El nieto
mayor de los reyes eméritos entra en la lista de "solteros de oro" y
lucha por estudiar en una universidad española aunque su familia
prefiere preservarle de la atención mediática.
Felipe Marichalar Borbón, el nieto mayor de los reyes eméritos, cumple el 17 de julio 19 años y la revista francesa especializada en aristócratas Point de Vue
ya le ha colocado en la lista de los "solteros de oro".
Junto a él
están Mirko de Bulgaria, hijo de Kubrat Sajonia-Coburgo-Gotha; Jaime de
Borbón-Dos Sicilias, hijo de Pedro de Borbón-Dos Sicilias, duque de
Calabria, y Sofía Landaluce, Nicolás de Dinamarca, nieto de la reina
Margarita; Joaquín de Bélgica, nieto de los reyes Alberto y Paola;
Hussein de Jordania, hijo de Abdullá y Rania; Constantino Alexios, hijo
de Pablo y Marie-Chantal de Grecia; Marius Borg, el hijo de Mette-Marit
de Noruega; Edward Windsor, hijo de George Windsor, primo de la reina
Isabel II y Hamdan de Dubái, hijo del actual monarca de Dubái.
También
hay mujeres:Talita von Furstenberg, nieta de Diane von Furstenberg;
Alexandra de Luxemburgo, hija de los grandes duques; Laura y María Luisa
de Bélgica, nietas de Alberto y Paola; Amelia Windsor, hermana de
Edward Windsor; Sirivannavari de Tailandia, hija del actual rey del
país; y Kako de Japón, nieta de los emperadores.
"Nieto y sobrino de reyes, Felipe es grande por derecho propio. Sin
embargo, es un adolescente grande y disperso, que en vísperas de su
cumpleaños acapara la crónica real con sus apariciones en las discotecas
de Madrid. En junio del año pasado su padre, Jaime de Marichalar, envió
a la Guardia Civil al Teatro Barceló para recogerlo. Sus notas han
caído significativamente. En los últimos cinco años estuvo en un
internado inglés Sussex, en un colegio episcopal en Sigüenza y en una
academia militar en Virginia, Estados Unidos", escribe la revista en su
perfil para hacer su presentación. El sobrino de Felipe VI
lleva más de un mes en España después de concluir sus estudios en
Estados Unidos y desde entonces se deja ver con regularidad en las
plazas de toros acompañado de su familia o de sus amigos. Felipe, al que
muchos llaman Froilán pero su familia se refiere a él como Pipe, es un
gran aficionado a la llamada fiesta nacional y amigo de muchos toreros. Su pasión por los toros es tal que incluso se ha atrevido a dar algunos capotazos en capeas.
El pasado verano el hijo mayor de la infanta Elena concedió su primera entrevista.
Lo hizo para el programa Espejo Público
de Antena 3. En ella habló de su afición por los toros y en especial de
la muerte del torero Víctor Barrio.
Pipe confesó que cuando conoció la
muerte del diestro, lo primero que hizo fue ponerse en contacto con la
Infanta: "Llamé a mi madre porque había una anécdota con él.
Víctor se
había encontrado con mi madre en un puesto de Cáritas y le dijo que, si
ella iba a los toros esa tarde, le iba a brindar uno".
Más Borbón que Marichalar
El martes por la noche Felipe, acompañado de una amiga y de
su hermana. asistió a un desfile de moda. Se sentó en primera fila junto
a muchas caras conocidas como Mario Vaquerizo. El hijo de la infanta Elena se parece más a ella. Es más
Borbón que Marichalar en la forma de ser y en los gustos. Físicamente es
una mezcla de parecidos a sus padres. Todos los pasos que da Felipe en España son perseguidos por
los fotógrafos que en estos días le han pillado muy cariñoso con una
joven. Debido a esta exposición mediática sus padres y abuelos prefieren
que el año próximo prosiga sus estudios en alguna universidad de EE UU
pero él se resiste y está dispuesto a dar la batalla. Todo indica que la
prensa social ha elegido a Felipe como uno de sus favoritos por su
personalidad, más que porque ocupe el cuarto lugar en la línea de
sucesión al trono. El joven también quiere pasar parte del verano con sus
amigos y no ceñirse a los viajes familiares como hasta ahora. Felipe se
marchó a estudiar fuera por sus problemas para aprobar los cursos
académicos y por su carácter de adolescente travieso . Él considera que
ya ha cumplido con las expectativas de sus padres y ahora no está
dispuesto a hacer las maletas.
