El fotógrafo expone en el museo Helmut Newton de Berlín imágenes gigantes de hombres y mujeres sin ropa.
Paredes tapizadas con fotografías gigantes que muestran la belleza de
hombres y mujeres, la mayoría sin ropa o con vestimentas que dejan
traslucir la perfección del cuerpo humano. Así es la exposición en el
museo de fotografía Helmut Newton de Berlín, donde se puede disfrutar de
la genialidad de Mario Testino, uno de los fotógrafos más afamados, que
muestra 50 retratos en una colección que recibió el nombre deUndressed. La exposición, que abrirá sus puertas mañana, 3 de junio, podrá visitarse hasta el próximo 19 de noviembre. La
fiesta visual que ofrece el museo es singular. Los retratos gigantes de
Testino que cubren las paredes de tres salas del museo, muestran
hombres y mujeres que lucen sus cuerpos de forma desenfadada, un
experimento para intentar analizar la transición de la moda hacia el
erotismo y la anatomía humana en la frontera con la pornografía. Las
fotos tienen la magia de enseñar al público que la desnudez humana sigue
siendo un arte siglo tras siglo. Testino muestra que la fotografía
inspirada en la moda tiene un espacio que permite copiar las obras de
arte en cuerpos humanos. La muestra del Helmut Newton
extrae de la sexualidad entre hombres y mujeres y entre parejas
homosexuales un aura mágica que evita lo cotidiano e invita a soñar. Las
fotos de Testino convierten además al espectador en un voyeur cómplice de un gran fotógrafo. La iniciativa está acompañada por otra exposición del propio Helmut Newton, titulada Unseen,
una selección de imágenes que en su mayoría nunca habían sido expuestas
en galerías o museos. Newton, gran inquisidor de la belleza femenina y
que siempre mostraba a sus modelos en poses lascivas o en ambiguas
sesiones casi masoquistas, combinaba la desnudez y la moda en forma
sutil y, al igual que Testino, buscaba transformar al público en voyeur.
La serie de fotos de distinto formato que se puede contemplar en el
museo, realizada a lo largo de cinco décadas, subraya también el cambio
de rol de la mujer en la sociedad occidental y su elegancia sin tiempo. Una tercera muestra del museo
recoge la afición de Jean Pegozzi por la fotografía. Este empresario
multimillonario y coleccionista de arte africano es quizás el anfitrión
más famoso de Cap d’Antibes, en la Costa Azul, donde posee una villa que
heredó de su padre. A sus famosas fiestas acuden estrellas del cine y
de la música que se dejan retratar por el anfitrión. Aunque el oficio de
Pegozzi no tiene nada que ver con Testino y Newton, durante años se ha
dedicado a retratar a sus invitados en sus célebres fiestas en la
piscina.
El actor,
tras sufrir un infarto, empieza el rodaje de su nueva serie con unos
nuevos hábitos de vida y da gracias por no haberse ido "al otro barrio".
El actor José Coronado, el jueves en la presentación del rodaje de la serie 'Gigantes'.Rubén MuñozEFE
Desde que el pasado 18 de abril abandonara el hospital tras sufrir un infarto, a Jose Coronado
no se le había visto en eventos, celebraciones o estrenos.
Hasta este
jueves, cuando en la presentación de su nuevo proyecto hizo sus primeras
declaraciones públicas tras su paso por el hospital.
"Me siento un
privilegiado de que me hayan dado este aviso y no me haya ido al otro
barrio", dijo el intérprete a la agencia Efe durante la presentación del
rodaje de la nueva serie de Movistar+, Gigantes, dirigida por Enrique Urbizu.
A la pregunta de si aquel susto para su salud le ha hecho tomarse su
faceta laboral de manera más relajada, el artista ha señalado que a él,
lejos de provocarle estrés, el trabajo le “da la vida".
En su día a día,
eso sí, ha comenzado a cuidarse más:
ha dejado de fumar, ha empezado a hacer deporte y ha mejorado su
alimentación.
"No sé estar sentado, tengo que estar donde me gusta",
dijo Coronado, que calificó como "una suerte" la llamada que recibió
para integrarse en el reparto de esta nueva serie.
El director Enrique Urbizu y el actor José Coronado, en la presentación de la serie 'Gigantes'.Rubén MuñozEFE
Coronado, de 59 años, fue hospitalizado el 15 de abril por
sufrir un infarto cuando se encontraba en su domicilio en Madrid. Allí
se desplazó una ambulancia del SUMMA que le trasladó al hospital
madrileño de La Princesa, donde al día siguiente fue intervenido para
solucionar el problema que había producido el fallo cardiaco. Tras recibir el alta tres días después, abandonó el hospital muy sonriente
y saludando a los medios de comunicación que aguardaban su salida. Una
vez instalado de nuevo en su domicilio, el intérprete escribió varios mensajes en su Twitter en los que dio las gracias tanto al hospital y al SUMMA como a la prensa que estuvo pendiente de su evolución.
