Una
fotografía de la monja Catherine tomada cuando daba clases de Lengua en
el instituto Arzobispo Keough, en Baltimore. En el vídeo, el tráiler de
'The Keepers'.Netflix
En 1992 Jean Wehner y su marido buscaban un piso algo más grande para
vivir con sus dos hijos. La agente inmobiliaria resultó ser una antigua
compañera del instituto de Jean. Habían pasado más de veinte años. Y su
excompañera le sugirió hacer una reunión con otras viejas amigas. Pero
Jean se negó. No sabía por qué. Solo la mención del instituto Arzobispo
Keough, de Baltimore, le producía un profundo rechazo. Días después, lo
entendió: en ese centro había sufrido todo tipo de abusos sexuales. Algo
que había conseguido enterrar hasta entonces en lo más profundo de su
ser. Pero aquel encuentro fortuito lo desenterró todo. También un
cadáver y una voz a su espalda: “¿Ves lo que pasa cuando dices cosas
malas de las personas?”. Jean tenía 15 años y frente a ella estaba el cuerpo semidesnudo de
Catherine Cesnik, una monja de 26 años que llevaba desaparecida dos
meses. Era su profesora de Lengua. La habían arrojado cerca de un
vertedero en la zona de Lansdowne, al sur de Baltimore (Maryland, EE.
UU.). Estaba tumbada bocarriba y presentaba un fuerte traumatismo en el
lado derecho de la cabeza. Jean, joven estudiante de 15 años en aquella
época, trató de quitarle los gusanos de la cara. Pero la persona que le
había llevado hasta el cadáver le susurró aquella frase que ahora
recordaba mirando las fotografías de aquel anuario polvoriento: “¿Ves lo
que pasa cuando dices cosas malas de las personas?”.
Todas las monjas toleraban mirando para otro
lado.
Salvo una: la hermana Catherine, que se las ingeniaba para que las
estudiantes no traspasaran esa horripilante puerta
Los recuerdos de Jean Wehner sirvieron para que la policía volviera a
investigar el caso del asesinato de la hermana Catherine Cesnik,
encontrada en 1970 por unos cazadores, y para desvelar los abusos
cometidos en aquellos años por una red de sacerdotes, policías y
empresarios locales de Baltimore, que hasta entonces habían permanecido
también silenciados.
Las dos cosas están relacionadas Es lo que sugiere la serie documental The Keepers, que acaba de estrenar Netflix y que está dirigida por Ryan White. “Cuando conocí a Wehner supe de inmediato que esto no era una simple
trama policíaca: esto es mucho más oscuro y más triste”, explica White. El documental es, en efecto, una madeja de siete capítulos con duros
testimonios de las víctimas de aquel colegio católico solo de chicas. Y
un protagonista, el padre Joseph Maskell, que centra toda la atención. El documental apunta que, desde 1967 y hasta 1975, Maskell hizo todo lo
que quiso con aquellas alumnas en su despacho de capellán y orientador
del instituto Keough. Solo o acompañado de otros pedófilos que bajo
amenazas o hipnosis abusaron de aquellas adolescentes a las que les
decían que así expiaban sus pecados. La cinta narra también el poder
omnipresente de la iglesia católica, y por ende de los sacerdotes, en el
Baltimore de los años sesenta. Una ciudad obrera, por aquel entonces. Y
un manto de encubrimiento a todos los niveles. Años antes ese mismo sacerdote había abusado de otro estudiante,
Charles Franz, de 14 años. Charles, hoy dentista, lo explica así en el
documental: “Maskell era el pastor asociado en la Iglesia de San
Clemente. Yo era monaguillo y abusó de mí varias veces en el año 1967. Me enseñó a beber para olvidar los problemas y a consumir drogas. Se lo
conté a mi madre y lo trasladaron a otro centro [el instituto Arzobispo
Keough, donde estudiaban aquellas chicas]. Si la Iglesia católica
hubiese actuado correctamente en el 67, porque lo sabían, no habría
habido un asesinato y tantos abusos”. Desde la Archidiócesis de Baltimore lamentan hoy estos hechos. Su
