Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 may 2017

¿Por qué la Reina lleva en tantas ocasiones el 'recogido brocado'?


letizia_comunion_sofia
¿Por qué la Reina lleva en tantas ocasiones el 'recogido brocado'?

De nuevo en la Primera Comunión de la infanta Sofía, hemos visto a doña Letizia con su peinado favorito.

 Un experto nos ha dado la clave: armoniza sus facciones.

Llegó el gran día para la infanta Sofía.

 La hija pequeña de los Reyes recibía esta mañana su Primera Comunión. Y, una vez más, tenemos una foto que pasará a la historia, esas que veremos cuando pasen décadas y recordemos los momentos más importantes en la vida de los monarcas y sus hijas

. Y, como la ocasión lo merecía, la reina Letizia se ha convertido en el centro de todas las miradas, tanto por el vestido elegido como por su 'look' de belleza.

 

Doña Letizia ha vuelto a recurrir a uno de sus peinados favoritos. Se trata de un recogido bajo con torcidos laterales, regio, a la altura de la nuca, con raya lateral. 
 "Elegante, sofisticado pero muy natural y fresco, perfecto para la ocasión, una ceremonia familiar y de mañana", así lo define el peluquero Eduardo Sánchez, que añade que "la Reina Letizia ha optado por un recogido trenzado de inspiración griega enormemente favorecedor, que armoniza a la perfección sus rasgos angulosos”.

El recogido brocado, paso a paso

“Primero se trabaja el cabello realizando un brushing con mucho cuerpo y forma para lograr esa textura ondulada.
 A continuación, se coge un mechón de cabello en cada uno de los laterales y se realizan dos trenzas de dos cabos hacia la parte posterior de la cabeza formando una especie de brocado. 
 Estas se unen en la parte posterior de la cabeza con otras dos trenzas realizadas con el cabello sobrante y entrelazadas entre sí, formando un moño trenzado”, nos detalla el director de la Maison Eduardo Sánchez.

Si bien el estilo de los vestidos de la Reina en las comuniones de sus dos hijas ha sido similar, lo cierto es que su peinado ha sido bien distinto.
 Así, si en esta ocasión hemos podido ver a doña Letizia con su melena recogida, en la comunión de la princesa Leonor lucía una melena wavy bob, pues hacía poco tiempo -en abril de 2015- que había sorprendido cortando su larga melena, su cambio de look más comentado.

Los invitados a la boda de Risto Mejide y Laura Escanes ......... Álvaro Palazón

De Edurne al padre Ángel pasando por Pilar Rahola. 

El popular presentador y publicista Risto Mejide se casó en la tarde del sábado con la blogger, youtuber e instagramer Laura Escanes, 20 años menor que él.
La pareja se ha dado el 'sí, quiero' en Barcelona, en la Masía Mas Cabanyes, en una ceremonia a la que han acudido numerosos rostros famosos y que ha transcurrido en la más absoluta privacidad.
La boda ha reunido a un amplio número de personajes de todos los ámbitos.
 Desde compañeros de trabajo como Edurne o David Guapo a periodistas como Luis del Olmo y Pilar Rahola pasando por el Padre Ángel.
Nadie se ha querido perder la boda entre Risto y Laura. 
  • El padre Ángel
    GTRESONLINE


La periodista Cristina Cubero
GTRESONLINE
El cómico David Guapo
�GTRESONLINE
La periodista Pilar Rahola
�GTRESONLINE

  • La presentadora Adriana Abenia

 

La cantante Edurne
�GTRESONLINE
 
El presentador Santi Millán
�GTRESONLINE
 
El periodista Luis del Olmo

El secreto de todas las familias..................... Marta Fernández

Dos millones y medio de españoles sufren oficialmente depresión. El 40% no está en tratamiento por miedo al estigma de la enfermedad.

 

El músico Iván Ferreiro en su estudio en Gondomar.
El músico Iván Ferreiro en su estudio en Gondomar. EL PAÍS
“Sal y cuéntaselo a alguien”.
 Fue la respuesta de Harvey Milk cuando un joven le preguntó qué podía hacer para conseguir acabar con el estigma de la homosexualidad.
 Cuarenta años después, el escritor Andrew Solomon hace suyo el consejo de la figura del activismo gay estadounidense pero para vencer otro tabú: la incomprensión y la vergüenza a la que se enfrentan aquellos que sufren una depresión. 
Solomon, escritor y profesor de Psicología en Columbia, lo ha convertido en una cruzada personal.
 Y lucha para romper el silencio que acompaña a un trastorno que afecta ya a dos millones y medio de españoles.
 Diagnosticados. Muchos ni siquiera se atreven a confesarlo.
 “Hay muchas causas por las que en España el 40% de los pacientes con un trastorno depresivo mayor no está en tratamiento. 
Pero sin duda una es el estigma”. Antonio Cano es doctor en Psicología y catedrático de la UCM y en sus muchos años de práctica ha visto cómo funciona el círculo vicioso de la culpa. 
“Por un lado el paciente se aísla y por otro no se entiende lo que le pasa: que sufre algo que se llama depresión. 
El paciente no tiene información y la sociedad tampoco.
 Y la depresión es algo que nos puede afectar a todos”.