El jugador del Atlético de Madrid muestra en Instagram la primera foto del enlace.
Desde que Antoine Griezmann se casara el pasado jueves en Palacio de
Galiana (Toledo) no habían trascendido fotos del enlace. Apenas unos
robados de jugadores del Atlético de Madrid como Gameiro o Koke
metidos en sus coches, a la entrada del lugar de la celebración. Y
entonces llegó Instagram, esa red social a la que el francés es adicto. Hace tres dias el delantero decidió mostrar su nuevo peinado, teñido de azul.
Pero ha sido ahora cuando el rojiblanco ha publicado la primera foto
del enlace. En ella se ve a Griezmann (26 años) y a su pareja, la
donostiarra Erika Choperena (25 años), sonrientes y a punto de brindar. Erika sujeta una copa y Antoine una botella que parece de cerveza. La viva imagen de la felicidad que, sin embargo, contiene un fallo.
Hay algo en Antoine Griezmann que no está bien, estéticamente hablando.
El acierto del traje de Griezmann
"El corte del traje es apropiado para alguien joven como el
futbolista, a quien le gusta la moda. No tendría sentido que vistiera
siempre de forma moderna en el día a día y fuera disfrazado de su padre
el día de la boda. El talle y la longitud de la chaqueta son juveniles y
demuestran personalidad, igual que el hecho de llevar unos pantalones
con un corte interesante. El pantalón que ha elegido Griezmann no es el
típico recto de vestir. En ese juego entre una chaqueta corta y ajustada
y un pantalón cómodo y con volumen hay una declaración de intenciones
muy actual", explica el estilista de ICON, Jero Risco.
El error del traje de Griezmann
"A juzgar por las solapas de raso del traje, por el cuello de la
camisa y por la pajarita, Griezmann lleva puesto un esmoquin. Y según
dicta la etiqueta el esmoquin solo debe llevarse después de la puesta de
sol, y nunca en un evento de día, mucho menos siendo la persona que lo
viste el novio. El gurú de la moda masculina Hardy Amies
describe el esmoquin como "una chaqueta de noche". El jugador podía
haber elegido un traje que no fuera esmoquin. O si quería algo más
protocolario, un chaqué hubiera sido más acertado", remacha Risco. De la novia, sin embargo, no podemos sacar ningún desliz: va radiante.
Horas antes de regresar a España tras su paso por 'Supervivientes 2017', el humorista declara su amor a la presentadora.
Edmundo Bigote Arrocet
regresa a España. Está previsto que mañana pise el estudio de Telecinco
en Madrid para la gala. El humorista ha sido expulsado de Supervivientes 2017
después de una participación irregular. Comenzó con muchas críticas por
su pasividad y se va con su popularidad en alza. Arrocet se ha ido
abriendo ante el público conforme pasaban las semanas en la isla. Antes
de subirse en el avión de vuelta ha realizado sus declaraciones más
personales en las que ha hablado, entre otras cosas, de su relación con
la presentadora María Teresa Campos.
“Llevamos casi tres años y creo que conoce todos mis defectos, y algunas virtudes que tengo que tener”,
contó. Y añadió: “Cuando llegue a Madrid lo primero que quiero hacer es
darle un abrazo bien grande a la Morita [como llama a su pareja], que
yo sé que es una persona muy culta, tiene un corazón muy grande. La
quiero mucho, soy una persona muy afortunada y me encanta estar con
ella”, dijo muy emocionado. Además, aseguró que cuando se vean, María
Teresa se va a quedar "impactada" por su nuevo aspecto tras haber perdido,
según manifestó, "más de 15 kilos". Arrocet además de tener a su
alcance pocos alimentos ha practicado el ayuno y la meditación. Arrocet desconoce que Campos durante su estancia en la isla sufrió un ictus
que la mantuvo ingresada una semana y del que todavía está en fase de
recuperación. Se desconoce si la presentadora acudirá a Telecinco a
esperarle, pero no parece probable ya que todavía lleva una vida muy
alejada de la atención mediática.
