Mayo es el mes perfecto para saborear un bien en peligro de extinción en las islas: el espacio vacío.
Mayo es el mes perfecto para saborear las islas.
Buen tiempo, poca gente, precios más bajos y generosas dosis de ese bien en peligro de extinción: el espacio vacío. Cuatro pistas para disfrutarlo.
Pero esta escapada propone darle un considerable impulso a ese propósito en el pequeño, encantador y tranquilo pueblecito de Santa Eulalia.
Localidad que vive ajena a la juerga y el bullicio de la capital, incluso en plena temporada.
Como la mayoría de los pueblos de esta isla, Santa Eulalia comparte
una parte antigua en forma de pirámide, coronada por una
iglesia-fortificación en la que los antiguos habitantes se refugiaban
durante los ataques piratas.
Las callejuelas de esta zona, conocida como Puig de Missa, son empedradas, estrechas y llenas de casas blancas decoradas con buganvilla, exuberante en esta época del año.
Hay también un diminuto cementerio con puerta al mar y un Museo Etnográfico.
Otro de los encantos de este pueblo es su pequeño paseo marítimo y calas como Es Pou de Lleó, Cala Llenya, Cala Llonga, con tumbonas, sombrillas y la posibilidad de practicar deportes acuáticos o Cala Mastella, de aguas turquesas y con su famoso chiringuito El Bigotes (+34 650 79 76 33), donde se puede comer un excelente arroz y bullit de peix por 23 euros.
El hotel Aguas de Ibiza cuenta con el Revival Spa by Clarins. Cerca de 1.500 metros cuadrados consagrados al bienestar físico, con todo tipo de tratamientos dedicados a la salud y belleza.
Las habitaciones (doble desde 210 euros) están diseñadas bajo la filosofía feng-shui y el concepto del establecimiento une lujo (5 estrellas), tecnología puntera, esencia mediterránea y sostenibilidad.
El restaurante Alabastro Loungue, mezcla la cocina italiana con la ibicenca y la terraza Vi Cool, con tapas de Sergi Ariola, es perfecta para acabar el día tomando un cóctel amenizado con una excelente sesión de DJ y contemplando cómo la pequeña bahía pone fin a un día tranquilo, sin estridencias, feliz.
Una muestra intimista que estará abierta hasta el 26 de noviembre y que recoge objetos personales, cartas, grabados y cerámicas de ambos artistas.
Según Joan Punyet Miró, comisario de exhibición, "no solo era amistad y admiración lo que Miró sentía por Picasso, sino agradecimiento profundo por lo mucho que le había ayudado durante su vida.
Los vínculos que los unían iban más allá de lo que podían aparentar. Mantenían un compromiso político, social y cultural que los acompañó siempre”.
Además de esta importante cita para amantes del arte, Sóller es una de las localidades más bellas de Mallorca.
Aquí se respira un aire francés, fruto de la larga relación comercial de los sollerenses con el país vecino, ya que las montañas de la sierra de Tramuntana que rodean esta zona mantenían aislados a sus habitantes y dificultaban las relaciones con el resto de la isla.
Hasta la guerra civil existió un barco que hacía la ruta Sóller-Marsella y no solo exportaba cítricos al país galo; también llevaba a bordo a los que emigraban a Francia para hacer fortuna.
Muchas casas del pueblo exhiben la bonanza económica de los que triunfaron en esta aventura, además de un evidente modernismo francés.
En Sóller hay que ver el cementerio; ir al puerto (que recuerda a algunas poblaciones de la Costa Azul) en un pequeño tranvía de madera; coger un barco para ir a Sa Calobra, una diminuta playa de piedras entre dos imponentes farallones rocosos o acercarse hasta Cala Deià, donde se bañaba el escritor Robert Graves.
Buen tiempo, poca gente, precios más bajos y generosas dosis de ese bien en peligro de extinción: el espacio vacío. Cuatro pistas para disfrutarlo.
1 Puesta a punto ibicenca
Generalmente a Ibiza se viene con la operación biquini o bañador ya finalizada.Pero esta escapada propone darle un considerable impulso a ese propósito en el pequeño, encantador y tranquilo pueblecito de Santa Eulalia.
Localidad que vive ajena a la juerga y el bullicio de la capital, incluso en plena temporada.
Las callejuelas de esta zona, conocida como Puig de Missa, son empedradas, estrechas y llenas de casas blancas decoradas con buganvilla, exuberante en esta época del año.
Hay también un diminuto cementerio con puerta al mar y un Museo Etnográfico.
Otro de los encantos de este pueblo es su pequeño paseo marítimo y calas como Es Pou de Lleó, Cala Llenya, Cala Llonga, con tumbonas, sombrillas y la posibilidad de practicar deportes acuáticos o Cala Mastella, de aguas turquesas y con su famoso chiringuito El Bigotes (+34 650 79 76 33), donde se puede comer un excelente arroz y bullit de peix por 23 euros.
El hotel Aguas de Ibiza cuenta con el Revival Spa by Clarins. Cerca de 1.500 metros cuadrados consagrados al bienestar físico, con todo tipo de tratamientos dedicados a la salud y belleza.
Las habitaciones (doble desde 210 euros) están diseñadas bajo la filosofía feng-shui y el concepto del establecimiento une lujo (5 estrellas), tecnología puntera, esencia mediterránea y sostenibilidad.
El restaurante Alabastro Loungue, mezcla la cocina italiana con la ibicenca y la terraza Vi Cool, con tapas de Sergi Ariola, es perfecta para acabar el día tomando un cóctel amenizado con una excelente sesión de DJ y contemplando cómo la pequeña bahía pone fin a un día tranquilo, sin estridencias, feliz.
2 La amistad entre Picasso y Miró en Sóller (Mallorca)
Can Prunera, el museo modernista de Sóller, al noroeste de la isla, inaugura el 12 de mayo la exposición Pablo Picasso y Joan Miró. Historia de una amistad (entrada 5 euros).Una muestra intimista que estará abierta hasta el 26 de noviembre y que recoge objetos personales, cartas, grabados y cerámicas de ambos artistas.
Según Joan Punyet Miró, comisario de exhibición, "no solo era amistad y admiración lo que Miró sentía por Picasso, sino agradecimiento profundo por lo mucho que le había ayudado durante su vida.
Los vínculos que los unían iban más allá de lo que podían aparentar. Mantenían un compromiso político, social y cultural que los acompañó siempre”.
Además de esta importante cita para amantes del arte, Sóller es una de las localidades más bellas de Mallorca.
Aquí se respira un aire francés, fruto de la larga relación comercial de los sollerenses con el país vecino, ya que las montañas de la sierra de Tramuntana que rodean esta zona mantenían aislados a sus habitantes y dificultaban las relaciones con el resto de la isla.
Hasta la guerra civil existió un barco que hacía la ruta Sóller-Marsella y no solo exportaba cítricos al país galo; también llevaba a bordo a los que emigraban a Francia para hacer fortuna.
Muchas casas del pueblo exhiben la bonanza económica de los que triunfaron en esta aventura, además de un evidente modernismo francés.
En Sóller hay que ver el cementerio; ir al puerto (que recuerda a algunas poblaciones de la Costa Azul) en un pequeño tranvía de madera; coger un barco para ir a Sa Calobra, una diminuta playa de piedras entre dos imponentes farallones rocosos o acercarse hasta Cala Deià, donde se bañaba el escritor Robert Graves.