Después de
una década padeciendo la enfermedad, Marcos denunció "las crueles"
leyes que le sometían a "un ensañamiento terapéutico cruel".
Luis de Marcos ha fallecido a los 50 años después de una década
padeciendo esclerosis, una enfermedad que le dejó postrado en la cama
hace casi cuatro años. Marcos sufría "dolores insoportables", como contó
el mismo en una petición en la plataforma Change.org en la que pidió en mayo pasado la legalización de la eutanasia para poder morir dignamente. "Las leyes actuales me obligan a pasar por un calvario que ni quiero,
ni puedo aguantar, ya que no me permiten acceder a la eutanasia que es
lo único que me puede sacar de la tortura que estoy viviendo", lamentaba
el paciente. "Los políticos, con sus peleas infantiles, con sus
hipócritas intereses, su desidia contagiosa y sus privilegios
insoportables, han conseguido que en los últimos 40 años miles de
enfermos desahuciados hayan tenido que sufrir hasta la extenuación y
cometer o hacer cometer delitos, arriesgándose a sufrir envenenamientos ellos y penas de cárcel sus colaboradores. Agonía sobre agonía, en definitiva". Las "crueles" leyes vigentes, insistía, le acorralaban con un
"ensañamiento terapéutico" sobre el que él no tenía ningún control. "Por
eso pido que se legalice la eutanasia, que se pueda poner fin a una
existencia que no es vida. Y me dejen morir de forma controlada, en paz,
con mis seres queridos, con la ayuda de especialistas que ayuden a que
el adiós sea lo menos doloroso posible".
Rechazo del Congreso
Unidos Podemos presentó una proposición de ley para permitir la eutanasia, garantizar su práctica en toda España y despenalizar su práctica por parte de los médicos, que fue rechazada el pasado mes de marzo. Votaron en contra 131 diputados del PP, Foro Asturias y UPN, y se
abstuvieron PSOE, Ciudadanos, PdeCAT y Nueva Canarias. Votaron a favor,
con 86 votos que no fueron suficientes, Unidos Podemos, ERC, PNV y el
Grupo Mixto. El Parlamento sí decidió admitir a trámite una proposición
de ley de Ciudadanos sobre muerte digna que solo contempla los cuidados paliativos -recogidos en buena parte de las legislaciones autonómicas-, no la decisión del pactiente de poner fin a su vida. Asun, esposa de Marcos, ha pedido este miércoles en cadena SER
que se reconsidere la legislación. "Solo tengo palabras de
agradecimiento para el hospital en el que hemos estado desde el 7 de
julio. Espero que nadie pase por el calvario que ha pasado Luis, le haya
costado tanto irse y dejar esta vida, ha sido un infierno. Eso no es
propio de este tiempo, hay que hacer algo con la ley", ha dicho en los
micrófonos de la radio. En la misma cadena ha compartido una última carta que Marcos le pidió
que hiciese pública. "Cuando lean esta carta yo me habré ido", arrancaba
el escrito. "Simplemente quiero decir que creo que venimos al mundo con
alguna misión, para desempeñar algún papel y a mí me ha tocado sufrir
una enfermedad que me ha llevado a luchar por uno de los derechos más
básicos. Ahora tengo plena conciencia de que el mínimo exigible a una
sociedad desarrollada, civilizada y moderna es el derecho al suicidio
asistido. Ojalá podáis tener esa salida si llegáis a necesitarla",
añadía.
Marta del Castillo, una joven sevillana de 17 años, desapareció en 2009. Su exnovio, Miguel Carcaño, confesó el crimen. Pero aún no se sabe cómo
la mató, quiénes participaron ni, sobre todo, dónde está el cuerpo.
DONDE ESTÁ EL cadáver, comisario?