vicerrector, Sean Caine, explica a ICON que han visto el documental y
que les resultó “doloroso” y “triste”. Aunque precisa que ellos no
tuvieron constancia de los abusos hasta 1992, cuando Jean Wehner se
dirigió a ellos. Fue cuando destituyeron al padre Maskell. “No hay un
registro de denuncias de abuso sexual por Maskell antes de 1992. Charles
Franz afirma que su madre comunicó su abuso por parte de Maskell en
1967. Pero no fue así. La madre no lo comunicó”, señala Caine.
Werner
Spitz, patálogo forense del caso, mostrando la imagen del cráneo de la
monja Catherine, con el boquete que produjo el impacto.Netflix
Aquellas alumnas tenían verdadero pánico a ser llamadas al despacho
del padre Maskell.
Sabían lo que les esperaba dentro.
Pero nunca con
quién. Y su elección, además, no era casual: muchas de ellas no tenían
una relación muy fluida con sus padres. Maskell era a su vez el capellán
de la policía del condado.
Por lo que se sabía impune.
Algo que las
demás profesoras, todas monjas, sospechaban y toleraban mirando para
otro lado.
Salvo una: la hermana Catherine Cesnik.
Ella, en más de una
ocasión, se las había ingeniado para que las estudiantes no traspasaran
esa horripilante puerta: “No puede ir, se ha marchado”, decía Catherine al padre Maskell.
En la primavera de 1969, Jean, la mujer que décadas después se
enfrentaría a sus dolorosos recuerdos, le confirmó esos abusos a su
profesora de Lengua, la hermana Catherine Cesnik. Ella se comprometió a
hacer algo. Pero a la vuelta de las vacaciones, la hermana Catherine ya
no formaba parte del claustro. Se había marchado a otro colegio. Y en
noviembre de ese año desaparecía tras salir a hacer unas compras. Jean
se preguntaba dónde podría estar. Y el padre Maskell, que sabía que
aquella alumna le había delatado, quiso mostrárselo. “Acompáñame,
te voy a enseñar dónde está tu profesora”, le dijo a una adolescente y
temerosa Jean. Condujo en su coche (siempre en versión de Jean) hasta
una zona boscosa, situada a las afueras. Y al bajar del vehículo
caminaron por un sendero de tierra hasta llegar a un vertedero. El
cadáver de la monja estaba ahí, descompuesto . Fue entonces cuando Jean
supo lo que pasaba si se decían cosas malas de las personas. De él, en
concreto. Un escabroso recuerdo que no sirvió, sin embargo, para
condenarle.
A
la izquierda, el principal acusado de abusos sexuales a menores, el
padre Joseph Maskell. A la derecha, otro de los religiosos implicados,
Neil Magnus.Netflix
La policía no halló pruebas de la implicación del padre Maskell en
aquel asesinato. ¿Habían matado a Cesnik porque iba a contar qué les
hacía a sus alumnas? Casi 50 años después, todavía no se ha resuelto. En el documental se habla de hasta cuatro sospechosos más y tres
móviles diferentes: un crimen pasional, un robo y un vecino que se había
obsesionado con ella y la mató a golpes. Pero todo son incógnitas en un
guion que sigue la estela de otros similares como Making a murderer. Y que deja en el espectador una insana sensación de injusticia. Jean
Wehner fue la primera mujer que habló de esos abusos a principios de los
noventa. Pero no la única. Hubo más de 30 testimonios de víctimas del
padre Maskell. Mujeres que también habían empezado a enfrentarse a su
pasado sin sentirse culpables. Algo que, por desgracia, suele ser
habitual en caso de violación infantil. Pilar Polo es psicóloga de la Fundación Vicki Bernadet,
una institución que lleva 20 años atendiendo a víctimas de abusos.
