No solo le
negó la mano en Israel, la primera dama hace muecas de desaprobación al
presidente de EE UU y ha llegado a apoyar en Twitter a quien ironiza
sobre él.
¿Hay crisis en el matrimonio Trump? Esa es la pregunta que se hacen muchos medios después de ver algunos de los desplantes que Melania Trump
le ha hecho a su marido en público. El último fue la semana pasada en
Israel, cuando las cámaras captaron a la primera dama de EE UU
rechazando dar la mano a su marido mientras caminaban junto a Benjamín
Netanyahu y su esposa, Sara, a su llegada a Israel en visita oficial. Varios desplantes y reacciones que ya han tenido su eco en la campaña en las redes #FreeMelania (libertad para Melania, en castellano). El polémico 'me gusta'. Melania Trump retó a su marido a través de su cuenta de Twitter (en la que tiene 7,3 millones de seguidores) al dar a la pestaña de me gusta a un tuit y un GIF
del escritor Andy Ostroy, en el que ella misma aparece el día del
juramento de su marido haciendo gestos. "Parece que el único muro que
Donald Trump ha construido es el que hay entre él y Melania Trump", dice
el texto que aparece acompañando al breve vídeo en el que la primera
dama sonríe cuando mira a su marido, pero cambia por completo cuando
este se gira, pasando a una cara más bien de enfado o de disgusto.
En la toma de posesión. En un vídeo filmado el pasado 21 de enero durante la toma de posesión del magnate como presidente de Estados Unidos,
durante la intervención del predicador cristiano Franklin Graham, Trump
se giró hacia los suyos en un gesto cariñoso con su familia. Aunque la
controversia aparece cuando el magnate recupera su posición, y la
sonrisa de la primera dama se torna en la más absoluta seriedad. Diferentes opiniones. Además, durante los primeros
meses de mandato de Trump, ella se ha mantenido al margen de las
polémicas de su marido y sus primeras medidas —un veto migratorio contra seis países de mayoría musulmana, ordenar la construcción de un muro en la frontera con México o un plan de reforma sanitaria que dejaría a millones de personas sin cobertura médica—,
que han generado mucha oposición en el país. Decisiones, algunas de
ellas, que contrastan con el discurso de inclusión y antidiscriminación
de su mujer. Insinuaciones sexuales. Ya en la campaña se vieron los
primeros síntomas del carácter de Melania Trump. En su primera
entrevista desde el lanzamiento del vídeo que mostraba a su marido en el 2005 presumiendo de hacer insinuaciones sexuales
inoportunas a mujeres, Melania Trump lo defendió y dijo que creía que
había sido incitado. En el vídeo Trump hace comentarios vulgares sobre
las mujeres, en un autobús en el que iba con el expresentador de Access Hollywood, Billy Bush, para el plató de Days of Our Lives. En una entrevista a Anderson Cooper de CNN, Melania Trump habla de un "lenguaje no aceptable"
y se refirió a los comentarios de su marido como bromas de machos y los
comparó con "dos adolescentes" hablando de mujeres. "A veces digo que
tengo dos niños en casa", dijo. "Tengo a mi hijo y a mi marido. Sé cómo
hablan algunos hombres y así lo vi yo".
Mirada perdida. La primera dama de Estados Unidos y
el presidente también dieron que hablar en una ceremonia pública con sus
simpatizantes en el aeropuerto de Orlando Melbourne, Florida. En este
multitudinario evento, al que asistieron aproximadamente 9.000 personas,
según la policía, se dio una escena particular en el momento de la
intervención de Melania. Ella se encontraba dirigiéndose al público
cuando apareció por detrás Donald Trump y le tocó el brazo como una
señal de respaldo, sin embargo, la esposa del mandatario perdió su
mirada y no respondió con el mismo gesto. En otras ocasiones, ha sido
Trump quien ha insistido —muchos dirían que incluso demasiado— para que
ella hable en público sin querer hacerlo. Mudanza retrasada. Melania ha postergado su mudanza a la Casa Blanca para que su hijo termine el actual curso escolar en el colegio al que asiste en Nueva York.
