del convicto. 
Besos de carmín enmarcando sus intimidades de tinta.
 A veces creen firmemente en su inocencia, otras da igual.
 Ya conocen su necrófilo historial, o a cuántos niños enterró en el patio del jardín.
 Quieren que, de entre todas las cartas, elijan la suya.
 Recibir una respuesta aceptando la visita en prisión, para quizás así poder mirarle a través del cristal y constatar que del otro lado no habita el mal, sino la que en adelante será la razón de su existencia.
La psicología aún no ha dado con el porqué.
 Con la causa común que ha llevado a centenares de mujeres a dejarlo todo para amar a la bestia. 
Son abogadas, camareras, arquitectas, jóvenes, viejas, de alto y bajo nivel adquisitivo.

 Las hay con historiales de abusos en la infancia, pero también con expedientes psicológicos impecables y vidas trazadas en la pulcra normalidad. 
El único patrón es que no hay patrón. El criminalista francés Edmond Locard bautizó este trastorno como enclitofilia, una inclinación por liberar al hombre cuyos crímenes le han catapultado al estrellato del horror. 
 Otras veces, esta propensión ha acabado en la lista de parafilias bajo el nombre de hibristofilia, como la definió el sexólogo John Money:
 «En ella, la excitación sexual y la facilitación y logro del orgasmo dependen de estar con una persona que sepan que ha cometido un atropello o delito como la violación, el asesinato o el robo a mano armada», asegura. 
Una de las escasas evidencias es que no hay reflejo del lado opuesto, y se trata de una inclinación que se da casi en exclusiva en mujeres. 
Otra, que el imán es la violencia contra el individuo —especialmente mujeres—, lo que las atrae, ya que los asesinos de masas no acostumbran a ser objeto de esta fascinación. 
Tan incognoscible es la respuesta al porqué que incluso revienta las costuras del determinismo evolucionista que preconiza que las féminas se ven atraídas por el macho más dominante de la manada. No es la dominación lo que las arrastra sin remedio, sino el más puro y genuino mal. 
El olor de la sangre.
Tampoco existen cifras fiables de a qué número de mujeres afecta esta patología o inclinación por involucrarse sentimentalmente con el asesino.
 Pero sobran estimaciones para el escalofrío: solo en el Reino Unido se calcula que más de un centenar de mujeres han iniciado relaciones con sádicos homicidas que cumplen pena en EE. UU.
 El nivel de devoción y sacrificio que exhiben es nitroglicerina para la comprensión, ya que un gran número llega a abandonar su país, vender su casa y pertenencias para cruzar el océano e instalarse en las medianías del edificio alambrado desde donde su amado responde las cartas, los e-mails o acaramela la voz a través del auricular.
La relación que se adivina entre la atrocidad de los crímenes, su publicidad y la atracción que generan difícilmente podría ser más perversa, por proporcional. 
La comunicación global no solo ha difundido las violaciones de un loco en un pequeño pueblo de Texas por todo el mundo, sino que también ha brindado a las hibristofílicas nuevas vías de acceso hasta su objeto de deseo.
 Pocas escriben ya a los diarios solicitando contactar con el asesino cuyo rostro está omnipresente en los telediarios. 
Ahora encuentran en Internet más de cuarenta webs dedicadas en exclusiva a conectar a convictos con admiradoras, una red articuladísima con una eficiencia estremecedora.
 Ellos cuelgan su fotografía, su fecha estimada de liberación, la prisión en la que se marchitan y un relato escabroso de sus crímenes. 
Ellas bucean por el retrato desnudo y culposo de las puñaladas, los secuestros y las mutilaciones.
 Saltan de ficha en ficha hasta que dan con el adecuado. 
 Una subasta online de depravación en la que el espécimen más inhumano es el más cotizado.
Después llega la correspondencia cruzada, las visitas entre los muros. 
El construir un romance que a veces ni siquiera llega al piel con piel, como en el caso de Richard Ramírez y Doreen Lioy, que solo pudieron consumar su matrimonio con un casto beso en los labios. Ella de blanco, él de naranja carcelario. 
Otros, como Ted Bundy, uno de los criminales más letales y oscuros del siglo xx, se las apañan para dejar descendencia.
 Antes de morir en la silla eléctrica por el asesinato de un centenar de mujeres —cuyos cadáveres ni siquiera pudieron ser recuperados—, contrajo matrimonio con Carol Ann Boone, a quien las crónicas atribuyen un hijo o hija que hoy debería tener treinta y dos años.
 Pero aunque ella declaró a su favor en el juicio, en algún momento el macabro embrujo se desvaneció y Carol le vio como el monstruo que en realidad era. 
Simplemente, desapareció. Tuvo tiempo, a diferencia de las hermanas australianas Avril y Rose, cuya trágica historia quedó inmortalizada en el libro de Jacquelynne Willcox-Baily, Dream Lovers.
 Cuando rondaban los cincuenta, ambas se divorciaron de sus maridos para iniciar relaciones con sendos convictos. 
Les acompañaron durante toda su condena, cegadas por la defensa de su inocencia y soñando con el porvenir que les esperaba al franquear las puertas de la prisión.
 El que nunca llegó, porque una semana después Avril moría a martillazos y Rose era mutilada por su nuevo marido.