Explica para ICON esta circunstancia: “Al ser niños, y ser egocéntricos,
piensan que las cosas pasan porque ellos hacen que pasen. Luego esos
recuerdos se arrinconan por pura supervivencia o se olvidan hasta que
algo o alguien los trae otra vez de vuelta". Y añade: "Pero más que de
memoria recobrada, sobre la que no existen estudios definitivos, habría
que hablar de reinterpretaciones de historias de vida. Es decir, a ella
[Jean] le hicieron creer, seguramente, que aquello que había vivido no
eran abusos sino otra cosa. Y cuando ella, años más tarde, le pone
nombre a aquello que vivió, desbloquea otras cosas y aparecen
situaciones que fueron reales”.
Jean Wehner, en la actualidad, describiendo en el documental los abusos a los que fue sometida.Netflix
Jean Wehner y otra exalumna, Teresa Lancaster, de 40 años y violada
con 16, presentaron en 1994 una demanda civil contra el sacerdote, la
escuela de las Hermanas de Nuestra Señora, que eran las monjas que
supervisaban el instituto Keough, la poderosa Archidiócesis de Baltimore
-la primera diócesis fundada en EE. UU.- y contra el ginecólogo
Christian Richter, cómplice del clérigo. Teresa y Jean solicitaban 40 millones de dólares (algo más de 35
millones de euros). Pero la jueza, Hilary Caplan, dictaminó que el caso
no reunía los requisitos para eludir el estatuto de limitaciones [la ley
que impone un límite de tiempo en la presentación de una demanda]. Es
decir, aquellos abusos habían prescrito. Entretanto, el padre Maskell siguió dando misa de forma intermitente,
con alguna estancia en un centro para tratar su problema de pedofilia,
alguna escapada a su país de origen -Irlanda- y una dimisión que fue más
retiro que otra cosa. Murió en 2001, con 62 años, ingresado en la
unidad de demencia del hospital Stella Maris de Batimore. Jamás
reconoció los hechos.
"La serie sugiere que la Archidiócesis no hizo
ningún esfuerzo. Pero cooperó en la investigación de los abusos de
Maskell y de la sospecha de que pudo estar involucrado en el asesinato
de sor Cathy", dice a ICON el vicerrector de la Archidiócesis
El actual vicerrector de la Archidiócesis de Baltimore, Sean Caine,
quiere matizar para ICON una parte del documental: “Maskell fue
destituido del ministerio en 1992 y enviado a un centro para una
evaluación y tratamiento. Ese mismo año, se contrató a un investigador
privado y pasó más de 100 horas estudiando la denuncia hecha por Jean
Wehner, la primera persona que alegó que Maskell había abusado de ella. La serie sugiere que la Archidiócesis no hizo ningún esfuerzo para
corroborar la versión de la señora Wehner. Pero cooperó con las
autoridades civiles en la investigación de los abusos de Maskell y de la
sospecha de que pudo haber estado involucrado en el asesinato de sor
Cathy Cesnik”.
El dictamen de la jueza Caplan decía que la demanda se había
presentado fuera de tiempo, pero no que esos abusos no se hubieran
cometido. Tras el testimonio de Jean y Teresa, fueron muchas las voces
que aseguraron haber sido víctimas del padre Maskell. En 2002, y
asediada por la presión, la Archidiócesis de Baltimore se vio obligada a
publicar una lista con 57 nombres de clérigos que se habían visto envueltos en escándalos sexuales
creíbles. En ella figuraba Joseph Maskell, que según se lee ejerció
hasta 1994. Lo cual llevó a la Iglesia de Baltimore a buscar un acuerdo extrajudicial, y a puerta cerrada, con 12 de sus 35 víctimas. Algunas no vivieron para contarlo: se suicidaron antes. Jean y otros 11 supervivientes recibieron indemnizaciones de entre
25.000 y 50.000 dólares (22.000 euros y 44.000 euros) además de fondos
para tres años de terapia psicológica. En el documental Wehner señala
que aceptó la indemnización, pero rechazó los fondos para terapia
“porque no quería prolongar su relación con la Archidiócesis” de su
ciudad. Es lo único que queda en claro en la cinta de Netflix. Que esos
abusos existieron y que, tal vez, como sugieren muchos, llevaron al
asesinato de la hermana Catherine. Un caso que sigue abierto gracias,
sobre todo, a la labor de muchas de sus exalumnas que aparecen también
en el documental. Como Gemma Hoskins y Abbie Schaub, dos sexagenarias que llevan años
investigando el tema por su cuenta y dándose de bruces contra la
burocracia, la poca o nula colaboración de las autoridades y el paso del
tiempo. El que les queda a ellas y a otros muchos testigos antes de que
este misterio se difumine para siempre. Otros que podrían ayudar a
resolverlo ya no viven. Y muchas de las pruebas que se consiguieron
desaparecieron o no pasaron del cajón de algún policía del condado. Quien fuera que lo hizo parece haberse salido con la suya.