“Tu alma es bella”. Eso fue lo que una oyente le dijo a Jeff Buckley
al finalizar un concierto en una cafetería de Nueva York. Aquel joven
cantante trataba de ganar experiencia sobre los escenarios de la Gran
Manzana cuando una chica de pelo oscuro, descrita por él en una
entrevista al diario The New York Times en 1993, se acercó
hasta él y, mirándole fijamente, tan fijo que pensaba que era para
decirle algo malo, definió su música impactada por lo que había sentido. Para desgracia de todos, apenas dio tiempo a escuchar los recovecos de
esa alma. Con tan solo un disco oficial y 30 años, Buckley se fue
demasiado pronto. Y, sin embargo, hay todavía algo sobrecogedor en su
voz, como una resonancia que apacigua el paso del tiempo y cura las
heridas.
No han sido pocos los que han dicho que este músico, nacido
en una localidad de California, siempre ha estado sobrevalorado. Con más
éxito comercial una vez muerto que en vida, fue elevado a los altares
por parte de la prensa especializada tras su fallecimiento en 1997. Justo o injusto, todo aquel que se ha adentrado en las profundidades de Grace,
un álbum que aparece en todas las publicaciones musicales como una obra
maestra de los noventa, sale tocado. Aprecia la sensación del vértigo,
siente el aliento de la existencia, bajo un aura bella y etérea. Cuando
ya en los noventa, como ahora, muchos valores vitales parecían
traducirse simplemente bajo términos materialistas, ajenos al contacto
humano, Grace era como adentrarse en un bosque encantado lleno de fabulosos secretos.
Buckley llegó a convertirse en un músico extraordinario a
pesar de la sombra alargada de su padre. Hijo del malogrado Tim Buckley,
el magnífico cantautor que creó un lenguaje musical sorprendente en los
sesenta con su mezcla de folk y jazz, pasó su infancia y adolescencia
con su madre y su padrastro. La primera, una amante de los Beatles,
cultivó sus inquietudes artísticas. El segundo, un tipo incapaz de dar
tres notas con una guitarra pero con una discografía envidiable, le
regalaba discos de Jimi Hendrix, Pink Floyd, The Who o Booker T. and The
MG’s. Cuando Buckley apenas tenía nueve años, fue su padrastro quien le
compró, de hecho, su primer disco de rock, Physical Graffiti
de Led Zeppelin. La banda británica marcaría desde entonces su música en
esa búsqueda premeditada de monumentalidad. A su padre, por el
contrario, apenas le conoció. El mayor de los Buckley dejó a su familia
al poco de publicar su primer álbum. Solo le vio una vez cuando Jeff
tenía ocho años. El iconoclasta Tim se precipitó sin freno por el abismo
de las drogas y el alcohol . A los 21 años era una estrella A los 25 tenía problemas para conseguir contratos discográficos debido a
su dependencia. A los 28 murió de una sobredosis de heroína. La Herina se llevó a muchos de los mejores del ámbito artístico, casi todos muy jovenes.Fue su amante infernal.... Fue un concierto tributo a su padre lo que permitiría que
Jeff entrase en el mundo de la música. En 1991 se organizó en Nueva York
una actuación para recordar la figura de Tim Buckley en St. Ann’s, una
iglesia de Brooklyn conocida por acoger eventos musicales como la
presentación del Songs for Drella de Lou Reed y John Cale. Jeff, un músico principiante, fue invitado. Su estilo sorprendió a
muchos. El cantante decidió entonces quedarse en la ciudad para
desarrollar su música. Alquiló un apartamento en East Village, centro de
la contracultura neoyorquina por el que pasaron hipsters, beatniks, hippies y punkies,
y se movió por la órbita artística de St. Ann’s o el Knitting Factory,
garito fundamental de la escena musical neoyorquina, cercano al
legendario CBGB’s, cuya programación se basaba en el rock y el jazz y
fue lugar de acogida de Sonic Youth, Cassandra Wilson, Yo La Tengo o Gil
Scott Heron.