Hace ocho años y siete meses que mataron a Marta del Castillo. La joven, de 17 años, salió a media tarde del sábado 24 de enero de
2009 de su casa del barrio de Tartessos, en Sevilla, para dar un paseo
con su antiguo novio, Miguel Carcaño,
de 19. Al percatarse de que no había regresado, el padre de Marta
primero y la policía después preguntaron a Miguel si sabía dónde estaba. El joven aseguró que la había recogido en moto, que habían dado un
paseo por Triana y que, sobre las nueve de la noche, la había vuelto a
dejar en la puerta de su casa. Lo último era mentira, aunque durante tres semanas pareció verdad
por el testimonio de una vecina del edificio que declaró, de forma
categórica, haberla visto en el portal a eso de las 21.15. “Lo recuerdo
perfectamente”, dijo la mujer, “porque yo estaba sacando del coche las
bolsas de Ikea y tenía prisa por subir a casa para ver en Canal Sur el
programa Se llama copla”.
Pero no era Marta, porque Marta, a esa hora, ya estaba muerta.
“Nadie se puede colgar una medalla, pero tampoco fue un fracaso”, dice el fiscal. “La policía se esforzó al máximo”
—La equivocación de aquella mujer —se lamenta el comisario mientras
apura la segunda caña de cerveza en una terraza del barrio de Los
Remedios— fue fatal para la investigación. Miguel Carcaño dispuso de
mucho tiempo para matarla, limpiar la escena del crimen con ayuda de sus
amigos y deshacerse del cadáver. No lo pudimos detener hasta tres
semanas más tarde y luego ya se sabe lo que pasó. —¿Qué pasó?
—Lo interrogamos durante 14 horas seguidas y confesó que la había
matado, pero luego nos fue enredando en mil versiones diferentes para no
decirnos dónde tiró —o tiraron, porque no pudo hacerlo él solo— el
cadáver de Marta.
—Y entonces, comisario, ¿dónde está el cadáver?
—No lo sé. Pero yo creo que aquella noche del interrogatorio, sobre las
cinco de la madrugada, estuvo a punto de decírnoslo, pero sucedió algo
que…
—¿Qué sucedió? No ha habido un día desde aquel 24 de enero de 2009 en que el
comisario no haya buscado una explicación para alguno de los muchos
cabos sueltos de aquella investigación. Ni él ni nadie entiende cómo
Miguel Carcaño y sus dos amigos —Samuel Benítez, de 20 años, y Francisco
Javier García, alias El Cuco, de 15—, tres chavales de barrio,
curtidos en la calle pero sin antecedentes penales ni fama de macarras,
se las ingeniaron para tejer una red de mentiras y medias verdades en
la que fueron quedando atrapados los policías, el fiscal, el juez. Sí es verdad que hubo un juicio y que, basándose en su confesión, Miguel
Carcaño fue condenado a 20 años de prisión por asesinato, pero las
respuestas a las tres preguntas clave —aquellas que no dejan dormir
desde hace ocho años y siete meses a los padres de Marta— siguen estando
en blanco: ¿cómo fue asesinada Marta del Castillo?, ¿quiénes —además
del asesino confeso— participaron en el crimen? y, sobre todo, ¿dónde
está el cadáver?
Aquella tarde de enero, Marta del Castillo se despidió por la red social
Tuenti de su amiga Silvia Fernández porque Miguel Carcaño, con quien
había estado ennoviada unos meses antes, la estaba esperando en el
portal y tenían que hablar de algo: “Gordaaa t djo q sta l migue abajo y
voy a abal con el luego t llamo y t cnto tQ”. También Antonio del
Castillo, el padre de Marta, se encontró a Miguel en la puerta: “Me dijo
que iban a dar un paseo por Triana y que volverían pronto”. Por eso, en
cuanto pasaron las horas y la joven no regresaba, Miguel empezó a
recibir llamadas que preguntaban por Marta. Su versión siempre fue la
misma: “Hemos estado dando una vuelta por Triana y luego la he dejado en
su casa”.