Las 'machistadas' no son noticia, la buena nueva es que algunas se pagan, aunque sea a la fuerza.
Últimamente ando pelín sorda y ciega del oído y el ojo
derecho. Nada serio, gracias. Un tapón tamaño tuneladora a consecuencia
de ir dejándolo todo para mañana —el lunes pido cita con el otorrino— y
una catarata rollo Iguazú después de cinco episodios de uveítis producto
de los disgustos de la vida, no entraré aquí en detalles sórdidos. A
ver: ver, veo y oír, oigo. Pero solo lo que canta tan fuerte que lo ves y
lo oyes aunque no quieras. El blablablá, el mundanal ruido, la infernal
cháchara de ahí fuera me la ahorro. Total, doy el pego y no me pierdo nada. Tú hablas con quien
sea, pones cara de me importa sobremanera lo que me estás contando,
sonríes como si vieras al Mesías, dices que fenomenal todo y que a ver
si comemos y charlamos, y quedas como una reina aunque no te hayas
coscado de nada y hayas estado pensando todo el rato en si te queda
papel higiénico en casa.
Aun
así, cegata y teniente perdida, el último escándalo de andar por
Twitter ha sido de tal calibre que hasta yo me he enterado. Resulta que
un tenista de cuarta, Maxime Hamou, eufórico después de un partido en
Roland Garros, le metió la lengua en la oreja en directo sin su permiso a
la periodista Maly Thomas y los demás varones presentes se limitaron a
reírle la gracia al baboso. La alarma ha sido tan ensordecedora que
todos, torneo, patoso y palmeros, han tenido que pedir disculpas con el
rabo entre las piernas. Que su reacción no fue apropiada, que no
estuvieron a la altura, que lo sienten en el alma, lloran a toro pasado. De que les pareciera normal lo que vieron e hicieron no dicen nada, eso
sería hilar fino. Las machistadas no son noticia, la buena
nueva es que algunas se pagan, aunque sea a la fuerza. Porque algunos
cambios o se imponen por las bravas o las mujeres seguiremos siendo
objetos a disposición del macho por los siglos de los siglos. Y acabo,
que me pitan los oídos y no es por lo mío.
Los nuevos
exponentes de la Camorra y la 'Ndrangheta, en muchos casos en plena
adolescencia, disparan, gastan y alardean de su violencia sin pudor.
Imagen de la víctima.
Eran íntimos amigos y tenían solo 15 años. Pero últimamente, Alex Pititto, hijo de un capo de la ‘Ndrangheta
y último miembro de una larga saga de delincuentes, sospechaba que su
colega Francesco andaba detrás de su novia. Nada concreto, algunos
gestos, comentarios, miradas… La mosca detrás de la oreja. La gota que
colmó el vaso fue ese maldito like que le puso bajo una foto. No tenía que haberlo hecho. Una falta de respeto, pensó Pititto. Así que le citó a las afueras de Mileto, en un precioso campo de
olivos para hablar, sin un tema concreto sobre la mesa. Nada más
encontrarse, sacó la pistola y le pegó tres tiros a su amigo. Era una
cuestión de honor.