Andrew Solomon conoce bien ese peso.
 Porque también a él le sepultó.
 En 1993 sintió que había perdido el interés por la vida. Todo se le hacía un mundo.
 Escuchar los mensajes del contestador. Preparar la comida. Ducharse. 
A la depresión siguió una crisis de ansiedad. Y un día ya no pudo levantarse de la cama. 
Descubrió que el sinónimo de depresión no es tristeza, sino falta de vitalidad.
 Pero se puso en tratamiento y se recuperó.
 Y decidió estudiar lo que le había pasado para ayudar a otros. Escribió El demonio de la depresión.
 “Cada vez que alguien que ha sufrido una depresión se lo cuenta a otro estamos rasgando la cortina del secretismo. 
Aquellos que se ven confinados en el silencio tardan más en recuperarse.
 Debemos de convencerles para que hablen diciéndoles que hablar puede salvar sus vidas.
 Porque la depresión es el secreto de familia que todas las familias tienen”.
“La bola se va haciendo cada vez más grande. 
Te encuentras mal y la gente que te rodea no lo entiende. Y el Andrés que todo el mundo conoce se está quedando vacío por dentro. 
Eso es duro, muy duro…” El Andrés que se quedaba vacío por dentro era el mismo que un tiempo después llenaría a todo un país de felicidad con un gol que valía una Copa del Mundo. 
Andrés Iniesta.
 Le confió su viacrucis a los periodistas Ramón Besa y Marcos López
. Cuando aparecieron sus memorias, La jugada de mi vida, la psicóloga que le había tratado vio como se multiplicaban las llamadas a su consulta. 
Explica que a muchos pacientes les ayuda ver que alguien a quien admiran sufre lo mismo.
Basta con recordar a Bruce Springsteen.
 También se atrevió a contar en su biografía, Born to Run, su batalla constante contra la depresión.
 El profesor Cano compara su sinceridad con la de Magic Johnson. “Lo mismo que en su día, Johnson le echó narices y cuando más estigma había con el sida le dijo al mundo tengo el virus, gestos como el de Bruce Springsteen pueden ayudar a quitar el estigma a la depresión”.
“Comprar una pastilla para dormir en una farmacia es casi como antes comprar condones, que te sonrojabas. Uno tiene la sensación de que todo lo que le pasa es porque se ha comportado mal. Si eres depresivo porque no eres capaz de mirar de otro modo la vida”.
El músico Iván Ferreiro también dio palos de ciego contra la depresión sin saber qué le pasaba. 
Hasta que un ataque de pánico, en completa soledad en un apartamento de Buenos Aires, le empujó a pedir ayuda.
 Lo cuenta haciéndose un ovillo. Recuerda que llevaba años sin dormir.
 Obligándose a hacer cosas que no quería. Saliendo sin atreverse a mirar a la gente a la cara. 
Llegó a grabar un disco sin recordar después ni cómo ni cuándo. Pero no se ponía en tratamiento. 
“Hasta que el médico me llama y me dice: mira, tomas algo para la alergia todos los días, te echas un inhalador del asma todo el rato y me estás diciendo que no quieres tomarte esta pastilla”.
 Solo cuando empezó a comprender lo que le sucedía pudo ver la salida.
 “En las depresiones es muy importante el lenguaje. Y que alguien sepa explicarte con palabras lo que te está pasando y que te des cuenta de que en el fondo es como una puta gripe, una gripe de pesimismo y de falta de ganas.
 Pero te curas. La principal es rendirse y decir no puedo más”.
 Poner palabras al dolor es la primera medicina. Lo saben los que lo han pasado. 
Que también saben que ese es el reto. Luchar contra el tabú. Romper el estigma.
 “Aprender a vivir es aprender a nombrar”, dice Luisgé Martín. Aprender a curarse es ponerle palabras al secreto de familia que todas las familias tienen. 
La depresión. La enfermedad que sigue avanzando en silencio.

“Hay un punto en el que se pierde el mapa y se pierde la brújula y uno no sabe ni por dónde dar palos de ciego. Es el punto de absoluta angustia.
 Ahí no hay nada que uno racionalmente pueda hacer”. Así se sentía el escritor Luisgé Martín.
 Lo cuenta en El amor del revés. Un libro, dice él, impudoroso, con el que ha reventado candados y ha exorcizado demonios.
 La culpa. La vergüenza. El miedo. La pesadilla de ser homosexual en una España en la que era más que un pecado.
 La lucha de pasar por un proceso de depresión y sentirse incomprendido.

