QUIENES TENEMOS CIERTA edad hemos contemplado esta imagen conmovedora
decenas, quizá centenares de veces. En su momento significó la soledad
política del presidente Suárez.
Observada hoy, sin conocimiento histórico del contexto en el que fue
tomada, pensaría uno que se trata de la fotografía de un suceso
paranormal: el del nacimiento, desde las entrañas de un escaño, de un
hombre de luto, no nos importa ahora la pérdida que haya sufrido. Un
hombre, y aquí viene lo misterioso, que nace del cuero de la silla para
corporeizarse poco a poco ante nuestras miradas como en un proceso de
revelado de la realidad. El hombre no está completo todavía (le faltan
los hombros, así como una definición mayor de los rasgos faciales), pero
se aprecian en él todas las características que atribuimos a un ser
humano. La tristeza dibujada en la posición de los labios, a juego con lo que
expresan sus ojos, nos conduciría a pensar que procede de un pasado
ingrato. O que se retira hacia un futuro incierto, pues si bien hasta el
momento nos parecía un hombre naciendo de una silla, también podría
interpretarse como la de un hombre diluyéndose en ella. Una especie de
cámara Kirlian lo habría sorprendido a la mitad de ese proceso de
disolución. No nos estaba diciendo hola, sino adiós. Tal vez, en los
escaños de su derecha había otros hombres que han desaparecido ya o, por
el contrario, que están a punto de visibilizarse. Nos preguntamos si
esto que se nos acaba de ocurrir es un ejemplo de aquello a lo que los
lingüistas llaman el deslizamiento del significado por debajo del
significante.
Los humanos nos golpeamos en el pecho como gorilas para alardear de
nuestras opiniones, y en realidad somos pequeños, contradictorios.
HAY UN rincón de estupidez hasta en el cerebro del hombre más
sabio”, dijo Aristóteles, probablemente tras haberlo experimentado en
sus propias carnes. La necedad brilla de manera más aparatosa cuando
nuestra mente colisiona contra los dos mayores enemigos de la razón y la
convivencia: los prejuicios y los dogmas. Los primeros son esos parásitos del
pensamiento, anteriores al juicio y por lo tanto inconscientes, que
todos padecemos (bien es verdad que unos más que otros). Por ejemplo, y
ciñéndonos tan sólo al prejuicio machista, que da mucho juego, diré que
el filósofo Locke, defensor de la libertad natural del hombre, pensaba
que ni los animales ni las mujeres participaban de esta libertad, sino
que tenían que estar subordinados al varón. Rousseau aseguraba que “una
mujer sabia es un castigo para su esposo, sus hijos, para todo el
mundo”. Y el gran Kant, de cuya sabiduría nadie puede dudar, sostenía
que “el estudio laborioso y las arduas reflexiones, incluso en el caso
de que una mujer tenga éxito al respecto, destrozan los méritos propios
de su sexo”. En fin, ya se sabe que es más fácil desintegrar un átomo
que un prejuicio, como decía Einstein.