Formó parte de la banda Gods & Monsters,
liderada por Gary Lucas, antiguo guitarrista de Captain Beefheart, pero
no llegó al año con una formación que pecaba de anárquica y no permitía
a Buckley dar con la clave de su música. Por su cuenta, decidió que lo
mejor era instruirse en pequeños escenarios donde tocar en directo y
probar sus experimentos. De un sitio a otro del Greenwich Village al
final aterrizó en el café Sin-é, enclavado en la zona de St. Marks
Place. Sin-é era un pequeño refugio para la música alternativa y terminó
por hacerse un nombre en el bullicioso ambiente de la ciudad. Abierto
por inmigrantes irlandeses, solían tocar Sinead O’Connor, The Waterboys o
Shane McGowan, cantante de The Pogues. El día que Buckley entró por
primera vez para pedir trabajo y, de paso, cantar alguna noche lo hizo
con el Astral Weeks de Van Morrison bajo el brazo. Y, de alguna manera, los ecos de ese disco también llegarían a su música. Decía
sentirse influido por Billie Holiday, Bob Dylan, Louis Amrstrong o Judy
Garland, pero Buckley guardaba también un poder místico al estilo de
Van Morrison, menos visceral, más sugerente, pero igual de evocador. Podía sonar como un bluesman blanco del Mississippi, como un
cantante de jazz haciendo acrobacias con su voz o como un desafiante
vocalista de pop lanzándose al vacío. Pero no sonaba como el veinteañero
que era. Ofrecía una intimidad singular, reconfortante. Como el propio
Morrison, las baladas románticas se transformaban en desesperados gritos
de amor mientras se desprendían inquietudes de alcance sobrenatural. Grace, publicado en 1994, era la culminación perfecta de este viaje que te saca del cuerpo. Canciones como Mojo Pin, Last Goodbye o Lover, You Should've Come Over impulsan a otra dimensión. Como escribía el crítico musical británico Seth Jacobson, en
una época en que la banda sonora de la angustia juvenil estaba definida
por las guitarras grunge y las camisas a cuadros, las
delicadas melodías y la sensibilidad estética de Jeff Buckley le dejaban
al margen de todo. Era atípico. Con otras referencias vitales y
artísticas como Nina Simone, Edith Piaf o el cantante paquistaní Nusrat
Fateh Ali Khan, Buckley, quien amparado por su apellido rechazó firmar
con el gran sello Columbia Records hasta que el productor ejecutivo no
oyese su música, decía que escuchó a Miles Davis decir que hay que amar
verdaderamente lo que haces para hacerlo tuyo para siempre. Según el
propio artista: “La sensibilidad no es una ñoñería. Porque una pulga
aterrizando sobre un perro suena como explosión”. Visto con el paso que da el tiempo, de alguna manera, Grace
y Buckley representaban la pureza y el equilibrio perfecto en otro
estado para una década marcada por el desencanto. Como afirmaba el
historiador Howard Zinn en su libro La otra historia de Estados Unidos: “A principios de los noventa, el sistema americano parecía estar fuera
de control: lo caracterizaba un capitalismo incontrolado, una tecnología
incontrolada, un militarismo incontrolado, un divorcio entre el
gobierno y la gente que decía representar. El crimen estaba fuera de
control, el cáncer y el SIDA estaban fuera de control. Los precios, los
impuestos y el desempleo estaban fuera de control. El deterioro de las
ciudades y la ruptura de las familias estaban fuera de control.
Y la
gente parecía percibir esta situación”. Grace se presentaba como el refugio, donde el cuento tierno y triste permitía reencontrarse con uno mismo, mirar a través del espejo. Como en una dramática fábula, Buckley estaba en Memphis
dispuesto a grabar su segundo disco cuando con un amigo se perdió por la
ciudad y terminaron a orillas del Mississippi. Se lanzó vestido al agua
al tiempo que cantaba. Las fuertes corrientes del gran río lo
arrastraron sin remedio. Su cuerpo sin vida apareció días después. Como legado, más allá de sus actuaciones en el disidente East Village u
otros escenarios, un EP primerizo y sesiones sueltas de grabación, solo
quedaba el álbum Grace. Al igual que un artesano, moldeó una
melancolía adherente a los tiempos que, por el filtro de su voz, por su
propósito artístico, radiaba luz y señalaba la épica de la vida. En
palabras del propio Buckley: “La música es infinita. Y aunque me he
enamorado incontables veces con toda clase de músicas, de todas partes
del mundo... siempre hay algo. Yo creo que simplemente se llama
libertad”. Escuchando su versión de Hallelujah de Leonard
Cohen, precedida de un suspiro, todavía hoy, la fragilidad alumbra con
tanta belleza que parece que el misterio de la vida queda resuelto por
ese instante libre, humano y eterno.