All you need is love… o no, el último vehículo televisivo al servicio de Risto Mejide,
es un programa antipático ya desde el título. ¿Cómo que “o no”? ¿Cómo
que puntos suspensivos? Los puntos suspensivos en los títulos son un
cascabel que suena a repelente niño Vicente, a graciosete de codazo en
las costillas. Tampoco suelen ser un buen augurio para presentadores que
estrenen programas tratando de demostrarse algo a sí mismos: cuando Javier Capitán, la parte menos graciosa de El Informal, quiso volar en solitario, lo hizo con un late night que duró pocas semanas en antena. ¿Su nombre? Ya es viernes… o no.
¿De qué va esta cosa nueva de Risto? ¿Qué es? ¿Un talk show patricio de personajes anónimos? ¿Un dating a lo Jesús Puente? ¿Un formato de entrevistas a famosos? ¿Un magacín de cotilleo más o menos blanqueado?
Pues tiene un poco de todo eso y no acaba de saber a nada.
El Risto Mejide
jurado, aquel papel de secundario robaescenas que encarnaba en sus
inicios televisivos, y cuya identidad se coloreaba con insultos
fácilmente recordables, diría que un programa imposible de resumirse en
cinco segundos es un programa abocado a que nadie lo vea más de cinco
minutos.
Yo no quiero ceñirme a eslóganes absolutistas que hagan esa
cosa tan tentadora y peligrosa de sonar bien, de quedarse
mariposeando alrededor de nuestra corteza prefrontal, que es donde
reside la memoria, gracias a su viveza de aleteo, sin dejar por ello
ningún poso de verdad.
Un buen programa, como un buen libro o un buen
plato de lentejas, puede ser eso, bueno, de muchas maneras
distintas.
Tratar de condensar la receta del éxito o del fracaso en un
ingenio verbal es un arte vistoso pero totalitario.
Risto vs. Antonia Dell’Atte o La madre de Zoolander
Mi rechazo a All you need is love no se adscribe a mi rechazo a Risto, porque de su otro juguete, ese Chester
que ahora calienta con alivio de trono recuperado, no se puede decir
que flaquee. Lo vea yo o no en mis ratos libres, es una evidencia que
gusta, genera titulares y hace que la tele se mueva, generando
expectativas sobre qué dirán quién y todos esos rudimentos del engranaje
mediático.
No sé. Ya hay que tener el ego nutrido para que, presentando un
programa sobre vaivenes sentimentales, y teniendo enfrente a una vedette
de bagaje romántico, digamos, majestuoso, acabes hablando de tus
propios polvos.
En términos, además, tan grimosetes.
Que ésa es otra. ¿Por qué Risto va de este palo ahora? ¿Por
qué se ha instalado en la impudicia feliz de una segunda pubertad?
Presenta dos programas con la palabra “love” en el título, vende
exclusivas al Hola y retransmite su vida de pareja con
cibereuforia. Hasta hace poco, yo creía que estábamos ante un caso de
ingenuidad trastornada; que, en tres o cuatro años, el publicista
tomaría conciencia de Todo Lo Que Ha Hecho y se llevaría las manos a la cabeza, derretida ya para entonces en un cuadro de Munch. Fue la ilustradora Camila Viéitez la que me hizo cambiar de opinión. Cuando le conté mi teoría del Risto devorado por la crisis de los cuarenta, ella me dijo: —No me creo nada. Es todo una maniobra para hacerse el humano. Está creando marca.
Fue una de estas conversaciones aparentemente
intrascendentes que se tienen con una copa en la mano y que poco a poco
van creciendo hasta arañar el límite de la neurosis.
Las enérgicas
explicaciones de Camila, que tenía el tema muy estudiado, encendieron
sobre mi cabeza una bombilla rabiosa, que poco a poco extendía su luz
sobre toda la trayectoria del ex merendador de triunfitos.
Es verdad.
Risto será lo que sea (y yo, desde luego, creo que es algunas cosas,
incluso diría que muchas cosas, pocas de ellas agradables), pero es un
hombre con discurso, algo que no está al alcance de cualquiera. ¿Tiene Jaime Cantizano un discurso? ¿Lo tiene Jorge Fernández? Risto es su propia marca.
Que yo recuerde, defiende esta línea de pensamiento desde
que llamaba productos a los concursantes de OT. “Sé tu propio spot”, les
decía.
“Tienes el privilegio de contar con tres minutos para ti en
prime time, úsalos, véndete.” Bla, bla, bla, ristadas. Cháchara de
publicista. Pero es una cháchara coherente con quien la suelta porque
él, sí, es su propia marca, y me temo que la estamos comprando todos. Yo
el primero por escribir estas líneas.
