Las marcas más cool han convertido al vestido vintage por excelencia en la prenda fetiche del momento.
Su curioso origen no tiene nada ver con el verano: se llevaba para tomar el té.
Por su escote en pico, las mangas o el talle ajustado es imposible no rescatar de la memoria las fotos de tu abuela en su juventud.
Y es precisamente ese vestido delicado el que han decidido convertir las marcas más imitadas del momento en el fetiche del verano.
Tras haber llevado sus cómodos zapatos, no era de extrañar que acabásemos por desempolvar del armario de la yaya el llamado ‘tea dress’, una de sus prendas más versátiles y favorecedoras.
Firmas como Reformation lo saben muy bien: más allá de sus invitadas de boda, la enseña norteamericana propone creaciones con las que no es difícil imaginarse por la campiña francesa o disfrutando del ‘dolce far niente’.
Además de los tonos lisos, incluye el omnipresente vichy y deliciosos estampados como lunas o cerezas.
Las it-girls y sus respectivas marcas también han sabido ver el filón en el vestido de abuela.
Las flores y los lunares son dos motivos presentes en las prendas de Réalisation, al igual que los diseños que se pueden encontrar en la tienda online de Rouje.
Desde su firma, Harley Viera-Newton ha conseguido que celebrities como Selena Gómez, Katy Perry o Emily Ratajkowski no se quiten sus piezas caracterizadas por pequeños y coloridos ‘prints’ retro.
Aunque más tímidamente, el low-cost también ha querido apostar al caballo ganador con vestidos lisos y estampados que pueden encontrarse en Zara, Mango o Topshop.
Los 40, sus años dorados
La década de los 40 supuso una de las épocas más significativas para el tea dress.
En Making vintage 1940’s clothes for women, Sarah Magill explica que los ‘tea dresses’ incluían una pieza de tela a la cintura que unía la falda y el cuerpo del vestido, a veces “fruncidos”.
Este diseño varía influido en enorme medida por la Segunda Guerra Mundial, que acabó por dar forma a esos vestidos de Marilyn Monroe, Rita Hayworth o Liz Taylor.
En 1940 entró en vigor la limitación de suministros, que regulaba la cantidad de tejido que se podía utilizar en la producción textil. Con las cartillas de racionamiento y los cupones presentes, se creó una una moda utilitaria de inspiración militar cuya máxima aspiración era ser práctica.
Hasta la Cámara de Comercio británica pidió a la Sociedad de Diseñadores de moda de Londres su colaboración para crear una línea utilitaria a fin de convencer a las mujeres de que la austeridad podía ser chic.
Norman Hartnell, el maestro del armario real de la reina Isabel II, fue uno de los creadores que acabó diseñando elegantes vestidos utilitarios.
Entre las medidas, se prohibieron las cremalleras, que se sustituyeron por corchetes o ganchos, se acortaron las faldas y se utilizaron estampados pequeños para hacer casar más fácilmente las costuras, lo que permitía ahorrar metros de tela.