En cuanto a los dogmas, son fisuras en el equilibrio emocional que nos
pueden llevar directamente al abismo. Un dogmático, un fanático, es
alguien con una construcción personal tan frágil, egocéntrica, inmadura o
enferma que necesita un armazón de certezas rotundas para tenerse en
pie. Voy a citar de nuevo a Kant (hoy me he levantado muy citona): La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de
incertidumbres que es capaz de soportar”. Muy cierto, si tomamos la
palabra inteligencia en su sentido más amplio, es decir, no sólo como
una aptitud para el razonamiento abstracto, sino también para la madurez
emocional, para la comprensión de uno mismo y de los demás. ¿Se puede
ser sabio siendo una mala persona? Este es un viejo e interesantísimo
debate aún sin resolver. El filósofo Heidegger fue partidario de los
nazis, y el historiador francés Christian Ingrao, en su libro Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS
(Acantilado), demuestra cómo los peores criminales del Tercer Reich,
los mandos que dirigieron el Holocausto, fueron hombres de alta
capacidad intelectual con doctorados universitarios. Personalmente yo
creo que no se puede ser sabio si eres un malvado; puedes ser culto,
incluso brillante; pero esa debilidad personal, esa enfermedad moral que
te impulsa a arrojarte en brazos del fanatismo, crea un rincón ciego en
tu cerebro que hace que cometas los errores más espantosos. Sin empatía
no hay verdadera sabiduría. En la mente de todo ser humano no sólo hay
una dosis de estupidez, sino también la terrible posibilidad de crear un
infierno. Pero además hay quien sostiene que nuestro intelecto no sólo puede
estar infestado por la necedad y por el delirio dogmático, sino que ni
siquiera rige nuestra vida. El neurocientífico David Eagleman, en su
formidable libro Incógnito (Anagrama), dice con inquietante
elocuencia que “casi todo lo que hacemos, pensamos y sentimos no está
bajo nuestro control consciente (…). La conciencia es como un diminuto
polizón en un transatlántico”. Es decir, que creemos que dirigimos
nuestras existencias, que tomamos decisiones voluntaria y libremente,
que apoyamos estas o aquellas ideas porque así lo queremos, y en
realidad, según Eagleman, somos poco más que un cúmulo chisporroteante
de células que campan por sí solas sin más sentido que el de seguir
siendo. En fin, no comparto con Eagleman una conclusión tan radical
(aunque debo decir que sus argumentos son difíciles de rebatir), pero de
lo que sí estoy segura es de que los humanos chillamos muchísimo y nos
golpeamos el pecho como gorilas para alardear de nuestras opiniones, y
en realidad somos pequeños, irresponsables, contradictorios y lerdos (no
hay más que asomarse al griterío de las redes para comprobarlo). No
somos nada, somos un amasijo paradójico, y el único camino hacia una
posible sabiduría es asumirlo, Lo dijo consoladoramente Walt Whitman en sus hermosos versos: “¿Me
contradigo? Muy bien, pues me contradigo. Soy grande, contengo
multitudes”.
En las apelaciones de los partidos a la opinión continua de las “bases”
hay un elemento de cobardía. Un afán de guardarse las espaldas.
Hemos llegado al punto en el que debe desconfiarse de quienes se
proclaman “demócratas” con excesivo y sospechoso ahínco. O de quienes
compiten denodadamente por parecerlo más que el resto. Porque entre
ellos se esconden precisamente los individuos más autoritarios —por no
decir dictatoriales— de nuestras sociedades. Maduro apela a la
democracia para cargarse la poca que queda en su país, ya desde Chávez. Los políticos independentistas catalanes la invocan para instaurar,
si pudieran, un régimen monocolor, con control de los jueces y la
prensa, e incluso con la figura del “traidor” o “anticatalán” para todo
el que no aplaudiera y bendijera sus planes. Y van en aumento las
formaciones políticas que practican o defienden la llamada “democracia
directa” o “asamblearia” en detrimento de la representativa, alegando
que sólo la primera es verdadera. Lo curioso de estos partidos es que,
al mismo tiempo, no prescinden de secretarios generales, presidentes,
líderes y ejecutivas. Si todas las decisiones las van a tomar los
militantes, no se ve qué falta hacen los próceres y dirigentes, por qué
luchan entre sí y ansían hacerse con el poder y el mando.