**Este artículo fue publicado en este periódico el 24 de agosto de 2011 y formó parte del libro del autor Acordes Rotos: Retazos eternos de la música norteamericana (66 rpm), publicado en 2012.
Camilla habla por primera vez de cuando era amante de Carlos de Inglaterra: “Fue horrendo”.
La esposa del heredero al trono británico explica que se sintió prisionera por el asedio de la prensa.
La duquesa de Cornualles pasa revista a tropas en Aylesbury, Inglaterra, el pasado día 24.WPA PoolGetty Image
Camilla de Cornualles, esposa del príncipe de Gales, ha hablado por primera vez a la prensa de la época en que fue la otra, del momento en que se hizo público su romance con Carlos de Inglaterra, cuando este estaba casado con la difunta Diana de Gales y ella con Andrew Parker-Bowles. En una entrevista con The Mail on Sunday (el dominical del sensacionalista Daily Mail),
la consorte del heredero de la corona británica explica con "un candor
asombroso" (según el propio diario) cómo se convirtió en prisionera en
su propia casa: "Fue horrendo".
El
diario ha construido, mediante la entrevista a la propia duquesa y con
varios familiares directos, un extensísimo retrato de la vida de Camilla
Rosemary Shand (su nombre de nacimiento), la mujer que saltó a la fama
como Camilla Parker-Bowles y que ahora es Camilla Windsor, por su
segundo matrimonio. La duquesa de Cornualles, que va a cumplir 70 años, explica
cómo vivía prácticamente escondida por el acoso de la prensa, en un
momento en que era una de las mujeres más odiadas por los británicos: "Durante más de un año, cuando vivíamos en Middlewick House, yo no podía
ir a ninguna parte". Su hijo Tom Parker-Bowles recuerda cómo les
perseguían: "Los paparazis nos seguían a todas partes y nos acechaban
como fantasmas. Teníamos unos prismáticos en el cuarto de baño de mamá
para vigilarlos. ¡A veces había una docena!".
El diario subraya que Camilla nunca se quejó del asedio de
la prensa. Lo que sí recuerda la princesa consorte es que era muy
desagradable: "Fue horrendo. Fueron unos tiempos profundamente
desagradables que no le desearía ni a mi peor enemigo. No habría
sobrevivido sin mi familia". El diario le pregunta entonces sobre si
cree que tiene capacidad para afrontar los momentos difíciles y ponerlos
en su lugar. "Por supuesto que sí", contesta la duquesa.
Carlos se separó de Diana en 1992, pero el divorcio no fue oficial hasta 1996, un año antes de la muerte de Lady Di en París —de la que este año se cumple el 20º aniversario—. Se casó con Camilla en 2005. Esta asegura que desde su infancia estaba preparada para la vida entre
la realeza, aunque a veces se mira a sí misma con escepticismo. "Tienes
que reírte de ti misma porque si no puedes hacerlo es mejor que
abandones. A veces pienso ¿quién es esa mujer? No puedo ser yo. Y así es
cómo sobrevives". Y dice esto a pesar de que piensa que desde pequeña fue
preparada para desempeñarse con soltura en este papel real. "Gracias a
dios fui criada por mis padres con una buena base y me enseñaron
modales. Puede que en este tiempo suene un poco esnob, pero entonces
dejamos el colegio a los 16 años y no íbamos a la universidad a menos
que fueras un cerebrito. En cambio íbamos a París y Florencia [el
aristocrático viaje antes llamado Grand Tour] y aprendimos sobre la vida
y la cultura, a comportarnos entre la gente, a cómo hablar a la gente. Eso estaba muy arraigado en mi vida y, sin esa base, la vida entre la
realeza hubiera sido mucho más difícil".