Desde hacía un tiempo, Miguel Carcaño, huérfano de un padre que lo
abandonó de pequeño y de una madre que pasó sus últimos años en una
silla de ruedas, vivía en Camas, un pueblo a las afueras de Sevilla, en
casa de su nueva novia, de 15 años. Su antiguo piso, un bajo en el
número 78 de la calle de León XIII, solo lo utilizaba de forma
esporádica y bajo la supervisión de Francisco Javier Delgado, hermano
por parte de madre y 20 años mayor que él. El padre de Marta, a quien
Miguel nunca le inspiró confianza, sabía la dirección de aquella casa y
por eso la noche de la desaparición se acercó hasta allí, llamó al
timbre y hasta aporreó una ventana porque le pareció ver una luz
encendida en el interior. Nadie contestó. Desesperado, temiéndose lo
peor, a las dos de la madrugada del domingo abordó a un patrullero de la
policía y pidió ayuda. Los agentes le contestaron que poco podían
hacer. Hasta que no pasaran unas horas, Marta solo sería una joven de
tantas que decide prolongar un rato más la noche del sábado. Pero Antonio del Castillo sabía, y las horas, los días, las semanas,
los meses y los años se empeñarían en darle fatalmente la razón, que si
Marta, su Marta, no había vuelto a la hora pactada, era porque algo malo
le había sucedido. Dos días después, Marta del Castillo seguía sin aparecer. Y Sevilla
se echó a la calle. Desde aquel momento, las cámaras retransmitieron
cada detalle de la búsqueda de Marta, de la detención de los presuntos
malhechores, de los dos juicios —el de menores que condenó a El Cuco por
encubrimiento y el de Miguel Carcaño por asesinato—, de las búsquedas
infructuosas del cadáver de Marta, de la desesperación de los padres. La
ciudad se convirtió en un plató y aquellos tres chavales de barrio se
sintieron protagonistas. Dice Inmaculada Torres, una de las abogadas de
la familia Del Castillo, que “Miguel Carcaño, Samuel Benítez y El Cuco
pasaron de ser gente que no le importaba a nadie a ser héroes. Se
formaron incluso grupos de admiradoras en Facebook. El Cuco le llegó a pedir a la madre que le llevara rímel a comisaría porque iba a salir en televisión…”.
Miguel Carcaño con Marta del Castillo cuando eran novios.
Tantos años después, el fiscal Luis Martín Robredo, uno de los más
veteranos en los juzgados de Sevilla, sigue haciéndose una pregunta:
“¿Por qué aquel caso fue tan mediático?”. El fiscal dice “aquel caso”
porque, para él que lo investigó, el asunto quedó zanjado una vez que se
dictó sentencia, a pesar de que muchas de las preguntas siguen sin ser
contestadas. “Las desapariciones son frecuentes”, explica, “pero solo en
algunos casos, como este de Marta del Castillo o aquel más reciente de
Diana Quer en Galicia, alcanzan tanta relevancia mediática. Es verdad
que, desde el momento en que no se ha encontrado el cadáver ni
seguramente llegamos a condenar a todos los culpables, aquí fallamos
todos. Nadie se puede colgar ninguna medalla, pero tampoco fue un
fracaso. La policía se esforzó al máximo. Y al menos el asesino está en
la cárcel”. Un asesinato sin cadáver y un asesino joven, guapo y hasta
educado —“nunca me pareció un psicópata, no tenía esa mirada fría, sin
arrepentimiento, de los atracadores de bancos”, puntualiza el fiscal— que actuó desde el principio con gran frialdad y
que supo rentabilizar sus grandes y sucesivos golpes de suerte. Su
primera baza fue el testimonio erróneo de la vecina que creyó ver a
Marta en el portal a las nueve de la noche. “El antiguo novio fue desde
el primer día nuestro principal sospechoso”, explica el comisario, “pero
la declaración de la vecina paralizó la detención hasta que, 20 días
después de la desaparición, la policía científica encontró restos de la
sangre de Marta en una cazadora de Miguel Carcaño”.