Este secreto de familia afecta ya a 322 millones de personas. Y va en aumento. 
Es una de las tres causas de discapacidad en el mundo. Y en 2030 será la primera.
 Por eso este año la OMS le ha dedicado el Día de la Salud con el lema “Hablemos de la depresión”. Pero hablar es lo difícil.

Pobres pobres........................................Rosa Montero

Durante la crisis, el miedo a caer en la miseria aumentó la empatía. Con la supuesta recuperación, no queremos volver a pensar en quienes están allí.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
LO DICEN los taxistas, que son buenos observadores de la vida urbana: “Los atascos ya empiezan a ser como los de antes de la crisis”. 
 Tienen razón, algo se mueve
En mi barrio abre cada semana un local nuevo, una tienda de ropa, un restaurante, todos ellos sitios para echarse la vida al cuerpo, para el ocio y disfrute. 
 Los puentes vacían la ciudad, los destinos de vacaciones se atiborran, los aero­puertos vuelven a estar de bote en bote. 
A galopar, a galopar, lancémonos a la dulzura de gastar, cerremos el largo y penoso paréntesis de la crisis, olvidémonos de él, como si tan sólo hubiese sido un mal sueño, y retomemos nuestra vida anterior tal y como era. 
Incluso comienza a escucharse de nuevo en toda España el rugido de las hormigoneras, el repiqueteo de los martillos neumáticos, los agudos redobles de las mazas metálicas: ¡el ladrillo regresa! Vuelven a levantarse los edificios como si nada.
 Es decir, como si no hubiera aún tantas urbanizaciones a medio terminar, cadáveres ruinosos de la pasada burbuja.

Por supuesto, me alegro.
 No de los cadáveres ruinosos, sino de la aparente reactivación de la economía.
 De que las cifras de paro bajen. De que haya tanta gente que sienta menos miedo.
 Pero, al mismo tiempo, me parece vivir en Disneylandia, en un mundo paralelo a lo real. 
Según los datos que acaba de sacar el INE (Instituto Nacional de Estadística), el 23% de la población se encuentra en riesgo de pobreza y vive con menos de 8.209 euros al año.
 Es decir, casi uno de cada cuatro españoles arrastra una vida miserable. 
Y lo peor es que hay muchos niños: el 29% de los menores de 16 años residen en el sombrío mundo de la casi indigencia.


Y estas son las cifras blandas, por así decirlo; unas cuentas quizá algo maquilladas.
 Porque, si utilizamos el indicador Arope (At Risk Of Poverty or Social Exclusion), que se usa en la UE y que mide cosas como no poder pagar la calefacción, resulta que el porcentaje de españoles en riesgo de pobreza se eleva al 28%.
 Millones de personas en condiciones terribles, una bolsa de exclusión que me temo que se ha quedado enquistada en el sistema, como si fuera la grasa de los rodamientos que permiten que el resto del país compre y viaje y gaste.
 Hemos salido de la crisis aupados sobre el lomo de los defenestrados, de aquellos a los que la sociedad ha escupido para siempre, como si el capitalismo fuera un dios sangriento que exigiera sacrificios rituales. 
Mantengo desde hace años contacto con familias desamparadas. Hay una mujer que estudió cuatro años de ingeniería y que antes de la crisis vivía dando clases de matemáticas.
 Después de un paro inmenso ha encontrado un empleo: cuida a una anciana seis horas al día por 400 euros.
 El salario no le permite mantenerse.
 Todos los meses, unos cuantos amigos le damos dinero para que no le corten el gas o la luz, o para poder pagar el alquiler.
 Come de Cáritas.
 Aun trabajando, sigue instalada en la miseria.
 Y todo esto, siendo espeluznante, no es lo peor.
 Lo más terrible es que el resto de la sociedad les hemos dado la espalda.
 La penuria del prójimo siempre molesta: llena de incomodidad nuestro bienestar.
 Durante la crisis, el miedo propio a caer en ella era tan grande que aumentó nuestra empatía.
 Compadecíamos a la gente empobrecida y la teníamos en cuenta. Pero ahora que nos hemos puesto a galopar alegremente por los verdes prados de la supuesta recuperación, no queremos volver a pensar en ellos. 
Son grimosos. 
Preferimos atribuirles cierta responsabilidad en su situación y los contemplamos con suspicacia. 
Si son pobres, que lo sean al 100% todos los minutos de su vida.
 Que no se permitan una pequeña alegría.
 Si un pobre no tiene para pagar la luz, que no se atreva a comprarse un cucurucho de helado, aunque lleve años en esa situación y necesite un respiro.