El historiador francés Christian Ingrao subraya en un estudio monumental el papel decisivo de los intelectuales en la élite de la Orden Negra de Himmler.
La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS es la de
un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante,
oportunista y no muy cultivado.
Alguien que inspira (aparte de miedo) una repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto, un verdadero monstruo.
El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy diferente, y desasosegante.
Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como verdaderos "intelectuales comprometidos".
El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio.
En su libro de reciente aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la vez criminales.
Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor.
Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso.
Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.
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"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy formada,
pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha
presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de
creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que
funciona como una droga cultural en la psique de los intelectuales".
El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de lo que parece.
"En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo.
En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas hay intelectuales detrás".
Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente.
"Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra.
Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925".
Alguien que inspira (aparte de miedo) una repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto, un verdadero monstruo.
El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy diferente, y desasosegante.
Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como verdaderos "intelectuales comprometidos".
El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio.
En su libro de reciente aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la vez criminales.
Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor.
Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso.
Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.
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El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de lo que parece.
"En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo.
En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas hay intelectuales detrás".
Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente.
"Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra.
Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925".
La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie, prendieron en ellos.
La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial.
Hasta entonces había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en una gran guerra racial, y una cruzada.
Era la confrontación decisiva frente a un enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street.
Para los intelectuales de las SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban sus bombas sobre Alemania.
En su lógica, parar a los bombarderos implicaba matar a los judíos de Ucrania.
Y si no sería el final de Alemania. Ese imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o nosotros".
Así se explican casos como el de Müller. "Antes de matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba Alemania.
Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía.
Curiosamente Había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".
Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad.
"Las SS era un asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada".
Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”.