—Lo detuvimos y lo llevamos a comisaría. No tardó en confesar que
había discutido con Marta en el piso de la calle de León XIII y que la
había matado golpeándola en la cabeza con un cenicero de cristal grueso. Según su confesión, el cenicero de cristal tenía grabado el nombre
del bar Nocturnidad y Alevosía. “Las mentiras empezaron”, explica el
comisario, “cuando le preguntamos cómo se había deshecho del cadáver. En
un primer momento nos dijo que lo cargó en la moto él solo. Bajamos al
patio de la comisaría, le pusimos una moto delante y le dijimos que nos
lo demostrara. Era incapaz. Luego dijo que con la ayuda de Samuel.
También le demostramos que era mentira…”. Las mentiras de Carcaño se
convirtieron pronto en la columna vertebral del proceso y de los
programas de televisión. La policía, el juez y el público —no hay que
olvidar que los focos seguían encendidos— no alcanzaban a entender por
qué Carcaño y sus cómplices ofrecían una versión y enseguida otra
distinta sin que los investigadores encontraran un tamiz adecuado para
separar la verdad de la mentira. “En todas las versiones de Carcaño”,
asegura la abogada Torres, “hay algo de verdad. Habría que separar los
datos que son ciertos de cada una de las versiones y juntarlos como en
un puzle”. Nadie fue capaz de armar el rompecabezas. Hay piezas que faltan y
otras colocadas a propósito para que las demás no encajen. En muy pocos
meses, Carcaño ofreció seis versiones diferentes y añadió una séptima en
la primavera de 2013, cuatro años después del crimen.
Si bien en ninguna de ellas ofreció el dato fundamental, aquel que
permitiera a los padres dar sepultura a su hija asesinada, los
investigadores siguen convencidos de que el joven siempre actuó
siguiendo un guion, aunque tal vez no siempre lo escribiera él. Nada más
ser detenido, y ante la evidencia de la sangre de Marta en su cazadora,
confesó que la había matado y que tiró sus restos al Guadalquivir. El
joven permaneció durante las 72 horas preceptivas detenido por la
policía, que luego lo puso a disposición del juez de instrucción
Francisco de Asís Molina, quien desde ese momento asumió todos los
interrogatorios, lo que provocó el primer enfrentamiento entre el
magistrado y uno de los jefes de la investigación. —¿Me está diciendo, inspector? — preguntó el juez Molina a uno de los policías—, ¿que usted interroga mejor yo?
—Sí, señoría, eso le estoy diciendo.
Miguel Carcaño en 2014. Javier Cebollada (EFE) El día 17 de febrero de 2009, cuatro días después de ser detenido,
Miguel Carcaño es conducido a su piso de la calle de León XIII para, en
presencia del juez, hacer la reconstrucción de los hechos. El lugar está
lleno de gente que grita asesino y que intenta romper el cordón
policial para agredir al sospechoso. Las imágenes de lo que ocurre
dentro no trascienden hasta varios años después. Se ve a Carcaño
tranquilo, con rostro cansado y barba de varios días. Pero lo que más
llama la atención es su aplomo. Mira al juez con respeto, pero sin bajar
la vista. Juez: “¿Nos puede ahora situar por favor dónde estaba usted y dónde
Marta en el momento en que se produjo la agresión? Para ello va a pasar
una señora que es policía y va a situarse donde usted le diga que estaba
Marta el día de los hechos. ¿De acuerdo?”. Carcaño: “Estábamos más o menos aquí y estábamos discutiendo. Y una
de las veces cogí el cenicero y le pegué así. Yo no hice fuerza. Nada
más fue cogerlo y hacer así”.
Carcaño levanta su mano derecha y simula la agresión varias veces.