Ha escrito un libro y ha roto un tabú. Yolanda Guerrero,
periodista (trabajó en EL PAÍS más de 20 años), conoce bien el drama de
un fracaso, el de las adopciones fallidas; ha escuchado testimonios y
tiene también su propia, dolorosa, experiencia. Y porque de esta no
quiere escribir, ha vertido en la ficción la naturaleza real de ese
fracaso, que afecta a muchas familias o individuos que no lo cuentan. Ella lo hace en una novela, El huracán y la mariposa
(Catedral). La escritura le ha servido para aligerar “el equipaje” de
muchas personas que han adoptado un niño o una niña y el desapego rompió
desde el principio el encanto soñado por el adoptante. “He intentado distanciarme de mi propia historia para escribir este
libro”, dice. “Sé que con él puedo ayudar a mucha gente”.(Un poco Prepotente, creo que su novela no me gustará) El caso que
está en el fondo de El huracán y la mariposa es esa niña (el
huracán) que, una vez adoptada, exhibe “el trastorno del desapego”. Lo
explica Guerrero: “Cuando hay una disfunción entre el vínculo del niño
en sus primeros años, ¡o en sus primeros meses!, con quienes lo cuidan,
ese vínculo se rompe, se acaba el apego. Y el niño desconfía de todo el
mundo”. Quienes la han sufrido (hay pocas estadísticas, porque no muchas
personas exhiben ese fracaso) cuentan como un infierno la lucha
imposible por restaurar el apego. En la novela, la niña adoptada ha sido
víctima de maltrato por su familia original; la situación con la nueva
familia la devuelve al huracán de su memoria y se incendia una relación
ya imposible.
“Los psicólogos”, cuenta la novelista, “dicen que esos niños
conciben el mundo de un modo desorganizado, en el que las cosas no
están donde deben estar: para ellos, la persona que los cuida los
devuelve a los que los han podido violar, abusar o abandonar. Es un
trastorno habitual. Unos lo superan. Otros, como en la novela, se niegan
a aceptar el nuevo apego como una solución. Y eso hace inviable la
relación”. Para las personas que son víctimas de ese fracaso “es una
historia que nunca se llega a superar. Consiguen entenderlo después, no
mientras sucede. Para la novela he hablado con muchos psicólogos,
psiquiatras, con muchas familias que lo han sufrido y me han ayudado a
componer el puzle de todo lo que ocurre. Pero una vez que se recompone
eso no significa que la herida se cierre”. Los adoptantes viven situaciones violentas “sin motivo
aparente” y se produce “ese sentimiento de culpa que nos han enseñado
desde pequeños”. El adoptante se culpa y la sociedad lo mira. Escucha
que le dicen: “No haberlo hecho”. ¿Y no habría que hacerlo? “No habría
que hacerlo sin preparación. Para adoptar un niño no hace falta solo
tener amor: hay que tener mucha información, buscarla, pedir ayuda. Hay
que consultar a psicólogos, saber bien de dónde viene el niño, con
cuántos años y qué tipo de familia es la que está adoptando”. El
resultado de la desinformación se cuenta, metafóricamente, en El huracán y la mariposa.
Uno de los testimonios recogidos por Guerrero es la de una niña, cuyo
maltrato se desconocía al adoptar. El resultado es un volcán, un
huracán. Ahora hay en España algunas asociaciones que acogen a
quienes manifiestan haber fracasado en sus adopciones. En Cataluña hay
estadísticas, unos 80 afectados… “Mi relación con ellos ha sido de mucha
empatía: las Administraciones aún hablan de ‘niños abandonados’ cuando
los padres renuncian a ellos. Y no son niños abandonados, son niños a
los que los adoptantes se ven abocados a dejar sin su tutela, en manos
de los servicios sociales. Porque el huracán no tiene remedio. Tras la presentación del libro, el último miércoles, fueron a
saludarla personas que han vivido, en un lado y en el otro de las
adopciones. Una le dijo: “Yo salgo en la novela”. Se lo podían haber
dicho muchos, adoptantes y adoptados. Algunas de esas experiencias se
recogen en sitios que ella recomienda (buenostratos.com,
lavozdelosadoptados.es, petales.es). “Los niños adoptados se pasan la
vida buscando respuestas”. Porque, como se dice en el libro, en esta
mesa imposible hay dos partes y ninguna de las dos tiene la culpa.