Así evoluciona el mundo de las mafias en Italia. Lo han advertido ya
todos los informes policiales, judiciales e, incluso, el último libro de
Roberto Saviano, La banda de los niños (que se publica en
España en otoño). Una novela cuyo arranque es prácticamente calcado a la
escena que ocurrió el lunes en Calabria. Los hijos de los grandes
exponentes de la Camorra y la ‘Ndrangheta empiezan a reproducir ya los códigos de conducta y supuesto honor que han mamado en casa.
Imagen colgada en Facebook de uno de los 'babyboss' encarcelados en plena celebración.
El asesino era hijo de una familia habitual de la crónica negra. Su padre, Salvatore, de 49 años, alias El tío,
la madre Maria Antonia Messiano, el hermano de 21 años, el primo
Pasquale (cuñado del arrepentido Michel Iannello, el asesino de Nicholas
Green), fueron arrestados el pasado enero en la operación Stammer. Eran
un clan dedicado al tráfico de cocaína desde Sudamérica. Así que la
policía no tiene duda de que el chico recibió una educación
delincuencial ortodoxa y cogió la pistola de casa, de uno de los cajones
del abuelo. Lo llamativo del tema es que ambos chicos eran inseparables. En su cuenta de Facebook, como señalaba este miércoles el Corriere della Sera,
el asesino había escrito bajo la foto de su amigo: “La amistad es algo
en boca de todos, pero en el corazón de muy pocos”. Un asunto, el del
corazón, que se presta a múltiples interpretaciones en manos de
cualquier capo mafioso. La cuenta en la misma red social de la víctima
permanecía activa hoy y su familia había colgado una foto suya donde
podía leerse: “Tan perfecto, que los ángeles te han querido con ellos. Te echamos de menos. Buen viaje, Príncipe”. Otro comentario denunciaba
cómo los niños en Calabria están cada vez más familiarizados con el uso
de armas y reciben una educación violenta en cuyos esquemas no chirría
pegarle tres tiros a un amigo.
Todos los expertos en mafias de Italia señalan la peligrosidad que entrañan las nuevas generaciones de babycapos,
como los llaman aquí. Son compulsivos, ostentosos, de gatillo fácil y
sin ningún miedo a pasar una temporada en la cárcel. “Son jóvenes y
tienen toda la vida por delante. Les da exactamente igual”, explicaba
recientemente Roberto Saviano en una entrevista con este periódico a
propósito de las nuevas bandas de camorristas del centro de Nápoles. La Repubblica informaba hace unos días de la dentención de
un capo camorrista de solo 16 años acusado de la muerte de dos miembros
de su mismo clan. La impunidad con la que se movía, la cantidad de
dinero que gastaba en champán en la playa con sus amigos o la obscenidad
con la que exhibía sus armas y coches (tiene una foto con un Ferrari
sin ni siquiera poseer carné de conducir) han hecho saltar todas las
alarmas. En uno de los pinchazos que la policía realizó tras el suceso
sobre uno de los capos de la banda, padre de otro de los chicos, puede
verse cómo funciona el cerebro educativo de los progenitories mafiosos: "Se lo había dicho: 'No es el momento... cuando llegue el momento te lo
diré, pero ahora no lo es". Bueno sin llegar a mtar o tener ganas de hacerlo, hay amistades de antaño, de toda la vida, compañeros y amigos que por ponerles algo en un texto suyo, te reprenden con tanta acritud que la amistad se va rompiendo. Si pones algún remedio el que cree que pones algo sin relación a su texto, le da igual y no hace nada para evitar el desmoronamiento de una amistad que permaneció en tiempos peligrosos. Quizás el problema es que ellos nunca te consideraron amiga. Creo que es eso. O no los adulas lo suficiente. Tengo recuerdos muy desagradables de alguna persona que te die claramente que escribes en su muro, no en el de Pink Floid precisamente, para que te lea más gente. Un gesto de extrañeza por mi parte porque no lo necesito, igual esa persona si..... El caso es que hay muchas amistades rotas, no me extraña que un "Capo" actue de esa forma......veces pasadas que ganas me dieron de partirles la cara a esos pedantes.....y en la realidad no lo hubiera sentido.....la amistad tiene ciclos y hay algunos que son el final de los recuerdos pasados.