“Le pegué por esta parte de la cabeza”. Su voz es tan tranquila como su
gesto. La cámara registra la habitación del joven. Una de las paredes
está cubierta con una bandera de ron Cacique y una bufanda del Sevilla
Fútbol Club. El asesino confeso describe la posición en que quedó el
cuerpo de Marta tras caerse. La agente que hace de doble de Marta espera
instrucciones tumbada en el suelo. En el mismo lugar donde Marta cayó y
que fue limpiado a conciencia la misma noche del crimen, seguramente a
la misma hora en que Antonio del Castillo aporreaba la ventana de la
casa buscando a su hija. Algunas personas que, en las horas siguientes a la desaparición,
estuvieron en casa de Carcaño declararon después ante la policía que
habían notado un fuerte olor a lejía y a productos de limpieza.
Algunas personas que, en las horas siguientes a la desaparición,
estuvieron en casa de Carcaño declararon después ante la policía que
habían notado un fuerte olor a lejía
Juez: “Y la sangre, ¿dónde la tenía?”. Carcaño: “Por aquí [y señala el lado izquierdo de la cabeza de la agente]. Le toqué aquí y me manché las manos”. Durante la reconstrucción, Miguel Carcaño apuntala su primera
versión: tras asesinar a Marta, llamó a sus amigos Samuel y El Cuco para
que le ayudaran. “Cuando entró Samuel”, dijo, “vio el cuerpo de Marta y
me empezó a recriminar por lo que había hecho”. Carcaño dice que, con
ayuda de sus amigos, cargan el cuerpo de la joven en la antigua silla de
ruedas de su madre, lo meten en un coche y lo tiran al río.
Justo un mes después, el 18 de marzo de 2009, la escena se repite.
Carcaño es conducido a su antiguo piso para que vuelva a hacer la
reconstrucción del crimen. Ahora aparece afeitado y con mejor aspecto. Las preguntas del juez Molina son las mismas, pero las respuestas son
radicalmente distintas. Sin que se sepa por qué, sin ningún tipo de
presión policial —los agentes ya no tienen acceso a él—, Carcaño ha
pedido declarar ante el juez para cambiar su versión de los hechos. Ya
no cuenta que en un rapto de ira mató a su exnovia. El nuevo relato es
espeluznante. Dice que entre él y El Cuco violaron a Marta después de
golpearla, meterle un calcetín en la boca para que no gritara y
maniatarla con cinta aislante. Tras la violación, explica, El Cuco
estranguló a Marta con un cable eléctrico y se aseguraron de que estaba
muerta con el medidor de la presión arterial que utilizaba su madre. La
reconstrucción demuestra que los hechos difícilmente sucedieron como los
está contando. Cuando el juez se lo hace notar, Carcaño baja los ojos:
“No estoy mintiendo. Es que estoy nervioso…”.
Antonio del Castillo, padre de Marta, en una de las
operaciones de búsqueda de los restos de su hija, el pasado 25 de mayo
Pepo Herrera La primera pregunta es obvia: ¿por qué Carcaño, una vez confesado el
asesinato, se autoinculpa además de violación? Tanto la abogada
Inmaculada Torres como los investigadores están convencidos de que lo
hace para evitar ser juzgado por un tribunal popular, que supone que
será más duro dada la presión ciudadana y mediática. Al confesar
violación, se asegura un tribunal ordinario. Aunque el juez no imputó
por violación a El Cuco, la jugada le sale bien. La segunda pregunta es:
¿quién asesoró al joven —un chaval de barrio sin apenas instrucción
académica ni antecedentes penales— para manejar de forma tan hábil la
instrucción del caso? Nadie ha sabido responder tampoco esa pregunta. Ni tampoco por qué,
una vez condenado, sigue sin desvelar dónde está el cadáver. Se han
gastado cientos de miles de euros en dragar el río Guadalquivir,
en remover toneladas de escombros, de tierra y de basura. Todo inútil.