Hablamos de un hombre obsesionado por el impacto fácil y
pegadizo. Televisivamente, nunca renunció a deconstruirse. Pasó de
jurado canallita a presentador canallita. No funcionó del todo y volvió a
juradear. Su gran momento llegó cuando supo adaptar ese personaje de
provocateur faciloncillo al formato más viejo del mundo: las
entrevistas. El Chester fue un éxito inesperado que inauguró la fiebre conversadora que vivimos ahora. La resurrección de Bertín no hubiera tenido lugar sin la resurrección de Mejide,
casi como un eco cultural del efecto mariposa, la teoría del caos, las
catástrofes seriales del Pacífico o las admoniciones de Moisés y Aarón. También supo inventarse una faceta como escritor de autoayuda de ésos que se dicen “de antiayuda” para tener algo jejeable
que poner en la faja. Su primer libro, recuerdo, estaba paginado al
revés para que el lector no se agobiara y supiera que cada vez le
quedaba menos por leer (Risto siempre fue un abanderado de la honestidad
y hay que admitir que éste fue un gesto bastante honesto consigo mismo,
ya que asumía desde el primer minuto el tipo de lectores que iba a
tener). Después publicó otros títulos crípticos, en plan X,
“ooh, qué será”. Y mantiene desde hace años una columna de prensa de
estilo taquigráfico y tendente a la enumeración lírica de baratillo. Como se le lee mucho, a quienes le cuestionan no tarda en demostrarles,
elegancia mediante, que el complejo de superioridad es una vía de dos carriles en permanente y freudiana comunicación.
Y como se le sigue mucho, cada una de sus enganchadas en las redes
sociales suele activar ese automatismo de “incendiar las redes” que
tantos titulares copa.
Risto sabe exactamente cómo adaptarse a los tiempos. Ahora
nos ofrece un hombre sensible donde antes había un abusón, pero es que
antes en Twitter lo petaban las cuentas cáusticas con avatares del Dr.
House y ahora se lleva más el rollito de ofendido militante. Por eso ha
contestado a su última polémica con una especie de lamento desgarrado por el mucho sufrimiento que generan los chistes sobre parejas de distintas edades. Tal vez esté a punto de liderar un nuevo grupo de oprimidos: a los
sexodiversos y neurodiversos están a punto de sumárseles los
generatiodiversos de Risto Mejide y Laura Escanes. El All you need is love (a veces me olvido de poner el
“o no”, perdón) de este lunes empieza con relatos melodramáticos de
personas muy castigadas. Van allí a compartir testimonios y decir que el
amor les ha salvado. Que si drogas, que si enfermedades. Uno repite
hasta tres veces que se metía cocaína para dormir y suena la música de Forrest Gump (de nuevo, honestidad). La receta es siempre la misma, claro: el amor. Luego entrevistan a Antonia Dell’Atte, que detalla su feud ya superado con Ana Obregón,
que interviene por teléfono. ¿Por qué se reconciliaron? Pues por amor.
Ya en la parte final hablan de sexo, le hacen preguntas garrulas a Amarna Miller y sientan a una muñeca sexual hiperrealista en la mesa a la que no le hacen preguntas menos garrulas. Todo el formato es una proyección tridimensional de cojines
de San Valentín parlantes. Risto nos vende amor como ayer nos vendía
misantropía y mañana nos venderá otra cosa. Y nosotros lo compramos
hasta cuando tenemos la necesidad de enarbolar una bandera ridícula para
proclamar que no, eh, que no lo compramos, que nosotros estamos por
encima de eso, porque pocos traficantes del ruido mediático han sido tan
hábiles como él a la hora de gestionar sus haters. Este artículo, como
todos los artículos “en contra” de Risto Mejide, es un fracaso, el
reverso necesario de un spot polémico del que habla todo el mundo. Mis
jijis y vuestros jajas son a Risto lo que los chistes de Twitter fueron a
la campaña de Loewe de los hijos tontos: casito, imagen y marca. Diseccionar a Risto Mejide desde la postironía es un
ejercicio estéril porque no es el villano que necesitamos para
autoafirmarnos, sino el que nos merecemos por caer una y otra vez en la
trampa de seguir dándole cuerda, ya sea en su faceta de malote o en su
metamorfosis cupidesca.
Y sin embargo aquí estamos, mientras él ríe. Qué mal, ¿eh?