Muchos fueron los mensajes de ánimo y apoyo que recibió el actor de sus compañeros de profesión, como el de Antonio Banderas, que poco después de enterarse de la noticia escribió a su colega
también a través de su cuenta de Twitter. "Ánimo Jose. Comprenderlo,
hacer lo indicado y comenzar a caminar de nuevo", le aconsejaba el actor
malagueño que a finales de enero también sufrió un infarto y como consecuencia de ello le implantaron tres stend. Después de unos días de descanso, Coronado ha retomado su vida laboral, aunque con más calma, compaginando series de televisión, cine y teatro. En su día a día sigue acompañado por su hijo Nicolás, también actor,
nacido de su relación con Paola Dominguín Bosé, y que vive con él. El
actor es, además, padre de una niña, Candela, fruto de su noviazgo con
la cantante Mónica Molina.
Periódicos
extranjeros, británicos y estadounidenses: 'Financial Times', 'Herald
Tribune' y 'The Wall Street Journal', en un quiosco de prensa de Madrid.ALVARO GARCÍA
Hay lectores de un solo ojo. Guillermo Cabrera Infante contaba la
historia de un pariente que, al tener que decir qué había leído Guerra y paz,
la imponente novela de Tolstoi, confesaba: “Solo me he leído los
capítulos de paz”. Claro, había acabado pronto, y en paz. Woody Allen
resumió esa lectura de la misma novela con más desparpajo: “¿Guerra y paz? Sé que va de Rusia”. Y hay lectores de dos ojos: leen un lado y otro de la trama, se hacen
una idea global, no se quedan solo con Paz o con Guerra, o con Rusia. Ven los dos espectros del suceso, y salen del libro habiendo discutido.
Con los periódicos debería pasar lo mismo: lo lees, discutes con él, y
te vas a seguir buscando tus propios argumentos. Si siempre estuvieras
de acuerdo con lo que lees vete al oculista. Es posible que estés
leyendo con un ojo solo.
Como consecuencia de la intromisión de las redes sociales en el gusto
e incluso en las ideas o en las ideologías, ahora se levanta el dedo
muy pronto, para decir sí o para decir no. Y si es que no, o cae el
libro o cae el periódico. Como en el circo romano. ¿Qué ha dicho X?
¡Condenado! ¿Qué ha dicho Y? ¡Es de los nuestros! Las redes sociales, lo advertía Nicholas Carr en su imprescindible libro Qué está haciendo Internet con nuestras mentes,
nos han acostumbrado a recibir por un solo ojo, por un solo oído y por
un único gusto lo más sobresaliente de lo que pasa, de lo que se cuenta o
de lo que se opina. Leer con una idea fija y preconcebida, qué placer
para el entendimiento… del ojo único. Decía Arthur Miller (y lo recuerda con frecuencia Javier Moreno, exdirector de este periódico) que un diario es una nación discutiendo consigo misma. El autor de Las brujas de Salem
hablaba de otros tiempos: a juzgar por lo que sucede ahora, un
periódico, cualquier medio, tendría que ser una nación de acuerdo
consigo misma. O eso es lo que parecen haber sido conducidos los
oyentes, los televidentes, los lectores de periódicos. No parece estar ahora el terreno para jugar mirando a los
lados. Por la propia configuración de la red, e incluso por su
nomenclatura más habitual, desde los emoticonos a la propia fraseología,
se está de acuerdo o en desacuerdo como principio y fin de la
discusión. Es decir, no hay discusión: o dices lo que el otro espera
escuchar, o leer, o cierra el pico. Estamos para el aplauso; la oveja
negra vive, durmiendo, en una novela de Monterroso. Ahora las ovejas o
son blancas, o rojas, o azules, o no hay nada que hacer. Para dormir,
mejor ovejas iguales. Eso tiene un efecto en el que escribe, periodista o comentarista, arrojado a la necesidad de enfrentarse a una comunidad que no discute sino que repudia o jalea.
Que te repudia o que te jalea. Aquí Bertrand Russell o Miguel de
Unamuno estarían en el infierno, comidos por los leones del circo. En un
lado está el disgusto y en el otro está el enfrentamiento, o la
melancolía del esfuerzo inútil. ¿Para qué razonar, en un sentido o en
otro, si ya está el pescado vendido, o podrido? ¿Si ya nadie se convence
con un argumento o su contrario? ¿Si ya sabemos cómo sigue la historia,
para qué argumentar sobre la historia?
Ocurre en la opinión, sobre todo; el razonamiento, o la
exigencia del razonamiento, pasa a mejor vida a manos de la exigencia
más habitual: que solo se jalee a favor, que se construya, en torno al
pensamiento único, la apariencia de la discusión, pero que esta no
exista. Ocurre con la relación que se ha establecido, en esta era de
dedos que van a favor o en contra, sin términos medios, con los medios.
Esta es mi emisora, este es mi periódico, este es mi programa. Donde se
dice lo que quiero escuchar, lo que quiero leer. Lo que quiero querer,
lo que prefiero odiar. Rafael Azcona contaba en sus charlas del tiempo antes de Twitter lo que
le pasaba a un amigo suyo que acompañaba a su hermano, un muchacho, a
las sobremesas bohemias de la posguerra. De pronto había silencio. Y el
muchacho gritaba: “¡Discutan, que me estoy aburriendo!” Ahora se discute
para que el otro deje de exponer su razonamiento. Y el silencio que
sigue, un día nos pasará factura. Alguien gritará que se está
aburriendo. Yo ya empiezo a gritarlo.