Ni Carcaño ni sus supuestos cómplices —El Cuco fue condenado por
encubrimiento y Samuel salió absuelto— han aportado el dato que
permitiría a los padres de Marta poder enterrar a su hija. Algo que, según el comisario y otras fuentes de la investigación,
pudo cambiar en un momento de aquella larga noche del interrogatorio: “Yo creo que, sobre las cinco de la madrugada, estuvo a punto de
decírnoslo, pero sucedió algo que…”.
—¿Qué sucedió, comisario? —El interrogatorio duró 14 horas . Estaba cansado. Ya le habíamos
echado abajo alguna de sus versiones y nos anunció: “Está bien, os voy a
decir dónde tiramos el cuerpo”. Entonces nos metimos en el coche. Dos
policías delante y otros dos detrás, con Carcaño en medio. Nos fue
indicando por aquí, por allá. En un momento parecía que nos conducía
hasta el río. Y, entonces, uno de los agentes exclamó: “Qué, cabrón, al
final la tiraste al río…”. Carcaño se quedó en silencio unos segundos,
pareció que dudaba y al final dijo: “Sí…, al río”. Yo pensé en aquel
momento: joder, para qué has dicho nada. Quizá no era allí donde nos
estaba conduciendo, pero le acabábamos de dar la idea.
Nunca se sabrá si aquel policía, sin quererlo, inspiró a Miguel Carcaño su primera mentira.
Ya hemos
visto sin rímel y con ojeras de lémur a unas cuantas beldades nacionales
y extranjeras y no ha temblado su verdadero misterio.
Lo sabe cualquiera que se haya teñido y/o depilado alguna vez en su
vida.
O sea, nueve y media de cada diez mujeres y un ejército creciente
de hombres en el globo.
El pelo crece y el vello, ni te cuento.
Tú te
tintas y te rasuras o te desuellas todo lo regularmente que te da la
gana, la vida y el presupuesto para parecer rubia o morena o castaña
pero, sobre todo, imberbe de toda la vida, pero, a la que te descuidas,
un día, así, de repente, te llega la raíz al cuello y te brotan pelos
como brocas de sacacorchos de todos los poros del cuerpo.
Es el momento
de reteñirte y pasarte de nuevo la segadora, o parecer la mujer o el
hombre que somos y no el que hemos decidido aparentar de piel para
fuera.
Que les ha salido de un día para otro una raíz de baobab y que se han
descuidado con la depiladora y tienen rodales de matojos, solo que ellas
han subido sendas pruebas gráficas de tales desastres a sus respectivos
Instagram, comentándolos en tono jocoso, y se ha levantado una ola
global de solidaridad con esas pobres celebridades pilosas.
Que si qué valientes.
Que si qué naturales. Que si qué auténticas. Que
si olé sus ovarios.
Y digo yo que, sí, que vale, pero que tampoco es
para tanto. La moda de fotografiarse sin maquillar
para reivindicar la belleza natural frente al imperio del Photoshop ya
tiene sus años, y ya hemos visto sin rímel y con ojeras de lémur a unas
cuantas beldades nacionales y extranjeras y no ha temblado su verdadero
misterio.
Al final, la auténtica belleza está en los huesos y en la
simetría y en el carisma y todo lo demás son afeites y la dictadura del
retoque digital de los medios.
Así que, bien por Drew y por Jessica,
pero a lo mejor deberíamos empezar a pensar que, en el éxito de esa
tiranía, algo de culpa tenemos nosotras y nosotros que compramos lo que
sospechamos que es mentira como dogma verdadero.
Y lo dice alguien que
le pasa el filtro más piadoso hasta a la foto del carné de conducir
sobornando a quien haga falta. Sí, ¿qué pasa?
Diez años de vigencia son
demasiados para estar enseñando una mala foto de un mal día a cualquier
desconocido que te pida los papeles.
"La
sugerencia de que dinero real se quitó a los niños durante el 'cásting'
es falsa y perturbadora", asegura la actriz y directora sobre las
audiciones de su última película.