‘Beren y
Lúthien’ ve la luz como novela independiente 100 años después de su
primera concepción y recoge todas las versiones que hizo de ella el
escritor.
Portada de ‘Beren y Lúthien’, que sale a la venta este jueves.
El relato de Beren y Lúthien, la historia de amor entre un
humano y una elfa, no es nada nuevo para los aficionados a la obra de J.R.R. Tolkien. La historia, que se desarrolla durante la Primera Edad de la Tierra
Media, 6.500 años antes de los eventos que recoge la famosa trilogía El señor de los anillos, es uno de los muchos cuentos que conforman el tomo conocido como El Silmarillion. Sin
embargo, la editorial estadounidense Harper Collins lo publica ahora
por primera vez como una novela independiente en un libro en el que se
recogen todas las versiones que Tolkien escribió de una historia a la que siempre volvía y que nunca dejó de escribir. Este jueves ha salido a la venta en inglés, según informa la BBC. La edición corre a cargo del hijo del escritor, Christopher Tolkien, de 93 años, que ya ha trabajado en numerosas publicaciones póstumas de su padre. Beren y Lúthien es descrita como una
"historia muy personal" que el profesor de Oxford ideó después de
regresar de la Batalla del Somme. Cuenta el romance entre Beren, un guerrero humano, y Lúthien, la hija
del rey elfo del reino forestal de Doriath. La desaprobación del padre
de Lúthien lanza a los amantes a una serie de peligrosas misiones, de
las que se rescatan entre sí, con la ayuda de un perro mágico, gracias a la valentía, la música y el amor. La novela ve la luz cuando se cumple un siglo de la publicación de la primera versión, titulada El cuento de Tinúviel y escrita en 1917 como parte de El libro de los cuentos perdidos. Después, Tolkien la transformó en un poema épico titulado La Balada de Leithian pero, como muchos otros textos, nunca lo terminó. Dejó tres de los 17 cantos incompletos. Tras la muerte del escritor, La Balada de Leithian fue publicada en Las baladas de Beleriand, junto con La balada de los hijos de Húrin y otros poemas inconclusos.
El libro que sale ahora a la venta incluye el escrito primigenio, la versión que apareció después en Silmarillion
y el poema épico. El tomo se completa con otros escritos del autor e
ilustraciones creadas por Alan Lee, que ganó un Oscar por su trabajo en
la trilogía de Peter Jackson. La novela se publica además en el décimo aniversario del último libro de la Tierra Media, Los Niños de Húrin.
El cuento de Beren y Lúthien es la gran historia de amor de la Tierra Media. La relación entre Aragorn y Arwen guarda
muchos paralelismos con ella, ya que ambas cuentan las dificultades de
un amor entre un humano y una inmortal. De hecho Beren y Lúthien son
mencionados en El señor de los anillos. Es el propio Aragorn quien la cuenta en La Comunidad del Anillo. La historia de Beren y Lúthien, epicentro del mundo de
Tolkien, es un reflejo del amor real entre Tolkien y su esposa Edith,
que también sufrió la desaprobación en sus inicios. El encuentro entre
los personajes de ficción se inspira en una imagen que se le quedó
grabada a Tolkien de una ocasión en la que Edith bailó para él en una claro lleno de flores blancas. Se enamoraron cuando él tenía 16 años y ella 19 y se casaron ocho años después, meses antes ser enviado a Somme. De hecho, los nombres de Beren y Lúthien están tallados en la lápida que el matrimonio comparte en el cementerio de Wolvercote, en Oxford.
Escrito en tono arcaico, contiene pasajes como este:
"No moon is there, no voice, no sound
of beating heart; a sigh profound
once in each age as each age dies
alone is heard.
Far, far it lies,
the Land of Waiting where the Dead sit
in their thought's shadow, by no moon lit".