Los autoritarios no se conforman con serlo (como lo es el PP, sin
escrúpulos), sino que además quieren presumir de ser los más
democráticos de todos
Todo esto es un timo, como ya se ha comprobado en las “consultas
populares” que ha organizado el inefable Ayuntamiento de Madrid,
dominado por Ahora Madrid y encabezado por Carmena. Recordarán que una
de estas votaciones fue respecto a la reforma de la Plaza de España. Se dio a elegir a los ciudadanos entre setenta proyectos —setenta—. Como era de esperar, sólo 7.000 residentes se molestaron en
pronunciarse, probablemente los partidarios de Ahora Madrid y unos
cuantos ociosos (la gente ya tiene bastante con ocuparse de sus
problemas y ganarse la vida). 7.000 madrileños debe de ser algo así como
el 0,3% de la totalidad, lo cual invalidaría per se cualquier
resultado. En todo caso, ese 0,3% mostró su preferencia por los
proyectos Pradera urbana (903 aplastantes votos) y The Fool on the Hill
(784 abrumadores). Pero entonces intervino un jurado, que decidió que
los ciudadanos no tenían ni puta idea y declaró finalistas los proyectos
que habían quedado en tercera y décima posición. La organización de la
ridícula consulta pudo costar 600.000€ (no sé la cuantía final), sólo
para que Ahora Madrid fingiera burdamente ser más democrático
que nadie y luego pasarse por el forro la elección de los consultados. Poco después vino otra consulta, por el mismo precio barato, sobre la peatonalización de la Gran Vía,
la cual, sin embargo, estaba ya decidida por el autoritario
Ayuntamiento. Pero como “la ciudadanía de Madrid es soberana”, según
dijo con gran cinismo el concejal Calvo, se llevó a cabo la farsa de
preguntarle acerca de detalles menores y estúpidos como el número de
pasos peatonales, o “¿Consideras necesario mejorar las condiciones de las plazas traseras
vinculadas a Gran Vía para que puedan ser utilizadas como espacio de
descanso y/o estancia?” No obstante, y según reconoció ese edil experto
en cinismo, el Ayuntamiento ya había convocado el concurso de jóvenes
arquitectos para remodelar dichas “traseras”. Lo que por supuesto no se
consultó fue lo principal del asunto, a saber: “¿Desea la
peatonalización de la Gran Vía o lo considera un disparate?” No, eso los
demócratas preferían no preguntarlo, por si su brutal imposición a la
capital entera se les torcía e iba al traste. La palabra que he empleado
no es exagerada: todo es un timo. La cuestión no acaba aquí, ahora que también el PSOE anuncia toda clase
de consultas y votaciones de sus militantes para resolver cualquier
asunto … que seguramente sus líderes se pasarán por el forro si no les
conviene el resultado. En estas apelaciones a la opinión continua de las
“bases” hay un elemento de cobardía. Un afán de guardarse las espaldas,
de declararse irresponsable cuando vienen mal dadas. Cuando algo es un
manifiesto error, o una injusticia, o una metedura de pata con
consecuencias graves, los dirigentes pueden escaquearse: “Ah, no fuimos
nosotros, lo quiso la gente y nosotros estamos a su servicio”. Pero,
como se hizo patente en los “referéndums” de Carmena, los que se
molestan en votar esas cosas son cuatro gatos —los activistas, los
fieles, y éstos son fácilmente manipulables por los convocantes, o más
bien suelen estar a sus órdenes—. Estos dirigentes son unos vivos: si
destrozan una ciudad o un partido, pretenderán no ser castigados, como
sucedería si se hicieran responsables de sus decisiones. Así que lo
mejor es tomarlas (para qué, si no, quieren mandar) y echarles luego la
culpa de los desaguisados a la ciudadanía o a la militancia. Dejen de
tomar el pelo: si han sido elegidos, hagan su trabajo y gobiernen, no
mareen al personal continuamente, expónganse y asuman sus equivocaciones
y aciertos, si es que alguno hay de estos últimos.
La reina Letizia demuestra que tiene una intuición diferente: la intuición Ortiz.
La reina Letizia, en una audiencia en la Zarzuela el pasado miércoles.FotonoticiasWireImage
El verano es sinónimo de fiestas. Y de echar una cana al aire.
Cumplir 50 años, también. En cualquier caso, nuestro Rey decidió viajar a
Inglaterra para asistir a la fiesta de cumpleaños de su primo Pablo de Grecia. La campiña es deliciosa en esta época del año y en las imágenes de la fiesta, calificada de estrambótica, se nota que Marie Chantal Miller, la reina del duty free,
lo organizó a lo grande para hacer sentir a su esposo como un rey. No
faltó casi nadie. Ni siquiera Iñaki Urdangarin, a quien se le ve
sonriente. Los exduques de Palma decidieron fugarse un par de días a
Inglaterra antes de comenzar sus vacaciones en el País Vasco francés. Un
tour ejemplar al que la reina Letizia, impermeable a la extravagancia inglesa, no asistió.