Angelina Jolie es la protagonista de la portada del mes de agosto de Vanity Fair. Y desde que se desvelara el contenido de la entrevista la semana
pasada, la actriz y directora ha protagonizado varios titulares. Primero
por ser una de las pocas veces que habla de su divorcio con Brad Pitt. También por contar que ahora se preocupa por ser una buena ama de casa y madre. “Prefiero llorar en la ducha que delante de mis hijos”, dice la intérprete
en la entrevista. Y luego también por revelar que tras la difícil
separación sufrió parálisis de Bell. Pero de sus palabras también ha
nacido una polémica Angelina Jolie relata a la publicación uno de los
procesos de cásting utilizados en su última película por los que ha sido acusa de crueldad infantil y ha tenido que salir a defenderse. Hablando de su nueva película como directora, They First Killed My Father, cinta sobre el genocidio en Camboya, la revista relata un proceso de cásting
mientras buscaban a uno de sus protagonistas más jóvenes. En este
"juego", cuenta la publicación, daban dinero a diferentes niños
huérfanos o que se encontraban en difíciles situaciones preguntándoles
para qué lo usarían, luego les hacían que lo cogieran para más tarde
hacer que tuvieran que devolver el dinero con el fin de conseguir una
reacción de los pequeños. Srey Moch, la niña finalmente elegida para el
papel, fue la que más tiempo se quedó pensando en qué haría con el
dinero y la que más emociones despertó en Jolie. En palabras de la
actriz en la entrevista de Vanity Fair, “fue la única que miró
el dinero durante mucho, mucho tiempo. Dijo que lo habría usado para el
funeral de su abuelo, ya que su familia no había podido pagar uno
digno”.
Un proceso por el que la embajadora de buena voluntad de la ONU
para los refugiados ha sido duramente criticada. Ante las acusaciones
de explotación y crueldad infantil, Angelina Jolie ha querido dar su
versión de la historia a través de un comunicado en el Huffington Post,
en el que asegura que las pruebas de la audición se han sacado de
contexto, pues solo fue un ejercicio de improvisación basado en una
escena de la película en la que no se le quitó dinero de verdad a los
niños. También asegura que durante el proceso de realización de la
película, padres, tutores, ONG y médicos estuvieron presentes todo el
tiempo. Según cuenta la actriz, “se tomaron todas las medidas para
asegurar la seguridad, comodidad y bienestar de los niños empezando por
las audiciones, pasando por la producción y hasta el presente”, dice
Angelina Jolie en un comunicado.
"Me molesta que un ejercicio de improvisación, a partir de
una escena real en la película, se haya escrito como si fuera un
escenario real. La sugerencia de que dinero real se quitó a los niños
durante el cásting es falsa y perturbadora. Me sentiría
indignada si esto hubiera sucedido. El objetivo de esta película es
llamar la atención sobre los horrores a los que los niños se enfrentan
en las guerras y ayudar a protegerlos”, sentencia Angelina Jolie. Unas
palabras que también han sido mantenidas por los directores de cásting de su película.
La cinta de Angelina Jolie, que ha realizado junto a Netflix, se basa en la historia de supervivencia de Loung Ung durante el genocidio en Camboya a finales de la década de los setenta,
que ella escribió en sus memorias y que ahora la actriz ha llevado a la
pantalla. Rithy Pahn, cineasta camboyano y productor de la película, ha
apoyado las palabras de Angelina Jolie también en un comunicado en el
que, dice, quiere aclarar los malentendidos y asegura que se les explicó
a los niños perfectamente en qué consistía la prueba.
“Queríamos ver
cómo improvisaban cuando su personaje es cazado robando y cómo
justificarían esa acción.
Los niños no fueron engañados, como algunos
han sugerido.
Entendieron muy bien que se trataba de una actuación.
Lo
que hizo a Srey Moch tan especial fue que dijera que no quería el dinero
para ella, sino para su abuelo”.