Sus lámparas blancas se apagaron en el charco de sangre.
 Y es que, la interpretación más amable de estas patologías también ha recibido el nombre de síndrome de Florence Nightingale, conocida como «la dama de la lámpara».
¡Mirad! En aquella casa de aflicción
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las vacilantes tinieblas
y se desliza de sala en sala».
(Henry Wadsworth Longfellow, «Santa Filomena», dedicado a Nightingale).

De acuerdo con ella, la pulsión que late en estas mujeres es la de convertirse en la antorcha que guíe al extraviado, abriendo las tinieblas para que pase el amor. 
Quieren ser, en esencia, el ángel salvador que les redima de sus atrocidades.
 Como hizo Nightingale, madre de la enfermería moderna, que tras la guerra de Crimea serpenteaba entre los catres durante la noches, tratando de aliviar la carga del enfermo.
Pero quien ha mirado a los ojos a una treintena de estas protagonistas de romances carcelarios no ha detectado esa concepción del amor como autoinmolación.
 De la experiencia de la periodista Sheila Isenberg se extrae una conclusión diferente de por qué estas se aproximan al sadismo y la oscuridad: el apetito de notoriedad.
 «Si escribes una carta a Brad Pitt es probable que no te conteste. Charles Manson, sí», asegura.
 Muchos criminólogos concuerdan con esa teoría, que sostiene que el foco de atracción es la celebridad del asesino más que sus crímenes.
 Conjetura que explicaría por qué la mayoría de mujeres que buscan marido tras los barrotes seleccionan a aquellos con quien jamás podrán sentarse en el sofá de un hipotético hogar.
 Los de la milla verde. Aquellos con quien quemarán horas, pero bajo estricta vigilancia; estableciendo una relación compacta y segura en la que siempre sabrán donde encontrar a su Romeo sanguinario.
 Quizá por eso, la mayor parte de misivas desesperadas a los asesinos en serie de la cárcel de San Quintín arriban desde Alemania y Gran Bretaña, donde no existe la pena de muerte.

El 5 de diciembre de 2005, el presentador estadounidense Larry King hizo la pregunta que palpitaba en la mente de todos los espectadores, que por primera escuchaban de viva voz a quien había escogido amar a un asesino.
 «¿Qué te hizo sentirte atraída por alguien que sabías a ciencia cierta que había hecho las salvajadas que había hecho?».
 La destinataria de la pregunta era una mujer rubia, de innegable atractivo.
 Joven, de sonrisa franca: Tammi.
 Una mujer que años atrás había visto en televisión el rostro de los hermanos Menéndez, quienes entraron en el dormitorio de sus padres en Beverly Hills y los asesinaron a bocajarro con una escopeta.
 Ella se fijó en Erik, y le escribió.
 La historia acabó en una boda telefónica con un twinkie como pastel nupcial. «Pensé que él era diferente. Solo quiero dejar claro que si él hubiera sido un asesino en serie o alguien que matara en la calle arbitrariamente, creo que nunca le habría escrito.
 Me di cuenta de que algo debería estar realmente mal para matar a sus padres, y creo que por eso mi corazón cayó prendado de él», contestó a King.
 En su libro Nos dijeron que nunca lo lograríamos detalló cómo es ser la esposa de un condenado a cadena perpetua, con quien jamás se acostará y a quien asegura haber perdonado el parricidio.
 Pero ni las agudas interpelaciones del presentador ni su relato en primera persona podían ser suficientes para responder a ese gigante porqué.
 Por qué amar a quien ha sido capaz de lo peor.
 Por qué escribir la primera carta y conducir ciento cincuenta kilómetros cada fin de semana para sentarse en una fría sala de espera, para que tu hija llame «Papá Tierra» al hombre que mató a los suyos y culpó a un ladrón.
Anthony Perkins en Psicosis, 1960. Fotografía: Paramount Pictures.

Complejo de salvadora, ansias de notoriedad o atracción enfermiza por el mal. Masoquismo. 
Aberración. Negación de la realidad o simple locura. Groupismo psicokiller
 Qué resorte se activa en el cerebro de estas flores raras para buscar aliento en el mal es una incógnita tan grande como el mal mismo. Y de este lado, solo hay quizás.
 Quizás sus historias de amor sean como la planta de invernadero, que germina en habitaciones sin ventanas al calor del artificio. Entre los muros alambrados.
 Lo que no es cierto es que los forajidos tocan en un lugar profundo del alma de todas las mujeres, cante lo que cante Waylon Jennings
Sigue habiendo una distancia entre ellas y nosotras que mejor mantener tal como está. 
Por si acaso Borges sí tenía razón y la única manera de entender la distancia que nos separa de ellos es uniéndonos a ellos.