A la Reina se le critican sus peinados estrambóticos,
sus gustos cinematográficos y cosas así, pero esta vez, probablemente,
acertó al no figurar entre las extravagantes invitadas a la fiesta del
primo de su marido. Más compiyogui
que campechana, Letizia ha demostrado que tiene una intuición
diferente: la intuición Ortiz, que la convierte en un pararrayos. Quizás
sea una de las razones por la que cambia tanto de peinado. Porque su
cabellera se queda cargada de electricidad negativa cada vez que tiene
que parar un rayo como el de esta fiesta. Es cierto que de haber ido se
le habrían puesto los pelos de punta al ver a Paris Hilton y Valentino
tan cerca. Además, Cristina e Iñaki empalmaron con un entorno de amigos
que no le habrían dejado mucho hueco. Y ese delicado y tenso equilibrio
tan difícil de sostener, desde que nos quedáramos electrocutados por el caso Nóos, se habría ido al garete si la Reina tuviera que tragarse un selfie con ellos en las redes. Más sabe Letizia por Ortiz que por Borbón. No necesita revisar los vídeos del cumpleaños de Pablo de Grecia
para adivinar que sus invitados parecen venir de un mundo raro y con un
esponjoso contacto con la realidad. Dan la sensación de vivir en un duty free
vitalicio. Como si no hubieran pasado dificultades. Y si las han
sufrido, como Iñaki y Cristina, se nota que saben sobrellevarlas
divinamente.
Más sabe Letizia por Ortiz que por Borbón. No necesita revisar los vídeos del cumpleaños de Pablo de Grecia
para adivinar que sus invitados parecen venir de un mundo raro y con un
esponjoso contacto con la realidad. Dan la sensación de vivir en un duty free
vitalicio. Como si no hubieran pasado dificultades. Y si las han
sufrido, como Iñaki y Cristina, se nota que saben sobrellevarlas
divinamente.
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Cristina
Cifuentes entregó el pasado 3 de julio la medalla Internacional de las
Artes de la Comunidad de Madrid al cantante Miguel Bosé.Carlos R. AlvarezWireImage
Por su parte, los invitados al WorldPride en Madrid pudieron saludar a otras “reinas” y ver a Cristina Cifuentes y a Manuela Carmena bailando juntas A quien le importa. Carolina Herrera saludó a los participantes en la celebración desde el
balcón de su hotel. “Algunos de los trajes eran francamente ingeniosos. Y
me asombró cómo se sostenían sobre unos tacones de infarto esos chicos
tan voluminosos”, nos contó durante el almuerzo. Hablando de cifras y
volúmenes, comentó el impresionante número de venezolanos asentados en
Madrid. “Hablan de 80.000 venezolanos en la ciudad”. Esa misma noche
quise imitar a Marie Chantal Miller e invité a amigos caraqueños a casa y
comprobé que, aunque se sienten muy a gusto, les cuesta un poco
utilizar el adjetivo “mono”, porque en esa Caracas suya se usa
estrambóticamente para calificar a gente que consideras inferior. También se ríen cuando alguien o algo es “cuca”, porque allí es una
manera de nombrar a los genitales femeninos. Era tal la excitación de
los venezolanos que provocó un corte eléctrico en casa Mi marido improvisó un set de candelabros empleando
las botellas de vino vacías y velas, creando un ambiente de bistró
bohemio. Los españoles encendieron sus linternas para revisar los
fusibles, mientras los venezolanos continuaron su agitada charla,
salpicada de preocupación por Venezuela pero también de halagos para la
merluza de la cena. “Deben de estar acostumbrados a los apagones”,
susurró una invitada española. “Mi amor, somos los reyes de la
supervivencia”, zanjó, mezclando monarquía y resistencia, una de mis
reinas venezolanas favoritas. El verano siempre es una prueba de resistencia. El día después del apagón, Cristina Cifuentes entregó la medalla de las Bellas Artes de la Comunidad de Madrid a Miguel Bosé.
Cifuentes sonreía a su lado con una bata reversible muy estampada
diseñada por Adriana Iglesias. Muchas contribuyentes tenían dudas de
cómo nombrar esta prenda que la presidenta de Madrid ha convertido en
rúbrica. Nostálgicos ochenteros dijeron “guardapolvo”. Los millennials
sugirieron kimono. La propia Cifuentes desveló, delante de una montaña
de quesos madrileños, que se le decía casaca. Y que no hay nada
estrambótico en vestirlas y ser presidenta. Y sin hacerte la prima.