El grupo de pesos pesados de la cúpula de Aznar se junta en una sesión decadente del juicio Gürtel para no decir nada
Este martes se reunió la cúpula del PP de José María Aznar,
pero en la sala de espera de los testigos de Gürtel. Arenas, Acebes,
Mayor Oreja y Rato eran como viejos rockeros en el camerino antes de un
último concierto.
Un revival triste: el grupo ha vuelto a juntarse, pero obligado.
Ya nada es lo que era, en cuatro horas nadie mencionó a la estrella de la banda, José María Aznar; Luis Bárcenas quedó reducido a chico de los recados y la culpa de todo fue del extesorero Álvaro Lapuerta, apeado del banquillo por demencia sobrevenida.
Ya nadie odia a Bárcenas: ha puesto patas arriba el PP, pero al final les ha llamado de testigos y han venido como corderitos a decir que todo fenomenal.
Ninguna enemistad con él, eso dijeron los cuatro.
Quién
sabe de qué hablaban al verse allí sentados: con lo que hemos sido y
ahora aquí.
Tenían ya canas, gafas de cerca, achaques y algunos renqueaban. El más entero fue Javier Arenas y los abogados le pillaban del lado de la ceja buena, que se encrespaba como siempre.
Luego con la fiscal ya se puso graciosete.
¿Las campañas electorales? "Complicado asunto. En España hay 7.000 ayuntamientos". ¿Hay otro Javier Arenas en el PP? "Pregunta compleja. Seremos 800.000 militantes".
En los momentos de decir "jamás" o "desconocimiento absoluto" alzaba la voz con poderío.
El clímax llegó con la expresión "desconocimiento absolutísimo". El pasaje más interesante fue al tocar la famosa reunión con Bárcenas de 2010, tras su imputación, en la que estaban ellos dos, Rajoy y la mujer del tesorero.
"Mire usted, reunión semejante a esa no recuerdo con nadie", dijo con retranca.
Le dijeron que podía disponer de una salita para dejar sus cosas y allí es donde luego destrozaron sus ordenadores a martillazos. También le comentaron que si alguna vez necesitaba "el auxilio de un vehículo del partido", que lo pidiera.
Bien podía estar aparcado en la puerta y que los cuatro testigos hubieran venido todos juntos en él.
Al volver a la sala de los testigos y abrir la puerta se oyeron risas y qué tal te ha ido.
Pero entonces salió Acebes muy serio y fuera bromas.
Estaba igual, igual de enfadado que la última vez, pero con pelo blanco.
Habló poco y transmitía tal tensión que si se hubiera puesto a lanzar sillas nadie se hubiera sorprendido
. Pero no pasó nada: no sabía nada de nada. Todos siguieron un guion con idénticas respuestas.
En medio de este declive anímico apareció Mayor Oreja y lo multiplicó por cien.
Con los ojos vidriosos y aire profundamente apesadumbrado es que ni tuvo la curiosidad de leer los papeles de Bárcenas en el periódico:
"Prácticamente no, no he tenido ningún interés".
Con la que se ha armado y al final nadie los ha leído.
"Sí, he visto referencias en prensa", le secundó luego Rato.
Parecía medio despistado, quizá ya no sabía ni en qué juicio estaba
. El mejor fue Gerardo Galeote, exparlamentario europeo, con padre y hermano imputado en distintas piezas de la causa, que repitió tres veces una frase algo contradictoria:
"No me reconozco en las anotaciones y no conozco el sentido de las mismas".
Hubo un breve epílogo en esta mustia sesión de aire decadente con un testigo menor, de la defensa de Jesús Sepúlveda:
"Nos conocemos desde el colegio, desde los ocho años".
Daba cierta pena, un vértigo de vida torcida y extraviada.
Eran dos niños jugando en el patio, y ahora aquí.
Un revival triste: el grupo ha vuelto a juntarse, pero obligado.
Ya nada es lo que era, en cuatro horas nadie mencionó a la estrella de la banda, José María Aznar; Luis Bárcenas quedó reducido a chico de los recados y la culpa de todo fue del extesorero Álvaro Lapuerta, apeado del banquillo por demencia sobrevenida.
Ya nadie odia a Bárcenas: ha puesto patas arriba el PP, pero al final les ha llamado de testigos y han venido como corderitos a decir que todo fenomenal.
Ninguna enemistad con él, eso dijeron los cuatro.
Tenían ya canas, gafas de cerca, achaques y algunos renqueaban. El más entero fue Javier Arenas y los abogados le pillaban del lado de la ceja buena, que se encrespaba como siempre.
Luego con la fiscal ya se puso graciosete.
¿Las campañas electorales? "Complicado asunto. En España hay 7.000 ayuntamientos". ¿Hay otro Javier Arenas en el PP? "Pregunta compleja. Seremos 800.000 militantes".
En los momentos de decir "jamás" o "desconocimiento absoluto" alzaba la voz con poderío.
El clímax llegó con la expresión "desconocimiento absolutísimo". El pasaje más interesante fue al tocar la famosa reunión con Bárcenas de 2010, tras su imputación, en la que estaban ellos dos, Rajoy y la mujer del tesorero.
"Mire usted, reunión semejante a esa no recuerdo con nadie", dijo con retranca.
Le dijeron que podía disponer de una salita para dejar sus cosas y allí es donde luego destrozaron sus ordenadores a martillazos. También le comentaron que si alguna vez necesitaba "el auxilio de un vehículo del partido", que lo pidiera.
Bien podía estar aparcado en la puerta y que los cuatro testigos hubieran venido todos juntos en él.
Al volver a la sala de los testigos y abrir la puerta se oyeron risas y qué tal te ha ido.
Pero entonces salió Acebes muy serio y fuera bromas.
Estaba igual, igual de enfadado que la última vez, pero con pelo blanco.
Habló poco y transmitía tal tensión que si se hubiera puesto a lanzar sillas nadie se hubiera sorprendido
. Pero no pasó nada: no sabía nada de nada. Todos siguieron un guion con idénticas respuestas.
En medio de este declive anímico apareció Mayor Oreja y lo multiplicó por cien.
Con los ojos vidriosos y aire profundamente apesadumbrado es que ni tuvo la curiosidad de leer los papeles de Bárcenas en el periódico:
"Prácticamente no, no he tenido ningún interés".
Con la que se ha armado y al final nadie los ha leído.
"Sí, he visto referencias en prensa", le secundó luego Rato.
Parecía medio despistado, quizá ya no sabía ni en qué juicio estaba
. El mejor fue Gerardo Galeote, exparlamentario europeo, con padre y hermano imputado en distintas piezas de la causa, que repitió tres veces una frase algo contradictoria:
"No me reconozco en las anotaciones y no conozco el sentido de las mismas".
Hubo un breve epílogo en esta mustia sesión de aire decadente con un testigo menor, de la defensa de Jesús Sepúlveda:
"Nos conocemos desde el colegio, desde los ocho años".
Daba cierta pena, un vértigo de vida torcida y extraviada.
Eran dos niños jugando en el patio, y ahora aquí.